En una entrevista inesperada y al borde de las lágrimas, Juan Ferrara, con 83 años, confiesa el nombre del amor secreto que lo acompañó toda la vida y nunca pudo olvidar
A los 83 años, cuando muchos imaginan que ya no quedan grandes confesiones por hacer, Juan Ferrara se sentó frente a una cámara, pidió que apagaran los monitores del foro y dejó a todo un equipo de producción con la respiración en pausa.
No estaba ahí para promocionar una telenovela, ni una obra de teatro, ni un homenaje. El programa se vendió como una conversación “íntima y definitiva” sobre su carrera. Lo que nadie sabía era que esa noche, en medio de recuerdos de sets, anécdotas con directores y escenas memorables, él iba a soltar la frase que ningún conductor se atrevía a esperar:
—Hoy les voy a decir algo que nunca conté completo… —anunció, con la voz grave pero firme—. Les voy a decir quién fue el amor que marcó toda mi vida.
El silencio en el foro fue inmediato. Ni papeles moviéndose, ni risas de fondo, ni murmullos entre cámaras. Nada. Sólo un hombre de 83 años mirando a cámara como si, del otro lado, estuviera esperando la reacción de alguien en particular.

El galán que nunca respondía del todo
Durante décadas, cada vez que se hablaba de Juan Ferrara en revistas, programas y entrevistas, había dos elementos inevitables: su carrera y sus romances. Galán de pantalla, protagonista de historias intensas, compañero de actrices admiradas, nombre habitual en la época dorada de la televisión.
Y, sin embargo, detrás de todas las historias oficiales, de las parejas públicas, de las fotografías de alfombra roja, siempre quedaba una sensación extraña, una especie de hueco que nadie sabía llenar.
—Siempre se decía que había una historia que no contabas —le soltó la entrevistadora, aprovechando el momento—. Un amor que nunca aparecía con nombre y apellido…
Él sonrió, esa sonrisa cansada de quien ha escuchado la misma frase muchas veces, pero esta vez sin intención de esquivarla.
—Porque no estaba listo —respondió—. Porque no quería que se convirtiera en chisme. Y porque, para serte sincero, durante mucho tiempo pensé que si lo decía en voz alta lo iba a perder otra vez.
La entrevistadora ni siquiera miró sus tarjetas. Las dejó a un lado. Lo que venía ya no estaba escrito en ningún guion.
La noche en que decidió hablar
La idea de la entrevista había surgido meses antes, casi como una excusa para revisitar su trayectoria. Pero según contó él mismo, la decisión de revelar “esa” parte vino de otra parte: de una conversación con su médico.
—No me estoy despidiendo —aclaró, levantando la mano—. No vine a dar malas noticias. Pero cuando te dicen que es momento de cuidarte más, de bajar el ritmo, de hacerte revisiones constantes, inevitablemente piensas en lo que no quieres dejar pendiente.
En esa lista de pendientes, había uno que le pesaba más que cualquier reconocimiento no recibido, más que cualquier papel rechazado, más que cualquier premio que no llegó.
—No quería irme —dijo, con una honestidad desarmante— sin decir, aunque fuera una vez, el nombre de quien me sostuvo por dentro tantos años.
Cuando todo empezó: un set, una mirada y una decisión
La historia no empezó en una fiesta glamurosa ni en una noche de estreno. Según relató, el amor que marcó su vida no apareció en una portada, sino al borde de un set de grabación, en un momento en el que él era joven, tenía prisa y creía que todo era eterno.
—Yo estaba empezando a despegar —recordó—. Eran mis primeros protagónicos, las primeras veces que reconocían mi nombre en la calle. Todo giraba muy rápido. Y, en medio de eso, la vi.
No era actriz, ni famosa, ni buscaba serlo. Trabajaba en el equipo de producción, de esas personas que hacen que todo funcione sin nunca salir en pantalla. Mientras él corría de camerino a foro, ella pasaba desapercibida entre cables, libretos y radios encendidos.
—La primera vez que hablé con ella fue por un problema técnico —cuenta—. Teníamos retraso en una escena, yo estaba frustrado, y la vi tratando de resolver algo con un micrófono. Le lancé un comentario medio desesperado, y ella me respondió con una calma que me desarmó.
La manera en que la describió hizo que, por unos segundos, el foro pareciera otro lugar: no un estudio lleno de luces, sino aquel set algo caótico de hace décadas, donde dos personas se cruzaron sin imaginar lo que venía.
—Se llamaba Laura —reveló, por fin—. Laura Herrera. El amor que marcó toda mi vida.
El nombre quedó flotando en el aire, cargado de años, de recuerdos y de todo lo que él nunca había dicho.
Un amor fuera de los reflectores
La entrevistadora, con cuidado, preguntó lo que todos pensaban:
—Pero nunca se supo de ella, nunca se habló… ¿Fue una relación secreta?
Juan negó con la cabeza.
—No era secreta —aclaró—. Era nuestra. Que es muy diferente.
