A los 64 años, Eugenio Derbez rompió a llorar al hablar de Cantinflas: la confesión que nadie esperaba

En una conmovedora entrevista, Eugenio Derbez, a sus 64 años, rompió a llorar al recordar a Cantinflas y confesó una verdad oculta durante décadas que cambió para siempre la forma en que el público entiende su carrera.

Durante años, el público ha visto a Eugenio Derbez como uno de los grandes nombres de la comedia en el mundo hispano. Versátil, incansable, capaz de hacer reír con un gesto mínimo o una frase absurda, se ha posicionado como heredero de una tradición humorística que marcó a generaciones.

Sin embargo, detrás del humor, de las alfombras rojas y de sus proyectos internacionales, hay una historia que rara vez se ha contado: la relación emocional, profunda y casi sagrada que —en esta historia ficticia— lo une a la figura de Cantinflas.

Por eso, cuando a sus 64 años Eugenio se sentó frente a una cámara para participar en un especial dedicado a los grandes del cine mexicano, nadie imaginaba que terminaría rompiendo a llorar.
Lo que empezó como una conversación más sobre cine y comedia, se convirtió de pronto en una de las confesiones más conmovedoras de su carrera.


Un homenaje que parecía rutinario… hasta que tocaron la fibra más sensible

El programa fue anunciado como un especial de homenaje al legado de la comedia mexicana. El formato era sencillo: entrevistas, fragmentos de películas, testimonios de actores, directores y críticos. Entre los invitados, por supuesto, estaba Eugenio Derbez, presentado como “uno de los herederos naturales de la tradición cómica nacional”.

Desde el inicio, Eugenio se mostró relajado: contó anécdotas divertidas de sus inicios, habló de sketches, de fracasos que después se volvieron éxitos, de personajes que el público adoptó como si fueran parte de la familia.

Todo parecía transcurrir en el tono habitual: risas, recuerdos bonitos, comentarios ingeniosos.

Hasta que la entrevistadora proyectó, en una pantalla gigante frente a él, una escena de Cantinflas en uno de sus momentos más emblemáticos. La música de fondo, los diálogos, el estilo inconfundible del gran cómico llenaron el foro.

El rostro de Eugenio cambió.

Sonrió al principio, como cualquier espectador que reconoce algo querido. Pero poco a poco, la sonrisa se transformó en algo más complejo: sus ojos se humedecieron, su respiración se volvió más lenta, sus manos comenzaron a jugar nerviosamente con el micrófono.

La entrevistadora, al notar el cambio, le preguntó con delicadeza:

“¿Te tocó algo en especial esta escena?”

Él tragó saliva, bajó la mirada y, apenas audible, respondió:

“Mucho más de lo que imaginan…”


“Si estoy aquí, es por él”

Lo que vino después no estaba en el guion del programa.

Eugenio guardó silencio unos segundos, como si estuviera decidiendo si hablar o callar. Finalmente, levantó la mirada, observó nuevamente la imagen congelada de Cantinflas en la pantalla y dijo:

“Si hoy estoy aquí, si hice comedia, si me atreví a subirme a un escenario… es por él.”

La entrevistadora intentó suavizar la tensión con una sonrisa:

“Te inspiró mucho, ¿no?”

Pero él negó con la cabeza, no para contradecirla, sino para indicar que se quedaba corto:

“No solo me inspiró. Me acompañó. Cantinflas era… mi refugio.”

La voz se le quebró en la última palabra.
Tuvo que hacer una pausa.
El público en el estudio se quedó inmóvil.


Una infancia marcada por la risa… y por el silencio

En esta historia, Eugenio comenzó a recordar momentos que nunca antes había compartido en público.

“De niño, muchas cosas a mi alrededor eran complicadas. Yo no entendía del todo lo que pasaba, pero sí sentía que el ambiente no siempre era ligero. Había silencios largos, preocupaciones, días raros… Y en medio de todo eso, había algo que siempre me hacía sentir seguro: una película de Cantinflas.”

