De “El hombre que yo amo” a su mayor confesión: a los 61, Myriam Hernández habla de su divorcio, del miedo a envejecer en el escenario y del mensaje inesperado que conmovió a millones
El estudio estaba lleno, pero se sentía pequeño.
En la pantalla de fondo, una imagen gigante de Myriam Hernández con micrófono en mano, congelada en uno de esos momentos en los que parece que canta con todo el cuerpo. Frente a ella, ahora de 61 años, el mismo público que la había acompañado durante más de cuatro décadas de carrera.
El especial se llamaba “Myriam: la verdad después del silencio”.
La expectativa era alta: desde hacía meses, la cantante chilena había reducido sus apariciones en televisión a lo mínimo, dedicándose a sus conciertos y a un nuevo disco, Tauro, que marcaba una etapa distinta en su trayectoria.

El presentador respiró hondo y lanzó la pregunta que todos esperaban:
—Myriam, has dicho que hoy vas a contar algo que llevas años callando. ¿Qué es lo que tanto te ha costado decir?
Ella miró un segundo al suelo, sonrió apenas, se acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja y respondió con una calma desconcertante:
—Que hubo una noche en la que decidí que no iba a cantar nunca más… y que no lo conté porque me daba vergüenza dejar de ser “la fuerte” de la historia.
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier aplauso.
De “El hombre que yo amo” a la Gaviota de Platino
Para entender el peso de esa frase, hay que retroceder.
Myriam Raquel Hernández Navarro comenzó a hacerse conocida en Chile en los años 80, hasta que “El hombre que yo amo” la catapultó a la fama continental. Desde entonces, su voz se volvió banda sonora de amores correspondidos, desengaños y reconciliaciones en toda América Latina.Wikipedia+2myriamhernandez.us+2
Con el tiempo llegaron éxitos como “Peligroso amor”, “Te pareces tanto a él”, “Huele a peligro” y otros que conquistaron los rankings de Billboard, convirtiéndola en una de las artistas chilenas más exitosas de todos los tiempos.Wikipedia+2Viberate+2
Décadas después, la niña que cantaba en televisión se transformó en referente: “baladista de América”, única chilena en llegar al número uno de Billboard en listas latinas, Gaviota de Plata, de Oro y, finalmente, la codiciada Gaviota de Platino en Viña del Mar, además de un Grammy Latino a la Excelencia Musical en 2022.LOS40+2Kiddle+2
Su historia parecía un ascenso constante.
Los titulares hablaban de récords, discos, giras, sold outs. Nadie sospechaba que, detrás de esa voz segura, se estaba gestando un desgaste que acabó por estallar en el momento más inesperado.
La separación que encendió todas las alarmas
Durante 32 años, la vida profesional y personal de Myriam estuvo entrelazada con un mismo nombre: el de su esposo y mánager, Jorge Saint-Jean Domic. Juntos construyeron una carrera sólida, dos hijos y una imagen de pareja estable en medio del mundo del espectáculo.LOS40
Por eso, cuando se confirmó su separación tras más de tres décadas de matrimonio, muchos quedaron en shock. No solo por el quiebre sentimental, sino porque también implicaba un cambio radical en la forma en que Myriam manejaba su carrera: su hijo asumió el rol de mánager y ella empezó a tomar decisiones que sonaban a reinicio.LOS40
Los medios hablaron de “fin de una era”.
Ella, en cambio, eligió el silencio.
No hubo entrevistas llorosas, ni exclusivas vendidas. Solo un comunicado sobrio y una frase repetida en distintos escenarios:
—La vida tiene ciclos. Este terminó. Estoy en paz.
Pero puertas adentro, la historia era menos ordenada.
La noche en que quiso apagar el micrófono para siempre
De vuelta en el programa, el presentador le pidió que contara esa noche que, según sus palabras, había sido el punto de quiebre.
—Fue hace unos años —dijo ella—, en medio de una gira que, hacia afuera, se veía perfecta. Entradas agotadas, público cantando cada canción, flores, regalos… todo eso que agradezco con el alma.
Cuenta que, al terminar el concierto, se encerró en el camarín, todavía con el maquillaje intacto, el peinado perfecto, el vestido brillante. Afuera, su equipo celebraba el éxito.
—Cerré la puerta, me miré al espejo y sentí que estaba viendo a una extraña —relató—. La mujer del reflejo sonreía, pero yo estaba rota.
Ese día, el cansancio acumulado, los problemas personales y una pregunta que venía postergando se juntaron:
“¿Quién eres cuando no estás en el escenario?”