Contó que su historia con Laura no empezó como una trama melodramática, sino como una amistad que fue creciendo entre llamados, grabaciones largas y madrugadas de trabajo. Mientras él empezaba a convertirse en rostro conocido, ella se mantenía en su trinchera silenciosa, resolviendo problemas técnicos que nadie veía… excepto él.
—Empezábamos a quedarnos platicando después del último corte de la noche —relató—. Ella se quedaba a revisar equipo, yo me quedaba a repasar textos del día siguiente. Y poco a poco, esos quince minutos se volvieron una hora. Y luego dos.
No hubo declaración ruidosa ni escena de película. Hubo una tarde en la que, según él, se encontraron fuera del trabajo por primera vez. Un café sencillo, ropa sin maquillaje de foro, un paseo sin gente pidiéndole fotos.
—Fue ahí donde supe que estaba perdido —dijo, sonriendo con cierta melancolía—. Porque me di cuenta de que con ella podía ser yo, sin personaje, sin galán, sin nada.
La decisión que lo cambió todo
En medio de esa conexión creciente, la vida no se quedó quieta. A él le llegaron propuestas, contratos, viajes. A ella, otras formas de crecer en su área. Y llegó el punto en el que debían decidir si compartían el camino… o cada uno seguía el suyo.
—Ella tenía un miedo muy concreto —confesó—. No quería convertirse en “la novia de”. No quería ser tema de revista, no quería que la relacionaran con cada paso de mi carrera. Me lo dijo muy claro: “Yo quiero estar contigo, pero no quiero perder mi nombre en la historia”.
Él, por su parte, estaba atrapado entre el impulso de gritar su amor a los cuatro vientos y el peso real de la fama. En aquellos años, una relación oficialmente reconocida podía traducirse en titulares, especulaciones, presiones.
—La primera vez que hablamos de vivir juntos —recuerda—, no hablamos de muebles ni de casas. Hablamos de lo que iba a pasar cuando alguien se enterara.
Lo que vino fue una decisión que, años después, todavía le dolía recordar.
—Laura me preguntó: “¿Estás dispuesto a proteger lo que tengamos aunque eso signifique que, para el mundo, yo no exista?”. Y yo, que era joven y muy torpe, no supe contestar como debía.
El día que se alejaron sin querer
No fue una pelea. No hubo gritos, ni puertas azotadas. Hubo, según él, una suma de silencios.
—Empecé a viajar más —relató—. A estar menos en los sets donde nos conocimos. Cada proyecto nuevo me llevaba más lejos. Ella me decía que estaba orgullosa, que me admiraba, pero yo sabía que cada malentendido pequeño crecía mucho más por la distancia.
Una mañana, después de una serie de días acumulados de no verse, se encontraron en un pasillo del foro. Él iba apurado, ella también. Hablaron poco. Demasiado poco.
—Me dijo: “No quiero que esto se vuelva una historia que sólo existe entre llamadas perdidas”. Y yo, con guion en mano, con prisa, con la mente en mil cosas, sólo atiné a decirle: “Luego lo hablamos con calma”.
Ese “luego” nunca llegó como ellos esperaban.
Al poco tiempo, a ella le ofrecieron irse a trabajar a otra ciudad, en un proyecto lejos de la pantalla pero importante para su carrera. Él, enfrascado en compromisos, no dimensionó cuánto podía significar esa distancia.
—Se fue sin drama —contó—. Sin escena final. Sólo me dejó una nota: “No quiero dejar de ser quien soy. Te quiero demasiado como para convertirme en una sombra tuya”.
Los años, los éxitos… y la ausencia
Pasaron los años. Juan Ferrara siguió trabajando, acumulando títulos, personajes, reconocimientos. Llegaron otras relaciones, algunas públicas, otras discretas. Pero, tal como él lo dijo, ninguna ocupó el mismo espacio interno que Laura.
—No es que no haya amado después —aclaró—. Sería injusto decir eso. Pero ella fue… la base. Esa vara con la que, sin querer, medí muchas cosas.
La entrevistadora le preguntó si se arrepentía de algo en concreto.
—Me arrepiento de no haberme detenido —respondió—. De no haber dejado un guion en la mesa, una grabación pendiente, un viaje aplazado para sentarme con ella y decirle: “Vamos a encontrar la manera, aunque sea distinta a la que imaginamos”.
Con el tiempo, supo que Laura había construido su propia vida lejos de los reflectores: un trabajo estable, amigos, una existencia tranquila. Nunca buscó acercarse a los medios, nunca utilizó su historia para hacerse notar.
—Una vez —contó— me dijeron que la habían visto en un aeropuerto, con una maleta pequeña y una sonrisa enorme, como quien va a un lugar que eligió. Y pensé: “Qué bueno. Qué bueno que es feliz, aunque no sea conmigo”.
El reencuentro que nadie supo
Lo que nadie conocía, y que él decidió contar por primera vez en esa entrevista, fue que el capítulo con Laura no terminó ahí.
—La vida, que tiene un sentido del humor muy raro, hizo que nos reencontráramos muchos años después —reveló—. Ya no éramos los mismos. Yo tenía más canas, ella más serenidad.
