Tras una herencia, corrió a casa para sorprender a su esposo y a su suegra. Pero al abrir la puerta…

Cuando Bianca heredó una casa de campo y 70 millones dólar, se apresuró a llegar a casa para alegrar a su esposo y a su suegra, pero apenas entreabrió la puerta del departamento, se quedó paralizada al escuchar aquello. Hola, mis queridos. Dejen lo que están haciendo por un minuto.

Quiero contarles una historia que les ayudará a ver de otra manera a las personas cercanas. Diplomas y certificados descoloridos proyectaban largas franjas de sombra, el olor a oficina, papel, tinta, polvo, mezclados con el aroma de un café fuerte que se enfriaba lentamente sobre el escritorio del notario en una vieja taza de cerámica con filo azul.

Bianca estaba sentada en la orilla de un sillón de cuero cuarteado que parecía enorme para su figura delgada. con dedos temblorosos, acomodó un mechón de suelto de su peinado sencillo y sin darse cuenta jaló las solapas de su viejo abrigo comprado todavía a principios de los 2000, cuando ella y Pedro recién se habían casado.

En ese entonces aquel abrigo le había parecido un lujo para el que tuvieron que ahorrar varios meses. Ahora, 15 años después, el cuello estaba gastado y en las mangas se notaban manchas brillosas casi imperceptibles. En la sala de espera zumbaba en silencio un viejo calefactor, igual al que ella tenía en su cuarto de niña cuando la calefacción de su casa volvía a fallar una vez más.

La secretaria en el escritorio de al lado tecleaba llenando unos formularios. El sonido le recordaba a Bianca el golpeteo de la vieja máquina de escribir de su mamá, con la que por las noches volvía a redactar documentos para ganar un dinero extra después de su trabajo principal. Entonces ustedes, Bianca Pizarro.

El notario, un hombre de unos 60 años con una prolija barba canosa y mirada atenta detrás de unos lentes de armazón de care, ojeaba los documentos mirándola de vez en cuando. Sus manos, de dedos largos y uñas bien recortadas, se movían con calma y seguridad, acomodando papeles y estampando sellos.

En el anular de la mano derecha brillaba un sencillo anillo de oro, igual al que usaba su padre, que nunca se quitaba la alianza ni siquiera cuando trabajaba en el taller. “Sí, soy yo!”, asintió Bianca sintiendo como se le secaba la garganta. Aún no entendía por qué la habían citado. Antier sonó una llamada de la notaría y una voz femenina y cortés le informó que debía presentarse por un asunto de herencia de parte de Flor Barrera.

Su primera reacción fue pensar en un error, un número equivocado. Luego recordó ese nombre, Tía Flor, una pariente lejana de su madre, prima hermana de su abuela materna, alta, delgada, de espalda recta y mirada severa de profesora de literatura. Aunque no, ella estaba a cargo de una biblioteca en algún pueblo de provincia en Michoacán. Bianca ya no recordaba con exactitud.

De niña, su mamá la había llevado un par de veces a visitar a la tía Flor durante las vacaciones de verano. En su memoria había quedado aquella casita pequeña y ordenada con jardín, el olor a pasteles de guayaba y la enorme biblioteca, enorme a ojos de niña. Flor le sacaba libros a Bianca que los demás niños no podían tocar.

Una edición antigua de cuentos con ilustraciones a color, clásicos, incluso algunos números de revistas literarias con novelas. La última vez que Bianca vio a la tía Flor fue en el funeral de la abuela hace 15 años. Entonces Flor se le acercó, la miró fijamente y le dijo, “Tienes los ojos de tu mamá, pero el carácter de tu abuela, vas a ser fuerte.” Y nada más.

No volvieron a verse. A veces se mandaban postales en las fiestas, pero hasta ahí. Según el testamento de Flor Barrera, redactado hace 4 meses, usted, Bianca, es la única herederá de todos sus bienes. El notario levantó la vista de los papeles y la observó con atención. En su mirada había algo parecido a la curiosidad. Tal vez estaba acostumbrado a ver otras reacciones en los herederos.

Ansiedad, codicia, formalidad. Pero Bianca solo sentía desconcierto y una especie de vaga culpa, como si estuviera recibiendo algo que no le correspondía. “Pero, ¿por qué yo? Casi no teníamos contacto”, dijo Bianca con desconcierto, entrelazando los dedos sobre sus rodillas. Ella tenía otros familiares. El hijo de mi tía Segunda Carmen, Alonso, creo.

Él estuvo en el funeral de la abuela. Recuerdo que siempre rondaba a la tía Flor y por parte de su esposo también debía tener parientes. El notario sonrió apenas con las comisuras. En el testamento hay una nota de flor. Permítame, se la leo. Dejo todos mis bienes a mi sobrina Bianca, porque en 30 años nunca me pidió dinero, ni se apareció insinuando interés por la herencia, a diferencia de otros familiares. Y también porque fue la única que me llamó cuando me fracturé la cadera y me preguntó cómo estaba.

sin ofrecer ayuda, que yo no acepto. Solo me llamó como a un ser querido. Hoy en día eso es raro. Bianca sintió un nudo en la garganta. En efecto, había llamado a la tía Flor 3 años atrás cuando su madre se enteró por una vieja amiga de la lesión. Solo llamó para preguntar cómo estaba. No insistió en ayudar, simplemente mostró interés.

La tía Flor fue breve, pero le agradeció la llamada. Y ya, ¿quién hubiera pensado que un gesto tan sencillo significaría tanto para ella? Pero, ¿qué es exactamente lo que me dejó? Bianca no se atrevía a creer que se tratara de algo importante. Tal vez aquella casita con jardín, quizá unos pequeños ahorros. Con eso bastaría para aliviar un poco su situación con Pedro.

El notario volvió a revisar los documentos. Una casa de campo a la orilla del lago de 240 m² con un terreno de media hectárea, totalmente amueblada con garaje para dos autos y edificaciones auxiliares y además fondos por un total de 70 millones de dólares depositados en cuentas. Bianca sintió que el corazón se le detenía y luego empezaba a latir con más fuerza.

De pronto, la habitación giró ante sus ojos y tuvo que aferrarse con fuerza a los reposabrazos del sillón para no caer. 70 millones de dólares. Una suma que no podía ni imaginar, una suma que cambiaría para siempre su vida con Pedro. Disculpe, pero ¿de dónde sacó semejante fortuna a una bibliotecaria? La pregunta se le escapó sola y enseguida Bianca se sintió incómoda.

Pero el notario al parecer estaba acostumbrado a esas reacciones. “Flor en los 90 invirtió con éxito en varios inmuebles en Ciudad de México”, explicó el notario, como si hubiera leído sus pensamientos. Era una mujer bastante emprendedora a pesar de la profesión que eligió.

Su esposo Julián trabajaba en el Ministerio de Comercio de México y tenían ciertos ahorros. Cuando empezó el auge de la construcción, no se quedaron atrás. Invirtieron, alquilaron propiedades. Después de la muerte de su esposo, Flor continuó administrando los activos. Vivía modestamente, pero su capital seguía creciendo.

Bianca recordó el vestido anticuado de la tía Flor en el funeral de la abuela, su bolso gastado, los zapatos sencillos de tacón bajo. ¿Quién hubiera imaginado que aquella mujer era millonaria? Y los familiares, ¿llos saben del testamento?”, preguntó Bianca, sintiendo de repente un extraño desasosiego. Recordó a Alonso, un hombre robusto de ojos codiciosos que siempre le sacaba información a la tía Flor sobre sus asuntos. Insistía en ofrecer ayuda en la casa y dejaba muy claras las indirectas de que sus hijos eran herederos dignos.

Floor redactó un testamento cerrado, respondió el notario. Nadie conocía su contenido hasta su fallecimiento, pero la información sobre la herencia es pública, así que debe estar preparada para que los parientes aparezcan. Bianca asintió. Qué raro.

En lugar de alegría por la inesperada riqueza, lo que sentía era inquietud. ¿Cómo reaccionaría Pedro y su madre Constanza, que siempre la miraba con un desprecio apenas disimulado, convencida de que su hijo merecía una mejor esposa, ¿cómo cambiarían sus relaciones ahora que Bianca de repente se había convertido en una mujer adinerada? ¿Cuándo podré disponer de la herencia? La voz de Bianca tembló. Se imaginó contándole a Pedro sobre la herencia.

Por fin podrían hacer la remodelación de su viejo departamento de dos cuartos, de la que hablaban desde hacía 5 años. Podrían comprar un coche nuevo en lugar de su desgastado Zuru. Pedro siempre soñó con tener su propio negocio, pero nunca tuvo capital inicial y además por fin podrían pagar el costoso tratamiento contra la infertilidad por la cual Bianca se había sentido incompleta todos esos años, sobre todo bajo la mirada insistente de su suegra, que soñaba con tener nietos. Todos los trámites ya están resueltos”,

explicó el notario. Flor se encargó de eso con anticipación. Tenía una enfermedad oncológica y sabía que le quedaba poco tiempo. Por eso redactó el testamento de manera que se evitara un largo proceso de sucesión. Aquí están los documentos de la casa.

El notario le entregó una carpeta pesada con papeles y aquí los datos de la cuenta y la tarjeta bancaria vinculada a la cuenta principal. Desde este momento puede disponer de todos los fondos. Los impuestos también fueron pagados a nombre de la difunta. Bianca recibió los documentos con cuidado, apenas comprendiendo que sostenía en sus manos su nueva vida.

Las páginas temblaban un poco, ya fuera por la emoción o por la ligera corriente de aire que recorría la oficina. “Gracias”, dijo sin saber qué más añadir. El notario asintió. Una cosa más. Flor dejó una carta para usted. Pidió que se la entregara personalmente.

Sacó de un cajón un sobre de papel grueso sellado con la y se lo entregó a Bianca. Ella lo recibió sintiendo su peso. ¿Qué podía haberle escrito aquella mujer a la que apenas conocía? ¿Qué últimas palabras quería dejarle? ¿Puedo leerla ahora?, preguntó Bianca. Claro, respondió el notario. Los dejaré solos unos minutos. Él salió del despacho cerrando la puerta con firmeza.

Bianca rompió con cuidado el sello del acre y sacó del sobre varias hojas escritas con letra pequeña y ordenada. La caligrafía de la tía Flor que recordaba por la dedicatoria en el libro de poesía que le regaló el día de su boda. Querida Bianca, empezaba la carta. Si estás leyendo estas líneas, significa que ya no estoy viva y que has recibido la noticia de mi testamento. Me imagino tu sorpresa.

No todos los días se recibe una herencia de una tía vieja a la que viste apenas un par de veces en tu vida. Pero, ¿sabes, querida, yo he seguido tu vida estos años? Tu madre a veces me llamaba y me contaba de ti, de tus estudios, de tu matrimonio, de tu trabajo. Sé que tu vida no ha sido fácil. Sé de tus intentos por tener un hijo, de las dificultades con tu suegra, de cómo apoyaste a tu esposo cuando empezaba su negocio.

Me recuerdas a mí en mi juventud, igual de callada, pero con un carácter fuerte por dentro. Solo que, a diferencia de mí, tú elegiste al hombre equivocado. Tal vez te sorprendas al leer estas líneas. Tal vez te enojes con esta vieja por su descaro. Pero yo viví una vida larga y aprendí a ver a la gente con claridad.

El dinero que te dejo no es solo una herencia, es libertad. Libertad de elegir, libertad de vivir como tú quieras y no como lo dicen las circunstancias. Yas a esta libertad con sabiduría. La casa del lago fue mi refugio en mis últimos años. Espero que también se convierta en tu lugar de fuerza. Allí, en el despacho del segundo piso, encontrarás mi diario. Léelo cuando estés lista.