—Tomé el micrófono que había dejado sobre el sillón —continuó— y dije en voz alta: “Hasta aquí llegaste, Myriam. Se acabó.”
Lo guardó en su estuche, como si fuera un ritual de despedida.
Después se cambió, se desmaquilló y salió a saludar a quienes la esperaban en el pasillo. Nadie sospechó nada.
—Esa fue la primera vez que decidí que no quería volver a cantar —confesó—. Lo que nadie sabe es que, al día siguiente, me subí de nuevo al escenario… con la misma sonrisa de siempre.
El miedo que nunca había dicho en público
La conductora, sensibilizada, le preguntó qué era exactamente lo que quería dejar: ¿la fama, la música, las giras?
—Tenía miedo de envejecer en el escenario —respondió ella, sin rodeos—. De convertirme en una caricatura de mí misma, de seguir cantando “El hombre que yo amo” como si tuviera 20 cuando ya no los tengo.
El público rió con cariño.
Muchas mujeres asentían desde sus casas.
—Vivimos en una industria que, aunque ha cambiado, sigue tratando distinto a los hombres y a las mujeres —añadió—. A ellos los llaman “clásicos”, a nosotras nos preguntan si ya pensamos retirarnos.
Myriam contó que, después de su separación, esa presión se intensificó:
Titulares preguntando si estaba “bien”, si seguiría de gira, si el divorcio significaba el final de una etapa creativa o el inicio de la decadencia.
—Yo misma empecé a repetir esos discursos en mi cabeza —dijo—. Empecé a creer que el público solo me quería como la imagen perfecta, sin arrugas, sin tropiezos, sin la vida real que también tengo.
Por eso calló.
Por eso se alejó poco a poco de las entrevistas personales.
No porque no tuviera nada que decir, sino porque no sabía cómo decirlo sin romper esa idea de “cantante invencible” que muchos le habían impuesto… y que ella misma había aceptado.
Un secreto familiar que lo cambió todo
Lo más sorprendente llegó después.
El presentador le preguntó qué había hecho que cambiara de opinión, qué le devolvió las ganas de cantar.
Myriam respiró hondo y habló de su hijo.
—Cuando él asumió como mánager, después de la separación, llegamos a un acuerdo: “Mamá, vamos a hacer esto a tu ritmo, no al del mercado” —recordó—. Un día me sentó y me mostró algo que había escrito.
Se trataba de una carta, nunca antes vista, donde su hijo describía lo que significaba para él crecer con una madre famosa… y al mismo tiempo ausente muchas veces por trabajo.
—En la carta me decía que, de niña, su hermana y él creían que yo vivía dentro de la televisión —relató—. Y que ahora entendía que también tenía derecho a cansarme, a llorar, a equivocarme.
La parte que la desarmó fue una frase final:
“Si decides no cantar nunca más, yo igual voy a estar orgulloso de ti. Pero si decides seguir, que sea porque todavía te hace feliz, no porque nos quieres demostrar que no te caes.”
—Ahí entendí —dijo Myriam, con la voz quebrada— que el amor de mi familia no dependía de que yo siguiera siendo la Myriam perfecta de los posters. Y que quizá el público tampoco necesitaba eso.
Ese fue el “secreto familiar” que, según admite, la empujó a romper el silencio y a contar que también había estado al borde de rendirse.
“Invencible”, pero no de la forma que todos creían
A partir de esa conversación con su hijo, Myriam comenzó a armar una nueva etapa: giras con nombre significativo —Invencible World Tour—, canciones donde la vulnerabilidad ya no se disimulaba, sino que se abrazaba, y una manera distinta de estar frente al público.Northern Manhattan Arts Alliance+2Palau Sant Jordi+2
—No me siento invencible porque nada me afecte —aclaró en el programa—. Me siento invencible porque, aun con miedo, sigo eligiendo subirme al escenario.
Durante la gira, empezó a contar pequeñas partes de esta historia entre canción y canción: hablaba de los días malos, del proceso de sanar una separación, de la presión de sostener una carrera tan larga. Algo se rompió… para bien.
—La gente me empezó a escribir cosas como “gracias por decir que también te cansas”, “pensé que solo a mí me daba miedo cumplir años”, “tus canciones crecieron conmigo” —relató—. Y ahí me di cuenta de que no estaban esperando una estatua, estaban esperando a una persona.
