EL CASO QUE CONGELÓ A PERÚ: BODA, LUNA DE MIEL Y UNA DESAPARICIÓN INEXPLICABLE

El caso que marcó al Perú: boda, luna de miel y una desaparición inexplicable. 4 días, solo 4ro días, duró la felicidad de una pareja que había prometido amarse para siempre. En algún punto, entre el último brindis de su boda y el silencio absoluto que siguió, una mujer desapareció sin dejar rastro, sin gritos, sin sangre, sin despedidas, como si la tierra se la hubiera tragado.

Este es el caso que mantiene al Perú en vilo, donde cada respuesta genera más preguntas. y donde la verdad permanece enterrada bajo capas de contradicciones, silencios sospechosos y una investigación que falló desde el primer día.El distrito de Miraflores en Lima, despertó aquella mañana de sábado con el cielo cubierto por la típica garúa invernal que caracteriza a la capital peruana. Era mediados de julio de 2019 y la humedad impregnaba las calles, mientras los preparativos finales se llevaban a cabo en el salón Los Jardines de San Isidro, uno de los lugares más elegantes para celebraciones en la ciudad.

Daniela Solís Ramírez había soñado con este día desde que era niña. A sus años profesora de educación inicial en el colegio María Reina del distrito de Jesús María. Finalmente contraería matrimonio con Roberto Chávez Mendoza, ingeniero civil de 32 años, que trabajaba para una constructora importante en proyectos de infraestructura vial.

Se habían conocido 3 años atrás en una fiesta de cumpleaños de un amigo en común en el Malecón de Barranco. Y desde entonces habían construido una relación que, al menos en apariencia, parecía sólida. La ceremonia estaba programada para las 5 de la tarde. Daniela se preparaba en la casa de sus padres, ubicada en una tranquila calle del distrito de Pueblo Libre, acompañada de su madre, Elena, sus dos hermanas menores, Patricia y Sofía, y tres amigas íntimas de la universidad.

El vestido, un diseño de encaje blanco con escote en un B y una cola de 2 m había sido confeccionado por una modista de la Victoria que había trabajado durante 3 meses en cada detalle. La niela estaba radiante esa mañana. Recordaría más tarde su hermana Patricia, estudiante de comunicaciones de 23 años.

Desayunamos juntas pan con chicharrón y café, como siempre hacíamos los sábados. Estaba nerviosa, por supuesto, pero feliz. Me habló de los planes que tenían para la luna de miel en Máncora, de cómo querían construir una casa en algún momento de los niños que esperaban tener. Era la Dani de siempre, soñadora, detallista, organizada hasta el último minuto.

Mientras tanto, Roberto se preparaba en el departamento que compartía con un amigo en San Miguel, a pocos kilómetros de distancia. Según testimonios de sus conocidos, parecía tranquilo, aunque algo distraído. Su padrino de bodas, Carlos Vega, ingeniero que había estudiado con él en la Universidad Nacional de Ingeniería, llegó cerca del mediodía para ayudarlo con los últimos preparativos.

“Roberto estaba bien, normal”, declararía Carlos semanas después nos tomamos unas cervezas cristal mientras nos vestíamos. bromeamos sobre el matrimonio, sobre cómo iba a cambiar su vida. No noté nada extraño en él. Tal vez estaba un poco callado, pero pensé que eran nervios típicos del novio. El salón Los Jardines de San Isidro comenzó a recibir invitados alrededor de las 4:30 de la tarde.

La decoración era elegante, pero sin excesos. Flores blancas y rosadas, luces tenues, manteles color marfil. 150 personas estaban invitadas entre familiares, amigos y compañeros de trabajo de ambos. La familia de Daniela, oriunda de Huancayo, había especialmente para la ocasión, llenando el salón con el acento característico del Valle del Mantaro y el calor de las familias andinas que se reúnen para celebrar.

La ceremonia civil fue breve, pero emotiva. El juez de paz, un hombre mayor de cabello cano y lentes gruesos, condujo el protocolo con la seriedad que ameritaba el momento. Cuando llegó el turno de los votos, Daniela tomó las manos de Roberto, sus ojos castaños brillando con lágrimas contenidas. “Roberto, desde que te conocí supe que eras diferente.

” dijo con voz temblorosa, pero clara. Eres mi compañero, mi mejor amigo, mi amor. Prometo estar contigo en las buenas y en las malas, apoyarte en tus sueños y construir junto a ti la familia que siempre hemos deseado. Te amo hoy y te amaré siempre. Roberto, vestido con un traje gris oscuro de corte moderno, respondió con palabras que muchos recordarían después con un sabor amargo.

Daniela, eres la mujer más especial que he conocido. Prometo cuidarte. protegerte y hacerte feliz todos los días de mi vida. Eres mi presente y mi futuro. Los anillos fueron intercambiados, el juez los declarómarido y mujer, y el salón estalló en aplausos. Las madres de ambos lloraban emocionadas, los amigos vitoreaban.

Las hermanas de Daniela grababan cada segundo con sus teléfonos celulares. Todo parecía perfecto. La recepción continuó con un brindis de pisco sour, el cóctel emblemático peruano, seguido de una cena que incluía causa limeña como entrada, lomo saltado y ají de gallina como platos principales y suspiro limeño de postre.

Un DJ animaba la velada con música variada, salsa, cumbia, reggaetón y las baladas románticas que Daniela había seleccionado personalmente semanas atrás. Los novios abrieron la pista con Estoy enamorado de Donato y Stefano, bailando abrazados mientras los invitados formaban un círculo a su alrededor, algunos con los ojos húmedos, otros con sonrisas amplias.

Luego se sumaron los padres, los padrinos y finalmente todos los presentes. La fiesta se extendió hasta pasada la medianoche. Fue una boda hermosa diría después Rosa Mendoza, madre de Roberto, una mujer de 58 años que trabajaba como contadora en una empresa textil de Gamarra. Mi hijo se veía feliz. Daniela era encantadora.

Bailamos, reímos, compartimos. Nunca imaginé que sería una de las últimas veces que vería a mi nuera. Cerca de la 1 de la madrugada, los novios se despidieron de los invitados. Daniela lanzó el ramo que fue atrapado por su prima Sandra entre gritos de emoción. Roberto arrojó la liga capturada por su amigo de la infancia, Javier.

Las últimas fotos los muestran saliendo del salón tomados de la mano. Ella con el vestido recogido para caminar más fácilmente, él con la corbata aflojada y una sonrisa cansada. Habían planeado pasar esa noche en un hotel en Miraflores, el hotel Costa del Sol, antes de partir al día siguiente hacia Máncora, el balneario norteño, ubicado en la región de Piura, a más de 1000 km de Lima, famoso por sus playas de arena blanca.

sus olas perfectas para el surf y su ambiente relajado que atrae tanto a nacionales como a extranjeros. El registro del hotel muestra que llegaron a las 2 de la madrugada. El recepcionista de turno, un joven llamado Andrés Flores, recordaría después que parecían cansados pero contentos. Él cargó las maletas. Ella llevaba una bolsa pequeña.

Bromearon sobre lo agotador que había sido el día. subieron a la habitación 407 y yo no los volví a ver hasta el día siguiente cuando hicieron el checkout cerca del mediodía. Nadie podía imaginar entonces que aquella noche de celebración era el prólogo de una pesadilla que mantendría al país entero en suspenso. El domingo por la mañana, Daniela publicó en su cuenta de Instagram una foto del ramo de novia sobre la cama del hotel con el caption: “Señora de Chávez, oficialmente rumbo al paraíso con mi amor.

Recién casados, no Máncora, luna de miel.” La publicación obtuvo 347 likes y docenas de comentarios de felicitación. Sería su última actualización en redes sociales. A las 12:30 del mediodía, la pareja abandonó el hotel y tomó un taxi hacia el terminal Plaza Norte en el distrito de Independencia, donde abordarían un bus de la empresa Cruz del Sur con destino a Piura.

El viaje duraría aproximadamente 14 horas con una breve parada en Trujillo para que los pasajeros pudieran cenar y estirar las piernas. Elena, la madre de Daniela, recibió un mensaje de WhatsApp de su hija a las 2 de la tarde. Mami, ya estamos en el bus. Fue un día perfecto. Te amo mucho. Te escribo cuando lleguemos.

Junto al texto, un emoji de corazón rojo y otro de una carita feliz. El bus partió puntualmente a las 2:30 de la tarde. Las cámaras de seguridad del terminal los captaron abordando juntos. Ella con una mochila rosada y un sombrero de paja, él con una maleta mediana y una bolsa deportiva. Parecían como cualquier pareja de recién casados, iniciando su luna de miel, ilusionados, cansados del ajetreo de la boda, pero felices de finalmente estar solos.

Durante el trayecto, Daniela envió algunos mensajes esporádicos a su grupo de WhatsApp familiar llamado Familia Solís. A las 6 de la tarde escribió, “Ya pasamos guacho, todo bien.” A las 9:30 de la noche durante la parada en Trujillo, cenando un ceviche riquísimo en la parada. Roberto dice que saludos a todos.