Sé feliz, niña mía. Y recuerda, a veces las pérdidas se convierten en el comienzo de una nueva y mejor vida. Tu tía Flor. Bianca leyó la carta dos veces tratando de comprender las palabras de la tía Flor sobre haber elegido al hombre equivocado. ¿Qué quería decir con eso? ¿Por qué estaba tan segura? ¿Y de dónde le venía esa lucidez? Pero esas preguntas quedaron en segundo plano ante la ola de emociones que la envolvió. Bianca sintió como las lágrimas corrían por sus mejillas. Lágrimas de gratitud hacia la mujer que

había cambiado su destino de manera tan inesperada. Lágrimas de alivio al entender que las dificultades económicas de tantos años quedaban atrás y lágrimas de esperanza por una nueva vida. Recordó como después de la boda le había enviado a la tía Floral agradeciéndole por su modesto regalo, como la llamó cuando se enteró de la fractura de cadera.

Gestos de atención tan simples cotidianos que resultaron ser tan importantes para una mujer mayor y solitaria. Cuando el notario regresó al despacho, Bianca ya había guardado la carta de nuevo en el sobre y la había metido en su bolso. Su rostro estaba empapado en lágrimas, pero en sus ojos brillaba una nueva determinación. ¿Tiene alguna otra pregunta?, preguntó el notario.

No, gracias. Usted me explicó todo con mucho detalle”, respondió Bianca, levantándose del sillón y apretando con cuidado contra el pecho la carpeta con documentos. “Entonces, permítame darle un consejo”, dijo el notario, “de pronto. No se apresure a contarle a todo el mundo sobre su herencia. A veces el dinero cambia a las personas y no solo a quienes lo reciben, sino también a los que están a su alrededor.

Bianca asintió, sintiendo una extraña gratitud por esa advertencia, como si el notario hubiera puesto en palabra sus propios temores difusos. Al salir del sofocante despacho de la notaría a la calle, Bianca respiró profundamente el aire fresco de febrero.

El viento agitaba los arbustos desnudos junto a la entrada, pero a ella le parecía que ya era primavera. Por primera vez en muchos años, en su alma florecía la esperanza de una nueva vida llena de posibilidades. Se quedó unos minutos contemplando el cielo gris, cubierto de nubes que pronto soltarían la lluvia. En el bolsillo del abrigo vibró el teléfono. Era Pedro.

Bianca dudó un momento, pero contestó, “¿Dónde estás?” La voz de su esposo sonaba irritada. “Llamé a tu trabajo y me dijeron que pediste permiso.” “Sí, tenía unos asuntos”, respondió Bianca, sin atreverse aún a hablar de la herencia. Las palabras del notario resonaban en su mente. “No se apresure a contarle a todos sobre su herencia.” “¿Qué asuntos?” En la voz de Pedro se notaba una molestia apenas contenida.

Tú nunca has tenido otros asuntos aparte del trabajo y la casa. Pasaré y te lo explicaré todo, contestó Bianca decidiendo que una noticia así debía darla en persona. Necesito contarte algo, algo importante. Mamá vino. Gruñó Pedro. Trajo tu pastel favorito. Bianca casi soltó una risa sarcástica. Favoritos.

Detestaba los suegra secos con un relleno duro, pero Constanza se empeñaba en hornearlos cada vez que la visitaba, repitiendo, “Come, Bianca, necesitas engordar. Si no, ¿qué clase de madre vas a ser?” Y eso después de tres intentos fallidos de fertilización invitro y de un diagnóstico de infertilidad de origen incierto. “Está bien, mándale saludos.” “Ya voy para allá”, dijo Bianca y colgó.

dio un paso hacia la orilla de la acera con la intención de tomar un taxi, pero cambió de idea. Necesitaba tiempo para ordenar sus pensamientos, decidir cómo y que contarle a Pedro y a su madre. Caminó hacia la parada de autobús, apretando con fuerza contra sí la carpeta con documentos. Su nueva vida.

Bianca iba en el autobús con la carpeta firmemente sujeta contra el pecho. El flujo de gente, el calor sofocante, el estruendo del transporte, todo le parecía irreal, como en un sueño. 70 millones de dólares, una suma imposible de imaginar. Sus ingresos anuales en conjunto con Pedro apenas llegaban a $100,000 y la mayor parte la aportaba con su taller mecánico.

Su salario como contadora en una pequeña constructora era modesto, pero estable. 15 años atrás, cuando se casaron, Pedro era un mecánico principiante con grandes ambiciones. Bianca destinaba su sueldo al alquiler del taller, ayudaba con los papeles, llevaba la contabilidad. Juntos levantaron el negocio. Bianca aún recordaba como por las noches redactaba en su vieja computadora volantes publicitarios para el taller mientras Pedro regresaba pasada la medianoche, impregnado de aceite y gasolina, pero feliz. Después, el negocio empezó a

prosperar. Pedro contrató empleados. La clientela aumentó. Ya no pasaba todo el día en el taller. Puso un encargado y él solo empezó a vestir mejor. Se compró un coche nuevo y su carácter cambió. Si antes enfrentaban los fracasos juntos apoyándose mutuamente, ahora Pedro descargaba su enojo en Bianca por ni miedades, criticaba su apariencia, la culpaba por no poder quedar embarazada.

“Charmano”, anunció el chóer interrumpiendo los pensamientos de Bianca. Ella dio un sobresalto, se dio cuenta de que había pasado su parada y se apresuró a bajar. Tendría que caminar un par de cuadras. No importaba. Necesitaba tiempo para calmarse antes de ver a su esposo y a su suegra. El aire frío de febrero le quemaba las mejillas.

Bianca caminaba por las calles de su barrio de toda la vida, pasando frente a los edificios típicos al viejo negocio de la esquina que ahora era un supermercado de cadena, al parque infantil donde solía jugar de niña y en el que ahora soñaba pasear con su propio hijo. ¿Lograría alguna vez quedar embarazada? Los médicos decían que si había posibilidades, solo que el tratamiento era costoso.

Pero después de tres intentos fallidos de invitro, Pedro se negó a seguir gastando dinero en algo inútil, como él lo llamaba. Cada vez hablaba más de que quizá deberían pensar en el divorcio, ya que no podían tener hijos. ¿Tú entiendes, Bianca? Necesito un heredero. Alguien que continúe con el negocio, con la familia, decía él.

Y en esos momentos ella escuchaba en su voz el mismo tono de su suegra, Constanza, una mujer autoritaria, de mirada dura y labios delgados, que apretaba cada vez que hablaba de su nuera, sin ocultar su decepción por la elección de su hijo. Pedro pudo haberse casado con alguien más bonita, más rica y más fértil.

le dijo una vez a una amiga por teléfono, sin saber que Bianca estaba en el pasillo y lo escuchaba todo. Esa noche, Bianca lloró en silencio en el baño para que su marido no la oyera. Ahora todo sería distinto. Las mejores clínicas, los mejores especialistas.

Bianca se imaginó contándole a Pedro sobre la herencia, viendo cómo se iluminaban sus ojos, como la abrazaba y le susurraba, “Ahora todo será diferente. Vamos a tener un hijo, ya lo verás.” Pedro volvería a ser el de antes, cariñoso, atento, su apoyo y su sostén. Al doblar en su patio familiar, Bianca vio el auto de su suegra, un viejo coroya. Así que Constanza realmente había llegado.

Qué raro. Normalmente avisaba con anticipación cuando planeaba visitarlos. Bianca suspiró anticipando la tensa charla en la mesa, las preguntas, los consejos no solicitados. Su departamento estaba en el segundo piso de dos habitaciones con una cocina diminuta y un solo baño. Cuántas veces Bianca había propuesto hacer una remodelación, aunque fuera solo cambiar las ventanas, pero Pedro siempre encontraba un pretexto para posponerlo, que no era la temporada, que no había buenos maestros, que era mejor invertir el dinero en el

negocio. Y sí que tenía dinero suficiente, solo que prefería gastarlo en sus aficiones. pesca, la casa a la que iba con sus amigos, un teléfono nuevo cada año. Subiendo las escaleras hacia la puerta de entrada, Bianca sintió de pronto una extraña agitación, como un presentimiento. Y si no debía contar a uno de la herencia, el notario le había aconsejado no apresurarse y en la carta Flor también parecía insinuar algo. Tú elegiste al hombre equivocado. Esa frase no se le quitaba de la cabeza.

¿Cómo podía saberlo la tía Flor? ¿Y a qué se refería exactamente? Dianca se detuvo frente a la puerta tratando de recuperar el aliento. Detrás se oían las voces apagadas de Pedro y Constanza. Estaban discutiendo. Sacó las llaves, pero dudó escuchando. Y cuánto más piensas alargar esto. La voz de su suegra sonaba cortante, incrédula.

Ella sabía que Constanza no la quería, pero escucharla así, tan abiertamente. Mamá, ya te expliqué. La voz de Pedro sonaba cansada, como si esa conversación se hubiera repetido muchas veces. Todo a su tiempo. No puedo simplemente echarla de la casa. Tenemos un departamento en común. Un negocio en común.

¿Qué negocio en común? Lo interrumpió Constanza. Ese negocio es tuyo. Ella solo aparece ahí como contadora. Y ni que fuera un mérito haber llevado unos papeles al principio. Cualquiera lo habría hecho en su lugar. Y ahora por eso tienes que estar atado de por vida a una mujer que no puede darte hijos.

Bianca sintió que la náusea le subía hasta la garganta. Se apoyó en la pared temiendo moverse, temendo que escucharan su respiración detrás de la puerta. Gloria es 10 años más joven que ella. Continuó la suegra. Bonita, sana. Y lo más importante, quiere hijos, muchos hijos. Y esta tuya solo se queja de sus males, de sus carísimos tratamientos. Cuánto dinero tirado a la basura.

Tres procedimientos de invitro y nada de resultados. Dios lo ve todo, hijo. No les da hijos porque no están destinados a estar juntos. Ya lo sé. La voz de Pedro sonó con fastidio. Pero hay que hacer todo bien. Si simplemente pido el divorcio, ella puede reclamar la mitad de los bienes. Y ahora mismo tengo cada peso contado. La expansión del negocio, el nuevo equipo.

Entonces, intenta hablar con ella en buenos términos insistió Constanza. Dile que ya superaron esa relación, que necesitas a una mujer que te dé hijos. Prométele el departamento, el carro. Al fin y al cabo puedes dejarle este departamento, ni vale nada. Y tú con Gloria se compran algo mejor en un barrio nuevo.

Sí, más o menos así lo pensaba hacer, respondió Pedro. En mayo nos divorciamos, le dejo este departamento y el carro viejo y ella me firma un documento renunciando al negocio y a los demás bienes. ¿Y qué dice esa gloria? Acepta esperar. En la voz de la suegra se notaba cierta preocupación. Pedro soltó una risa breve. ¿Y qué otra opción tiene? Claro que acepta.

Además, llevamos medio año juntos. Le renté un departamento cerca de su trabajo. Cómodo, mianca sospecha, ni ojos de más. Después del trabajo pasó un rato con ella y luego a casa. Bianca sintió que el corazón le fallaba a un latido. Medio año, todo ese tiempo en que ella creía que Pedro se quedaba hasta tarde en el taller, él estaba con otra mujer con esa gloria.

Mira, hijo, no vaya a resultar que esa gloria te dé los mismos problemas”, advirtió Constanza. Las chicas de ahora son astutas, sobre todo las jovencitas. Primero se le meten por los ojos a un hombre con dinero y después o se embarazan a propósito o empiezan a exigir cosas. “No te preocupes, mamá”, rió Pedro. “Gloria no es así. Ella sabe cuál es su lugar y valora lo que hago por ella.