El momento en que “Huele a peligro” cambió de sentido
En uno de los fragmentos más emotivos del especial, la producción mostró imágenes de Myriam cantando “Huele a peligro” en Viña del Mar 2025, recibiendo la Gaviota de Platino entre lágrimas.LOS40+1
—Esa noche olía a peligro, pero no del que habla la canción —dijo entre risas—. Peligro de emocionarme de más, de perder la voz, de olvidar la letra.
Contó que, minutos antes de salir al escenario, pensó en aquella noche de camarín en la que había decidido no cantar más. Pensó en todo lo que había pasado desde entonces: divorcio, terapia, giras, dudas, la carta de su hijo.
—Cuando escuché al “monstruo” de la Quinta cantando conmigo, entendí que no estaba ahí solo la mujer de 61 años —explicó—. Estaban también la chiquilla que soñaba frente al televisor, la madre que se culpó por ausencias, la esposa que vio terminar un matrimonio largo, la artista que estuvo a punto de colgar el micrófono.
El público, esa noche y en el programa, respondió con un aplauso distinto: no por el agudo perfecto, sino por la historia que había detrás.
Las redes: del juicio fácil a la empatía
El impacto de su confesión no se quedó en el estudio.
En cuestión de horas, fragmentos del especial se viralizaron:
“Myriam confiesa que quiso dejar de cantar.”
“La baladista de América habla del miedo a envejecer en el escenario.”
“El hijo de Myriam, clave en su regreso emocional.”
Hubo quien, como siempre, minimizó:
—Bah, cosas de famosos.
Pero también llegaron mensajes de mujeres de todas las edades, contándole sus propias noches de querer renunciar: a trabajos, a relaciones, a sueños. Personas que se sentían agotadas de fingir fuerza todo el tiempo.
—Si Myriam también se cansó, yo no estoy rota, solo soy humana —escribió una usuaria en un comentario que acumuló miles de “me gusta”.
Por primera vez, el nombre de Myriam Hernández estuvo en tendencia no solo por un éxito del pasado o un premio, sino por algo tan simple (y tan potente) como admitir que no siempre pudo con todo.
Lo que viene después del silencio
En el tramo final del programa, el presentador le preguntó qué seguía después de esta confesión pública.
—¿Piensas retirarte pronto? —insistió, repitiendo la pregunta que la ha perseguido los últimos años.
Ella sonrió, esta vez con un brillo distinto:
—No tengo una fecha de caducidad artística en el calendario —respondió—. Lo que sí tengo es una promesa conmigo misma: si alguna vez vuelvo a guardar el micrófono en su estuche pensando que todo se acabó, que sea para descansar, no para huir.
Habló de nuevos conciertos, de canciones por venir, de colaboraciones con voces jóvenes a las que quiere apoyar, como otras la apoyaron a ella en su momento.Ticketmaster+1
Pero dejó claro algo más profundo:
—Mi objetivo ya no es superar mis propios récords, es disfrutar lo que hago sin sentir que tengo que demostrarles a todos que sigo en la cima. Si la cima ahora es un teatro mediano lleno de gente que canta conmigo, eso basta.
El mensaje final que conmovió al mundo
Antes de terminar, el presentador le cedió la cámara para que dijera lo que quisiera, sin pregunta de por medio.
Myriam miró directo al lente.
No parecía la estrella distante de un viejo póster, sino una mujer hablando a otras personas al otro lado de la pantalla.
—Quiero hablarle a quien siente que tiene que ser fuerte todo el tiempo —dijo—. A la mujer que cree que, si se rompe un poquito, decepciona a todos. Al hombre que no se permite llorar. A los hijos que piensan que sus padres son invencibles.
Hizo una pausa.
—No somos invencibles —continuó—. Y está bien. No pasa nada si alguna noche dijiste “no puedo más”. Lo importante es qué haces al día siguiente: si te sigues castigando por sentirte cansado o si buscas ayuda, abrazas a los tuyos, te das permiso para empezar de nuevo.
Se permitió una sonrisa amplia:
—Yo, a los 61, decidí empezar otra vez. Esta vez, sin miedo a decir que me duele cuando me duele y que soy feliz cuando soy feliz. Si eso conmociona al mundo, ojalá sea para bien.
Las redes hicieron el resto.
Clips de esa frase se tradujeron, se compartieron, se comentaron en programas de otros países. No como escándalo, sino como espejo.
Porque, al final, la noticia no era solo que Myriam Hernández rompió su silencio.
La noticia era que, al hacerlo, le recordó a millones de personas que siempre se está a tiempo de elegir una vida menos perfecta… y mucho más verdadera.
