Investigaciones recientes han revelado que la muerte de Beethoven no fue causada por envenenamiento por plomo, como se había creído durante casi dos siglos, sino por una combinación de vulnerabilidad genética, consumo de alcohol y una infección por hepatitis B.
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Durante casi dos siglos, la causa de la muerte de Ludwig van Beethoven ha desconcertado a historiadores y científicos. Se han planteado teorías sobre envenenamiento, enfermedades y hasta conspiraciones oscuras.
Sin embargo, un reciente análisis de ADN ha destapado una verdad inquietante que no solo reescribe la historia médica, sino que también expone la dolorosa realidad detrás de sus últimos años.
Lo que los investigadores encontraron en su código genético no solo es trágico, sino perturbador.
El 26 de marzo de 1827, Beethoven tomó su último aliento mientras una tormenta rugía en Viena, reflejando el caos que se apoderaba de su cuerpo.
Se dice que un destello de relámpago iluminó la habitación justo cuando levantó su brazo, como si estuviera dirigiendo su propia despedida. En ese momento, sus amigos no comprendían la verdadera causa de su muerte.
A pesar de estar en la cima de su fama, su declive había sido largo y doloroso. En cartas escritas años antes, describió su cuerpo como un instrumento roto, sufriendo de dolores abdominales, diarrea crónica y una complexión amarillenta.
Beethoven, que había quedado sordo antes de cumplir los 40, se sumió en un silencio que profundizó su obsesión con la música que aún podía imaginar. A medida que pasaban los años, su apariencia alarmaba incluso a sus amigos más cercanos.
Testigos afirmaron que su piel había adquirido un tono amarillo ceroso y que su abdomen estaba distendido, una condición que los médicos de la época llamaban “hidropesía”, pero que hoy reconocemos como ascitis, un signo de falla hepática severa.
Cada comida le causaba dolor, y a pesar de su sufrimiento, continuó bebiendo vino, una de las pocas placeres que se negaba a abandonar.

Cuando falleció, sus médicos realizaron una autopsia con la esperanza de descubrir la causa de su tormento. Encontraron un hígado encogido, nodular y cicatrizado, un caso clásico de cirrosis.
Su bazo estaba agrandado y su páncreas inflamado. Aunque estos hallazgos confirmaron que su muerte estaba relacionada con una enfermedad, no explicaron por qué.
Las teorías sobre su muerte proliferaron: algunos sugirieron envenenamiento por plomo, otros apuntaron a la sífilis o incluso a envenenamientos deliberados por parte de rivales.
Durante casi dos siglos, los académicos intentaron llenar los vacíos, analizando cartas, huesos e incluso cabellos que habían sido cortados de su cabeza tras su muerte. Cada pista ofrecía una nueva versión de la misma tragedia, pero ninguna cerraba el caso.
La llamada “cabellera de Beethoven” pasó de un coleccionista a otro, viajando por Europa y América hasta que llegó a manos de científicos con tecnología moderna.
Sin embargo, a pesar de los avances, nadie pudo determinar con certeza qué había destruido a Beethoven. La historia de su muerte se convirtió en un enigma médico y un mito sobre la genialidad maldita por su propia intensidad.

Con el tiempo, la teoría del envenenamiento por plomo ganó fuerza, especialmente en la década de 1990, cuando se obtuvo un mechón de cabello de Beethoven, conocido como el “Hiller lock”.
Al analizarlo, los científicos encontraron niveles de plomo más de cien veces superiores a lo normal. Sin embargo, con el avance de la ciencia, comenzaron a surgir dudas.
Algunos investigadores notaron inconsistencias en las proporciones de isótopos de las muestras de cabello. Luego, en 2023, un equipo de investigación multinacional revisó la cuestión utilizando herramientas genómicas modernas y lo que descubrieron cambió todo.
Usando secuenciación de ADN, confirmaron que el mechón de cabello, que se creía pertenecía a Beethoven, en realidad no era suyo. De hecho, pertenecía a una mujer, probablemente de ascendencia judía ashkenazí. Este descubrimiento sacudió a la comunidad científica.
Si el “Hiller lock” no era auténtico, entonces ninguna de las conclusiones sobre el envenenamiento por plomo podía ser confiable. Esto significaba que la supuesta intoxicación por plomo de Beethoven podría no haber ocurrido en absoluto.
Sin embargo, sus síntomas médicos eran demasiado severos para ignorar. Si el plomo no fue el asesino, entonces algo más había estado devorando a Beethoven desde adentro.
A medida que los métodos de análisis de ADN avanzaban, la verdad oculta en esos frágiles cabellos estaba a punto de emerger.
Los investigadores se dieron cuenta de que Beethoven llevaba múltiples variantes de genes vinculados a enfermedades hepáticas, lo que aumentaba su susceptibilidad a la cirrosis.
Además, encontraron fragmentos de ADN que coincidían con secuencias del virus de la hepatitis B, un patógeno capaz de causar inflamación hepática crónica y, eventualmente, cirrosis.
Esto significaba que Beethoven no solo luchaba contra su vulnerabilidad genética y el consumo de alcohol, sino que también estaba lidiando con un ataque viral en su sistema.
Así, su hígado frágil, agravado por el consumo de alcohol y destruido por la infección, formó una triada mortal que la medicina de su época nunca habría podido reconocer.
La revelación de fragmentos de hepatitis B en el cabello de Beethoven reconfiguró todo lo que se sabía sobre sus últimos años.
Los síntomas que sus amigos describieron en cartas ahora cobraban un sentido escalofriante. No solo sufría por la vejez o el estilo de vida, sino que lidiaba con una infección que sus médicos no podían diagnosticar.
Los investigadores sugieren que Beethoven pudo haber contraído el virus a través de tratamientos médicos, instrumentos no esterilizados o contacto humano cercano.
En última instancia, el análisis de ADN no solo cerró un misterio, sino que cambió la forma en que el mundo veía a Beethoven. La imagen del genio envenenado o maldecido se desvaneció, dejando al descubierto a un hombre atrapado en el colapso lento de su propio cuerpo.
Cada trago de vino, cada noche sin dormir componiendo a la luz de las velas, lo acercaba un poco más al abismo. La verdad que emergió no fue solo trágica, sino perturbadora, revelando que incluso los más grandes entre nosotros están sujetos a la misma biología frágil.