Además, gana bien por sí misma. es mercadóloga en nuestra empresa. “Ah, entonces es esa gloria”, dijo Constanza alargando las palabras. “La que fotografiaste en la fiesta de Año Nuevo. Bonita muchacha, eso sí, con cuerpo, a diferencia de algunas.” Bianca bajó la vista hacia su propia figura delgada.

De verdad, después de tantos años de tratamientos hormonales, había perdido su silueta de antes y con ella la confianza en su atractivo. Oye, quizá tengas razón en no apresurarte con el divorcio, dijo de pronto Constanza, pensativa. Quién sabe qué pasará con esa gloria en 6 meses. Tal vez Bianca termine embarazada después de todo. Lo dudo mucho, bufó Pedro.

Llevamos años intentando y nada. No, mamá, ya lo decidí. En mayo el divorcio y en septiembre Gloria y yo nos casamos. Vamos a tener hijos. Dice que quiere dos de inmediato, seguiditos. Y tú vas a cuidar a los nietos, hornearles tus pasteles. Ah, Pedro, como sueño con cuidar nietos, la voz de Constanza se quebró con lágrimas.

Todas mis amigas ya son abuelas y solo yo no. Bianca escuchaba aquella conversación y sentía que caía en un abismo sin fondo. 15 años de matrimonio, 15 años entregados a ese hombre. Y así hablaba de ella, así planeaba deshacerse de ella como si fuera una cosa inútil. ¿Y está seguro de que no sospecha?, preguntó la suegra. Esa tu contadora, Bianca, rió Pedro.

Ella está demasiado ocupada con sus problemas de mujer como para notar nada. Siempre con sus análisis, sus pastillas. sus procedimientos. ¿Sabes, mamá? A veces creo que exagera lo de la infertilidad para atarme a ella, como diciendo, “Mira como sufro por ti, por nuestros futuros hijos. Todas son iguales.” Asintió Constanza.

Egoístas, solo piensan en ellas mismas. Y tú, hijo, te estás consumiendo con ella. Adelgazaste, te ves cansado y como no, si en casa no te espera una esposa amorosa, sino una enciclopedia de enfermedades y para cocinar mejor ni hablar, no como mi gloria tuya rió Pedro con zorna. Y qué, replicó Constanza sin inmutarse.

En cuanto la conocí, supe que ella era la verdadera pareja para mi hijo, hermosa, alegre, buena para la casa. Y te dará hijos, ya lo verás. Bianca se quedó inmóvil, paralizada por lo que acababa de escuchar, así que por eso suegra había empezado a visitarlos tan seguido en los últimos 6 meses.

Ya conocía a Gloria, ya la había aceptado, ya estaba haciendo planes con ella sobre los nietos. Y mientras tanto, Bianca se esforzaba por agradarle a esa mujer. Aguantaba sus puullas, sus consejos no pedidos, su eterno descontento. “Bueno, mamá, basta de eso”, dijo Pedro. Mejor pensemos qué hacer con la casa de campo. Yo digo que hay que venderla.

¿De qué sirve esa casa vieja? Ahora se puede comprar un buen terreno en un fraccionamiento y construir una casa como la gente. Bianca retrocedió en silencio de la puerta. Necesitaba pensar en lo que había escuchado. Necesitaba decidir qué hacer ahora. Con manos temblorosas, guardó la carpeta con los documentos de la herencia en su bolso y bajó de puntillas por las escaleras.

Al salir de la casa, respiró hondo el aire fresco. Su mente estaba nublada, las manos le temblaban, la náusea le apretaba la garganta. 15 años, todo perdido. 15 años creyendo en el amor, en la familia, en el apoyo. Y el que hacía todo ese tiempo, la toleraba, la usaba, esperaba el momento adecuado para cambiarla por un modelo más joven y sano. No, no puedo volver ahí.

No, ahora susurró Bianca apretando el teléfono en el bolsillo. Necesitaba tiempo para recuperarse, para entender qué hacer. Como en un trance, echó a andar lejos de la casa sin fijarse en el camino. No supo cuánto tiempo estuvo vagando por las calles de su infancia, pero cuando salió de su aturdimiento ya estaba oscureciendo.

Se encontró frente a un pequeño café llamado Recuerdos, al que solía ir con sus amigas después de la escuela. En aquel entonces se llamaba Café de la Esquina y era famoso por sus malteadas y sus pastelitos de 20 pesos. Curioso como todo cambia y a la vez sigue igual. Dentro del café hacía calor y había poca gente.

Bianca eligió una mesa en la esquina lejos de las ventanas y pidió un té con limón. Sacó del bolso la carpeta con los documentos y la carta de la tía Florer. Tú elegiste al hombre equivocado. El dinero que te dejo es libertad. ¿Cómo podía Flor, que había visto a Pedro solo un par de veces en reuniones familiares, haber notado lo que ella misma no vio en 15 años de vida a su lado? Bianca sacó el teléfono. Cinco llamadas perdidas de Pedro.

Seguro estaba preocupado por su ausencia o simplemente enojado porque no había cena. En cualquier caso, ella no estaba lista para hablar con él. No ahora, tal vez nunca. abrió el mensajero y escribió un mensaje corto. Estoy bien, no te preocupes. Necesito tiempo para pensar. Regresaré en un par de días. La respuesta llegó de inmediato. ¿Qué pasó? ¿Dónde estás? Voy a ir por ti. Bianca esbozó una sonrisa amarga.

Ir por ella después de todo lo que había escuchado. Después de planear cómo deshacerse de ella sin dolor, después de hablar con su madre sobre cómo engañarla mejor, el teléfono sonó. Era Pedro llamando. Bianca rechazó la llamada y apagó el aparato.

Lo único que necesitaba en ese momento era silencio para pensar en su vida. Por primera vez en muchos años sintió un extraño alivio, como si un enorme peso se hubiera caído de sus hombros. Todo ese tiempo se había culpado por los problemas en su matrimonio, por no ser lo suficientemente bonita, ni lo suficientemente sana, ni buena ama de casa, y resultaba que el problema no era ella. Otro té.

La mesera, una mujer de unos 50 años con rostro cansado pero bondadoso, se detuvo junto a su mesa. Sí, por favor, asintió Bianca. ¿Y me podría decir dónde queda el hotel más cercano? El modesto hotel Bianca en la calle de al lado era justo lo que se podía esperar de un hospedaje de dos estrellas en el barrio. Interior limpio, pero desesperadamente anticuado, alfombra gris con la huella del tiempo, mostrador de madera oscura, detrás del cual estaba una mujer con un peinado alto de los años 80. En la pared, un cartel amarillento con vistas de la ciudad y un horario de desayunos

descolorido. Sus documentos, por favor, dijo la recepcionista levantando la vista de una revista y observando a Bianca por encima de unas gafas de grueso armazón. Bianca entregó los papeles, sintiendo con fuerza lo irreal de todo aquello. Esa misma mañana solo era Bianca Pizarro, contadora con una vida personal fallida y problemas de salud.

Y ahora, ¿quién era ahora? Una esposa engañada, una millonaria, una mujer en una encrucijada. ¿Por cuántos días el cuarto?, preguntó la recepcionista llenando la tarjeta de registro. Por tres días, por favor, respondió Bianca. Necesitaba tiempo para pensarlo todo, para decidir qué hacer. Son 2,400 pesos, anunció la recepcionista y Bianca sacó su cartera por pura inercia. 2400 pesos.

Antes lo habría pensado dos veces antes de gastar esa cantidad en un hotel y ahora ahora tenía 70 millones, una cifra que su mente todavía se negaba a procesar. El cuarto, en el tercer piso era pequeño pero limpio. Una cama angosta con una colcha descolorida, un escritorio con lámpara, un televisor fijado a la pared, un armario con puerta de espejo, en el baño, azulejo limpio, porcelana blanca reluciente y un juego de toallas almidonadas. Bianca se sentó al borde de la cama sin quitarse el abrigo.

Le daba escalofríos. Aunque la habitación estaba cálida, lo que había vivido ese día no cabía en su cabeza. La herencia, la traición de su esposo, los planes rotos para el futuro, demasiado para un solo día. Sacó el teléfono y lo encendió. 10 llamadas perdidas de Pedro, tres mensajes en el mensajero.

¿Dónde estás? ¿Por qué no contestas, Bianca? No es broma, estamos preocupados. Estamos. Así que Constanza seguía ahí. ¿De qué hablarían ahora? ¿Seguirían discutiendo cómo deshacerse de la esposa estéril? Bianca silenció el teléfono y lo dejó sobre la mesa de noche. Luego, lentamente se desabrochó el abrigo, lo colgó en el armario y sacó del bolso la carpeta con los documentos de la herencia.

Debía estudiar con atención todo lo que le había dejado la tía Flor. No solo el dinero y la casa, sino también el conocimiento, el mensaje que había codificado en su carta. La casa del lago fue mi refugio en los últimos años. Espero que también se convierta en tu lugar de fuerza. Allí, en el despacho del segundo piso, encontrarás mi diario.

¿Debería ir allí de inmediato? No, primero tenía que resolver los problemas urgentes. El divorcio, ese pensamiento ya no le provocaba pánico ni desesperación, más bien alivio. 15 años dedicados a un hombre que planeaba deshacerse de ella como de un objeto inútil. 15 años de autoengaño. Bianca entró al baño, abrió la regadera y se quedó mucho rato bajo el agua caliente, como queriendo lavar no solo el cansancio físico, sino también la carga emocional acumulada durante años de matrimonio. El agua corría por su cuerpo

delgado, llevándose consigo las lágrimas que por fin se permitió derramar. Envuelta en la toalla áspera del hotel, Bianca salió del baño y vio que el teléfono en la mesita parpadeaba. Un nuevo mensaje de Pedro. Si no contestas en una hora, llamaré a la policía. Bianca sonrió con ironía, preocupado o simplemente molesto porque había roto la rutina. En cualquier caso, debía contestar.

No necesitaba más problemas con la policía. Estoy bien, estoy en un hotel. Necesito tiempo para pensar en nosotros. No me busques. Yo misma me comunicaré en unos días. La respuesta llegó de inmediato. ¿En qué hotel? Bianca escribió, “Necesito estar sola, por favor, respétalo.” “¿Qué pasó?”, insistía Pedro.

“¿Supiste algo? ¿Alguien te llenó la cabeza de tonterías?” Bianca no respondió. Conocía esa táctica de Pedro. Cuando lo descubrían en algo, atacaba acusando al otro de pecados inventados. una manipulación clásica en la que ella ya no iba a caer. Se puso una camisola de dormir. Por suerte, en su bolso siempre llevaba ropa interior de repuesto y un cepillo de dientes, costumbre de sus tiempos de viajes de trabajo, y se acostó. El sueño no llegaba.

En su cabeza daban vueltas fragmentos de conversaciones, recuerdos, planes. 70 millones de dólares. ¿Qué haría con ellos? Antes Bianca soñaba con un pequeño café acogedor con repostería casera, como el que su abuela recordaba de su juventud. Pero Pedro siempre descartaba esos planes. Tonterías. En plena crisis, abrir un café te vas a arruinar en el primer mes.

Y ella le creía porque él era el empresario, él sabía de negocios y ella solo una contadora acostumbrada a manejar el dinero de otros. Y sí, el pensamiento fue tan inesperado que Bianca se incorporó en la cama. Y si no fuera solo un café, sino toda una cadena o un restaurante de alta cocina o invertir en bienes raíces, como hizo la tía Flor en su momento, las posibilidades eran infinitas, pero primero debía resolver ese matrimonio que ya era pura apariencia. Bianca tomó el teléfono y abrió el navegador.