Y finalmente, poco antes de la medianoche, “Ya casi llegamos. Estoy cansadísima, pero feliz. Los amo. Esos mensajes serían las últimas comunicaciones confirmadas de Daniela Solís con su familia. El lunes 15 de julio por la mañana, el bus llegó a Piura alrededor de las 5 de la madrugada. Desde allí, la pareja debía tomar un taxi colectivo o un auto particular para recorrer los aproximadamente 30 km que separaban la ciudad de Piura del balneario de Máncora.

Según registros posteriores, abordaron un taxi compartido operado por un conductor local llamado Teodoro Camps, quien los dejó en el centro de Máncora cerca de las 7 de la mañana. Habían reservado una cabaña en elcomplejo turístico Las Olas del Norte, un lugar modesto pero cómodo, ubicado a dos cuadras de la playa principal con seis cabañas de madera rodeadas de palmeras y jardines tropicales.

La dueña del lugar, Mercedes Fiestas, una mujer de 62 años que había administrado el negocio durante 20 años, los recibió personalmente. Llegaron temprano como a las 7:15, recordaría Mercedes. Estaban cansados del viaje. Ella especialmente se veía agotada. Les di la cabaña número tres, la más alejada del camino principal, más privada.

Me dijeron que iban a descansar primero y luego ir a la playa. Me pareció una pareja normal. Él era callado, ella más conversadora y alegre. La cabaña tenía una habitación con cama matrimonial, un pequeño baño, una terraza con hamaca y vista parcial al mar. Sencilla acogedora. exactamente lo que habían buscado para su luna de miel, un lugar tranquilo, alejado del bullicio de Lima, donde pudieran reconectarse y disfrutar de su nueva vida como esposos.

El Sol de Máncora tiene una cualidad particular que los visitantes frecuentes conocen bien. Es intenso, implacable, pero de alguna manera reconfortante. Broncea la piel, calienta el alma y hace que incluso las preocupaciones más profundas parezcan evaporarse bajo su luz. dorada. Para los recién casados que llegaban a este pequeño paraíso costero del norte peruano, era el escenario perfecto para comenzar una vida juntos.

Daniela y Roberto pasaron su primera mañana como muchos turistas lo hacen, durmiendo hasta tarde, recuperándose del viaje nocturno. Según el testimonio de Mercedes Fiestas, la dueña de las olas del norte no los vio salir de la cabaña hasta cerca del mediodía del lunes 15 de julio.

Salieron como a las 12, contaría Mercedes. Daniela llevaba un vestido playero blanco con flores amarillas, sandalias y ese sombrero de paja que traía desde Lima. Él usaba una camiseta gris, bermudas y lentes de sol. Me preguntaron dónde podían almorzar algo rico y les recomendé el restaurante El Coral, a tres cuadras de aquí que tiene excelente pescado fresco.

Me dijeron gracias y se fueron caminando hacia la playa. Máncora en julio es temporada alta. Miles de turistas, la mayoría limeños escapando del frío y la gris humedad capitalina, invaden el pequeño balneario buscando sol, playa y diversión. Las calles se llenan de vendedores ambulantes ofreciendo artesanías, sumo de coco fresco, ceviche preparado en el momento.

Los restaurantes colocan mesas en las veredas. Los bares playeros comienzan a sonar música desde temprano, preparándose para las fiestas nocturnas que caracterizan al lugar. El restaurante El Coral, ubicado frente al mar, con mesas de madera desgastada por la sal y el sol, efectivamente recibió a la pareja aquel mediodía. La mesera de turno, una joven de 21 años llamada Maritza Córdoba, los atendió personalmente.

Recuerdo perfectamente a esa pareja. declararía Maritza semanas después, cuando los investigadores comenzaron a reconstruir los movimientos de Daniela. Pedieron un ceviche mixto para compartir chicha morada y arroz con mariscos. Ella era muy amable, conversadora. Me contó que acababan de casarse, que era su luna de miel.

Él era más serio, casi no hablaba. Ella tomaba fotos de todo, de la comida, del mar, de ellos dos juntos. Parecían contentos, aunque él se veía un poco distante, como pensando en otra cosa. Esas fotografías que Daniela tomó aquel primer día en Máncora nunca fueron publicadas en sus redes sociales. Se encontrarían después en su teléfono celular que Roberto entregaría a las autoridades mostrando una serie de selfies de la pareja en el restaurante, imágenes del plato de cebiche del atardecer sobre el mar.

En ninguna de ellas, Roberto sonríe abiertamente. Su expresión es neutra, casi tensa. Después del almuerzo, según testimonios de otros turistas que estuvieron en la playa principal ese día, Daniela y Roberto pasaron la tarde en la arena. alquilaron dos reposeras y una sombrilla a un vendedor local por 20 soles.

Daniela se aplicó bloqueador solar meticulosamente, un hábito que su hermana Patricia confirmaría como característico de ella. Dani era muy cuidadosa con su piel. Siempre llevaba bloqueador factor 50, se lo aplicaba cada dos horas. era casi obsesiva con eso. Un fotógrafo playero, Juan Carlos Sánchez, de 36 años, que llevaba 15 años trabajando en las playas de Máncora, capturando momentos de turistas, los abordó cerca de las 3 de la tarde ofreciendo sus servicios.

“Les ofrecí tomarles fotos como recién casados”, recordaría Juan Carlos. La chica aceptó emocionada de inmediato, pero el esposo parecía reacio. Finalmente aceptó, pero se notaba incómodo. Les tomé como 10 fotos, ellos abrazados con el mar de fondo, ella sola en la orilla, él cargándola en brazos, las típicas fotos de luna de miel.

Ella estaba radiante, sonreía naturalmente. Él forzaba la sonrisa como si prefiriera estar en otro lugar. Me pagaron 50 solespor las fotos impresas. y otras 50 por enviarles las digitales a su WhatsApp. Esas fotografías circularían después por medios de comunicación en todo el Perú, analizadas fotograma por fotograma por expertos en lenguaje corporal, por periodistas buscando pistas, por ciudadanos comunes convertidos en detectives amateur.

En ellas, Daniela aparece genuinamente feliz, sus ojos brillando con la luz del sol, su sonrisa amplia y natural. Roberto, en cambio, muestra lo que algunos expertos describirían después como una sonrisa que no alcanza los ojos, una expresión de obligación más que de alegría. La noche del lunes la pasaron en la cabaña, según confirmó Mercedes.

No los vi salir en la noche. Supuse que estaban descansando o disfrutando de su privacidad, como hacen los recién casados. El martes 16 de julio comenzó con cielo despejado y temperatura cálida. Daniela envió un mensaje a su madre a las 9 de la mañana. Buenos días, mami. Máncora es hermoso. Ayer estuvimos en la playa todo el día.

Hoy vamos a ir a las positas. Te mando fotos después. Besos. Junto al mensaje, tres emojis, un sol, una palmera y un corazón. Las Positas es una playa ubicada a unos kilómetros al sur de Máncora, famosa por sus formaciones rocosas que crean piscinas naturales cuando baja la marea. Es considerada una de las playas más hermosas de la zona norte peruana, menos concurrida que la playa principal de Máncora, ideal para parejas que buscan tranquilidad.

Según registros posteriores de conductores de mototaxis, forma de transporte común en la zona, Roberto y Daniela tomaron uno cerca de las 10 de la mañana. El conductor Esteban Purisaka, un hombre de 43 años que llevaba 20 años transportando turistas, los llevó hasta las positas. “Lo recogí en el centro de Máncora”, declararía Esteban.

La señora iba hablando todo el camino, preguntando sobre la zona, sobre qué lugares visitar, si había restaurantes buenos en las pocitas. El esposo iba callado mirando por la ventana. Le dije que en las positas hay un restaurante excelente llamado El jardín, que tienen langostinos frescos. Ella anotó el nombre en su celular.

Los dejé en la entrada de la playa, me pagaron 15 soles y me pidieron mi número por si necesitaban que los recogiera después. Les dije que sin problema, que los esperaba, pero nunca lo llamaron de regreso. En las positas, la pareja fue vista por varios testigos durante el transcurso del día. Una familia de Arequipa, los Gutiérrez, que estaban de vacaciones con sus tres hijos pequeños, los recuerda claramente.

Estaban en las piscinas naturales, contaría después Carla Gutiérrez, madre de familia de 34 años. La chica jugaba en el agua, se metía en las pocitas, llamaba a su esposo para que la acompañara. Él estaba sentado en una roca con el celular en la mano. Parecía que estaba escribiendo mensajes o revisando algo. Ella le insistía, le decía, “Amor, ven, el agua está linda.

” Pero él apenas le hacía caso. En un momento ella se acercó y discutieron brevemente. No escuché qué decían, pero ella parecía molesta. Después él se metió al agua unos minutos, pero se notaba que lo hacía de mala gana. Otro testigo, Ramiro Castillo, un surfista local de 28 años que frecuenta las positas diariamente, también los vio ese día.

Yo estaba surfeando cerca de las rocas cuando los vi. llamaron mi atención porque ella estaba muy animada, tomando fotos, riendo y él parecía ausente, como si mentalmente estuviera en otro lado. Es algo que he visto miles de veces, parejas donde uno quiere disfrutar y el otro está como obligado a estar ahí, pero asumí que eran problemas normales de pareja, diferencias de ánimo.

Nunca imaginé que después los vería en las noticias. Almorzaron en el restaurante El jardín que el mototaxista les había recomendado. La dueña del lugar, Carmen Ruiz, una señora de 55 años que había nacido y crecido en Máncora, los atendió personalmente. Pedieron langostinos aljillo, arroz blanco y ensalada, recordaría Carmen.