Contó que, cuando la atmósfera se volvía pesada en casa, alguien —un familiar, una persona cercana— ponía una cinta del gran cómico. Y que, apenas aparecía en la pantalla, todo cambiaba.

“Era como si la habitación respirara de nuevo. Todos se quedaban callados, pero esta vez no por tensión, sino por atención. Y de pronto llegaba la risa. Cantinflas lograba algo increíble: nos hacía olvidar por un rato que allá afuera las cosas no eran fáciles.”

Eugenio recordó que, más allá de la risa, había algo en la mirada del personaje que lo marcó para siempre:

“Sentía que se burlaba de la vida… pero con cariño. Como diciendo: ‘Sí, esto está complicado, pero no vamos a dejar que nos destruya.’ Y yo, de niño, necesitaba escuchar exactamente eso.”


El día que decidió seguir sus pasos

La entrevistadora le preguntó cuándo fue la primera vez que pensó seriamente: “Yo quiero hacer esto”.

Eugenio sonrió de nuevo, pero esta vez la sonrisa traía nostalgia:

“Había una escena en la que él, con toda su torpeza, lograba que un grupo de personas se reconciliara. Todos estaban peleados, molestos, tensos… y termina con todos riendo juntos. En ese momento pensé: ‘Qué poder tan grande tiene alguien que hace reír. Puede unir a la gente.’”

Y entonces añadió, con la voz ligeramente temblorosa:

“Ese día, sin saberlo, decidí que quería hacer lo mismo. Si alguien como él había logrado salvar tantos momentos difíciles de mi vida… yo quería intentar hacer lo mismo por los demás.”

Fue ahí cuando la emoción rebasó el control.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Tuvo que llevarse la mano al rostro, intentando disimular.

La entrevistadora le ofreció un pañuelo.
Él soltó una risa corta, entre vergüenza y alivio, y dijo:

“Mira nada más, 64 años y todavía no puedo hablar de él sin que se me salga todo esto.”


La confesión que nadie esperaba: “Le hablo como si estuviera vivo”

En uno de los momentos más fuertes de la conversación, Eugenio reveló un detalle íntimo que sorprendió a todos.

“A veces, antes de grabar algo importante, de estrenar una película o de hacer una escena de comedia complicada, hago algo que nunca había contado.”

La entrevistadora lo miró, intrigada.

“¿Qué haces?”

Él respondió, casi en susurro:

“Le hablo. Le hablo como si estuviera vivo.”

Hubo un silencio intenso en el foro.

“Le digo: ‘No me dejes regarla. Ayúdame a encontrar el punto exacto entre la risa y el corazón, como tú lo hacías.’ Y aunque sé que no está físicamente, algo en mí se calma. Es como si me tomara de la mano un maestro que nunca conocí en persona, pero que siempre estuvo presente.”

No había dramatismo forzado.
Era una vulnerabilidad genuina, al desnudo.


Más que un ídolo: una brújula moral

Eugenio también habló de otro aspecto menos comentado, pero fundamental en su relación emocional con Cantinflas: el contenido de sus historias.

“Siempre me impresionó que, detrás del chiste, había una postura. Él defendía al que tenía menos, se burlaba de la soberbia, de la prepotencia, del abuso. Nunca fue solo hacer reír porque sí. Había un mensaje ahí, disfrazado de chiste.”

Y añadió:

“Cuando empecé a crear mis propios personajes, me preguntaba: ‘¿Qué diría él de esto? ¿Se reiría conmigo o se reiría de mí?’ Y eso me ayudó a no cruzar ciertas líneas, a no irme por lo fácil cuando podía decir algo más.”

En esa frase, muchos vieron reflejada una confesión incómoda y hermosa a la vez:
la idea de que, incluso en la cúspide de su carrera, Eugenio seguía midiéndose con un estándar muy alto, el de un ícono que ya no está… pero que sigue presente.


Las lágrimas que dijeron lo que las palabras no alcanzan

A medida que avanzaba la entrevista, el rostro de Eugenio alternaba entre la sonrisa y la tristeza, entre el orgullo y la nostalgia.