Escribió como solicitar el divorcio. Aparecieron decenas de páginas de bufetes de abogados. Fue abriendo una por una, leyendo condiciones, reseñas. Necesitaba al mejor abogado, alguien que la ayudara a romper ese vínculo con las menores pérdidas posibles. Pérdidas. Sonrió con amargura.

¿Qué podía perder si lo más valioso ya se lo habían arrebatado? su confianza, su amor, su fe en el futuro. No, ya no se trataba de minimizar pérdidas, sino de recuperar lo que era suyo por derecho, su parte en el negocio que había iniciado junto a Pedro, sus años invertidos en levantarlo, su dignidad. A las 3 de la madrugada, Bianca ya había elaborado una lista de preguntas para el abogado y un plan de acción aproximado.

Primero, averiguar la situación con los bienes en común. Segundo, entender sus derechos sobre la parte del negocio de Pedro. Tercero, evaluar las perspectivas de dividir el departamento, el coche y lo demás. No quería vengarse, eso le parecía mezquino, solo quería justicia y, lo más importante, quería libertad.

De una relación tóxica, de la mentira, de la obligación de cumplir expectativas ajenas. Al amanecer, por fin se quedó dormida, hecha un ovillo en la cama estrecha del hotel. soñó con la tía Flor, no como la recordaba en su niñez, severa y reservada, sino sonriente, con una mirada cálida, extendiendo la mano como invitándola a seguirla. Bianca despertó con un golpe en la puerta.

Era la camarera trayendo el desayuno incluido, sencillo pero abundante: omelet, chorizo, tostadas, café. Para su sorpresa, tenía hambre. Por primera vez en mucho tiempo comió con gusto, sin pensar en calorías, en la figura, en lo que diría su suegra si notaba 1 kil de más. Después del desayuno se dio una ducha, se vistió y salió del cuarto con decisión. El día prometía ser intenso.

Tenía que reunirse con un abogado, visitar el banco donde estaba la cuenta de la tía Flor y luego luego ir al lago a ver la casa que ahora le pertenecía. El despacho de abogados que Bianca había elegido tras revisar cuidadosamente las reseñas estaba en un moderno centro de negocios en el centro de la ciudad, una oficina amplia con ventanales panorámicos, recepción con una joven sonriente, sala de conferencias donde los abogados recibían a los clientes.

Todo transmitía que la firma prosperaba. La abogada Leticia Figueroa resultó ser una mujer de unos 50 años de mirada penetrante y maneras firmes. Escuchó con atención la historia de Bianca sin interrumpirla, tomando solo algunas notas en su libreta. Entonces, ¿usted quiere solicitar el divorcio y al mismo tiempo reclamar su parte del negocio de su esposo? Confirmó cuando Bianca terminó el relato, omitiendo con prudencia lo de la herencia.

Sí, asintió Bianca. Yo lo ayudé a levantar ese negocio desde cero. Llevaba la contabilidad, entregaba mi sueldo para pagar la renta de local, trabajaba sin descanso. Tengo derecho a una compensación. Sin duda, combino Leticia, si demostramos que el negocio se creó durante el matrimonio y que usted hizo una aportación significativa a su crecimiento, podrá reclamar una parte. Pero hay que entender que su esposo segramente va a resistirse.

Sí, como dice él, planeaba deshacerse de usted con las menores pérdidas posibles. Puede intentar ocultar activos o traspasar bienes a terceros. Tiene una amante, lo interrumpió Bianca, una empleada de su empresa. Gloria le paga un departamento. Planea casarse con ella después de divorciarse de mí. Leticia asintió. Esa es información importante.

Podemos usarla como herramienta de presión en las negociaciones. La mayoría de los empresarios no quiere que su vida privada se haga pública, menos aún si hay detalles comprometedores. Bianca negó con la cabeza. No quiero chantajearlo ni armar un escándalo. Solo quiero recibir lo que me corresponde por derecho. Lo entiendo, sonrió la abogada.

Pero a veces para lograr justicia hay que usar todos los recursos disponibles. De todos modos, empezaremos con una negociación pacífica. Esto es lo que propongo. Durante la siguiente hora discutieron la estrategia del proceso de divorcio. Bianca escuchaba con atención, hacía preguntas, tomaba notas. Por primera vez en mucho tiempo sentía que tenía el control, que estaba tomando decisiones en función de sus propios intereses y no para complacer a su esposo o a su suegra.

Y una cosa más, añadió Leticia al despedirse, no se apresure a informarle a su esposo sobre sus planes. Cuanto más tiempo permanezca en la ignorancia de su estrategia, mejor para nosotras. Bianca asintió. ni pensaba mostrar sus cartas antes de tiempo, que Pedro creyera que ella solo se había tomado un respiro para reflexionar sobre su matrimonio, que siguiera convencido de que podría manipularla como siempre, le esperaba una gran sorpresa. El siguiente punto era el banco.

Bianca estaba nerviosa al cruzar las pesadas puertas de cristal con el logotipo. Una cosa era saber de la herencia y otra muy distinta ver el dinero en la cuenta, asumir su realidad. Buenos días. Quisiera consultar el estado de una cuenta”, dijo al gerente entregándole la tarjeta que le había dado en notario.

“Acabo de recibir una herencia y claro”, sonrió la gerente. Siéntese, por favor, sus documentos. Bianca entregó los papeles y aguardó mientras la mujer tecleaba en la computadora. Los segundos se hicieron eternos. Bien, la gerente miró la pantalla. ¿Tiene usted una cuenta de ahorros con capitalización mensual de intereses? El saldo actual es de $43,600,000.

Además, a su nombre hay una cuenta en el Banco Bajío con un saldo de $26,400,000. Tenga en cuenta que la cuenta de ahorros tiene límites de retiro. Bianca sentía tratando de asimilar lo que escuchaba. 70 millones de dólares. Dinero real en cuentas reales. Su dinero, como en un sueño. Esc.

escuchó las explicaciones de la gerente sobre tipos de depósitos, tas de interés y opciones de inversión. “Le recomendaría que consulte con nuestro asesor financiero”, decía la gerente. Con esa cantidad puede incrementar mucho la rentabilidad si se administra bien. “Sí, por supuesto,”, respondió Bianca mecánicamente. “Me agendaré una cita, pero primero necesito retirar una pequeña suma para gastos inmediatos.

” Al salir del banco con $,000 en el bolso, una suma que ayer le habría parecido enorme y que hoy era apenas una fracción mínima de su fortuna, Bianca sintió un leve mareo. Todo seguía pareciéndole irreal, como si viviera otra vida en otra historia.

Pero el siguiente punto de su plan era más que real, el viaje al lago, a la casa de la tía Flor, que ahora era suya. Bianca tomó un taxi y dio la dirección que aparecía en los documentos. El chóer, un hombre mayor con espesa barba blanca, silvó sorprendido. Al lago. Es como hora y media si no hay tráfico. Buena zona, de lujo. ¿Usted tiene casa ahí? Sí, respondió Bianca, acostumbrándose a su nueva realidad, una casa frente al lago.

Cuando salieron de la ciudad, Bianca miraba por la ventana los paisajes que se deslizaban y pensaba en lo radicalmente que había cambiado su vida en un solo día. Ayer apenas era Bianca Pizarro. esposa de Pedro, una mujer sin hijos, cansada de la rutina, resignada a su destino. Y hoy, ¿quién era hoy? Una mujer con 70 millones de dólares en el banco, dueña de una casa en la orilla del lago, alguien al borde de una nueva vida, una persona que tendría que tomar muchas decisiones y quizá cometer muchos errores.

Pero una cosa Bianca la sabía con certeza. Nunca más permitiría que otros decidieran por ella. Nunca más sacrificaría su felicidad por quienes no la valoraban. El taxista salió de la autopista y tomó un camino angosto entre los árboles. Unos minutos después llegaron a la entrada de un fraccionamiento privado.

El guardia en la caseta revisó los documentos de Bianca, comparó su foto del pasaporte y, satisfecho, levantó la pluma. “Hemos llegado”, anunció el chóer, deteniéndose frente a una casa de dos pisos de madera oscura y cristal. “Bonito lugar. ¿Quiere que le ayude con las maletas? No, gracias. Bianca pagó y bajó del auto, mirando con emoción la casa que ahora era suya. Yo puedo sola.

La casa de la tía Flor era justo como Bianca imaginaba. Una residencia de campo perfecta, no ostentosamente lujosa, sino sólida, bien planeada hasta el último detalle. una construcción de dos plantas con amplios ventanales panorámicos hacia el lago, una terraza cubierta de enredaderas, un jardín ordenado con pinos y abetos en el perímetro.

Bianca encontró las llaves en el lugar indicado por el notario, debajo de una piedra en la entrada, como en las películas antiguas. Abrió la pesada puerta de roble y se quedó un instante inmóvil en el umbral, como si dudara en entrar a una nueva vida. Por dentro, la casa resultó luminosa y acogedora.

Una sala espaciosa con chimenea, cocina equipada con electrodomésticos modernos, varias recámaras, un despacho en la planta alta. Todo se veía habitado, pero impecablemente limpio, como si la dueña hubiera salido solo un momento. La casa del lago fue mi refugio en los últimos años.

Espero que también sea tu lugar de fuerza. Allí, en el despacho del segundo piso, encontrarás mi diario. Bianca subió por la escalera de madera hasta el segundo piso. Reconoció al instante el despacho, una habitación pequeña con un escritorio junto a la ventana, estantes de libros a lo largo de las paredes y un sillón de cuero antiguo.

El lugar olía a papel, madera y hierbas secas, un aroma que la transportó de golpe a su infancia, a la biblioteca donde trabajaba la tía Flor. Sobre el escritorio había un libro de tapas de cuero gastado sin título. Bianca lo abrió con cuidado. Era el diario que la tía mencionaba en su carta. Las páginas, escritas con letra pequeña y precisa, guardaban la historia de una mujer a la que Bianca apenas conoció, pero que había cambiado su destino de forma inesperada. Acomodada en el sillón, Bianca empezó a leer. Las primeras

entradas databan de los años 80 y hablaban del trabajo en la biblioteca, de encuentros con personas interesantes, de los libros que más había amado Flor. Luego aparecieron páginas dedicadas a su esposo Julián. Sus viajes, sus conversaciones, sus planes de futuro. Julián vuelve a quedarse hasta tarde en la oficina.

Dice que se decide un contrato importante. Finjo creerle, aunque sé que se ve con ella. Con esa empleada joven del área internacional, tal vez debería armar un escándalo, exigir el divorcio, como aconsejan mis amigas. Pero, ¿qué sentido tiene? Hace tiempo que ya no lo amo como antes. Se volvió un extraño desde que empezó a ganar mucho dinero.

Desde que salió en la portada de una revista de negocios. El dinero cambia a la gente y rara vez para bien. Bianca levantó la vista impresionada por la semejanza. Su tía también había vivido la traición de un marido exitoso. La historia se repetía generación tras generación. Hoy firmamos los papeles del divorcio.

Julián fue generoso, me dejó la casa y una buena suma de dinero. Quizás siente culpa o solo quiere empezar rápido su nueva vida con Alicia, que dicen ya está embarazada. Curioso, no siento dolor ni rabia, solo alivio y libertad. Por primera vez en años puedo pensar solo en mí, en lo que deseo, en mi futuro. Bianca pasó las páginas cada vez más sumergida en la vida de Flor.