Ella comió con apetito. Hablaba de lo rico que estaba todo. Él apenas probó la comida. Yo le pregunté si algo estaba mal con el plato, si necesitaba que le cambiara algo y él me dijo que no, que estaba bien, pero que no tenía mucha hambre. Ella lo miró como con preocupación, como diciendo, “¿Qué te pasa?” Pero no insistió.

Pagaron la cuenta y se fueron caminando por la playa. regresaron a Máncora en otro mototaxi diferente al de la mañana, cerca de las 5 de la tarde. Esta vez el conductor fue Miguel Ángel Torres, quien los recuerda porque iban en completo silencio. No hablaron en todo el trayecto, ni entre ellos ni conmigo. Ella miraba por la ventana, él también.

Parecían como dos extraños compartiendo un taxi, no una pareja de recién casados. La noche del martes es donde comienzan las primeras inconsistencias significativas. Según Roberto declararía, después cenaron en la cabaña con comida que habían comprado en unabodega cercana, pan, queso, jamón y bebidas. Sin embargo, el dueño de la única bodega importante del área a dos cuadras de las olas del norte, un señor llamado Pedro Sánchez, no los recuerda haber atendido ese día ni ningún otro.

Yo estoy en mi negocio desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche todos los días, afirmaría Pedro. Conozco a la mayoría de los turistas que se hospedan por acá porque todos vienen a comprar algo en algún momento. No recuerdo haber visto a esa pareja en mi bodega y si hubieran venido, los recordaría porque después vi sus fotos en las noticias y definitivamente nunca los atendí.

Mercedes, la dueña de las olas del norte, tampoco los vio esa noche. Después de las 7 de la tarde, yo ya no estoy muy pendiente de las cabañas. Mis huéspedes tienen sus llaves, entran y salen cuando quieren, pero no escuché voces ni música ni nada de la cabaña tres esa noche. Estaba todo silencioso. El miércoles 17 de julio, el tercer día de la luna de miel, presenta aún más vacíos difíciles de explicar.

Daniela no envió ningún mensaje a su familia durante todo el día, algo que su madre Elena encontraría extraño semanas después. Daniela era de escribirme todos los días, aunque fuera un buenos días, mami, o un emoji. Que pasara un día entero sin escribir no era normal en ella. Ese día tampoco hay testigos confirmados que los hayan visto juntos en ningún lugar público de Máncora.

No fueron a restaurantes conocidos, no fueron vistos en la playa principal, no contrataron actividades turísticas. Es como si hubieran desaparecido por 24 horas, encerrados en la cabaña o según algunas teorías posteriores, tal vez ya no estuvieran juntos. El jueves 18 de julio es el día crucial, el último día documentado de la luna de miel y probablemente el último día en que Daniela Solís estuvo con vida.

Según Roberto contaría después a las autoridades, ese día desayunaron tarde, cerca de las 11 de la mañana. en un café del centro llamado El amanecer. El dueño del lugar, sin embargo, un hombre llamado Tomás Valdés, no pudo confirmar haberlos atendido. Atiendo a muchas personas cada día en temporada alta. A menos que alguien se comporte de manera extraña o cause algún problema, es difícil recordar caras específicas.

Cuando me mostraron las fotos, no pude confirmar que hubieran estado aquí. Lo que sí está documentado es una llamada telefónica que Roberto hizo a su madre Rosa Mendoza, a las 2:15 de la tarde de ese jueves. El registro de llamadas lo confirma. Duró 3 minutos y 40 segundos. Rosa recordaría esa conversación con claridad dolorosa.

Roberto me llamó y me dijo que todo estaba bien, que Máncora era bonito, pero que Daniela estaba un poco cansada, que tal vez habían exagerado con las actividades. Contaría Rosa meses después con los ojos húmedos. Le pregunté si podía hablar con Daniela para saludarla y él me dijo que estaba dormida, que había tomado una siesta porque le dolía la cabeza por el sol. Me pareció normal.

Le dije que la cuidara, que se pusiera bloqueador las cosas típicas que una madre dice. Él me dijo que sí, que no me preocupara, que me amaba y que me llamaba después. Fue la última vez que hablé con mi hijo antes de que todo cambiara. Cerca de las 4 de la tarde de ese jueves, una testigo clave reportaría después haber visto algo que no encaja con la versión oficial.

Lucía Peralta, una turista de Cuzco de 31 años que estaba de vacaciones con su novio en Máncora, declararía haber visto a una mujer que coincidía con la descripción de Daniela caminando sola por la playa principal llorando. “Era alrededor de las 4 de la tarde”, diría Lucía. Yo estaba sentada en la arena leyendo un libro cuando vi pasar a una chica joven delgada, con cabello oscuro hasta los hombros, vestida con un vestido playero claro.

Estaba llorando, se limpiaba las lágrimas con las manos, caminaba sola mirando al mar. Me llamó la atención porque se veía muy triste fuera de lugar entre tantos turistas felices. Pensé en acercarme a preguntarle si estaba bien, pero mi novio me dijo que tal vez quería estar sola, que no me metiera. Ahora me arrepiento de no haberle hablado.

Cuando vi las noticias semanas después, estoy casi segura de que era ella. Este testimonio nunca pudo ser verificado completamente. Las cámaras de seguridad en esa zona de la playa son escasas y las que existen tienen ángulos limitados. Ninguna otra persona reportó haber visto a Daniela sola ese día. Roberto negaría rotundamente que Daniela hubiera salido sola de la cabaña en ningún momento.

La noche del jueves es donde todo se vuelve definitivamente confuso y contradictorio. Según la versión de Roberto presentada posteriormente a las autoridades, esa noche cenaron nuevamente en la cabaña, vieron una película en su laptop y se fueron a dormir cerca de las 11 de la noche. Todo normal, una noche tranquila de luna de miel.

Sin embargo, un vecinode las cabañas adyacentes, un turista de Lima llamado Fernando Salas, que se hospedaba con su esposa en la cabaña número cinco, reportaría después haber escuchado voces elevadas provenientes de la cabaña 3 alrededor de la medianoche. Eran como las 12, 12:30 de la noche, declararía Fernando. Mi esposa y yo ya estábamos acostados cuando empezamos a escuchar voces.

Al principio pensamos que era una pareja discutiendo en la calle, pero después nos dimos cuenta de que venían de la cabaña de al lado. Era un hombre y una mujer. No podíamos distinguir las palabras exactas, pero el tono era de discusión. Ella parecía estar llorando o hablando con voz angustiada. Él hablaba más fuerte como enojado. Duró tal vez 15, 20 minutos.

Después se hizo silencio. En ese momento no le dimos mucha importancia. Asumimos que era una pelea de pareja normal. Pero cuando supimos lo que pasó después, ese recuerdo me persigue. Mercedes, la dueña del complejo, estaba dormida en su casa, ubicada al otro extremo del terreno y no escuchó nada.

No hay más testigos de lo que pudo haber ocurrido esa noche en la cabaña número tres. El viernes 19 de julio amaneció nublado en Máncora con la garúa característica de la temporada. Este era supuestamente el último día de la luna de miel. La pareja tenía planeado regresar a Lima el sábado por la mañana, pero esa mañana del viernes, Daniela Solís Ramírez ya no estaba.

El viernes 19 de julio a las 10:30 de la mañana, Elena Ramírez, madre de Daniela, tomó su teléfono celular en su casa de pueblo libre y marcó el número de su hija por quinta vez consecutiva. Las cuatro llamadas anteriores habían ido directamente al buzón de voz, como si el teléfono estuviera apagado o sin señal.

Esta quinta llamada tendría el mismo resultado, el tono de marcación y luego la voz automatizada. El número que usted marcó no está disponible en este momento. Elena sintió un nudo en el estómago. Conocía a su hija mejor que nadie. Sabía sus rutinas, sus hábitos, su forma de ser. Y Daniela jamás dejaba su teléfono apagado por tanto tiempo, mucho menos sin avisar.

Había intentado contactarla desde el jueves por la noche sin éxito y ahora, con más de 12 horas sin comunicación, la preocupación se estaba transformando en algo parecido al pánico. “Llamé a Roberto”, recordaría Elena con voz quebrada. Pensé que tal vez Daniela había olvidado cargar su teléfono o que se había quedado sin batería.

Pensé en mil explicaciones lógicas antes de permitirme pensar en algo malo, porque una madre siempre se aferra a la esperanza. Roberto contestó al tercer tono. Su voz, según Elena, lo describió después, sonaba extraña, calmada, demasiado calmada, como si estuviera leyendo un guion. Hola, señora Elena.

Roberto, hijo, buenos días. ¿Cómo están? He estado tratando de comunicarme con Daniela desde ayer y su teléfono está apagado. ¿Está todo bien? Hubo una pausa breve pero significativa. Elena la recordaría después como el silencio más largo y más terrible de mi vida, porque en ese silencio supe que algo andaba mal.

Señora Elena, Daniela no está conmigo. ¿Cómo que no está contigo? ¿Dónde está? No sé. Se fue. ¿Qué quieres decir con que se fue? ¿A dónde? ¿Cuándo? ¿Qué pasó? Roberto. Otra pausa, esta vez más larga. Al fondo, Elena podía escuchar el sonido del viento, el mar. Roberto estaba afuera, no en la cabaña. Tuvimos una discusión anoche.

