A sus 73 años, Fernando Allende sorprende al mundo

A sus 73 años, Fernando Allende sorprende al mundo entero al anunciar entre risas y lágrimas “nos vamos a casar”, y luego revelar la verdad: quién es realmente la persona que ha decidido elegir, otra vez, como su gran amor


Cuando Fernando Allende dijo las palabras mágicas, no estaba subido a un caballo en una hacienda, ni grabando una escena de telenovela, ni interpretando al galán eterno que el público aprendió a amar.

Estaba sentado en un sillón cómodo, rodeado de luces cálidas, frente a una conductora que no dejaba de mirarlo con una mezcla de emoción y curiosidad. El programa prometía ser una conversación tranquila sobre sus más de cinco décadas de carrera, sus viajes, sus recuerdos. Nadie esperaba un anuncio.

—Fernando, la pregunta que todo el mundo se hace —dijo ella, sonriendo—: ¿cómo se vive el amor a los 73 años?

Él se acomodó el saco, se pasó la mano por el cabello plateado y, sin dramatismo, lanzó la frase que detuvo al estudio:

—Muy simple: nos vamos a casar.

La conductora parpadeó.

—¿Qué… qué dijiste?

—Eso —repitió él, ahora con una sonrisa de muchacho—: nos vamos a casar.

Las redes tardarían solo minutos en hacer explotar el titular:
“Nos vamos a casar”: a sus 73 años, Fernando Allende finalmente habla y confiesa sobre su pareja.

Pero lo que no decía el titular —lo que nadie imaginaba— era el giro que venía después.


El galán que se negó a jubilar el corazón

Fernando Allende lleva tanto tiempo en la pantalla que es casi imposible separar su rostro de los personajes que ha interpretado: jóvenes apasionados, hombres elegantes de mirada intensa, cantantes que componían baladas eternas.

Generaciones enteras lo han visto crecer, madurar, cambiar de estilo, reinventarse. Y, sin embargo, hay algo que parecía inamovible: la idea de que aquellos galanes de la llamada “época dorada” del melodrama terminan por retirarse, aceptar un papel secundario también en la vida real.

Él no.

—La gente tiene una idea curiosa de lo que significa tener más de 70 —explicó en la entrevista—. Como si uno estuviera obligado a vivir de recuerdos, sentado frente a una ventana. Pero yo sigo soñando, sigo creando, sigo enamorado… ¿por qué no podría seguir tomando decisiones importantes?

Fue entonces cuando la conductora, incapaz de contenerse, le preguntó:

—¿Y quién es esa persona con la que te vas a casar?

Y ahí comenzó la verdadera confesión.


El nombre que todos conocían… pero no esperaban

Hubo un silencio breve. El equipo del programa estaba listo para todo: un nombre completamente nuevo, un rostro desconocido, una historia secreta guardada durante años. La palabra “pareja” en boca de una figura pública siempre viene acompañada de morbo.

Fernando, en cambio, parecía disfrutar la pausa.

—La conozco desde hace más de tres décadas —dijo—. Ha sido mi cómplice, mi aliada, mi refugio. Lo ha sido todo, incluso cuando yo estaba demasiado ocupado en el mundo para darme cuenta.

La conductora respiró hondo.

—¿Estás hablando de…?

Él asintió antes de que ella terminara la frase.

—Sí. Me voy a volver a casar con la misma mujer con la que ya compartí una vida. Y por primera vez lo digo así, sin rodeos: nos merecemos una segunda boda, una segunda declaración, una segunda manera de decirnos que nos seguimos eligiendo.

No era una “nueva conquista”. No era una historia de reemplazo. Era todo lo contrario: una decisión de volver a ponerse de pie, ya sin el brillo del estreno, para afirmar algo que muchos dan por sentado.

—Podría parecer poco “escandaloso” —bromeó—, pero créeme: tiene más fondo del que parece.


Un amor que sobrevivió a escenarios, viajes y exigencias

A diferencia de muchos romances fugaces del medio, el suyo no nació en un set de filmación ni en una alfombra roja. Nació en la parte menos glamorosa de la carrera: entre ensayos, maletas y días enteros de trabajo.