Los 90, el auge económico, las primeras inversiones en inmuebles, la apertura de una biblioteca privada, los viajes con los que siempre había soñado. Hoy me enteré de que Julián está muy enfermo. Cáncer de páncreas, el pronóstico es malo. Lo visité en el hospital. Se veía envejecido, demacrado, pero en sus ojos seguía la misma arrogancia.

Me contó que Alicia lo dejó hace dos años llevándose a su hijo. Lo cambió por un empresario joven. Dijo con amargura. No le recordé que él mismo hizo lo mismo conmigo. ¿Para qué? La vida ya puso todo en su sitio. Con cada página, Bianca entendía mejor por qué Flor la había elegido como herederá.

veía en ella su propio reflejo, una mujer atrapada en un matrimonio fallido que solo necesitaba un empujón para empezar de nuevo. Hoy llamó Renata, mi sobrina, y me habló de su hija Bianca. Parece que tiene problemas en su matrimonio, aunque trata de disimular. Su esposo, por lo que cuenta, es un narcisista típico de esos que florecen con el éxito y enseguida buscan una nueva víctima para su ego. Historia conocida.

Me gustaría ayudarla, advertirla, pero acaso escucharía a una vieja que apenas ha visto en su vida. Bianca se estremeció al darse cuenta de que se trataba de ella. Flor sabía de sus problemas con Pedro. ¿Cómo? Segaramente por su madre, con quien hablaban de vez en cuando. Los médicos dicen que me quedan pocos meses.

No temo a la muerte. Temo no alcanzar a hacer lo que debo. Hoy redacté mi testamento. Le dejo todo a Bianca. El dinero no le dará felicidad, pero sí libertad. Y esa es la mayor riqueza que una persona puede tener. La última entrada tenía fecha de apenas dos meses antes. Cada día me debilito más, pero logré lo principal, asegurar el futuro de Bianca, darle la oportunidad de una nueva vida. Espero que la aproveche.

Espero que entienda que el dinero no es la meta, sino un medio. El medio para ser libre, para ser ella misma, para vivir la vida que elija, no la que otros le impongan. Bianca cerró el diario sintiendo como las lágrimas le corrían por las mejillas. La tía Flor, esa mujer casi desconocida, la entendía mejor que ella misma. Había visto sus problemas, había sufrido con ella y al final había hecho todo para ayudarla.

Incluso después de su muerte, secándose las lágrimas, Bianca se acercó a la ventana. La vista del lago era sobrecogedora. El agua tranquila, rodeada de bosque, una ligera neblina sobre la superficie, una barca solitaria a lo lejos, el lugar perfecto para empezar de nuevo. Su reflexión fue interrumpida por una llamada. Pedro. Bianca dudó, pero decidió contestar.

¿Dónde estás? La voz de su esposo sonaba preocupada, aunque Bianca alcanzó a notar el tono de fastidio, él no soportaba que alteraran sus planes. En un lugar seguro, respondió con calma, “No te preocupes, estoy bien. ¿Qué pasa, Bianca?” Su tono se volvió exigente. No dormiste en casa. No respondes. Mamá está preocupada. Mamá preocupada. Bianca no pudo evitar sonreír con ironía.

Constanza, que apenas ayer planeaba con el cómo librarse de su nuera, de pronto se inquietaba por su bienestar. “Pedro, necesitamos hablar”, dijo Bianca, sorprendida de su propia serenidad. “Pero no ahora. Necesito tiempo para ordenar mis pensamientos. Me pondré en contacto contigo en unos días.

” ¿Qué es este juego infantil? La molestia de Pedro era cada vez más clara. “Si tienes reclamos, hablemos como adultos. Ven a casa y conversemos.” No, ahora repitió Bianca con firmeza. Y por favor no me llames a cada hora. Ya te dije que estoy bien. Es por lo de la FIV. Su tono se suavizó casi suplicante. Mira, me exalté ese día.

Si quieres intentarlo otra vez, podemos hablarlo. No, no se trata de la FIV. Lo interrumpió Bianca. Se trata de muchas otras cosas, pero lo hablaremos después. Ahora necesito estar sola. Colgó sin esperar. respuesta. Curiosamente, la llamada no le dejó rabia ni dolor, solo una leve tristeza por lo que pudo haber sido y nunca fue. Su matrimonio había muerto hace tiempo, solo que ella no quería reconocerlo.

Bajó a la cocina. En el refrigerador encontró víveres frescos. Alguien se había encargado de la casa tras la muerte de Flor. Preparó un té, se sentó a la mesa y tomó el teléfono. Había otro asunto pendiente. Marcó a su madre. Renata, de 65 años, aún llena de energía y optimismo, se sorprendió por la llamada en un día laboral.

Bianca, ¿pasó algo? Sí, mamá, suspiró Bianca. Pasó mucho. Pedro y yo vamos a separarnos. Hubo un silencio en la línea, luego la voz cautelosa de Renata. ¿Estás segura? ¿No será solo una crisis? No, mamá, no es una crisis, dijo Bianca con firmeza. Pedro tiene otra mujer. Hace 6 meses planeaba divorciarse de mí en mayo.

Dios mío. Renata apenas pudo exclamar. ¿Cómo lo supiste? Escuché por casualidad una conversación entre él y Constanza. Bianca evitó los detalles. Pero no es todo. La tía Flor, tu prima, me dejó una herencia bastante grande. Flor, se sorprendió Renata, pero casi no tenían trato. Y qué herencia, si lo único que tenía era esa casita.

Bianca sonrió con amargura, pues resulta que no. Me dejó una casa en el lago donde estoy ahora y algo de dinero. ¿Cuánto no pudo contenerse Renata? 70 millones de dólares, dijo Bianca, todavía incrédula. Dal otro lado hubo silencio y luego una risa nerviosa. 70 millones. Flor, ¿hablas en serio? No es broma, mamá. Tenía negocios en bienes raíces. Vivía con modestia, pero invertía muy bien.

Increíble, murmuró Renata. Y dejó todo eso para ti. ¿Por qué? En el testamento escribió, “Porque en 30 años nunca me pidió dinero ni vino insinuando herencia, a diferencia de otros parientes.” Dios mío, Renata estaba impactada. “¿Y qué vas a hacer ahora con Pedro? ¿Con esa fortuna?” “Con Pedro ya está claro, divorcio”, contestó Bianca.

“Y con la herencia aún no decido. Tal vez abra un negocio o viaje o simplemente viva aquí en el lago disfrutando de la paz.” “¿Y los hijos?”, preguntó con cautela a su madre. Siempre quisiste. Seguiré con el tratamiento, afirmó Bianca. Ahora puedo pagar a los mejores especialistas y si no funciona, siempre está la adopción.

Lo importante es que ahora yo puedo decidir por mí misma sin depender de un esposo o de una suegra. Al colgar, Bianca sintió un torrente de energía. Tantos planes, tantas posibilidades. Por primera vez en años podía pensar en el futuro sin miedo, sin ansiedad por el dinero, sin la carga de complacer a otros. Salió a la terraza y respiró hondo el aire fresco del bosque. La vida apenas comenzaba, una vida en la que ella sería dueña de su destino.

El teléfono vibró otra vez. Un mensaje de Pedro. De todos modos, te esperaré en casa. Tenemos que hablar. Bianca sonrió. Hablar. Sí. Había mucho que discutir, pero sería una conversación distinta, no la que Pedro esperaba. Sería entre dos personas iguales y ella ya no dependía de él, ni material ni emocionalmente. No contestó el mensaje.

En su lugar, marcó a Leticia, su abogada. “Tengo información adicional para nuestro caso”, le dijo cuando contestó. “Podemos vernos pronto, mañana a las 10, ¿le parece?”, respondió Leticia con tono profesional. Perfecto, afirmó Bianca. Hasta mañana. La noche en la casa de la tía Flor resultó inesperadamente tranquila para Bianca.

Por primera vez en mucho tiempo durmió profundamente, sin sueños, como si se hubiera quitado de encima un peso que llevaba años cargando. Se despertó con un rayo de sol que se filtraba entre las cortinas mal cerradas y pasó varios minutos simplemente tendida en la cama, disfrutando del silencio, roto solo por el canto de los pájaros.

La cita con la abogada era a las 10, así que tenía tiempo de sobra para un desayuno sin prisas y el trayecto a la ciudad. Preparó un omelet con tomate y café recién hecho. Acciones simples que antes hacía corriendo bajo presión, ahora se convertían en un placer inesperado. Nadie la apuraba, nadie la criticaba, nadie le recordaba cuentas pendientes ni tareas atrasadas.

Después de desayunar, recorrió de nuevo la casa, fijándose en cada detalle. Las estanterías llenas de clásicos y novelas históricas, unas figuritas de porcelana en la chimenea, fotografías antiguas en blanco y negro. En una de ellas aparecía una joven flor erguida frente a la biblioteca con un manojo de llaves en la mano.

Seguro era el día en que la nombraron directora. Le costaba irse, pero la cita con Leticia era un paso decisivo hacia su nueva vida. Llamó un taxi y hora y media después entraba en el moderno edificio de la firma legal.

Leticia la recibió con su sonrisa profesional y la condujo a su despacho, donde ya tenía preparados documentos para el divorcio. “Entonces, ¿qué información adicional quería darme?”, preguntó acomodándose en su silla. Bianca respiró hondo y le habló de la herencia. Leticia escuchó con atención tomando notas. Eso cambia mucho las cosas, concluyó. Ahora usted tiene un respaldo financiero fuerte, pero también aumenta el riesgo de que su marido intente quedarse con parte. Debemos protegerlo. Pero es posible.

Se alarmó Bianca. Recibí la herencia ya casada. La herencia es patrimonio personal y no se divide en un divorcio. La tranquilizó Leticia. El problema sería si usara ese dinero para comprar bienes compartidos o pagar deudas comunes. Por eso, hasta que el proceso termine, nada de compras grandes ni cuentas conjuntas. Y sobre todo, no digan nada a su esposo. Bianca asintió.

Era exactamente lo que pensaba hacer. Ahora, sobre la estrategia, prosiguió Leticia. Tenemos dos caminos. acuerdo amistoso o juicio. Dadas las circunstancias, su infidelidad, su plan para despojarla, yo recomendaría juicio. No quiero tribunales, admitió Bianca. Es largo, público y ahora con esta seguridad económica puedo aceptar condiciones menos favorables.

Leticia negó con la cabeza. entiendo, pero no lo recomiendo. Su marido no merece concesiones. Usted invirtió 15 años en ese matrimonio. Apoyó su negocio desde cero. Soportó a su madre. Merece justicia. Bianca se quedó pensativa. Sabía que la abogada tenía razón, pero sentía que una guerra judicial la desgastaría aún más.

“Hagamos esto”, propuso Priper los documentos. “Yo intentaré hablar con Pedro. Tal vez cuando vea papeles oficiales se muestre más razonable. De acuerdo, aceptó Leticia. Pero esté lista. Él usará cualquier recurso para manipularla. Al salir del despacho, Bianca decidió no volver directo al lago. Primero debía recoger sus cosas en casa.

Pedro debía estar en el taller, así que evitaría el encuentro. El barrio donde había vivido 10 años la recibió con su ruido y rutina. Los bloques iguales, las tiendas, el parque infantil donde tantas veces se detuvo soñando con tener su propio hijo, ahora todo le parecía ajeno, como si mirara escenas de otra vida.

Subió las escaleras con cierto temblor y si Pedro estaba allí, estaba preparada. La puerta se abrió a un apartamento vacío. Reunió rápido lo esencial: ropa, cosméticos, documentos, su portátil, algunos objetos queridos. El resto quedaría para después. Ya en la entrada se detuvo un instante observando las paredes que habían sido su hogar, pero no sintió tristeza ni nostalgia, solo alivio de saber que no volvería a entrar como dueña de ese lugar.