Se vieron en un evento pequeño, lejos del ruido. Él fue invitado a una lectura íntima, y ella formaba parte del equipo que organizaba el espacio.
—La reconocí de espaldas —dijo—. No sé cómo explicarlo. Hay presencias que el tiempo no borra.
Cuando se giró y lo vio, hubo unos segundos de sorpresa, de risa nerviosa, de recuerdos atropellándose. No se abrazaron de inmediato. Primero, se miraron, como si estuvieran revisando quiénes eran ahora.
—No hablamos del pasado en ese momento —contó—. Hablamos del presente. Me contó que estaba bien, que había tenido momentos difíciles pero también cosas hermosas. Yo le conté lo mismo.
Aquel reencuentro no fue el inicio de una segunda parte romántica. No hubo promesas, ni planes, ni declaraciones. Pero sí hubo algo que él valoró como uno de los regalos más grandes de su vida.
—Me dijo: “No te guardé rencor. Éramos jóvenes. Teníamos miedo”. Y con eso, me quitó un peso que llevaba años cargando.
Entonces, ¿por qué decir su nombre ahora?
La entrevistadora, con la voz un poco quebrada, se atrevió a la pregunta inevitable:
—Si esta historia es tan tuya… ¿por qué decidiste decir su nombre ahora, a los 83?
Juan respiró hondo. Miró a la cámara, pero en realidad parecía estar mirando mucho más lejos.
—Porque si algo aprendí con el tiempo —respondió—, es que el silencio también pesa. Durante años, cuando me preguntaban por “el gran amor de mi vida”, yo sonreía y dejaba la respuesta en el aire. Hoy ya no quiero dejarla en el aire. Quiero que quede claro que, en medio de todo lo que viví, hubo una mujer que me marcó para siempre, aunque nuestra historia no terminara con un final de novela.
No buscaba convertir a Laura en personaje público, ni despertar curiosidad invasiva. Lo dejó claro:
—No estoy diciendo esto para que la busquen, ni para que la persigan, ni para que se hable de ella. Lo digo porque se lo debía. Porque si alguna vez vuelve a escuchar mi nombre, quiero que sepa que no fue una nota al margen. Que lo que vivimos sí tuvo el peso que ella creyó que tenía.
La reacción en el foro
Mientras él hablaba, la cámara hizo un recorrido breve por el equipo del programa: técnicos con la mirada fija, asistentes con los ojos vidriosos, la entrevistadora tratando de mantener la compostura profesional.
No era un escándalo. No era una revelación de traición ni de drama oculto. Era algo más silencioso: un hombre mayor poniendo en palabras lo que muchas personas se callan por orgullo, por miedo o por costumbre.
—Si pudiera regresar —admitió—, no para cambiarlo todo, sino para hacer una cosa distinta, sería esa: me sentaría con Laura a hablar de frente, sin prisas. Sin decir “luego”. El “luego” es el truco más cruel del tiempo.
La frase quedó flotando. En el estudio, nadie se atrevió a romper el momento con música o corte repentino.
El mensaje para quienes escuchaban del otro lado
Al final de la entrevista, la conductora le dio a Juan la oportunidad de cerrar con un mensaje. Podría haber hablado de su carrera, de sus personajes, de los homenajes. Prefirió algo distinto.
—Si algo quiero dejar hoy —dijo—, es esto: no esperen a tener 83 años para decir a quién amaron de verdad. No dejen que el trabajo, el miedo o el qué dirán les roben la oportunidad de sentarse con esa persona y decirle: “Contigo fui distinto, contigo aprendí algo que no se repite”.
Hizo una pausa y añadió, casi en susurro:
—Y si esa persona ya no está, al menos díganlo en voz alta. Háganle un lugar en su historia. Porque el tiempo pasa, pero lo que uno calla se queda en la garganta.
Las luces se atenuaron. La entrevista terminó sin música estridente, sin aplausos forzados. Sólo con un silencio respetuoso, de esos que dicen más que cualquier ovación.
Después de la confesión
Horas después de la transmisión, las redes se llenaron de mensajes. Algunos se centraron en el nombre de Laura, otros en la valentía de hablar así a esa edad, otros compartieron sus propias historias de amores que se quedaron a mitad del camino.
Sin proponérselo, Juan Ferrara había abierto una conversación mucho más grande que su propia vida: la de los amores que no terminan como cuento perfecto, pero que se quedan grabados como la referencia de todo lo demás.
En algún lugar, lejos de cámaras, tal vez alguien escuchó su nombre en voz de él después de tantos años. Tal vez sonrió. Tal vez cambió de canal. O tal vez simplemente pensó: “Por fin lo dijo”.
Lo cierto es que, esa noche, en un estudio de televisión cualquiera, un hombre de 83 años decidió hacer algo que pocos se atreven a hacer a cualquier edad: reconocer, sin vanidad y sin guion, quién fue el amor que marcó toda su vida.
Y al hacerlo, dejó claro que la verdadera sorpresa no es que todavía pueda revelar algo nuevo…
sino que, incluso después de tanto tiempo, un solo nombre pueda seguir iluminando la memoria como si fuera la primera vez.
