FEIJÓO TIEMBLA “BOMBAZO IGNACIO ESCOLAR CIERRA BOCA A TERTULIANAS PEPERAS” FRACASO MANIFESTACIÓN
Madrid se prepara para otro domingo de movilización política. El Partido Popular, liderado por Alberto Núñez Feijóo, ha convocado a los ciudadanos en el Templo de Debod, donde espera canalizar el descontento que, según sus palabras, recorre España ante la situación política y judicial.
La cita no es casual ni inédita; la oposición del PP ha hecho de la calle su escenario predilecto para desafiar al Gobierno de Pedro Sánchez, presionar y marcar territorio frente a sus rivales, incluso bajo la lluvia y en pleno prenavidad.
Feijóo, en sus intervenciones más recientes, ha insistido en que la concentración es “cívica y abierta a todos”, y que su objetivo es protestar “contra los corruptos”, no contra los jueces.
El mensaje es claro: el PP quiere apropiarse del discurso de la regeneración democrática, la decencia y la exigencia de urnas.
Pero, ¿cuál es la eficacia de estas manifestaciones? ¿Hasta qué punto el pulso en la calle se traduce en presión real sobre el Gobierno y en cohesión interna para la oposición?
Las dudas surgen incluso dentro del propio partido. Hay voces en el PP que cuestionan la reiteración de manifestaciones: ¿se están desgastando las convocatorias? ¿Son realmente efectivas o corren el riesgo de perder fuelle frente a la ciudadanía? El recuerdo de los grandes hitos, como la protesta contra la ley de amnistía, contrasta con la sensación de cierta fatiga social: salir a la calle cuesta, y la indignación, por excesiva y constante, puede acabar anestesiando a la sociedad.
La estrategia del PP no se limita solo a la protesta. Feijóo y los suyos mantienen la tensión sobre la posibilidad de una moción de censura, aunque reconocen que, hoy por hoy, los números no acompañan.
El líder popular lo ha dicho sin rodeos: “No me faltan ganas para presentar una moción de censura.
Me faltan votos”. El cálculo parlamentario es implacable, y la aritmética de alianzas se complica aún más ante la fragmentación del Congreso y la dificultad de sumar apoyos fuera de Vox.
En este contexto, el PP se enfrenta a un dilema estratégico. Por un lado, la presión de la calle y el discurso elevado contra el Gobierno (“antidemocrático”, “corrupto”) buscan movilizar a su base y marcar distancias con la izquierda.
Por otro, la falta de propuestas concretas y de alternativas claras debilita su relato ante una sociedad que reclama soluciones reales a problemas como la pobreza infantil, el deterioro del sistema nacional de salud o la crisis medioambiental.
La relación con Vox añade una capa de complejidad. Cada vez que el PP convoca una manifestación, la pregunta inevitable es si habrá “foto con Vox”, si Santiago Abascal estará presente, si la derecha se mostrará unida o dividida.
La tensión entre ambos partidos es permanente: el PP necesita a Vox para gobernar, pero sabe que esa alianza le cuesta apoyos en el centro y dificulta cualquier acercamiento a partidos como Junts o el PNV.
El debate interno sobre la moción de censura es igualmente intenso. Feijóo sabe que sin los votos de Junts, la iniciativa está condenada al fracaso.
La paradoja es evidente: el PP, que ha demonizado a Carles Puigdemont y a Junts como “delincuentes” y “prófugos”, ahora busca su apoyo para desbancar a Sánchez.
El giro estratégico es tan rápido como desconcertante, y deja al electorado y a los propios aliados en una posición incómoda.
El Gobierno, por su parte, observa la situación con cierta tranquilidad. Según fuentes cercanas a Moncloa, la corrupción está “amortizada” y Sánchez se aferra a la vuelta de Puigdemont para resistir.
La izquierda, tradicionalmente menos indulgente con los escándalos internos, parece dispuesta a mantener el apoyo mientras la alternativa sea un gobierno PP-Vox.
Los socios parlamentarios, desde Esquerra Republicana hasta el PNV, calibran sus líneas rojas y se preparan para un escenario de máxima tensión judicial y política.

La clave, como señalan varios analistas, está en la capacidad del PP para reconstruir puentes con partidos moderados y romper el aislamiento que le impone su dependencia de Vox.
El PNV, por ejemplo, ha sido clave en la gobernabilidad de la derecha durante años, pero hoy se muestra reticente ante la posibilidad de compartir gobierno con la extrema derecha.
Junts, por su parte, mantiene su distancia y exige gestos de reconciliación que el PP no parece dispuesto a ofrecer.
El discurso de Feijóo, centrado en la denuncia, corre el riesgo de perder fuerza si no se acompaña de propuestas concretas y de una estrategia clara para sumar apoyos.
La indignación permanente puede movilizar a la base, pero también puede generar hartazgo y movilizar a la izquierda en defensa del Gobierno.
El volumen alto, el tono elevado y la reiteración de la protesta pueden acabar diluyendo la gravedad de cada escándalo y restando eficacia a la presión política.
En el fondo, la política española vive un momento de extraordinaria volatilidad. La moción de censura aparece y desaparece como amenaza recurrente, pero la realidad parlamentaria impone sus límites.
La calle sigue siendo un escenario de batalla, pero su capacidad de transformar el mapa político depende de la credibilidad de los líderes y de la coherencia de sus propuestas.
La manifestación en el Templo de Debod será, una vez más, una prueba de fuerza para el PP.
El éxito no se medirá solo en cifras, sino en la capacidad de convertir la indignación en alternativa política.
Feijóo, entre la presión de los suyos, la competencia de Vox y la exigencia de los socios potenciales, tiene ante sí el reto de definir un proyecto que vaya más allá de la protesta y ofrezca respuestas a los problemas reales de la ciudadanía.
La pregunta sigue abierta: ¿podrá el PP transformar la movilización social en una mayoría parlamentaria capaz de gobernar sin depender de Vox? ¿Serán las manifestaciones el preludio de una moción de censura real, o quedarán en el recuerdo como episodios de una oposición ruidosa pero ineficaz? El futuro político de España, en buena medida, dependerá de la respuesta a estos interrogantes y de la capacidad de los partidos para adaptarse a un escenario en constante cambio.