Sobre la mesa había una nota con la letra de Pedro. Bianca, tenemos que hablar. Es un malentendido. Llámame cuando regreses. Malentendido. Bianca sonrió con amargura. 15 años de matrimonio reducidos a esa palabra. arrugó la nota y la tiró al cubo de basura. No habría conversaciones, al menos no todavía. Al salir de la casa, Bianca se topó con su vecina Vera, una jubilada que conocía a todos los del barrio y sus secretos. “Dianca”, exclamó ella.

Justo pensaba pasar a verte. “Hay algo no sé si deba decirlo.” “¿Qué pasó, Vera?”, preguntó Bianca con la certeza de que no serían buenas noticias. Ayer cuando tú desapareciste, tu Pedro vino con una muchachita. Bajó la voz la vecina, joven de tacones, rubia de bote. Y fíjate, estuvo viendo tu departamento. Yo desde la ventana escuché, “Aquí hay que tirar la pared y acá hacer otra distribución.

” Y Pedro le decía, “Lo que quieras, mi amor. Pensé que vendían el lugar y trajeron a una diseñadora. A Bianca se le revolvió el estómago. Pedro llevó a Gloria a su departamento, le enseñó su casa hablando de remodelaciones mientras a ella le decía que estaba preocupado. “Gracias, Vera”, dijo seca. “Esa información me sirve mucho. No te mortifiques tanto.” La mujer le dio una palmada torpe en el hombro.

Los hombres son así. El mío, que en paz descanse, también me engañó alguna vez, pero siempre volvía. A la comida casera, al calor del hogar, el tuyo también recapacitará. Bianca tuvo que contenerse para no responder con ironía. Vera lo decía con buena intención, pero sus ideas venían de otra época en la que las mujeres aguantaban infidelidades y humillaciones solo por mantener la familia.

“Ya recapacité, Vera”, susurró Bianca. “Y no voy a soportar más.” Subió al taxi, sacó el celular y abrió el mensajero. Pedro seguía bombardeándola. ¿Dónde estás? ¿Por qué no respondes? Reúnámonos y aclaremos todo. Estoy preocupado. Bianca dudó. Una parte de ella quería gritarle toda la verdad.

Su bajeza, sus planes de echarla con el menor costo posible, su hipocresía, pero otra sabía que cualquier charla ahora sería puro desgaste. Así que escribió un mensaje breve. Ya recogí mis cosas. Voy a pedir el divorcio. De aquí en adelante. Comunícate solo con mis abogados. La respuesta no tardó. ¿Estás loca? No, contestó Bianca. Loca estuve hace 15 años cuando me casé contigo y más loca aún el último año mientras me engañabas con gloria y planeabas deshacerte de mí.

Escuché tu conversación con tu madre, Pedro. Y no solo eso, Vera me contó que llevaste a tu amante al departamento, mostrando donde harían cambios. Así que, por favor, sin falsedades. ¿Querías divorcio, lo tendrás? Pedro llamó enseguida, pero Bianca rechazó la llamada. El celular vibraba insistente y ella ya ni miraba la pantalla. Ese capítulo estaba cerrado. Ahora solo quedaban trámites legales.

De vuelta en la casa del lago, Bianca sintió que por fin podía respirar. Ese lugar se convertía realmente en su refugio, tal como lo había escrito tía Flor. Allí podía pensar, planear, soñar sin el peso de un marido, de una suegra ni del que dirán. Por la tarde, con una taza de té en la mano, contemplando la puesta de sol sobre el agua, se permitió soñar con el futuro.

¿Qué haría con 70 millones de dólares? ¿Cómo aprovechar esa libertad inesperada? Abrir por fin el café con el que siempre soñó, un negocio de turismo, ¿U fondo para ayudar a mujeres en situaciones difíciles? Las opciones eran infinitas y lo mejor era sentir que ahora ella podía elegir. ¿Y la vida personal? ¿Estaba lista para otra relación después de 15 años con Pedro? Probablemente no. Al menos no ahora.

Primero debía reencontrarse, sanar, recuperar la seguridad en sí misma y, claro, seguir con los tratamientos. Ahora tenía recursos para los mejores médicos. Si no lograba tener hijos propios, siempre estaba la opción de adoptar. Lo importante era que por primera vez las decisiones serían suyas. El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. Número desconocido.

Bianca contestó, “Por si acaso. Aló, Bianca. Soy Constanza.” La voz de su suegra sonaba sorprendentemente suave, casi suplicante. Bianca se tens pensó al instante. ¿Qué quería ahora esa mujer que nunca ocultó su desprecio y que ayer mismo planeaba junto a su hijo cómo deshacerse de ella? La escucho, Constanza respondió con frialdad. Hijita, ¿qué pasa? La voz temblaba.

Pedro dice que vas a divorciarte todo por una conversación que supuestamente oíste. Pero fue un malentendido. Solo hablábamos en teoría. En teoría, planearon cómo votarme con las menores pérdidas. En teoría, dijeron que soy estéril, inútil, mala ama de casa. En teoría, celebraban que Gloria le dará nietos. La interrumpió Bianca sintiendo que la rabia hervía en su interior.

Bianca, ¿no lo entendiste bien, balbuceo Constanza? Solo hablábamos, ya sabes, como se habla a veces. No era en serio. Y la visita de Gloria a mi departamento tampoco era en serio. También broma. Silencio al otro lado. Evidentemente Constanza no esperaba que Bianca supiera eso. Bianca, reunámonos.

Hablemos, intentó otra vez la mujer. De mujer a mujer, Pedro solo atraviesa una crisis de edad. Todos los hombres pasan por eso. Se le pasará, ya verás. Esa muchachita que puede darle. Solo una cara bonita. Es un capricho nada más. Ustedes tienen años juntos, tantas cosas vividas.

Bianca la escuchaba atónita, Constanza, la misma que ayer elogiaba a Gloria y soñaba con nietos suyos. Ahora la llamaba muchachita y decía que era un simple pasatiempo, qué había pasado? ¿A qué se debía ese cambio tan drástico? Y entonces lo entendió. Pedro segramente se había asustado del divorcio, no por sentimientos hacia ella, esos ya no existían, sino por las posibles pérdidas económicas, dividid el negocio, el departamento, el coche.

Todo eso era mucho menos conveniente que deshacerse de su esposa sin problemas, como había planeado, y le pidió a su madre que la convenciera, que trajera de vuelta a la esposa descarriada a la familia. “Constanza,” dijo Bianca con calma, “le agradezco su preocupación. Pero mi decisión es definitiva. Pedro y yo nos vamos a divorciar. Eso es todo.

¿Pero por qué? La voz de su suegra sonaba casi histérica. Por una simple aventura. Todos los hombres engañan. Es su naturaleza. A mi difunto esposo le perdoné cosas peores. Y tú, por una tontería, destruyes tu familia. No soy yo quien destruye la familia, Constanza, respondió Bianca con firmeza.

La destruyó su hijo cuando decidió que podía tratarme como un objeto que se tira cuando ya no sirve. Que le vaya bien. Colgó y apagó el teléfono. Suficiente de conversaciones, suficiente de explicaciones. Era hora de actuar. A la mañana siguiente, Bianca fue al banco para consultar sobre inversiones.

La cita con el asesor financiero resultó muy útil. Él le propuso varias estrategias de manejo del capital, desde las más conservadoras hasta otras más arriesgadas, pero con mayor rentabilidad. Con esta cantidad puede recibir un ingreso pasivo estable tocar el capital principal, explicaba el asesor mostrando gráficos y tablas. Con una buena inversión serían unos 25 a $30,000 al mes.

Bianca sentía tratando de asimilar las cifras. mensuales eran mucho más de lo que ganaba como contadora y ese dinero llegaría aunque no hiciera nada. ¿Y si quiero abrir mi propio negocio?, preguntó ella, ¿cuánto podría invertir sin arriesgar el capital principal? El asesor pensó un momento. Con el tamaño de su capital puede destinar entre 5 y 10 millones de dólar a un proyecto empresarial.

Sería como una inversión de riesgo, pero con buena posibilidad de retorno. El resto lo distribuimos en instrumentos más seguros. Después del banco, Bianca pasó por la oficina de su abogada para firmar los documentos del divorcio. Leticia la recibió con noticias. Su esposo se puso en contacto conmigo, le dijo, “Propone un acuerdo amistoso para usted, el departamento y el coche. Para él el negocio.

” Sin juicio de por medio. Bianca se quedó pensativa. La propuesta era tentadora, un departamento y un auto usado a cambio de evitar un largo pleito legal, pero era justo. Ella había invertido en el negocio de Pedro no solo dinero, sino también de su vida. ¿Y usted qué opina?, le preguntó a la abogada. Creo que se asustó”, respondió Leticia con franqueza.

Si el caso llega al juez, usted puede reclamar la mitad del negocio, que vale mucho más que el departamento y el coche, pero la decisión es suya. Si quiere cerrar este capítulo rápido y empezar de nuevo, puede aceptar sus condiciones. Dianca guardó silencio sopesando pros y contras. Por un lado, un juicio largo significaba nervios, tiempo y energía que podría invertir en algo más importante.

Por otro, ¿por qué ceder ante alguien que había planeado engañarla? ¿Sabe qué? Dijo al fin, acepto sus condiciones, pero con una adición que me pague una compensación de $500,000 por mi aporte al negocio. Es menos de lo que podría ganar en el juicio, pero suficiente para sentir que se hizo justicia. Leticia sonrió. Excelente decisión. Transmitiré su propuesta al abogado de su esposo. Pasaron 3 meses.

Una mañana de mayo, cálida y luminosa, Bianca estaba sentada en la terraza de la Casa del lago, tomando café recién hecho y revisando correos de negocios en su laptop. Sobre la mesa, al lado, descansaban dos documentos que había traído el día anterior, el acta de divorcio de Pedro Pizarro y el contrato de compraventa de un local en el centro de la ciudad. dos papeles que simbolizaban el final de una vida y el comienzo de otra.

El divorcio salió sorprendentemente fácil. Pedro, al recibir la propuesta de compensación primero se indignó, pero pronto entendió que era mucho más ventajoso que arriesgarse a un juicio con desenlace incierto, sobre todo sabiendo que Bianca tenía pruebas de su infidelidad y grabaciones de sus conversaciones, donde hablaba de cómo librarse de ella sin pérdidas.

Constanza llamó varias veces más intentando hacerla cambiar de opinión, pero Bianca se mantuvo firme. Después las llamadas cesaron. Al parecer la suegra terminó aceptando la nueva realidad y puso su atención en gloria, que según los rumores, ya se había mudado con Pedro. A finales de abril, cuando todos los trámites estuvieron listos, Bianca recibió el acta de divorcio, la compensación, el departamento y un suru usado.

El departamento lo puso en venta de inmediato. Había demasiados recuerdos desagradables ligados a ese lugar. Además, ¿para qué quería ahora un departamento común en un barrio cualquiera si tenía una hermosa casa frente al lago? Y ayer dio quizás el paso más importante de su nueva vida.

firmó el contrato de compraventa de un local para su futuro café, un espacio pequeño pero acogedor en la planta baja de una vieja cazona en la colonia Roma, con techos altos, ventanales enormes y una vista encantadora al boulevar. Así era exactamente como se imaginaba su propio lugar cuando soñaba con él en aquellas largas noches, sentada en la cocina de su departamento y escuchando como Pedro en la habitación de al lado hablaba por teléfono de los asuntos de su taller mecánico. Ahora ese sueño se estaba volviendo realidad.