Ella se molestó mucho y salió de la cabaña. Pensé que iba a regresar, que solo necesitaba calmarse, tomar aire, pero no volvió. He estado buscándola toda la mañana. No la encuentro por ningún lado. El mundo de Elena se detuvo en ese momento. Su corazón comenzó a latir con tanta fuerza que podía escucharlo en sus oídos.

Sus manos temblaban sosteniendo el teléfono. ¿Cómo que salió? ¿A qué hora? ¿Por qué no me llamaste inmediatamente? ¿Ya fuiste a la policía? Roberto, tienes que ir a la policía. Tranquila, señora Elena. Estoy seguro de que está bien. Probablemente se fue a caminar a la playa. y perdió la noción del tiempo. O tal vez tomó un bus de regreso a Lima porque estaba enojada.

Ya sabe cómo es Daniela cuando se molesta. Esa frase en particular resonaría después en la mente de Elena como una campana de alarma. Ya sabe cómo es Daniela cuando se molesta, como si estuviera culpando a su hija, como si su desaparición fuera un berrinche de niña y no una emergencia real. Roberto, escúchame bien.

Daniela nunca, nunca dejaría su teléfono apagado. Nunca me dejaría preocupada sin avisarme. Si se hubiera ido a Lima enojada, me habría llamado. Algo está mal. Tienes que ir a la policía ahora. Sí, señora Elena. Voy a ir ahora mismo. La llamo en cuanto sepa algo. Pero no llamó. Pasaron 2 horas, 3 horas, 4 horas sin noticias. Elena llamó de vuelta repetidamente.

Algunas veces Roberto contestaba con respuestas vagas. Estoy en la comisaría,me están tomando la denuncia. Estoy hablando con gente en la playa, preguntando si alguien la vio. No se preocupe, la vamos a encontrar. Otras veces no contestaba en absoluto. A las 3 de la tarde del viernes, Elena tomó una decisión.

llamó a su esposo Jorge Solís, quien estaba trabajando en una empresa de transportes en el centro de Lima, y le dijo tres palabras que cambiarían sus vidas para siempre. Daniela ha desaparecido. Dos horas después, Elena y Jorge estaban en un bus interprovincial con destino a Piura, junto con sus dos hijas menores, Patricia y Sofía.

El viaje de 14 horas se sentiría interminable. Elena pasó cada minuto rezando, llorando en silencio, aferrándose a la esperanza de que todo fuera un malentendido, que al llegar a Máncora encontrarían a Daniela sana y salva. Tal vez molesta con Roberto por alguna tontería, pero viva y bien. Mientras la familia Solís viajaba hacia el norte, Roberto permanecía en Máncora con una versión de los hechos que comenzaba a mostrar inconsistencias.

Según su declaración oficial presentada en la comisaría de Máncora, el viernes 19 de julio a las 11 de la mañana, aproximadamente 30 minutos después de su conversación telefónica con Elena, esta era su versión. La noche del jueves 18 de julio, alrededor de las 11 de la noche, tuve una discusión con mi esposa Daniela Solís.

La discusión fue por un tema personal relacionado con mi trabajo. Ella quería que yo dejara mi empleo actual porque implicaba muchos viajes fuera de Lima y yo le expliqué que no era el momento adecuado para renunciar. La discusión subió de tono. Daniela estaba muy alterada. Alrededor de las 11:45 de la noche, ella tomó su mochila, su celular y su billetera y salió de la cabaña diciendo que necesitaba estar sola.

Le dije que no saliera tan tarde, que no era seguro, pero no me hizo caso. Pensé que iba a caminar un rato por el complejo y volvería. Me quedé dormido esperándola. Cuando desperté a las 6 de la mañana del viernes, me di cuenta de que no había regresado. Busqué por todo el complejo. Pregunté a la dueña si la había visto. Salí a las calles cercanas preguntando en negocios. Nadie la ha visto.

Por eso vine a poner la denuncia. El oficial de turno que recibió la denuncia, el suboficial de tercera David Guerrero, un policía de 42 años con 20 años de servicio, encontró varios elementos preocupantes en la declaración de Roberto. Primero, el hombre parecía demasiado tranquilo para alguien cuya esposa de apenas 4 días había desaparecido”, declararía el suboficial guerrero después.

No mostraba la desesperación típica que vemos en casos de personas desaparecidas. Estaba más bien, ¿cómo explicarlo? Contenido, nervioso, sí, pero no desesperado. Segundo, su historia tenía huecos. Una discusión por trabajo en plena luna de miel, una mujer que sale sola a medianoche en un lugar desconocido y su esposo simplemente se duerme esperándola.

No tenía sentido, pero en ese momento no podíamos hacer mucho más que tomar la denuncia e iniciar la búsqueda. El operativo de búsqueda inicial fue modesto. Mancorá es un pueblo pequeño con menos de 15,000 habitantes permanentes. Aunque esa cifra se multiplica en temporada alta con los turistas. El personal policial es limitado.

Dos patrulleros recorrieron las calles principales mostrando una foto de Daniela que Roberto había proporcionado. Se contactó a los hospitales y clínicas de la zona para preguntar si había ingresado alguna mujer con sus características. Se alertó a los conductores de mototaxis, taxis y buses interprovinciales. Se habló con comerciantes y dueños de hoteles.

Nadie había visto a Daniela Solís desde el jueves por la tarde. Mercedes Fiestas, cuando fue interrogada por la policía, proporcionó información que contrastaría con la versión de Roberto. Yo no escuché ninguna discusión fuerte esa noche del jueves y eso es raro porque las cabañas no tienen mucha aislación acústica.

Si hubiera habido gritos o una pelea fuerte, yo lo habría escuchado. Mi casa está a unos 30 m. Además, esa madrugada del viernes, yo me levanté al baño como a las 2 de la mañana y no vi luces prendidas en la cabaña 3, ni escuché movimiento. Todo estaba en silencio. Fernando Salas, el turista que se hospedaba en la cabaña 5co y que había reportado escuchar voces elevadas la noche del jueves, reafirmó su testimonio.

Definitivamente hubo una discusión. Duró entre 15 y 20 minutos, pero después se hizo silencio total. No escuché que nadie saliera, no escuché pasos ni puertas cerrándose fuerte, nada, solo silencio. Si la mujer realmente hubiera salido de la cabaña enojada, como dice el esposo, habríamos escuchado algo. La familia Solís llegó a Máncora el sábado 20 de julio, cerca del mediodía.

No habían dormido en todo el viaje. Elena lucía demacrada, con los ojos hinchados de tanto llorar. Jorge mantenía una expresión dura, controlada,pero se notaba la angustia en cada línea de su rostro. Patricia y Sofía, las hermanas menores, estaban en shock, incapaces de procesar completamente lo que estaba sucediendo. Su primer encuentro con Roberto fue en la comisaría de Máncora.

Elena describiría ese momento como surreal, como una pesadilla de la que no podía despertar. Roberto estaba sentado en una silla de plástico en la sala de espera de la comisaría con ropa arrugada, barba de dos días, ojeras profundas. Cuando vio entrar a la familia Solís, se puso de pie.

Elena caminó directamente hacia él y sin decir palabra le dio una bofetada que resonó en toda la sala. ¿Dónde está mi hija? ¿Qué le hiciste a mi hija? Roberto se llevó la mano a la mejilla, pero no se defendió, no gritó, solo miró a Elena con ojos húmedos y dijo, “No le hice nada, señora Elena. Se lo juro por Dios. Solo tuvimos una pelea. Ella se fue. Yo no sé dónde está.

Yo también la estoy buscando. Jorge Solís tuvo que sujetar a su esposa para evitar que se lanzara nuevamente sobre Roberto. Dos policías intervinieron y se pararon a ambos. El suboficial guerrero pidió calma y les explicó que la agresión no ayudaría a encontrar a Daniela. Durante las siguientes horas, la familia Solíss conocería los detalles de la investigación hasta ese momento.

Los testimonios contradictorios, la falta de pistas concretas, la ausencia total de evidencia sobre el paradero de Daniela, el teléfono de la joven seguía apagado o fuera de servicio. Su cuenta bancaria no mostraba movimientos. No había registros de que hubiera comprado boletos de bus ni pasajes aéreos. No había aparecido en ningún hospital, clínica u hotel de la región.

Era como si se la hubiera tragado la tierra. El sábado por la tarde, la familia Solís, acompañada por policías y voluntarios locales, recorrió cada rincón de Máncora. Pegaron carteles con la foto de Daniela en postes, paredes, escaparates. Desaparecida. Daniela Solís Ramírez, 28 años, vista por última vez el 18 de julio.

Si la ha visto, comuníquese con la policía. Preguntaron puerta por puerta en hoteles, restaurantes, bares, tiendas. Mostraron la foto a cada persona que encontraban en la calle. Algunos turistas recordaban haberla visto días atrás en la playa. Pero nadie la había visto el jueves por la noche ni el viernes.

