Las canadienses ya celebraban el pase… y la joven mexicana las humilló con ese último remate

El eco del último punto canadiense aún resonaba en el Palacio de los Deportes cuando Jessica Morrison levantó los brazos en señal de victoria. Faltaban apenas 12 segundos para el final del quinto set y el marcador era implacable. Canadá 24, México 23. En las gradas, más de 15,000 espectadores mexicanos observaban en silencio sepulcral como sus sueños de gloria se desvanecían punto por punto.

Se acabó, gritó Morrison hacia la banca mexicana haciendo un gesto despectivo con la mano. Váyanse a casa a vender tacos. Sus compañeras de equipo rieron a carcajadas y el comentario se escuchó claramente a través de los micrófonos de ambiente que captaban cada sonido en la cancha. En el banco mexicano, Jimena Salas apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

A sus años, la joven originaria de un pueblo en Oaxaca había escuchado comentarios racistas durante toda su carrera, pero nunca en un escenario tan importante como la final del Mundial Sub-21. El técnico Roberto Martínez la miraba con desesperación. Era su última oportunidad, su última carta por jugar. La historia de Jimena había

comenzado 12 años atrás en San Juan Mixtepec, un pueblo oaxaqueño donde el voleibol se jugaba con una red improvisada entre dos árboles de mango y un balón que había conocido mejores días. Su padre, don Aurelio, trabajaba como campesino durante el día y como cuidador nocturno en una escuela para poder comprar los tenis deportivos que su hija necesitaba.

Su madre, Esperanza vendía comida en el mercado del pueblo para reunir los 50 pesos del pasaje cuando Jimena tenía que viajar a Oaxaca de Juárez para los torneos regionales. “Mija, tú no juegas como las demás”, le había dicho su abuela Concepción la primera vez que la vio saltar. Tienes algo especial en las manos como si el aire te obedeciera. y tenía razón.

Jimena poseía una cualidad única. Podía cambiar la dirección del balón en el último momento, creando ángulos que parecían desafiar las leyes de la física. Pero el talento no bastaba para enfrentar las barreras que encontró cuando llegó a la selección nacional. Durante los entrenamientos en el centro de alto rendimiento, las jugadoras de la capital la miraban como si fuera un animal exótico.

“Habla raro, decían riéndose de su acento oaxaqueño. De verdad viene de un pueblo sin luz eléctrica.” Algunas fingían no entender cuando ella hablaba, obligándola a repetir sus palabras una y otra vez hasta que se sentía humillada. La capitana del equipo, Mariana Delgado, hija de un empresario regiomontano, había sido especialmente cruel.

No entiendo por qué trajeron a esta persona. Había comentado durante una práctica creyendo que Jimena no la escuchaba. Esto es voleibol de alta competencia, no una obra de caridad social. Las risas de sus compañeras habían resonado en el gimnasio como puñaladas. El técnico Roberto Martínez había notado el talento excepcional de Jimena desde el primer día, pero también había observado como el ambiente tóxico del equipo estaba destruyendo su confianza.

La había incluido en la lista final para el mundial casi por instinto, una corazonada que no podía explicar racionalmente. “Esta niña tiene algo especial”, le había dicho a su asistente. Solo necesita la oportunidad correcta, pero esa oportunidad parecía cada vez más lejana. Durante los primeros cuatro partidos del Mundial, Jimena había permanecido en la banca observando como México perdía contra Brasil, Estados Unidos, Italia y Rusia.

Sus compañeras habían jugado bien, pero no lo suficiente para competir contra las potencias mundiales del voleibol juvenil. Fue hasta las semifinales contra Japón que Martínez decidió arriesgar todo. Con México perdiendo 2-0 en sets y enfrentando la eliminación, puso a Jimena en la cancha por primera vez en el torneo.

El silencio en el Palacio de los Deportes fue palpable cuando la joven oaxaqueña ingresó al partido. Lo que siguió fue una transformación mágica. Jimena anotó 23 puntos en los siguientes tres sets, ejecutando remates desde ángulos imposibles y defendiendo balones que parecían perdidos. México remontó de manera épica, ganando 3-2 y clasificando a la final.

Los periodistas internacionales comenzaron a preguntar quién era esa joven desconocida que había aparecido de la nada, pero la gloria duró poco. En los días previos a la final contra Canadá, un video se volvió viral en redes sociales. Era una grabación filtrada del entrenamiento donde se escuchaba claramente a Mariana Delgado diciendo: “Que no se emocione la Oaquita. Una golondrina no hace verano.

Canadá la va a poner en su lugar. El video había llegado hasta el equipo canadiense y Jessica Morrison lo había compartido en su Instagram con la frase, “Al parecer México piensa que una jugadora amateur de pueblo puede competir con profesionales. Qué tierno.” El post había recibido más de 100,000 likes y miles de comentarios burlándose de Jimena y del voleibol mexicano en general. La humillación fue devastadora.