El café Flor, en honor a la tía que cambió su destino, debía abrir a finales del verano. Ya estaba encargado el diseño, seleccionados los proveedores y armado el menú. Bianca planeaba crear un sitio con Encantó, enfocado en repostería casera con recetas antiguas que había encontrado en los cuadernos de su tía Flor, un lugar donde la gente no solo comiera rico, sino que también se sintiera en casa con libros en los estantes, sillones cómodos y música suave de fondo. El teléfono sobre la mesa vibró. Llegó un mensaje de Yesenia,

la diseñadora de interiores con la que Bianca trabajaba en el proyecto del café. Buenos días. Traje los bocetos. ¿Cómo quedamos? ¿Estás en el lago? Puedo llegar al mediodía. Bianca sonrió y respondió, “Sí, estoy en casa. Te espero a la hora de la comida. De paso te enseño un aparador antiguo que encontré en el ático. Queda perfecto con el concepto.

” Dejó el teléfono a un lado y dio un sorbo de café, disfrutando de la calma y la tranquilidad. Estos tr meses la habían cambiado más que los 15 años anteriores. Era como si estuviera redescubriéndose sus deseos, sus posibilidades, sus fortalezas y sus debilidades. Por primera vez en mucho tiempo se sentía realmente viva. Claro que no todo era fácil.

Había días en que le invadía la nostalgia por su vida pasada, no por Pedro ni por su madre, sino por ella misma de antes, por la rutina, por la certeza de lo conocido. En esos momentos, Bianca releía el diario de su tía Flor, encontrando en el consuelo y apoyo. Lo que más la había marcado era una entrada escrita después del divorcio.

Hoy, por primera vez en muchos años, desperté con una sensación de libertad. No de Julián, sino de mi yo de antes, de mis miedos, de la necesidad de cumplir con las expectativas de otros. El divorcio no es el fin de la vida, como muchos piensan. Es el inicio de un nuevo capítulo, una oportunidad de reescribir tu historia. Esas palabras se convirtieron en una especie de lema para Bianca.

Ella de verdad estaba reescribiendo su historia sin mirar atrás, sin temer al futuro. Además, seguía con su tratamiento contra la infertilidad. El nuevo médico recomendado por una amiga, tenía una visión optimista. Tienes buenas posibilidades, Bianca. Tu problema se puede resolver, solo requiere un enfoque más personalizado.

Esa fue otra de las razones por las que decidió abrir un café en lugar de meterse de lleno en los negocios. El café le permitía dedicarse a algo que amaba, pero al mismo tiempo le dejaba suficiente tiempo para sí misma, para el tratamiento, para su nueva vida. Bianca se levantó del sillón y entró a la casa. En la amplia sala ahora colgaba un retrato de su tía Flor, una fotografía ampliada y restaurada donde aparecía en su mejor época.

Una mujer fuerte, segura de sí misma, con la mirada firme y una ligera sonrisa. A veces Bianca sentía que su tía la observaba desde ese retrato, aprobando sus decisiones y dándole fuerza en los momentos difíciles. Sonó el teléfono. Esta vez era su mamá, Renata. Buenos días. Mamita”, contestó Bianca, feliz de escucharla.

En estos meses se habían vuelto mucho más cercanas. Su madre, que al principio se había quedado en SOC por la noticia del divorcio, terminó poniéndose de su lado al conocer todos los detalles y después hasta se ilusionó viendo como Bianca cambiaba, como regresaba el color a su vida. “Buenos días, mija.

” La voz de su madre sonaba alterada. “No vas a creer a quien me encontré ayer en el hospital y a quién. Bianca sonrió lista para otra de esas historias de antiguos colegas o conocidos que su madre solía topar por la ciudad. A Constanza, Bianca se tensó. Prefería no recordar a su suegra. Consideraba ese capítulo de su vida cerrado. ¿Y cómo está? Preguntó procurando sonar indiferente.

Envejecida como 10 años, dijo su madre con un dejo de satisfacción y muy nerviosa. Imagínate que Gloria dejó a Pedro. Se fue con un empresario mayor y más rico. Y tu, ex, dicen, se dio a la bebida. El taller apenas sobrevive. Los clientes se van, los empleados renuncian. Dian escuchaba consentimientos encontrados.

Por un lado, no le deseaba mal a Pedro, ni disfrutaba de sus problemas. Pero por otro, había cierta justicia en que Gloria le hiciera a él exactamente lo que él planeaba hacerle a ella. La vida realmente ponía todo en su sitio. Y sabes qué, Constanza se me acercó, continuó Renata.

Al principio fingía que no me reconocía, pero luego empezó a hablar. Me preguntó por ti, ¿cómo estabas? ¿Dónde vivías? ¿Qué hacías? Yo, claro, no le conté nada en especial, solo le dije que estabas bien, que eras feliz. Gracias, mamá. Dijo Bianca con sinceridad. No quería que su exfamilia supiera nada de su nueva vida. No hacía falta.

Y todavía insinuó que Pedro te sigue queriendo, que el divorcio fue un error. Soltó Renata con un bufido. Yo le respondí clarito. Ya es demasiado tarde. Mi hija merece algo mejor. Bianca no pudo evitar reírse. Su mamá siempre había sido directa y por eso muchos la tachaban de brusca. Pero en ese momento Bianca solo sentía gratitud por esa franqueza. ¿Y cómo va lo del café? Cambió de tema Renata.

Bien, respondió Bianca. Ayer firmé el contrato de arrendamiento. Hoy viene la diseñadora con los bocetos. Si todo sale según el plan, abrimos a finales de verano. Estoy tan orgullosa de ti, mija. La voz de su madre se quebró. Has cambiado tanto en estos meses. Te ves radiante, más guapa. Y lo más importante, en tus ojos volvió ese brillo que no veía desde hace muchos años. Bianca sonrió.

Ella misma notaba esos cambios cada mañana al mirarse al espejo, como si los años de una vida gris y sin alegría por fin hubieran quedado atrás, devolviéndole juventud y energía. Después de hablar con su mamá, Bianca decidió dar una vuelta por el terreno. La primavera estaba en pleno apogeo.

Las bugambillas y los jazmines que había plantado junto a la casa estaban en flor. El pasto verde brillaba y el aire estaba lleno de aromas frescos y dulces. Le encantaban esos paseos matutinos cuando podía estar a solas con la naturaleza, reflexionar sobre su vida y planear el futuro.

La noticia sobre Pedro y Gloria no la dejó indiferente, pero tampoco le provocó grandes emociones, más bien una ligera tristeza al comprender que el hombre con quien compartió 15 años resultó ser alguien débil y dependiente de la opinión ajena, primero de su madre, luego de una joven amante. Nunca aprendió a ser el mismo, a tomar decisiones propias, a hacerse responsable de su vida, al contrario de ella, en esos tres meses, Bianca había aprendido más que en los 15 años anteriores.

Aprendió a confiar en su intuición, a decidir sin mirar lo que pensaran los demás, a arriesgarse y no temer equivocarse. Aprendió a valorar la libertad y la independencia, pero también a no tener miedo de pedir ayuda cuando era necesario. Al llegar a la reja que llevaba al muelle, Bianca se detuvo.

El sol de la mañana jugaba sobre el espejo del lago, dibujando figuras caprichosas. Una brisa ligera movía las hojas de los árboles y traía el olor del agua y de la tierra caliente. Qué bueno que la tía Flor eligió este lugar para su casa. Aquí el alma descansaba, aquí se respiraba con facilidad, aquí nacían nuevas ideas y proyectos como la idea de un fondo para mujeres en situaciones difíciles, aquellas que, como ella alguna vez, no veían salida de una relación tóxica por la dependencia económica o el miedo al futuro.

Bianca ya había consultado a abogado sobre la posibilidad de crear ese fondo. quería ayudar no solo con dinero, sino también con consejo, con apoyo, con el ejemplo de su propia historia. Y también tenía en mente escribir un libro sobre la tía Flor, sobre ella misma, sobre como un giro inesperado del destino puede cambiar toda una vida.

Bianca ya había empezado a hacer apuntes, a escribir recuerdos, citas del diario de su tía. Tal vez esa historia ayudaría a alguien más a encontrar fuerzas para cambiar su vida. El teléfono en el bolsillo de su vestido ligero vibró. Era un mensaje del médico. Bianca, los últimos resultados son muy alentadores. Creo que podemos planear el procedimiento para el próximo mes. Llámame cuando puedas para hablar de los detalles.

Bianca leyó el mensaje varias veces, sintiendo como las lágrimas rodaban por sus mejillas. No eran de tristeza, sino de felicidad, de esperanza, de la certeza de que la vida seguía y le regalaba nuevas oportunidades. Claro que llamaría al médico, pero un poco más tarde. En ese momento solo quería quedarse allí frente al agua, disfrutando del instante y de la plenitud de estar viva.

Por la tarde, cuando Yesenia se fue dejando los bocetos acordados para el café, Bianca se acomodó en un sillón de la terraza con una copa de vino y su laptop. abrió un archivo que había empezado semanas atrás, una especie de diario parecido al que había llevado la tía Flor. Quizás algún día esas notas también serían un apoyo y una guía para alguien.

Hoy entendí que la felicidad no es una meta final, no es el resultado de lograr ciertos objetivos, escribía Bianca. La felicidad es el camino mismo, es poder elegir hacia dónde y con quién ir. es la libertad de ser tú misma, de tomar decisiones, de equivocarte y volver a empezar. Es la capacidad de valorar lo que tienes, sin lamentar lo perdido.

Hace tr meses pensaba que mi vida estaba destruida. Hoy sé que apenas comenzaba y por esa lección estoy agradecida a todos los que pasaron por mi vida, a quienes me amaron y a quienes me traicionaron, a todos los que me ayudaron a ser quién soy hoy.

Pero mi agradecimiento especial es para ti, tía Flor, por haber visto en mí lo que yo misma no veía, por haberme dejado no solo dinero, sino la posibilidad de elegir mi destino, por haberme enseñado lo más importante, que perder las ilusiones no es una tragedia, sino una liberación. El inicio de una vida nueva y honesta. Bianca guardó el archivo y cerró la laptop. El atardecer pintaba el cielo y el agua en tonos rosados y dorados.

Llegaba la noche de un nuevo día, uno de tantos en su nueva vida libre. Un año después, la tarde de agosto estaba inusualmente cálida. El café Flor en la colonia Roma estaba lleno hasta el tope. A pesar de ser día entre semana. En las mesas se sentaban personas de todas las edades, desde estudiantes con laptops hasta parejas mayores que habían ido a tomar un café con los pasteles de la casa.

El aire estaba impregnado de aromas de repostería recién horneada, café y vainilla. Bianca estaba en la barra observando el trabajo de su pequeño pero unido equipo. El café inaugurado un año atrás se había vuelto rápidamente popular entre los habitantes de Ciudad de México. El secreto del éxito era sencillo, un ambiente hogareño, productos de calidad y una atención especial a cada cliente.

Allí no había nadie por casualidad. Cada empleado, desde los meseros hasta los cocineros, compartía la filosofía de Bianca. El café debía ser un segundo hogar para los visitantes, un lugar al que siempre quisieran regresar. “Dianca, ¿tienes visitas?”, le avisó Luna, la administradora, señalando hacia la entrada.

Bianca volteó y vio a su mamá, que llevaba de la mano a una niña de unos 4 años. La pequeña, de cabello oscuro y mirada seria, observaba el lugar con atención, como evaluando la decoración. Hola, mis amores. Bianca corrió hacia ellas sonriendo de oreja a oreja. La abuelita me dijo que aquí tienes el mejor helado de la ciudad, declaró la niña con tono categórico mirando a Bianca desde abajo.

