“Murió como vivió: entre elegancia y misterio. Enrique Rocha, el eterno villano de las telenovelas mexicanas, dejó al país en silencio. Su vida, llena de arte, excentricidad y soledad, revela que incluso los personajes más temidos también saben amar profundamente… y despedirse sin miedo.”
Durante más de medio siglo, Enrique Rocha fue sinónimo de elegancia, voz grave y mirada hipnótica. Su sola presencia en una telenovela bastaba para imponer respeto y marcar la diferencia.
Villano en pantalla, caballero fuera de ella: así lo recuerdan quienes compartieron su camino en la televisión mexicana.
Su partida, a los 81 años, dejó un vacío difícil de llenar. Pero también una historia fascinante, llena de arte, contradicciones, pasiones y silencios.

De Guanajuato al estrellato
Nacido en Silao, Guanajuato, en 1940, Enrique Miguel Rocha Ruiz jamás imaginó que su voz se convertiría en su sello más poderoso.
Estudió arquitectura en la UNAM, pero abandonó la carrera cuando descubrió el teatro universitario.
Fue ahí donde un productor lo escuchó leer una línea… y entendió que había nacido un actor.
Su debut fue en la década de los 60, en el teatro y el cine, pero su verdadero salto llegó con las telenovelas. Obras como “El privilegio de amar”, “Rebelde”, “Yo compro esa mujer” y “El derecho de nacer” lo consagraron.
En cada papel, Enrique Rocha no solo interpretaba a un villano: creaba una figura casi mítica, de voz profunda y gestos refinados.
“El secreto de un buen villano es hacerlo humano. El mal no grita: susurra”, solía decir en entrevistas.
El hombre detrás del personaje
Aunque su imagen pública era la de un hombre imponente, quienes lo conocieron aseguran que en la intimidad era generoso, culto y de humor sutil.
Le apasionaban los libros, la música clásica, el vino tinto y las conversaciones largas.
Era un bohemio de otra época, que podía hablar igual de Shakespeare que de rock mexicano.
Su vida sentimental fue discreta, aunque se le conocieron romances con actrices y modelos. Nunca se casó ni tuvo hijos, algo que él explicaba con serenidad:
“Mi familia fue el arte. No quise compartir mis sombras con alguien más.”
Sin embargo, quienes fueron sus amigos dicen que no era un hombre triste, sino un amante de la soledad consciente de su naturaleza.
“Enrique tenía alma de filósofo. Decía que el silencio era su mejor compañero”, recordó una amiga cercana.
El villano que todos amaban
Pocos actores lograron lo que él: ser el “malo” y, al mismo tiempo, el favorito del público.
Su presencia en pantalla era hipnótica. Con un solo gesto podía dominar una escena.
Productores, directores y jóvenes actores lo buscaban para aprender de él.
Cuando interpretó a Lucio Malaver en “El Privilegio de Amar” (1998), alcanzó un nuevo nivel de reconocimiento: su personaje, aunque despiadado, terminó siendo uno de los más recordados de la historia televisiva mexicana.
“La gente me dice que me odia… pero me ama. Y ese es el mejor cumplido”, decía con una sonrisa irónica.
Además de la televisión, su voz se convirtió en una de las más emblemáticas del doblaje y la publicidad.
Fue la voz de marcas, documentales y campañas que definieron a varias generaciones.
Una vida sin excesos, pero con intensidad
Contrario a la imagen del artista desenfrenado, Enrique Rocha vivió con equilibrio.
Disfrutaba del arte, de los amigos y de la calma.
Nunca buscó escándalos ni portadas: prefería los aplausos sinceros al ruido mediático.
En sus últimos años, vivía en una casa antigua en Coyoacán, rodeado de libros, discos y recuerdos.
Recibía a pocos, pero siempre con la cortesía de un anfitrión clásico: servía café, encendía una vela y hablaba de filosofía, cine o política con la misma pasión.
“Mi retiro no es del arte, es del ruido. Ya hice lo que tenía que hacer”, comentó en su última entrevista pública.
El adiós del caballero oscuro
El 7 de noviembre de 2021, la noticia de su fallecimiento sacudió al país.
No hubo drama ni espectáculo: partió mientras dormía, en su casa, tranquilo, como quien cierra un libro después de leer su última página.
La causa fue natural, según informaron sus allegados.
El comunicado oficial decía:
“Enrique Rocha deja un legado artístico y humano imposible de igualar. Fue maestro, amigo y ejemplo de profesionalismo.”
Compañeros de Televisa, productores, actores y fanáticos inundaron las redes sociales con mensajes de cariño:
“El último gran villano”, escribió Lucero.
“Su voz era un trueno elegante”, compartió Sebastián Rulli.
Un legado inmortal
La figura de Enrique Rocha sigue viva en la memoria del público.
Cada reposición de sus telenovelas vuelve a recordarnos que el arte no muere cuando el actor se va: permanece en los ojos de quienes aún lo miran.
En las escuelas de actuación, sus interpretaciones se estudian como ejemplo de presencia escénica.
Y su voz, aún escuchada en anuncios y doblajes, sigue siendo parte del sonido de la televisión mexicana.
Su casa fue convertida en un pequeño espacio de homenaje donde se conservan sus libretos y fotografías.
“No era un villano, era un artista con alma de poeta”, escribió un crítico tras su muerte.
Epílogo: el hombre que venció al tiempo
Enrique Rocha nunca buscó ser amado.
Y, sin embargo, lo fue profundamente, por su público, por sus colegas, por su país.
Su historia no termina en su muerte, sino en cada generación que sigue pronunciando su nombre con respeto.
“La vida es breve —dijo una vez—, pero la voz… la voz puede quedarse a vivir en el aire.”
Y así fue.
La voz de Enrique Rocha aún resuena entre quienes lo escuchan, recordando que incluso los villanos más temidos pueden ser, en el fondo, los héroes más recordados del corazón del público mexicano.