Jimena había llegado al día de la final con los ojos hinchados de tanto llorar. Sus padres habían viajado desde Oaxaca para verla jugar, gastando los ahorros de todo un año en el viaje, y ahora ella se sentía como un fraude que había engañado a todo el mundo. Los primeros dos sets de la final confirmaron los peores temores.

Canadá dominó completamente ganando 2518 y 2516. Morrison anotó 19 puntos en el primer set y 17 en el segundo, mientras ejecutaba una clínica de voleibol técnicamente perfecto. Cada vez que marcaba un punto, miraba directamente hacia la banca mexicana y hacía gestos despectivos. Esto es voleibol de verdad”, gritó después de un remate particularmente potente.

No los jueguitos de pueblo que juegan en México. Las cámaras captaron como sus compañeras se reían y señalaban hacia donde estaba sentada Jimena, quien permanecía inmóvil en la banca con lágrimas corriendo por sus mejillas. En las gradas, don Aurelio y doña Esperanza observaban la humillación de su hija sin poder hacer nada.

“Mi hija, no te rindas”, susurraba la madre, aunque sabía que Jimena no podía escucharla desde la distancia. Recuerda lo que te enseñó tu abuela. Las tormentas más fuertes vienen antes de los amaneceres más hermosos. Durante el descanso entre el segundo y tercer set, el técnico Martínez tomó una decisión que cambiaría todo.

Se acercó a Jimena, que permanecía cabizaja en su asiento, y le puso una mano en el hombro. Jimena, mira hacia las gradas. ¿Ves a tus padres? Ella asintió sin levantar la vista. Ellos no vinieron hasta acá para verte renunciar. Vinieron para verte demostrar quién eres realmente. No puedo, profe, susurró Jimena. Están jugando mejor que yo.

Son más fuertes, más técnicas. Yo solo soy una campesina que no debería estar aquí. Martínez se arrodilló frente a ella para quedar a su altura. Jimena, ¿sabes por qué te puse en este equipo? No por lástima, no por cuotas, no por justicia social. Te puse aquí porque tienes un don que ninguna de estas niñas fresas tiene. Tienes hambre, tienes corazón.

Y cuando juegas con el corazón, puedes vencer a cualquiera. Jimena entró al tercer set con los ojos rojos, pero con una determinación que sorprendió a todos. Su primer remate fue un misil dirigido directamente entre las manos de Morrison, quien no pudo ni reaccionar. El marcador cambió. 1-0 para México en el tercer set.

Fue suerte, gritó Morrison. A ver si lo puede repetir, pero Jimena sí lo repitió una y otra vez. Sus remates encontraban ángulos que las canadienses no habían estudiado en los videos, porque esos ángulos solo existían en la imaginación y el instinto puro de una joven que había aprendido a jugar voleibol esquivando ramas de mango.

México ganó el tercer set 2520 y luego el cuarto 2522. Súbitamente, el partido que parecía una formalidad se había convertido en una batalla épica. Morrison ya no sonreía. Su técnico había pedido tiempo muerto tras tiempo muerto, pero no encontraba la manera de detener a Jimena. “Esto es imposible”, gritó Morrison después de que Jimena anotara su vigés del cuarto set con un remate de reversa que dejó a toda la defensa canadiense viendo sombras.

Es solo una pueblerina, no puede estar jugando así. Pero Jimena no solo estaba jugando así, estaba jugando mejor que nunca en su vida. Cada balón que tocaba se convertía en un misil dirigido con la precisión de quien ha pasado años tratando de meter pelotas de trapo entre ramas de árboles. Su defensa se había vuelto impenetrable y sus remates encontraban espacios que parecían no existir.

El quinto set fue una guerra de nervios. Ambos equipos intercambiaron puntos hasta llegar a 2323. Luego, Canadá tomó ventaja 2423 con un servicio AC de Morrison que rozó la línea trasera. Solo un punto la separaba del título mundial y el saque era suyo. Morrison se preparó para servir con la confianza de quien había dominado el voleibol juvenil mundial durante los últimos 3 años.

Miró directamente a Jimena y articuló en silencio. Adiós, pueblerina. ejecutó un saque flotante perfecto dirigido hacia la esquina donde Jimena tendría que hacer una recepción casi imposible, pero Jimena se lanzó como si su vida dependiera de ello. El balón tocó apenas las puntas de sus dedos y se elevó en un arco imperfecto hacia el centro de la cancha.

Era una pelota difícil, demasiado baja para un ataque convencional, demasiado alejada de la red para una jugada de libro. Las canadienses formaron una triple barrera defensiva con Morrison al centro, preparándose para bloquear cualquier intento desesperado. Habían estudiado todos los movimientos de Jimena durante el cuarto y quinto set.

Sabían que prefería atacar en diagonal, que su brazo derecho era ligeramente más fuerte que el izquierdo, que tenía tendencia a telegrafiar sus remates más potentes. Pero lo que no habían estudiado, lo que no podían estudiar, era el corazón de una joven que había crecido escuchando a su abuela contar historias de guerreros apotecas que nunca se rendían, de mujeres que enfrentaban montañas con las manos desnudas y salían victoriosas.