—Cuando la conocí —recordó—, yo vivía en modo tornado. Tenía conciertos, grabaciones, giras. Mi agenda la manejaban otros, mi vida parecía siempre prestada al público. Y de pronto apareció ella, con una calma que me desconcertó. No buscaba una foto, no buscaba una promesa, no quería un papel en ninguna historia. Solo estaba allí, auténtica.

La primera vez que hablaron fue sobre algo tan simple como una canción.

—Me dijo: “Esa letra no la cantas, la actúas. Se nota”. Y nadie me hablaba así. Yo estaba acostumbrado a elogios, a críticas técnicas, pero no a alguien que se atreviera a decirme que, por momentos, me escondía detrás del personaje para no mostrar lo que sentía.

Se engancharon conversando de música, de pintura, de lugares que soñaban conocer. Él se sorprendió al descubrir que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía prisa.

—Yo siempre iba corriendo al siguiente proyecto —admitió—. Con ella me quedé sentado a hablar. Y cuando un hombre que ha vivido a mil por hora se detiene… sabe que algo importante está pasando.

Con el tiempo, esa conversación se convirtió en muchas más. Los viajes dejaron de ser solo giras solitarias para convertirse en etapas compartidas. Hubo mudanzas, cambios de país, proyectos en distintos lugares. Y, en medio de todo, un hilo que los mantenía unidos: la voluntad de seguir construyendo.


“Nos casamos una vez… pero no sabíamos lo que hacíamos”

La primera boda llegó con la fuerza de la juventud: trajes elegantes, ceremonia inolvidable, fiesta que duró más de lo previsto. Todo lo que se espera de una boda “de novela”.

—Fue hermosa —reconoció Fernando—. Pero con los años entendí algo: ese día sabíamos muy poco del peso real de la palabra “para siempre”.

En esa época, el mundo los veía como la pareja ideal: él, galán exitoso; ella, compañera leal, acostumbrada a moverse entre cámaras, familias y escenarios. Pero lo que nadie veía eran las noches de cansancio, los miedos, las decisiones difíciles.

—El matrimonio no se sostiene con la foto del álbum —dijo—. Se sostiene con los días en los que estás tan agotado que no te aguantas ni tú mismo, y esa persona se queda igual. Con las temporadas en las que no hay estrenos, ni eventos, ni portadas… y aun así hay risas en la cocina.

Los años trajeron hijos, casas nuevas, cambios de ciudad. Hubo momentos luminosos y otros confusos, como en cualquier historia larga. Pero ni siquiera en los momentos más tensos la idea de renunciar parecía tener lugar definitivo.

—Como todos, tuvimos días en los que pensamos “tal vez merecemos algo más fácil” —confesó—. Pero al final nos dábamos cuenta de algo muy sencillo: no hay historia fácil que valga más que la complicidad que ya habíamos construido.


El susto que lo cambió todo

Entonces, un día, el cuerpo le recordó que el tiempo pasa para todos.

No fue un episodio dramático de película; fue un conjunto de señales: una fatiga que no desaparecía, un chequeo médico pospuesto demasiadas veces, un comentario insistente de su pareja:

—“Hazte revisar. No seas terco”.

Al final, terminó en una consulta que cambió su perspectiva.

—El médico no me habló de algo grave, pero sí de algo urgente —contó—. Me dijo: “Tienes que cuidarte como si fueras la persona más importante de tu vida. Porque para los que te aman, lo eres”.

Aquella frase, sumada a la mirada asustada pero firme de su pareja, hizo clic.

—He estado tanto tiempo compartiendo mi voz, mis personajes, mis canciones con el público —pensó—, que olvidé que, para los míos, lo que importa es que esté aquí, presente, sano, riendo en la mesa.

Durante un tiempo, redujo la velocidad. Menos compromisos, más tardes en casa. Redescubrió pequeñas rutinas: caminar juntos, cocinar sin prisa, mirar una serie sin mirar el reloj.

Y en medio de esos días más silenciosos, una idea tomó forma: no querían que el capítulo final de su historia fuera una despedida silenciosa, sino una decisión consciente.


“Nos vamos a casar”: el plan que nació en una tarde cualquiera

La idea no apareció en una cena lujosa ni en un viaje exótico. Apareció un martes, con ropa cómoda, entre tazas de café.