Era como si después de esa supuesta discusión con Roberto, Daniela simplemente se hubiera desvanecido. Patricia, la hermana de 23 años, quien había compartido habitación con Daniela durante toda su infancia y adolescencia, quien conocía sus secretos, sus miedos, sus sueños, se negaba a creer que su hermana hubiera simplemente huido después de una pelea. Dani no era así.

repetiría Patricia una y otra vez. Si se hubiera peleado con Roberto, me habría llamado a mí, me habría enviado un mensaje, me habría pedido que fuera por ella. Éramos muy unidas. Ella nunca me dejaría preocupada de esta manera. Algo le pasó. Algo malo le pasó. El domingo 21 de julio, 3 días después de la desaparición, la búsqueda se intensificó.

La noticia había comenzado a circular en medios locales del norte peruano y voluntarios de pueblos cercanos se sumaron al operativo. Se organizaron grupos de búsqueda que recorrieron las playas, los acantilados, los terrenos valdíos en las afueras de Máncora. Busos inspeccionaron áreas cercanas a la costa, temiendo encontrar un cuerpo.

Helicópteros de la policía sobrevolaron la zona. No encontraron nada, ni rastro de ropa, ni objetos personales, ni señales de violencia, ni indicios de dónde podría estar Daniela Solís. Roberto, mientras tanto, permanecía en Máncora, supuestamente colaborando con la investigación. Sin embargo, su comportamiento comenzó a generar más sospechas.

No participaba activamente en las búsquedas. Se quedaba en un hotel del centro. Salía poco. Evitaba a la familia de Daniela. Cuando los periodistas locales intentaban entrevistarlo, se negaba a hablar. El lunes 22 de julio, 4 días después de la desaparición, el caso dio un giro crucial. La policía obtuvo una orden para revisar la cabaña número tres donde la pareja se había hospedado.

Mercedes había limpiado superficialmente la habitación el sábado después de que Roberto hiciera checkout, pero no había hecho una limpieza profunda. El equipo forense que inspeccionó la cabaña encontró varios elementos que no coincidían con la versión de Roberto de una simple discusión matrimonial, seguida de una salida voluntaria.

El informe forense preliminar de la cabaña número 3, elaborado por el técnico criminalístico Mario Fernández del laboratorio de criminalística de Piura, reveló hallazgos perturbadores. Primero se encontraron rastros de sangre en el baño de la cabaña. No eran cantidades grandes, apenas unas gotas en el piso cerca del lavabo, y una pequeña mancha en una toalla que estaba en el cesto de ropa sucia.

Las pruebas preliminares de Luminolrevelaron patrones adicionales que habían sido limpiados, pero que todavía eran detectables bajo luz ultravioleta. Segundo, se encontró el teléfono celular de Daniela. No estaba en el mar, ni perdido en alguna playa, ni llevado por ella en su supuesta huida. Estaba en el fondo de la mochila de Roberto, entre su ropa, con la batería completamente descargada.

Roberto había declarado que Daniela se había llevado su teléfono cuando salió. Esta fue la primera mentira comprobable. Tercero, la billetera de Daniela también estaba en la cabaña, escondida debajo del colchón de la cama. Contenía su DNI, su tarjeta de débito, 300 soles en efectivo y dos tarjetas de crédito.

Roberto había dicho que Daniela se había llevado su billetera. Esta fue la segunda mentira comprobable. Cuarto y quizás más inquietante, se encontró uno de los aros de oro que Daniela usaba habitualmente, un regalo de su abuela fallecida que, según su familia, nunca se quitaba. En una grieta del piso de madera cerca de la puerta de la cabaña, como si hubiera sido arrancado en una lucha.

Cuando estos hallazgos fueron presentados a Roberto en un segundo interrogatorio el lunes por la tarde, su versión de los hechos comenzó a desmoronarse. El interrogatorio fue conducido por el comandante PNP, Raúl Espinosa, un oficial experimentado de 52 años que había trabajado en la división de investigación criminal en Lima antes de ser transferido a Piura.

El comandante Espinoza tenía una reputación de ser meticuloso, paciente y difícil de engañar. La transcripción del interrogatorio que se filtró parcialmente a la prensa semanas después revela las grietas en la historia de Roberto. CMDTE Espinoa. Roberto, hemos encontrado el celular y la billetera de Daniela en la cabaña.

Usted declaró que ella se los había llevado. ¿Por qué mintió, Roberto Chávez? No mentí. Yo yo pensé que se los había llevado en la oscuridad en el momento. No me fijé bien. Estaba confundido, asustado. CMDT Espinoza, confundido. Usted afirmó específicamente que ella tomó su mochila, su celular y su billetera. Eso no es estar confundido, eso es dar una versión falsa de los hechos.

¿Por qué tenía el celular de su esposa en su mochila? Roberto Chávez. Yo lo encontré después. Debe haberlo dejado olvidado. Lo guardé pensando en devolvérselo cuando regresara. CMDTE Espinoza. Y la billetera debajo del colchón también la encontró olvidada y la guardó ahí. Roberto Chávez. No sé cómo llegó ahí.

Tal vez ella la guardó antes de salir y olvidó sacarla. CMDT. Espinoa, Roberto, ninguna mujer sale voluntariamente en la noche sin su celular, sin su billetera, sin su identificación. Nadie hace eso. ¿Qué pasó realmente esa noche? Roberto Chávez, silencio de 15 segundos. Ya se lo dije, tuvimos una pelea. Ella salió enojada.

Yo no sé dónde está. CMDT Espinoa. Encontramos sangre en el baño. ¿De quién es esa sangre? Roberto Chávez. Silencio prolongado. No lo sé. Tal vez Daniela se cortó afeitándose las piernas. Ella solía hacer eso. CMDT Espinoza. También encontramos uno de sus aros en el piso, cerca de la puerta en una grieta, como si hubiera sido arrancado.

¿Cómo explica eso? Roberto Chávez. Tal vez se le cayó. Ella a veces los perdía. CMDT Espinoza. Su familia dice que ese aro en particular nunca se lo quitaba. Era un regalo de su abuela, cómo terminó en el piso, en una grieta, como si hubiera sido arrancado con fuerza. Roberto Chávez, largo silencio. No lo sé. No sé qué más decir.

Yo no le hice nada a mi esposa. La amo. Quiero encontrarla. Si supiera dónde está, se lo diría. El interrogatorio se extendió por más de 3 horas, pero Roberto no cambió sustancialmente su versión. se aferraba a la historia de la discusión y la salida voluntaria de Daniela, a pesar de que cada nueva evidencia la contradecía. Esa noche, el comandante Espinoza tomó una decisión.

Aunque no tenía pruebas concluyentes de un crimen, aunque no había cuerpo ni testigos directos de violencia, decidió detener a Roberto Chávez bajo la figura de detención preliminar por presunta desaparición forzada de persona. Era una medida legal, controversial, pero que podía justificarse dadas las inconsistencias en su testimonio y los hallazgos forenses.

Roberto pasaría la noche en una celda de la comisaría de Máncora, su primera noche tras las rejas de lo que eventualmente serían muchas. Elena y Jorge Solís fueron informados de la detención. En lugar de sentir alivio, sintieron algo más complejo, una mezcla de satisfacción de que finalmente alguien estaba siendo responsabilizado, pero también terror de que la detención de Roberto pudiera significar que nunca encontrarían a Daniela con vida.

Si Roberto está en la cárcel, ¿quién nos va a decir dónde está mi hija? Lloró Elena esa noche en la pequeña habitación de hostal, donde se alojaban en Máncora. Y si él es el único que sabe, y si nuncala encontramos. El martes 23 de julio de 2019, exactamente cco días después de la última vez que alguien vio con certeza a Daniela Solís con vida, el caso dejó de ser un suceso local del norte peruano para convertirse en noticia nacional.

Los principales canales de televisión de Lima, América Panamericana, ATV, enviaron equipos de prensa a Máncora. Los diarios, El Comercio, La República, Perú 21 publicaron extensos artículos en sus portadas. Las redes sociales explotaron con el hashtag dónde está Daniela, que en pocas horas se convirtió en trending topic no solo en Perú, sino en varios países de América Latina.

La historia tenía todos los elementos que capturan la atención del público. Una boda reciente, una luna de miel interrumpida, una desaparición misteriosa, un esposo sospechoso, una familia destrozada y una víctima que representaba cualquier hija, hermana o amiga. Daniela no era una persona de la farándula ni una figura pública.

era una maestra de inicial, una mujer común, lo que hacía el caso aún más perturbador, porque cualquier familia peruana podía identificarse con el dolor de los solís. El programa de televisión Punto Final, uno de los periodísticos de investigación más vistos del país, dedicó su emisión completa del domingo 28 de julio al caso.

El conductor Nicolás Lucar, un periodista veterano conocido por su estilo incisivo, no escatimó en calificar la situación. Estamos ante una desaparición que huele mal desde el primer día. Un esposo que miente, evidencia que contradice su versión y una mujer que se esfumó sin dejar rastro. El Perú exige respuestas y no descansaremos hasta obtenerlas.

Mientras los medios convertían el caso en un fenómeno mediático, la investigación policial continuaba con sus propios ritmos y complejidades. El comandante Raúl Espinoza, consciente de que cada hora sin localizar a Daniela, reducía las probabilidades de encontrarla con vida, coordinó una búsqueda expandida que involucró a múltiples instituciones.