Jimena corrió hacia el balón con una velocidad que pareció detener el tiempo. Su aproximación fue diferente a cualquier cosa que hubiera hecho antes en el partido. En lugar de seguir su patrón habitual, se dirigió hacia el balón desde un ángulo completamente inesperado. Las tres canadienses ajustaron su posición para bloquearla, pero Jimena había comenzado ya su salto.

Se elevó en el aire con una gracia que parecía desafiar la gravedad, alcanzando una altura que sorprendió incluso a los fotógrafos profesionales que habían cubierto voleibol durante décadas. En el punto más alto de su salto, con Morrison y sus compañeras esperando un remate frontal hacia cualquiera de los ángulos que habían estudiado, Jimena hizo algo que nadie, absolutamente nadie, había anticipado.

Giró su cuerpo completamente en el aire, como si fuera una bailarina ejecutando una pirueta, y atacó el balón hacia atrás por encima de su propia cabeza. El remate de reversa más espectacular en la historia del voleibol juvenil envió el balón en una trayectoria que parecía dibujada por un arquitecto de sueños imposibles. La pelota pasó por encima de las manos extendidas de las tres bloqueadoras como si estuviera siendo guiada por los espíritus de sus ancestros zapotecas.

Morrison y sus compañeras giraron desesperadamente, pero era demasiado tarde. El balón impactó en la esquina trasera izquierda de la cancha canadiense con la precisión de un rayo dirigido por los dioses del deporte. El silencio inicial fue sepulcral. Durante tres segundos eternos, nadie en el Palacio de los Deportes pareció procesar lo que acababa de presenciar.

Luego estalló la celebración más eufórica en la historia del voleibol mexicano. El marcador final brillaba como una constelación de esperanza. México 25, Canadá 24. Set, partido y campeonato mundial para México. Gracias al remate más espectacular que se había visto jamás en un torneo internacional. Jimena cayó al suelo y permaneció inmóvil por unos instantes, como si no pudiera creer que el sueño que había perseguido desde las canchas de tierra de Oaxaca finalmente se había hecho realidad.

Sus compañeras de equipo, incluida Mariana Delgado, la rodearon llorando y pidiendo perdón por haberla tratado mal. En las gradas, don Aurelio y doña Esperanza lloraban abrazados, rodeados por miles de desconocidos que celebraban como si hubieran ganado ellos mismos. “Te lo dije, viejo.

” Susurraba Esperanza entre lágrimas. Nuestra hija tenía algo especial. Jessica Morrison permaneció inmóvil en el centro de la cancha durante varios minutos, mirando alternativamente el marcador y a Jimena, como si tratara de procesar cómo había sido posible perder de esa manera. Cuando finalmente se acercó a la red para felicitar a su rival, tenía lágrimas en los ojos.

“Ese fue el remate más increíble que he visto en mi vida”, le dijo a Jimena hablando esta vez en un español que había aprendido durante sus años de entrenamiento en California. Me enseñaste que el voleibol no se trata solo de técnica, se trata de corazón. Perdón por todo lo que dije. Los días siguientes fueron un torbellino de entrevistas, reconocimientos y ofertas de becas universitarias.

El video del remate final se volvió viral, acumulando más de 50 millones de visualizaciones en la primera semana. Analistas deportivos de todo el mundo lo calificaron como uno de los momentos más espectaculares en la historia del deporte juvenil, pero para Jimena la verdadera victoria había ocurrido en el momento en que decidió no rendirse.

En la ceremonia de premiación, mientras recibía la medalla de oro y el trofeo de mejor jugadora del torneo, dedicó su triunfo a todos los niños de pueblos pequeños que sueñan en grande y a quienes les dicen que no pueden lograr sus metas por venir de donde vienen. Meses después, cuando regresó a San Juan Mixtepec, convertida en heroína nacional, Jimena encontró la cancha de tierra donde había aprendido a jugar transformada en una instalación deportiva moderna donada por patrocinadores que habían sido inspirados por su historia. Pero lo que

más la emocionó fue ver a decenas de niñas del pueblo practicando voleibol, soñando conseguir sus pasos. “¿Sabes qué aprendí?”, le dijo a un periodista que la visitó meses después. Que las palabras hirientes solo tienen el poder que tú les das. que la humillación puede convertirse en combustible si sabes cómo usarla y que no importa de dónde vengas o qué idioma hables, cuando juegas con el corazón el talento habla por sí solo.

La historia de Jimena Salas se convirtió en símbolo de que los sueños no entienden de códigos postales ni de cuentas bancarias. Demostró que la verdadera grandeza no se mide en títulos universitarios o instalaciones de primer mundo, sino en la capacidad de levantarse cada vez que te derriban y convertir el dolor en fortaleza.

Y cada vez que una niña de cualquier pueblo pequeño de México toma un balón de voleibol, lleva consigo la certeza de que los sueños más imposibles pueden hacerse realidad cuando se persiguen con la determinación de quien no tiene nada que perder y todo por ganar.