—Estábamos viendo fotos —recordó Fernando—. De distintos momentos: la primera casa, los niños pequeños, giras, navidades, cumpleaños. Y de pronto, en una imagen de nuestra boda, ella dijo en voz baja: “Éramos unos niños. Mira esa cara… no sabíamos nada”.

Él se quedó observando la imagen: dos jóvenes prometiéndose cosas que todavía no entendían del todo.

—Y respondí algo que, te juro, me salió del alma: “Entonces deberíamos casarnos de nuevo, pero ahora sí sabiendo lo que hacemos”.

Ella se rió.

—“¿A estas alturas?”, me preguntó.

—“A estas alturas, sobre todo”, le dije.

No fue una propuesta espectacular, pero tuvo algo más importante: la conciencia de quienes ya han vivido lo suficiente como para valorar lo que todavía les queda.

—Después lo hablamos más en serio —contó—. Dijimos: no será una boda para impresionar a nadie. No será una producción gigante. Será un acto simbólico para nosotros, nuestra familia y quienes han estado en los momentos buenos y en los no tan buenos.

Sin embargo, sabían que, tarde o temprano, alguien preguntaría. Y que, si lo contaba él en un programa, sería noticia.

—Preferí decirlo yo —explicó—, con mis palabras, antes de que se transformara en un juego de adivinanzas.


La reacción de la pareja: “Yo ya estaba casada… pero acepté”

Si la confesión de Fernando llamó la atención, la reacción de su pareja terminó de conquistar a muchos.

En un mensaje compartido más tarde, ella escribió:

“Cuando me dijo ‘nos vamos a volver a casar’, mi primera reacción fue reírme. Después, al pensarlo bien, entendí lo profundo que era lo que me estaba ofreciendo: no se trata de un vestido o de una fiesta, sino de una elección consciente, renovada. Yo ya estaba casada con él, pero acepté volver a decir que sí”.

No había drama, ni poses. Había sencillez.

En la entrevista, Fernando leyó en voz alta parte de esas palabras, con la voz entrecortada:

—A veces creemos que el romanticismo está en los grandes gestos, en los discursos largos —dijo—. Pero la verdadera declaración de amor, a nuestra edad, es esta: “Te vuelvo a elegir, con todo lo que ya sé de ti”.


¿Cómo será la boda de alguien que ya lo vivió todo?

La siguiente pregunta era inevitable: ¿cómo será esa nueva boda?

Quien espere una ceremonia de lujo excesivo quizá se lleve una sorpresa. La idea de ambos es otra.

—Queremos algo que se parezca mucho a la vida que hemos construido —explicó—: cercano, auténtico, con gente que de verdad ha estado. No necesitamos miles de invitados; necesitamos miradas sinceras.

Entre los planes, hay detalles simples pero llenos de significado:

Un lugar al aire libre, donde puedan escuchar la risa de sus nietos correr.

Música interpretada por amigos y familia, no por un catálogo cualquiera.

Un nuevo intercambio de promesas, adaptadas a quienes son hoy.

—No tiene sentido repetir palabra por palabra lo que dijimos hace tantos años —dijo él—. Ahora nuestras promesas son otras: cuidarnos en la salud que ya no es perfecta, respetar los silencios, acompañarnos en las despedidas que la vida trae con la edad.

También quieren algo más: que la boda sirva como mensaje para quienes creen que el amor madura hasta volverse rutina.

—Ojalá alguien, al vernos, piense: “Yo también puedo volver a decirle que sí a la misma persona”. No hace falta esperar una fecha redonda para celebrar. A veces basta con darse cuenta de que seguimos tomando café juntos por las mañanas… y que eso ya es un milagro.


Entre el espectáculo y lo íntimo: la línea que se niega a cruzar

A pesar del revuelo, Fernando ha sido claro en algo: su boda no será un show de televisión.

—Lo que hemos compartido con el público a lo largo de tantos años es enorme —reconoció—. Pero hay una parte que quiero que se quede solo en casa. Esta ceremonia es un acto privado. Si mostramos alguna foto después, será porque queremos, no porque alguien nos presionó.

En tiempos donde muchas celebraciones se convierten en contenido, su decisión llama la atención.