Se desplegaron unidades caninas especializadas en rastreo de personas que recorrieron sistemáticamente toda la zona costera de Máncora, incluyendo áreas rocosas, terrenos valdíos, caminos poco transitados y zonas de vegetación densa. Los perros fueron expuestos a la ropa de Daniela que la familia proporcionó buscando captar su olor.

En dos ocasiones, los animales mostraron interés en áreas específicas, una cerca de un barranco a 2 km del centro de Máncora y otra en una zona de manglares al sur del balneario. En ambos casos se realizaron excavaciones y búsquedas exhaustivas. No se encontró nada. La Marina de Guerra del Perú se sumó con buzos tácticos que inspeccionaron las aguas cercanas a la costa, particularmente en zonas con corrientes fuertes donde un cuerpo podría haber sido arrastrado.

Durante tr días, equipos de buceo trabajaron en turnos de 6 horas con visibilidad limitada debido al oleaje y la arena en suspensión característica de esas aguas. No encontraron rastros de Daniela. La Dirí Kri, dirección de investigación criminal de la Policía Nacional del Perú, envió desde Lima a un equipo especializado en casos de personas desaparecidas, liderado por el coronel PNP Miguel Ángel Cervantes, un oficial con 30 años de experiencia que había participado en casos de alto perfil a nivel nacional. El coronel

Cervantes implementó protocolos de investigación más sofisticados, análisis de las torres de telefonía celular para rastrear los últimos movimientos del teléfono de Daniela antes de que se apagara. Revisión de cámaras de seguridad de negocios en un radio de varios kilómetros. Entrevistas en profundidad con cada persona que había interactuado con la pareja durante su estancia en Máncora.

El análisis de las torres de celular reveló información interesante pero inconcluyente. El teléfono de Daniela había estado activo hasta las 11:52 pm del jueves 18 de julio, momento en que se registró su última conexión con una antena ubicada en el centro de Máncora, cerca del complejo Las Olas del Norte. Después de esa hora, el dispositivo dejó de emitir señal, lo que podría significar que fue apagado intencionalmente o que la batería se agotó.

El teléfono de Roberto, en cambio, permaneció activo toda la noche, mostrando que se mantuvo en la misma área hasta las 6:15 a del viernes, cuando comenzó a moverse, presumiblemente cuando inició su búsqueda de Daniela. La revisión de cámaras de seguridad fue frustrante. Mcora, siendo un pueblo turístico pequeño, no cuenta con una red extensa de vigilancia.

Las pocas cámaras disponibles en algunos negocios, en el terminal de transportes, en la comisaría, fueron revisadas minuciosamente. Ninguna captó a Daniela sola durante la noche del jueves o la madrugada del viernes. No hay imágenes de ella saliendo del complejo, Las Olas del Norte. No hay registros de ella caminando por las calles.

No hayevidencia visual de su supuesta salida voluntaria. Esta ausencia de evidencia visual fue interpretada de maneras opuestas por diferentes actores del caso. Para la fiscalía y la familia de Daniela. Era una prueba más de que ella nunca salió voluntariamente de la cabaña, que algo le sucedió dentro de esas cuatro paredes. Para la defensa de Roberto, representada por el abogado Miguel Ángel Dávila, un litigante de Lima con fama de agresivo y mediático, la falta de video era consistente con la versión de que Daniela había salido por zonas sin cámaras y simplemente no había

sido captada. Durante este periodo, Roberto permanecía detenido, pero su situación legal era compleja. En el sistema penal peruano, una detención preliminar, sin cuerpo ni prueba directa de crimen es difícil de mantener más allá de ciertos plazos. Su abogado, Dávila, presentó un recurso de Aveas Corpus argumentando detención arbitraria. El fiscal del caso, Dr.

Héctor Paredes, fiscal provincial de Piura especializado en casos penales, se oponía vigorosamente, argumentando que Roberto era no solo un sospechoso, sino un peligro para la investigación y potencialmente para otros testigos. Las audiencias judiciales, para determinar si Roberto debía permanecer detenido o ser liberado, se convirtieron en eventos mediáticos.

Periodistas acampaban fuera del poder judicial de Piura. La familia Solís asistía a cada audiencia sentados en primera fila, mirando a Roberto con una mezcla de dolor, rabia y desesperación. Elena llevaba siempre una foto grande de Daniela que sostenía contra su pecho durante las sesiones. En la audiencia del 30 de julio, Roberto habló públicamente por primera vez desde su detención.

Con voz temblorosa, mirando directamente a las cámaras que transmitían en vivo, declaró, “Yo amaba a Daniela, todavía la amo. No le hice nada malo. Sé que las evidencias parecen malas, pero yo no tuve nada que ver con su desaparición. Suplico que quien sepa algo, quien la haya visto, que hable. Daniela, si estás viendo esto, si te fuiste por tu propia voluntad, por favor regresa o al menos comunícate para que tu familia sepa que estás bien.

Yo te perdono cualquier cosa, solo queremos saber que estás viva. El impacto de esas palabras fue inmediato, pero dividido. Para algunos, Roberto mostraba la emoción genuina de un hombre inocente, desesperado por encontrar a su esposa. Para otros, era una actuación calculada de un culpable intentando manipular la opinión pública.

Las redes sociales se polarizaron. Surgieron grupos de Facebook con nombres como Roberto Chávez es inocente, justicia ya, con miles de miembros, mientras que otros como Daniela Solís merece justicia, Roberto es culpable, tenían aún más seguidores. Mientras el caso se convertía en un debate nacional sobre la presunción de inocencia versus la protección de víctimas, surgieron nuevos testigos que complicarían aún más la narrativa.

A principios de agosto, una mujer llamada Verónica Alarcón, de 34 años, empleada administrativa en la constructora donde Roberto trabajaba, se presentó voluntariamente en La Dirincri en Lima, con información que según ella, podría ser importante para el caso. Verónica declaró que había mantenido una relación sentimental clandestina con Roberto durante aproximadamente 8 meses antes de su boda con Daniela.

Según su testimonio, la relación había terminado formalmente dos meses antes del matrimonio, cuando Roberto le dijo que iba a casarse y que necesitaban cortar toda comunicación. Roberto me aseguró que su relación con Daniela era más un compromiso familiar que amor verdadero, declararía Verónica en una entrevista exclusiva para el programa Cuarto Poder.

Me dijo que la familia de ella esperaba el matrimonio, que él había dado su palabra y no podía retractarse, pero que me amaba a mí. Yo le creí, fui ingenua. Después de que me dejó, intenté comunicarme con él varias veces. Él me bloqueó de todas partes. Dos días después de su boda, me envió un mensaje desde un número desconocido diciendo, “Por favor, no me busques más.

Estoy tratando de hacer que esto funcione.” Eso fue lo último que supe de él hasta que vi las noticias sobre la desaparición. Este testimonio abrió una nueva línea de investigación. Había Roberto querido liberarse de un matrimonio que sentía como una obligación. ¿Era Daniela un obstáculo en su vida que decidió eliminar? La fiscalía comenzó a construir una teoría del móvil basada en esto, aunque admitían que era especulativa.

Sin más pruebas, la defensa de Roberto contraatacó duramente. El abogado Dávila llamó a Verónica, una mujer despechada inventando historias para vengarse del hombre que la rechazó. Presentó mensajes de texto que, según él, mostraban a Verónica acosando a Roberto después de la ruptura, mensajes que Roberto nunca respondió.

demostrando su intento de mantener límites apropiados. PeroVerónica no fue la única voz del pasado de Roberto que emergió. Un compañero de universidad, Felipe Montero, contactó a los medios con una historia inquietante. Según Felipe, durante sus años en la UNI, Roberto había tenido una novia llamada Andrea, con quien había una relación tormentosa y a veces violenta.

“Una vez los vi discutiendo en el campus”, contó Felipe. Roberto estaba muy alterado, la tomó del brazo con fuerza. Ella lloró y le dijo que la estaba lastimando. Yo otros compañeros intervinimos. Roberto se disculpó después. Dijo que estaba estresado por los exámenes, que no era su intención, pero nos quedó la sensación de que ahí había algo preocupante.

Años después, cuando vi el caso de Daniela, no pude dejar de pensar en eso. La investigación buscó a Andrea, pero resultó que se había mudado al extranjero años atrás. lograron contactarla telefónicamente. Ella confirmó que había tenido una relación con Roberto que no terminó bien, pero se negó a dar más detalles diciendo que era una etapa cerrada de su vida y no quería involucrarse en un circo mediático.

Estos testimonios sobre el pasado de Roberto pintaban el retrato de un hombre más complejo y potencialmente problemático de lo que aparentaba. Sin embargo, no constituían prueba directa de ningún crimen contra Daniela. La fiscalía necesitaba más. Mientras tanto, la familia Solís se negaba a rendirse. Elena, Jorge, Patricia y Sofía permanecieron en Piura durante casi todo el mes de agosto, coordinando búsquedas independientes con voluntarios, pegando carteles, dando entrevistas a cualquier medio que quisiera escucharlos. Su

mensaje era siempre el mismo. Daniela está en algún lugar. ¿Alguien sabe algo? Por favor, ayúdenos a encontrarla. El 15 de agosto, tres semanas después de instalar en Lima, se realizó una marcha multitudinaria desde el parque Kennedy en Miraflores hasta el Palacio de Justicia en el centro de Lima. Miles de personas participaron, la mayoría mujeres, muchas llevando fotos de Daniela y pancartas con mensajes como, “Ni una menos, Daniela somos todas.