Mariela, primero se saluda. La regañó cariñosamente Renata, aunque era evidente que se aguantaba la risa. Buenos días, Bianca”, dijo la niña con seriedad, extendiendo su manita para darle un apretón de manos. Bianca se agachó para quedar a la altura de la niña. “Hola, Mariela. ¿Puedes decirme simplemente Bianca?” “Y sí, aquí tenemos el helado más rico, sobre todo el de fresa.

¿Quieres probarlo?” La niña sintió con entusiasmo y Bianca, tomándola de la mano, la llevó hacia el rincón infantil con mesitas y sillitas a su medida. Renata la siguió observando con ternura la escena. “¿Cómo estás, mamá?”, preguntó Bianca mientras Mariela, ya con su lado, se concentraba completamente en el postre. “Todo bien”, respondió Renata.

“Hoy recogí a Mariela más temprano del kinder y decidimos venir a verte.” Pasó el día insistiendo en que quería ir al café de la tía Bianca. Bianca sonrió mirando a la niña. Mariela había aparecido en su vida hacía medio año, una pequeña del orfanato al que Bianca visitaba seguido con ayuda de su fundación Nuevo Capítulo.

Callada, seria, demasiado madura para su edad, enseguida llamó su atención. Se entendieron de inmediato y poco después Bianca empezó los trámites de adopción. No fue fácil. A una mujer soltera, aunque con solvencia económica, no le conceden la custodia tan rápido. Pero la constancia de Bianca, el apoyo de su abogada Leticia y su impecable reputación hicieron lo suyo.

Tres meses atrás, Mariela se convirtió oficialmente en su hija. ¿Y cómo va la remodelación del cuarto de la niña?, preguntó Renata. Casi listo, contestó Bianca. Solo falta poner las cortinas y armar los estantes para los libros. Este fin de semana quedará terminado. La habitación en la casa del lago la había diseñado con todo el amor posible. Quería que Mariela tuviera su propio espacio especial, luminoso, amplio, con vista al lago.

Juntas eligieron el papel tapiz con un bosque de fantasía, los muebles ecológicos, los juguetes y los libros. ¿Y tu libro cómo va?, preguntó la mamá tomando un sorbo de té de una delicada taza de porcelana. Despacio, pero avanzando, sonrió Bianca. El editor dice que el manuscrito ya casi está listo. Creo que para Navidad estará en librerías.

El libro que Bianca había empezado un año atrás se convirtió en mucho más que una historia sobre la tía Flor y una herencia inesperada. Era un relato profundo y reflexivo sobre la importancia de ser fiel a uno mismo, de encontrar fuerzas para empezar de nuevo cuando parece que la vida se acaba.

Una historia que esperaba pudiera inspirar a otras mujeres en situaciones parecidas. “Por cierto, ¿no vas a creer a quien me encontré ayer en la tienda”, dijo Renata bajando la voz a Pedro? Bianca se estremeció. El nombre de su exmarido ya no le dolía, pero igual era incómodo escucharlo. ¿Y cómo está?, preguntó, procurando sonar indiferente.

Envejecido, demacrado, negó con la cabeza a su madre, sin saco, con una camiseta vieja. Se le nota que no está bien. Me saludó, me preguntó por ti. Le dije que estabas excelente, tu negocio, tu fundación y que pronto saldrá tu libro. Mamá, ¿para qué? Bianca hizo un gesto de disgusto. Ella no quería que su exiera de su vida ni de sus logros.

No por rencor, sino porque esa etapa ya estaba cerrada y no tenía sentido abrirla de nuevo. ¿Y qué tiene de malo? Se encogió de hombros Renata. Que sepa que saliste adelante sin él. que su traición no te rompió, sino que te hizo más fuerte. Bianca negó con la cabeza, pero no discutió.

Su madre siempre había sido la más combativa contra Pedro y veía como deber protegerla, incluso cuando no hacía falta. Además, me preguntó si era cierto que habías adoptado a una niña”, añadió Renata. Parece que ya le llegaron los rumores. Le dije que sí, que ahora tienes una hija maravillosa. Se quedó con una cara extraña. Yo diría que se arrepiente de haberte perdido. Mamá, por favor. Bianca miró a Mariela con cierta inquietud, pero la niña estaba tan absorta en su helado que no oía nada. Eso ya pasó.

Yo tengo una nueva vida y él la suya. No tiene sentido remover el pasado. Renata suspiró. Tienes razón, pero aún no le perdono como te trató. Tú merecías algo mejor. Y lo tengo, sonrió suavemente Bianca. Mira a tu alrededor. Tengo un negocio que no solo me da ingresos, sino también alegría.

Tengo una casa donde me siento feliz. Tengo una hija dijo con ternura mirando a Mariela. ¿Qué más se puede pedir? Un hombre, dijo Renata sin rodeos. Uno que te ame, que te cuide, que te valore de verdad. Bianca soltó una carcajada. Mamá, eres incorregible. Ya te dije que aún no estoy lista para una nueva relación. Estoy bien así.

Sí, sí, asintió su madre con una sonrisa pícara. Y ese arquitecto que va cada fin de semana al lago con planos y bocetos también es solo trabajo, ¿verdad? Bianca sintió como se le encendía la cara. Jacobo, el arquitecto que conoció 6 meses atrás en una gala benéfica de su fundación, en efecto, iba muy seguido a su casa.

Al principio por asuntos del proyecto de la terraza del café, luego simplemente para llevarle libros a Mariela, ayudar con el cuarto de la niña o hacer barbacoas en la terraza. Somos solo amigos, contestó Bianca, aunque hasta ella misma le sonó poco convincente. Claro, claro, repitió Renata con la misma sonrisa pícara.

Y esa forma en la que él te mira, como si fueras el octavo maravilla del mundo, también me la inventé yo. Bianca negó con la cabeza, pero no discutió. Su relación con Jacobo de verdad iba poco a poco más allá de la amistad, aunque ella no tenía prisa en ponerle nombre. Después de todo lo vivido, necesitaba tiempo para volver a confiar, para abrir el corazón. Y Jacobo lo entendía.

Era paciente, atento, nunca la presionaba. Simplemente disfrutaban de estar juntos, conociéndose, acostumbrándose el uno al otro. Lo demás, el tiempo lo diría. Ya me lo terminé. Mariela mostró con orgullo copa vacía del helado. ¿Me das otro? No, mi amor. Bianca negó con la cabeza. ¿Recuerdas lo que dijo el doctor? Un helado al día. No más.

Pero mañana puedes escoger otro sabor. Mariela asintió con seriedad. Sorprendentemente, la niña aceptaba con facilidad las reglas y límites cuando se los explicaban con lógica y respeto. Bianca trataba de ser una mamá estricta, pero justa, recordando cuánto había sufrido ella misma de niña por la falta de coherencia de sus padres.

“Y ahora ya nos vamos”, dijo mirando la hora. “Hoy tenemos algo importante. Hay que comprar pinturas y pinceles.” Mariela decidió que quiere aprender a dibujar. Sí, afirmó la niña. Voy a ser pintora como el tío Jacobo. Bianca sonrió. Jacobo pintaba muy bien. Había visto sus acuarelas colgadas en las paredes de su departamento.

Una de ellas, un paisaje de lago Patscuaro, se la regaló en su cumpleaños. Ahora ese cuadro colgaba en su recámara, recordándole las noches tranquilas en la terraza, las charlas hasta el amanecer, la paz y seguridad que sentía a su lado. Se despidieron de su mamá, que prefirió quedarse en el café con sus amigas.

Seguido se reunían ahí en las tardes para tomar té y Bianca salió de la mano de Mariela rumbo a la tienda de arte. Mientras caminaba con su hija, Bianca sentía una felicidad inmensa, la certeza de que todo estaba en su lugar, como si toda su vida hubiera caminado hacia ese instante, ser mamá, ser libre, ser ella misma.

Ya en la noche, después de acostar a Mariela en su acogedor departamento sobre el café, donde prefería quedarse entre semana, mientras la niña iba al kinder y en fines de semana se iban a la casa del lago, Bianca se acomodó en el sofá con la laptop. tenía que terminar el último capítulo de su libro, el que hablaba de Mariela, de su fundación, de los nuevos planes y sueños.

El celular vibró sobre la mesita. Un mensaje de Jacobo. ¿Cómo estuvo tu día, Mariela? Ya duerme. Perdón por no llamarte. Estuve todo el día en la obra. Mañana paso a verte. Llevo los libros de arquitectura que te prometí. Bianca sonrió y respondió, “Fue un buen día, aunque algo movido. Mariela ya duerme soñando con ser gran artista.

Compramos pinturas, pinceles, cuadernos, todo el kit. Mañana te esperamos a comer. Te haré tu pastel favorito de champiñones.” “Suena, tentador”, contestó Jacobo. “Entonces, hasta mañana. Dulces sueños para las dos.” Bianca dejó el teléfono a un lado, sintiendo un calor agradable recorrerle el cuerpo.

No hacía planes sobre lo que pasaría con Jacobo, ni a donde los llevaría el camino. La vida le había enseñado a valorar el presente, a no apresurar nada, a confiar en su corazón y en su intuición. Abrió la laptop y releyó el último párrafo del manuscrito. Un giro inesperado del destino puede cambiar toda una vida.

Lo que parece una catástrofe puede convertirse en el inicio de algo nuevo y hermoso. Lo más importante es tener el valor de soltar el pasado, aceptar el presente y mirar al futuro con esperanza. Como decía mi tía Flor, a veces las pérdidas son el comienzo de una vida nueva y mejor. Bianca se quedó pensativa unos segundos y añadió una línea más.

Y es verdad, mi nueva vida es la prueba. Guardó el archivo, cerró la laptop y se acercó a la ventana. La ciudad brillaba de luces, llena de vida nocturna. En algún lugar de esa enorme ciudad estaban Pedro, perdido y arrepentido, Constanza, que nunca llegó a ser abuela, y Gloria, segaramente buscando otra víctima de sus juegos.

Pero Bianca no sentía rencor ni enojo hacia ninguno de ellos, solo gratitud por la lección que le habían dado, una lección sin la cual nunca sería la mujer que ahora era fuerte, independiente, feliz, dueña de su destino. Desde el cuarto de Mariela llegó un leve ruido. Bianca sonrió. Seguro la niña se movía dormida.

Esa pequeña, que había entrado de manera tan inesperada y natural en su vida, se había convertido en el centro de su universo, en el sentido y la alegría de cada día. Mañana llegaría con nuevas ocupaciones y sorpresas, con planes y alegrías, y Bianca lo recibiría con el corazón abierto, lista para todo lo que trajera, porque ahora sabía lo esencial.

La vida sigue y es hermosa en todas sus formas. entró en el cuarto de su hija, acomodó la cobija sobre la dormida Mariela y le dio un beso en la frente. Luego volvió a la sala, se sentó en el sofá y abrió el libro que había empezado la noche anterior. La historia en esas páginas le resultaba cercana.

Una mujer que encontró fuerzas para cambiar su destino, que convirtió las pérdidas en logros, que halló la felicidad cuando ya no la esperaba. Afuera, la noche de verano envolvía la ciudad en una tibia oscuridad y en el departamento sobre el café flor reinaba la calma.

Dentro de esas paredes nacía una nueva historia, la de una mujer que perdió ilusiones, pero se encontró a sí misma, la historia de una madre y su hija caminando juntas por la vida. Una historia que apenas empezaba, pero que ya prometía ser feliz. Bianca pasó la página con una sensación de paz y plenitud.

Ese giro inesperado del destino ocurrido un año atrás había resultado ser lo mejor que le pudo pasar.