El vaquero adoptó a una niña apache perdida… Era la hija de una hermosa viuda apache.

El vaquero adoptó a una niña apache perdida… Era la hija de una hermosa viuda apache.

En las vastas extensiones heladas del territorio, donde el viento hullaba entre los pinos y la nieve enterraba todas las huellas del pasado, vivía un hombre que hacía tiempo había dejado de esperar el golpe en su puerta. Antes de sumergirnos en la historia, no olviden darle me gusta al video y decirnos en los comentarios desde dónde nos están viendo.

Jacob Branner tenía 41 años y su rostro llevaba las cicatrices de una vida que le había quitado todo. Tres años atrás, el tifu se había llevado a su esposa y a su pequeño hijo en apenas 5co días. Desde entonces se había refugiado en esta cabaña de troncos que había construido con sus propias manos al borde de las montañas sangre de Cristo.

Las paredes crujían con cada ráfaga de viento, como si le susurraran que no estaba solo allá afuera. Pero él sabía que era mentira. estaba completamente solo. En esa tarde de febrero de 1878, Jacob estaba sentado frente a su chimenea, observando como las llamas danzaban y proyectaban sombras en las ásperas paredes de madera.

Afuera rugía una tormenta de nieve como no había visto en años. El viento silvaba por las rendijas y la nieve se acumulaba tan alta que apenas podía ver a través de la pequeña ventana. Acababa de afilar su hacha y revisar su provisión de leña. Mañana tendría que revisar las trampas si la tormenta amainaba. Entonces lo escuchó. Un golpe débil.

Tan suave que al principio pensó que era solo el viento sacudiendo una rama contra la puerta. Pero ahí estaba otra vez, más regular, más desesperado. Jacob tomó su rifle nunca se sabía y abrió la puerta apenas una rendija. La tormenta de nieve le golpeó el rostro y al principio no vio nada. Luego notó la pequeña figura acurrucada en su porche, envuelta en un abrigo demasiado delgado.

Una niña, una pequeña no mayor de siete u 8 años con largas trenzas negras que asomaban bajo un gorro de lana empapado. Sus labios estaban azules, sus manos temblaban sin control. “Ayuda”, susurró en inglés con un marcado acento “Apache, “Por favor, mi madre.” Jacob no dudó más. levantó a la niña, era ligera como un pájaro, y la llevó adentro.

Su ropa estaba rígida por el hielo, sus dedos se sentían como tmpanos. La sentó cerca de la chimenea, la envolvió en su manta más gruesa y comenzó a frotar sus manos entre las suyas para estimular la circulación. ¿Dónde está tu madre?, preguntó mientras ponía agua caliente para té. Afuera”, dijo la niña con los dientes castañando.

Ella me envió a buscar ayuda. Dijo que no podía seguir más. El corazón de Jacob se apretó. Miró por la ventana. La tormenta estaba ahora en su punto máximo. Buscar allá afuera era una locura, pero dejar a una mujer sola en ese frío era un asesinato. ¿Qué tan lejos? preguntó brevemente. Tal vez una milla cerca de las rocas grandes. Conocía el lugar.

Jacob actuó rápido. Le dio a la niña una taza de té caliente con miel, se puso sus botas más gruesas, tomó una linterna y una cuerda. Quédate aquí junto al fuego. Echa leña cuando las llamas se hagan más pequeñas. Voy a traer a tu madre. La niña sintió y en sus ojos oscuros había una confianza que Jacob no había sentido en años.

El camino a través de la tormenta fue un infierno. El viento tiraba de él, la nieve azotaba su rostro y más de una vez tropezó con raíces ocultas. Pero siguió adelante, sosteniendo la linterna frente a él con la mirada fija en las rocas que se alzaban como sombras oscuras contra la blancura. Entonces la vio una mujer medio enterrada en la nieve, acurrucada detrás de un saliente rocoso que apenas le daba refugio.

Jacob se arrodilló junto a ella y la volteó con cuidado. Incluso bajo la tenue luz de la linterna, pudo reconocer su belleza, pómulos altos, piel oscura, rasgos de tal gracia que le cortaron la respiración. Su largo cabello negro estaba cubierto de cristales de hielo. Aún respiraba, pero apenas. Resiste”, murmuró, la levantó en sus brazos y comenzó el camino de regreso.

Era más pesada que la niña, pero aún delgada, y la llevó apretada contra su pecho para darle el calor de su cuerpo. Cuando finalmente alcanzó la cabaña, sus propias fuerzas estaban casi agotadas. La pequeña saltó. “Mamá.” Jacob colocó a la mujer junto al fuego sobre las mantas que había extendido allí. Junto con la niña, la liberó de la ropa empapada y la envolvió en mantas de lana secas.

Masó sus manos y pies, frotó sus brazos y lentamente, dolorosamente lento, el color comenzó a regresar a su rostro. Tomó horas. Durante toda la noche, Jacob permaneció a su lado cambiando las mantas, dándole caldo caliente cada vez que recuperaba brevemente la conciencia y observando cada respiración. La pequeña finalmente se durmió junto a su madre con su manita sobre el hombro de ella.

Cuando el amanecer proyectó luz gris a través de la ventana y la tormenta finalmente se dio, la mujer abrió los ojos. Eran oscuros como la medianoche y lo miraron con una mezcla de confusión y gratitud. “Mi hija”, susurró con B Shonka. “Está a salvo.” “Duerme”, respondió Jacob, señalando el bulto currucado junto a ella. Las lágrimas corrieron por sus mejillas.