Basta de violencia contra la mujer. ¿Dónde está Daniela? La marcha tuvo cobertura nacional e internacional. Celebridades peruanas se sumaron al pedido de justicia. El caso había trascendido lo personal para convertirse en un símbolo de la violencia de género en el Perú. Pero toda esa atención mediática y movilización social no acercaban a las autoridades a responder la pregunta fundamental.

¿Dónde estaba Daniela Solís? El 20 de agosto llegó un momento decisivo. Un pescador artesanal llamado Santos Mesa, de 62 años, que trabajaba en las costas de los órganos, un pueblo a unos 30 km al sur de Máncora, reportó a la policía que había encontrado restos de ropa femenina enredados en su red de pesca. La noticia generó conmoción inmediata.

Un equipo forense trasladó urgentemente a los órganos. La ropa consistía en fragmentos de lo que parecía ser un vestido playero de color claro, desgarrado y decolorado por el agua salada y el tiempo. También había restos de lo que pudo ser ropa interior y un pedazo de tela que podría haber sido parte de una mochila.

La familia Solís fue contactada para intentar identificar las prendas. Elena, con manos temblorosas examinó los fragmentos de tela traídos por los investigadores. No pudo confirmar con certeza que fueran de Daniela. “El color es similar a un vestido que ella llevó”, dijo entre lágrimas, “ero está tan dañado que no puedo estar segura.

Necesitamos pruebas más definitivas.” Las prendas fueron enviadas al laboratorio de biología forense en Lima para análisis de ADN. Los resultados tomarían entre dos y tres semanas. Mientras esperaban, el país entero contenía la respiración. Roberto, desde su celda en el penal de Piura, donde ahora estaba recluido, había sido trasladado de la comisaría después de que su detención preliminar fuera convertida en prisión preventiva por 9 meses. Se enteró de las noticias.

Según su abogado, Roberto insistía en que esa ropa no podía ser de Daniela, porque ella estaba viva en algún lugar y algún día aparecería para demostrar su inocencia. Durante los días siguientes al hallazgo de la ropa, se intensificaron las búsquedas marítimas en la zona donde Santos Mesa había encontrado los fragmentos textiles.

Busos, pescadores voluntarios, personal de la marina, todos colaboraron en un operativo masivo rastreando las corrientes, explorando cuevas marinas, revisando playas remotas. El 3 de septiembre, a primera hora de la mañana, otro pescador, Julián Morales, encontró algo que el haría la sangre de todos los involucrados.

En una playa solitaria de Cabo Blanco, otro pueblo costero entre los órganos y Máncora, parcialmente enterrados en la arena cerca de las rocas, había restos óseos humanos. La zona fue acordonada inmediatamente. El equipo forense, liderado por el médico legista. Fernando Salazar trabajódurante horas excavando cuidadosamente el área.

Los restos eran parciales, algunos huesos de lo que parecía ser una extremidad, parcialmente dispersos, evidentemente afectados por la acción del mar, los animales marinos y el tiempo. La pregunta que atormentó a la familia Solís y al país entero durante las siguientes semanas fue: Eran estos los restos de Daniela. El Instituto de Medicina Legal de Lima, ubicado en el distrito del Rimac, es un edificio gris de cuatro pisos que alberga algunos de los secretos más oscuros del Perú.

En sus laboratorios se procesan evidencias de crímenes violentos, se realizan autopsias, se analizan muestras biológicas que determinarán culpabilidades o inocencias. En septiembre de 2019, ese edificio contenía las dos muestras que podrían finalmente responder la pregunta que atormentaba al país.

¿Qué le había pasado a Daniela Solís? Los fragmentos de ropa encontrados por el pescador Santos Mesa y los restos óseos hallados en Cabo Blanco estaban siendo sometidos a exhaustivos análisis de ADN. El proceso meticuloso y lento requería extraer material genético de las muestras, amplificarlo, compararlo con el ADN de referencia de Daniela, obtenido de su cepillo de dientes y otros objetos personales que su familia había proporcionado.

La familia Solís regresó a Lima después de más de un mes en el norte. Necesitaban volver a sus trabajos, a sus vidas, aunque ninguno podía concentrarse realmente en nada que no fuera el caso. Elena había perdido más de 10 kg. Tenía el rostro demacrado, profundas ojeras y una mirada perdida que rompía el corazón de quien la veía.

Jorge había envejecido 10 años en dos meses. Patricia y Sofía habían suspendido sus estudios temporalmente, incapaces de enfocarse en clases o exámenes, mientras su hermana seguía desaparecida. Vivían en un limbo tortuoso entre la esperanza y la desesperación. Parte de ellos deseaba que las pruebas de ADN dieran negativo, que esos restos no fueran de Daniela, manteniendo viva la posibilidad de que su hija y hermana estuviera en algún lugar, tal vez con amnesia, tal vez secuestrada, pero viva.

Otra parte deseaba que fueran de ella porque al menos tendrían un cierre, podrían llorarla apropiadamente, podrían enterrarla con dignidad y comenzar el doloroso proceso del duelo. Los resultados llegaron el 18 de septiembre de 2019, exactamente dos meses después de la desaparición. El fiscal Héctor Paredes convocó a una reunión en su oficina en Lima para informar personalmente a la familia antes de que la información se hiciera pública.

Elena, Jorge, Patricia y Sofía entraron a esa oficina tomados de las manos, preparados mental y emocionalmente para lo peor. El fiscal Paredes, un hombre habitualmente estoico, tenía una expresión grave, pero también, curiosamente, de frustración. Familia Solís, los resultados de los análisis han llegado.

Lamento decirles que las muestras no son concluyentes. Elena parpadeó confundida. Jorge frunció el seño. Patricia habló por todos. ¿Cómo que no son concluyentes? ¿Qué significa eso? El fiscal suspiró profundamente antes de explicar. Los fragmentos de ropa recuperados del mar sí contenían material biológico humano, pero estaba tan degradado por el agua salada, el sol y el tiempo que no pudimos extraer suficiente ADN de calidad para hacer una comparación definitiva.

No podemos confirmar ni descartar que sea de Daniela. En cuanto a los restos óseos, el análisis reveló que pertenecen a una mujer, pero los estudios preliminares de carbono 14 y análisis de mineralización sugieren que tienen más de 10 años de antigüedad, posiblemente entre 15 y 20 años. No pueden ser de Daniela, probablemente son de una persona desaparecida hace años, cuyo caso ni siquiera conocíamos.

El silencio en la oficina fue absoluto. La familia Solís no sabía si sentirse aliviados o más devastados. No tenían un cuerpo, pero tampoco tenían esperanza renovada. Seguían en el mismo lugar terrible, sin respuestas. ¿Y ahora qué? Preguntó Jorge con voz ronca. Seguimos buscando indefinidamente. ¿Hasta cuándo? El fiscal Paredes respondió con la honestidad brutal de alguien que ha manejado demasiados casos sin resolver.

Señor Solís, le voy a ser franco, sin cuerpo, sin testigos directos, sin confesión. Este caso es extremadamente difícil de llevar a juicio con éxito. Tenemos sospechas fuertes sobre Roberto Chávez. Tenemos evidencia de que mintió. Tenemos indicios de que algo ocurrió en esa cabaña, pero ningún juez va a condenar a alguien por asesinato sin prueba del crimen mismo.

La prisión preventiva de Roberto expira en mayo del próximo año. Si para entonces no tenemos algo sólido, él saldrá libre. Elena se derrumbó. Lloró con un dolor tan visceral que incluso el fiscal, acostumbrado a tragedias, tuvo que apartar la mirada. Jorge la abrazó llorando también en silencio. Patricia y Sofía se unieron en un abrazo familiar colectivo de dolorcompartido.

La noticia de que los restos no eran de Daniela se filtró a la prensa ese mismo día. Los titulares oscilaban entre sigue la búsqueda de Daniela Solís y caso Daniela, la investigación en punto muerto. El hashtag donde está Daniela volvió a tendencia, pero ahora con un tono más resignado, menos esperanzado. Mientras tanto, Roberto Chávez seguía en prisión, manteniendo su versión de los hechos con una consistencia que sus defensores llamaban prueba de inocencia y sus detractores frialdad psicopática.

Su abogado, Miguel Ángel Dávila, aprovechó el resultado inconcluyente de las pruebas para reforzar su narrativa. No hay cuerpo porque no hay crimen. Mi cliente ha sido víctima de un linchamiento mediático basado en suposiciones. Daniela Solíss dejó voluntariamente a Roberto, probablemente huyendo con otro hombre o simplemente harta de una relación que ya no quería.

Algún día aparecerá y todos tendrán que pedirle disculpas a Roberto Chávez por el infierno que le han hecho vivir. Esta versión alternativa, aunque minoritaria, ganó tracción en ciertos sectores. Grupos en redes sociales comenzaron a especular sobre la posibilidad de que Daniela hubiera planeado su propia desaparición.

Teorías conspirativas proliferaron que tenía un amante secreto que estaba en deuda con prestamistas ilegales, que sufría depresión y quiso empezar una nueva vida. Cada teoría era más descabellada que la anterior, pero en ausencia de hechos definitivos, la especulación llenaba el vacío. La familia Solís tuvo que soportar no solo el dolor de la pérdida de Daniela, sino también la crueldad de desconocidos en internet, cuestionando su carácter, inventando historias, culpándola por su propia desaparición.