En un momento, la entrevistadora proyectó una foto en blanco y negro de Cantinflas y, junto a ella, una imagen actual de Eugenio en uno de sus proyectos.

“¿Qué sientes cuando te ponen en la misma frase que él?” —le preguntó.

Él negó con la cabeza, casi de inmediato:

“Siento que es demasiado. Que una cosa es admirarlo y otra muy diferente es compararme con él. Yo solo soy alguien que lo vio desde la butaca y se enamoró de lo que hacía.”

Las lágrimas, que venían y se iban desde el inicio de la conversación, esta vez se desbordaron.
No eran lágrimas escandalosas, sino discretas, silenciosas, pero imposibles de disimular.

“Perdón,” dijo, intentando secárselas. “No pensé que me iba a pegar así.”

La entrevistadora le respondió con algo que muchos espectadores pensaron en ese momento:

“No pidas perdón. Es bonito ver que detrás del humor también hay un corazón que siente.”


El peso de los años: “Ahora entiendo cosas que de joven no veía”

Al reflexionar sobre su edad, Eugenio soltó una frase que resonó con fuerza:

“A los 64 años, uno entiende cosas que de joven no ve. Cuando era chico, solo me reía. Después, empecé a admirar el talento. Ahora, a esta edad, lo que más me conmueve es su humanidad.”

Explicó que, con los años, empezó a ver los detalles: la mirada triste detrás del chiste, la ternura disfrazada de torpeza, la crítica envuelta en humor.

“Cantinflas no solo me enseñó a reír. Me enseñó a mirar la vida con compasión. Y eso, para mí, vale más que cualquier técnica cómica.”


La reacción del público: un impacto más allá del entretenimiento

Cuando la entrevista se emitió, los fragmentos más emotivos se volvieron virales.
En redes sociales, las reacciones no se hicieron esperar:

“Nunca había visto a Eugenio tan vulnerable. Ahora lo respeto todavía más.”

“Es hermoso ver cómo un artista reconoce a quienes lo inspiraron.”

“Me dieron ganas de volver a ver películas de Cantinflas y los proyectos de Eugenio con otros ojos.”

Incluso críticos de cine ficticios comentaron que la entrevista mostraba una faceta poco explorada en el mundo del entretenimiento: la del legado emocional, más allá de premios, taquillas o contratos.


Un mensaje final para quienes crecieron con ambos

Hacia el final del programa, la entrevistadora le pidió a Eugenio que enviara un mensaje a quienes crecieron viendo a Cantinflas y después lo vieron a él en televisión y cine.

Él respiró hondo una vez más y dijo:

“Si alguna vez se rieron conmigo en un momento difícil, si un personaje mío les ayudó a pasar un día complicado, quiero que sepan que, en parte, ese es el eco de lo que Cantinflas hizo por mí cuando yo era niño.”

Y remató con una frase que se quedó grabada en la memoria de muchos:

“Yo soy solo un eslabón más en una cadena de risas que empezó mucho antes de mí y que, ojalá, continúe mucho después.”

Al decirlo, volvió a mirar la imagen de Cantinflas en la pantalla.
Esta vez, ya sin lágrimas, pero con una serenidad distinta, como si hubiera descargado algo que llevaba mucho tiempo guardado.


Conclusión: cuando el humor se convierte en gratitud

A sus 64 años, en esta historia, Eugenio Derbez no solo rompió a llorar al hablar de Cantinflas.
Rompió, también, con la idea de que el comediante debe ser siempre imperturbable, siempre ligero, siempre distante del dolor.

Lo que el público vio no fue debilidad, sino todo lo contrario:
la fortaleza de alguien que se atreve a decir:

“Yo también tuve un héroe. Yo también necesité reír para sobrevivir. Y si hoy hago reír, es porque alguien, antes que yo, me tendió la mano desde una pantalla.”

Y quizá por eso, esa noche, mientras el programa terminaba, muchos sintieron que habían sido testigos de algo más que una entrevista:

Fueron testigos de un acto de gratitud, de esos que, aunque vengan acompañados de lágrimas, dejan al corazón un poco más liviano.