—No critico a quien decide abrir cada detalle de su vida —añadió—. Cada quien sabe cómo maneja sus alegrías. Pero, en mi caso, necesito que haya cosas que existan fuera de las cámaras. Porque si no, corro el riesgo de olvidarme de que el amor también se vive cuando nadie te está mirando.

Esa declaración resonó en sus fans más fieles, que llenaron las redes de mensajes como:

“Gracias por recordarnos que lo más importante no siempre tiene que verse”.

“Qué bonito que el amor no se jubile, pero también que no se convierta en espectáculo”.


“Pareja” a los 73: la palabra que molesta a los estereotipos

Otro punto que generó conversación fue la forma en que algunos medios se refirieron a su “pareja”, como si a cierta edad esa palabra fuera extraña.

—Me divierte un poco —admitió—. Parece que, cuando tienes más de 70, lo único de lo que se espera que hables es de dietas blandas y pastillas. Y de pronto dices “mi pareja” y es casi un acto revolucionario.

Para él, la palabra “pareja” no tiene edad.

—He sido novio, esposo, compañero de viaje —explicó—. Ahora, más que esas etiquetas, me gusta pensar que somos dos personas que han decidido caminar juntas, sabiendo que el camino ya no es tan largo como antes… pero que todavía tiene muchas cosas por ver.

El mensaje quedó claro: en una sociedad que parece obsesionada con la juventud como condición para el romance, un hombre de 73 que dice “nos vamos a casar” desafía el guion.

Y lo hace sin dramatismo, sin escándalo, sin necesidad de inventar una nueva historia, sino profundizando en la que ya tiene.


Lo que sus hijos aprendieron de este “segundo sí”

Uno de los momentos más emotivos de la conversación fue cuando le preguntaron qué opinaban sus hijos.

Fernando sonrió con orgullo.

—Cuando les contamos —relató—, esperábamos bromas. Y sí, hubo chistes: que si quién iba a organizar despedida, que si íbamos a hacer lista de regalos, que si sería “boda vintage”. Pero después de las risas vino lo importante.

Sus hijos, que han visto la relación desde dentro, le dijeron algo que a él le quedó grabado:

“Si ustedes, después de tantos años, todavía tienen ilusión de casarse otra vez, eso nos da esperanza. Quiere decir que el amor no se acaba, puede transformarse y seguir”.

—Me conmovió mucho —confesó—. Porque a veces uno cree que los hijos no miran, que solo se quedan con los errores. Y resulta que también se quedan con los gestos.

Para él, esa fue una confirmación de que su decisión iba más allá de una celebración simbólica: también era una forma de educar con el ejemplo.


Lo que realmente confesó Fernando Allende

Al final de la entrevista, cuando las luces empezaban a bajar y el equipo se preparaba para la despedida, la conductora lanzó la última pregunta:

—Si tuvieras que resumir en una frase lo que estás viviendo con tu pareja ahora mismo, a tus 73 años, ¿cuál sería?

Él se quedó pensando unos segundos, sin prisa.

—Diría que estoy en la etapa más honesta del amor —respondió—. Ya no necesito demostrarle nada a nadie, ni impresionar. Solo quiero estar en paz con la persona que ha estado ahí en los mejores y en los peores días. Y por eso, cuando digo “nos vamos a casar”, lo que en realidad confieso es que me siento afortunado de poder seguir diciendo “sí” a la misma historia.

No hubo música dramática ni lágrimas exageradas. Solo una calma particular, la de quien ha llegado al punto en el que la fama, los aplausos y los titulares ocupan un segundo plano.

Lo verdaderamente importante, lo que no saldrá en todas las notas, es que detrás de ese “nos vamos a casar” hay años de risas compartidas, discusiones superadas, viajes, silencios cómodos, manos enlazadas en la sala de espera de un consultorio.

Eso es lo que, al final del día, define la palabra “pareja”.


A sus 73 años, Fernando Allende no solo habló de su boda. Habló del amor maduro, del derecho a seguir tomando decisiones emocionantes sin importar la edad, y de la valentía de reafirmar la elección que hizo muchos años atrás.

Y mientras algunos seguirán buscando detalles del vestido, del menú o de la lista de invitados, él parece más interesado en otra cosa: en levantarse cada mañana, mirar a la persona que tiene al lado y pensar, con la serenidad de la experiencia:

“Qué suerte que todavía podamos decirnos que sí”.