Patricia creó un hilo en Twitter que se volvió viral defendiendo a su hermana. Mi hermana no era perfecta como ningún ser humano lo es, pero era buena, amorosa, responsable. Nunca nos habría dejado preocupados de esta manera. No nos habría hecho pasar por este infierno voluntariamente. Quien diga lo contrario, no la conocía y está hablando desde la ignorancia y la crueldad.

A medida que pasaban los meses, la atención mediática comenzó a disminuir. Otros casos, otras tragedias, otros escándalos ocuparon los titulares. El caso Daniela Solís se convirtió en uno más de los miles de casos de personas desaparecidas en el Perú, archivado en un expediente judicial que crecía pero no avanzaba.

En diciembre de 2019, 6 meses después de la desaparición, el programa Punto Final hizo un especial de seguimiento. Revisaron toda la evidencia disponible. Entrevistaron a expertos forenses, criminólogos, abogados. El consenso entre los expertos fue unánime. Algo le había pasado a Daniela en esa cabaña de Máncora y Roberto Chávez sabía qué.

Pero sin pruebas concluyentes, el sistema judicial peruano no podía proceder más allá de la sospecha. El Dr. Gustavo Urbina, criminólogo con 30 años de experiencia, participante del programa, ofreció una perspectiva desgarradora. Este caso expone las limitaciones de nuestro sistema de justicia cuando se enfrenta a crímenes bien ejecutados o donde las condiciones naturales han destruido evidencia.

El mar, la sal, el tiempo, todo conspira contra la búsqueda de la verdad. Y un sospechoso que conoce estas limitaciones puede literalmente salirse con la suya, manteniendo silencio y una historia mínimamente consistente. Mayo de 2020 llegó con una pandemia global que paralizó al mundo, incluido el Perú.

El COVID-19 cerró cortes, retrasó procesos judiciales, puso en cuarentena al país entero y en medio de este caos sanitario, Roberto Chávez Mendoza salió de prisión. Su detención preventiva de 9 meses había expirado. La fiscalía solicitó una extensión, pero el juez la negógica incriminatoria y que mantener a alguien preso indefinidamente sin pruebas violaba sus derechos constitucionales, independientemente de lo sospechoso que pareciera.

Roberto salió del penal de Piura el 15 de mayo de 2020 con una mascarilla cubriendo su rostro. requisito de la pandemia, pero también conveniente para evitar ser reconocido y desapareció de la vista pública. Los medios reportaron que se había mudado a una ciudad no revelada, que había cambiado de nombre legalmente, que estaba tratando de reconstruir su vida lejos del escrutinio público.

La familia Solíss recibió la noticia de su liberación con devastación. Elena, en una entrevista dada desde su casa durante la cuarentena, lloró frente a las cámaras. Mi hija desapareció, probablemente está muerta y el único que sabe qué pasó camina libre. ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está Dios? Cada día me despierto con la esperanza de que sea una pesadilla, pero no lo es.

Mi hija ya no está y él está libre. Los años siguientes trajeron desarrollos esporádicos, pero ningún avance definitivo. En 2021, un equipo de busos privados contratados por un canal detelevisión realizó nuevas búsquedas en aguas profundas cerca de Máncora usando tecnología de sonar avanzada. Exploraron cuevas submarinas, grietas, áreas donde corrientes fuertes pudieron haber arrastrado un cuerpo.

No encontraron nada relacionado con Daniela. En 2022, una vidente famosa en Perú, conocida como la mamá Rosa, afirmó en un programa de televisión que había tenido visiones sobre Daniela, que estaba descansando en paz, cerca del agua, entre rocas, esperando ser encontrada. La familia solís, desesperada contactó a la mujer y participó en una búsqueda guiada espiritualmente que la vidente organizó con cámaras de televisión siguiendo cada paso.

Fue una humillación mediática que no arrojó ningún resultado, excepto más dolor para la familia y mejores ratings para el programa. En 2023, 4 años después de la desaparición, el caso oficialmente se enfrió. La fiscalía lo mantuvo abierto. Los casos de personas desaparecidas nunca prescriben en Perú, pero no tenía líneas activas de investigación.

El expediente se archivó en una oficina de Lima junto con centenares de otros casos similares. Roberto Chávez, según reportes de investigadores privados contratados por la familia Solís, se había mudado al extranjero, posiblemente a Chile o Argentina, donde estaba viviendo bajo otro nombre. Nunca ha hablado públicamente del caso desde su salida de prisión.

Nunca ha dado otra versión de los hechos. Nunca ha expresado arrepentimiento, ni ha colaborado con nuevas investigaciones. La familia Solíss sigue buscando. Elena, ahora con la salud severamente deteriorada por el estrés crónico y el dolor, dedica cada momento que no está trabajando a mantener viva la memoria de Daniela.

Administra una página de Facebook con más de 150,000 seguidores llamada Justicia para Daniela Solís, donde comparte actualizaciones, pide pistas, organiza búsquedas esporádicas. Cada 18 de julio, aniversario de la desaparición, organiza una vigilia en el parque Kennedy de Miraflores, donde decenas de personas se reúnen con velas, fotos de Daniela y pancartas pidiendo justicia.

Patricia terminó sus estudios de comunicaciones y ahora trabaja como periodista especializada en casos de personas desaparecidas y violencia de género. Ha convertido su dolor en propósito, usando su plataforma para visibilizar casos similares que de otro modo serían ignorados. Mi hermana no puede haber desaparecido en vano.

Dice, si su caso sirve para que una sola mujer más sea encontrada, para que un solo culpable más sea capturado, entonces su legado perdura. Sofía, la hermana menor, estudia criminología en la universidad. Su tesis de grado se titula Limitaciones del sistema de justicia peruano en casos de desapariciones sin evidencia corporal.

El caso Daniela Solís quiere ser detective, especializada en casos fríos, personas desaparecidas. Quiere encontrar respuestas donde el sistema falló en encontrarlas. Jorge el padre sigue trabajando calladamente, sosteniendo a su familia que casi se rompe bajo el peso de esta tragedia. raramente habla públicamente sobre Daniela, no porque no le importe, sino porque el dolor es tan profundo que no puede ponerlo en palabras sin desmoronarse.

Pero cada noche, antes de dormir, mira la foto de su hija en su mesita de noche y susurra: “Buenas noches, mi amor. Todavía te estamos buscando. El caso Daniela Solís permanece oficialmente sin resolver. No hay cuerpo, no hay condenados, no hay cierre. Solo preguntas que siguen flotando como el viento salado de Máncora sobre el mar Pacífico.

¿Qué pasó realmente esa noche en la cabaña número tres? ¿Por qué Roberto mintió sobre el teléfono y la billetera? ¿Qué significaba la sangre en el baño, el aro arrancado? ¿Las voces que los vecinos escucharon? ¿Por qué si Daniela había salido voluntariamente, nunca contactó a su familia que la amaba profundamente? Las respuestas murieron con Daniela o están enterradas en la conciencia de Roberto Chávez, quien eligió el silencio sobre la verdad.

Este caso expone las grietas profundas en el sistema de justicia peruano, la dependencia excesiva en pruebas físicas cuando los crímenes son cada vez más sofisticados. La facilidad con la que alguien puede destruir evidencia en lugares naturales como el océano, los plazos de detención que protegen derechos del acusado, pero a veces dejan a las víctimas sin justicia.

La falta de recursos para investigaciones prolongadas, la rapidez con la que los medios pasan al siguiente escándalo, dejando a familias luchando solas. Pero también expone algo más esperanzador, la capacidad del amor familiar de perdurar contra todo pronóstico, la persistencia de quienes se niegan a olvidar. La solidaridad de una nación que, aunque distraída por mil problemas, todavía puede unirse alrededor del dolor de una familia y gritar al unísono, ¿dónde está Daniela? Daniela Solís Ramírez tenía 28 años cuando desapareció. era maestra de niñospequeños que la adoraban. Era hija,

hermana, amiga. Tenía sueños de tener hijos, de envejecer con alguien que amara, de viajar por el mundo, de construir una vida llena de amor y propósito. Esa vida le fue arrebatada en algún momento de la noche del 18 de julio de 2019 en una cabaña frente al mar en Manncora, Perú. ¿Cómo exactamente? ¿Por qué exactamente? ¿Dónde está su cuerpo exactamente? Son verdades que tal vez nunca sepamos, pero lo que sí sabemos es esto.

Daniela existió. Daniela importó. Daniela es recordada. Y mientras su familia siga respirando, mientras haya alguien que pronuncie su nombre, mientras este caso permanezca en la memoria colectiva del Perú, ella no habrá desaparecido completamente. La luna de miel que debía durar toda una vida terminó en solo 4 días.

Pero la búsqueda de justicia, la búsqueda de verdad, la búsqueda de Daniela continúa y continuará hasta que algún día las respuestas finalmente emerjan del silencio. Este fue el caso que marcó al Perú. Una boda llena de promesas, una luna de miel que terminó en silencio y una desaparición que sigue sin respuestas. La justicia puede tardar, la verdad puede esconderse, pero la memoria de Daniela Solís y la lucha de su familia permanecen vivas.