Gracias. Pensé, Pensé que ambas moriríamos. En los días siguientes, Jacob conoció su historia. Se llamaba Ediana, Flor Eterna, y era viuda. Su esposo, un guerrero Apache, había sido asesinado en una redada hacía un año. Había intentado llegar con su hija Nasota a casa de un pariente lejano, pero la tormenta la sorprendió y se perdió.

Ya no tengo familia donde vengo”, dijo suavemente mientras se ponía de pie por primera vez al tercer día. Mi esposo era la única razón por la que podía quedarme. Ahora solo me ven como otra boca que alimentar. “Pueden quedarse aquí”, se escuchó decir Jacob antes de pensarlo. Hasta que llegue la primavera, hasta que sepan a dónde quieren ir.

Aidiana lo miró largamente. ¿Por qué haces esto? Jacob se encogió de hombros porque sé lo que es perderlo todo. Las semanas pasaron y la cabaña, que una vez fue solo el refugio solitario de Jacob, se transformó en algo diferente. Nasota llenó las habitaciones con su risa, hacía preguntas interminables y ayudaba a Jacob en sus tareas diarias.

Haitiana cosía sus camisas rotas, cocinaba comidas que sabían mejor que todo lo que había comido en años y traía de vuelta a su vida una calidez que creía perdida para siempre. Por las tardes los tres se sentaban junto al fuego. A veces Aidiana contaba historias de su infancia, de las montañas y valles donde su pueblo había vivido por generaciones.

A veces Nasota cantaba suavemente canciones en su lengua y a veces simplemente se sentaban en silencioso acuerdo tres almas perdidas que habían encontrado refugio en el frío. Jacob notó como su corazón se descongelaba lentamente cuando a Tiana le servía café por la mañana y sus dedos se rozaban brevemente cuando ella se paraba junto a él y amasaban pan juntos, sus hombros apenas tocándose.

Cuando por la noche acostaba a Nasota y luego volvía con él, se sentaba a su lado y decía suavemente, “Eres un buen hombre, Jacob Branner.” Pero entonces, una mañana de marzo, cuando el hielo comenzaba a derretirse, llegó el peligro. Tres hombres cabalgaron hasta la propiedad. Hombres blancos, cazadores de pieles por su apariencia, con rostros duros y rifle sobre los hombros.

Jacob salió a enfrentarlos en el porche, su propio rifle suelto en la mano. “Bonito lugarcito aquí”, dijo el líder. Un hombre con una cicatriz sobre el ojo izquierdo. “Buscamos a unasquache y su cría robó una bolsa de dinero cuando pasó por Ford Union. Venimos a llevarla ante la justicia. La mandíbula de Jacob se tensó.

Aquí no hay ninguna ladrona. Eso lo decidiremos nosotros, dijo el hombre e hizo Ademán de desmontar. Se quedan donde están, dijo Jacob con calma, pero su rifle se elevó una pulgada. Esta es mi tierra y no tolero mentirosos en ella. Mentirosos. El hombre de la cicatriz se rió. Cuidado, vaquero. Váyanse. Lo interrumpió Jacob.

Su voz ahora era hielo. Ahora los tres hombres se miraron entre sí. Entonces el líder sacó su rifle. Jacob fue más rápido. El disparo resonó en el aire de la mañana y el hombre se tambaleó soltando su arma. El hombro herido. Sus dos compañeros también sacaron sus armas, pero entonces la puerta se abrió de golpe yana salió un viejo rifle de casa en las manos.

“Váyanse”, dijo fríamente, “O el siguiente disparo atravesará sus corazones”. Los hombres huyeron. El sonido de sus caballos se desvaneció en la distancia. Jacob se volvió hacia. Su rostro estaba pálido, pero decidido. “Pudieron haberte matado”, dijo suavemente. “También lo habría hecho por Nasota, respondió él. Por ambas.

” ¿Por qué? Jacob bajó su rifle. ¿Por qué? Porque ustedes me recordaron que la vida es más que solo sobrevivir. Porque cuando te miro, por primera vez en años vuelvo a sentir esperanza. Los ojos de Ediana se llenaron de lágrimas. Dio un paso adelante y puso su mano en su pecho, justo sobre su corazón. “No nos abandonaste”, susurró.

“Cuando todo el mundo lo hizo, te quedaste. Siempre me quedaré”, dijo Jacob. Se besaron allí en el porche mientras Nasota observaba por la ventana y reía. Cuando la primavera realmente llegó y las flores silvestres cubrieron los prados, Jacob construyó una ampliación a la cabaña, una habitación adecuada para Nasota, una cama más grande para Elia y Diana, un hogar.

En una cálida tarde de mayo, cuando el humo de la chimenea se elevaba hacia el cielo vespertino y la risa de la cabaña resonaba sobre la tierra, Jacob se paró en la puerta y observó a su familia, porque eso eran ahora cenando. Aitiana levantó la vista, le sonrió y le hizo señas para que entrara. ya no estaba solo.

Y por primera vez desde la muerte de su primera familia, su corazón se sentía completo nuevamente. Nunca olvidaría el pasado, pero el futuro, el futuro era un regalo que tomaba con ambas manos. En la naturaleza salvaje del oeste, donde el viento aún aullaba entre los pinos, un hombre solitario había aprendido a amar de nuevo y en el amor se había encontrado a sí mismo.