CAYETANA tiende una TRAMPA a SÁNCHEZ tras MENTIR sobre el PREMIO NOBEL a MARÍA CORINA MACHADO

Cayetana Álvarez de Toledo acusó al ministro Félix Bolaños de mentir sobre el supuesto papel del Gobierno español en la liberación de María Corina Machado, señalando que la opositora venezolana nunca fue encarcelada.

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El Congreso volvió a ser escenario de una tormenta política cuando Cayetana Álvarez de Toledo, diputada del Partido Popular,

desmontó en directo las palabras del ministro Félix Bolaños, acusado de mentir sobre el supuesto papel del Gobierno en la “liberación” de la opositora venezolana María Corina Machado, recién galardonada con el Premio Nobel de la Paz.

El cruce de acusaciones no solo dejó en evidencia las contradicciones del Ejecutivo, sino que también desató una ola de aplausos y reproches en el hemiciclo que todavía resuenan en el ambiente político español.

“¿Nos puede explicar en qué consistieron esas intensas gestiones?”, preguntó Cayetana con un tono sereno pero filoso, poniendo contra las cuerdas a un Bolaños que intentó salir del paso con su habitual mezcla de sarcasmo y evasivas.

La respuesta del ministro, lejos de aclarar la situación, encendió aún más el debate: prefirió atacar a la diputada por su “ausencia prolongada” en las sesiones de control y la acusó de “defender a los poderosos”.

Sin embargo, lo que pretendía ser una maniobra de distracción terminó volviéndose en su contra.

Cayetana no se contuvo. “Señor Bolaños, ¿por qué miente tanto? María Corina nunca ha estado en la cárcel. Perseguida sí, hostigada también, pero presa, jamás”.

La frase cayó como una bomba. En el rostro del ministro se dibujó un gesto de incomodidad mientras los aplausos retumbaban en la bancada popular.

La diputada no solo desmontó su versión, sino que fue más allá: acusó al Gobierno de Sánchez de ser rehén del régimen de Nicolás Maduro y de manipular informes internacionales para sostener un relato “falso y conveniente”.

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“¿Qué miedo le tienen ustedes a Maduro?”, insistió, antes de añadir con ironía: “María Corina encarna todo lo que ustedes desprecian: la verdad, la justicia y las mujeres libres”.

En ese momento, la tensión se transformó en ovación. La diputada pidió incluso a la Cámara ponerse en pie para aplaudir a la líder venezolana, “heroína de la democracia”. Un gesto simbólico que contrastó con el silencio incómodo del bloque socialista.

Bolaños intentó recuperar el control recurriendo a su repertorio habitual: ataques personales, descalificaciones y desvíos de tema. “No es usted tan importante, señora Álvarez de Toledo.

Tengo muchas cosas que hacer y ninguna tiene que ver con usted”, replicó, provocando murmullos entre los presentes.

Luego, tratando de virar la discusión, la acusó de representar “la parte más carca y reaccionaria del Partido Popular” y de oponerse a los derechos de las mujeres.

Pero el intento fue en vano. Cayetana, lejos de amedrentarse, había logrado lo que pocos consiguen en el hemiciclo: poner al Gobierno frente a su propio espejo.

Su intervención fue más que una crítica puntual; fue una radiografía de una administración atrapada entre su discurso progresista y sus contradicciones con las dictaduras a las que evita señalar.

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El trasfondo del enfrentamiento va mucho más allá de una simple disputa parlamentaria. En el fondo, lo que se discutía era el lugar que ocupa España en el tablero internacional y su coherencia moral frente a regímenes autoritarios.

El Gobierno de Sánchez, que se ha mostrado prudente —cuando no silencioso— con Maduro, fue acusado una vez más de preferir la conveniencia diplomática a la defensa de los derechos humanos.

La escena tuvo además un componente emocional innegable. Cayetana, visiblemente indignada pero controlada, usó la palabra como un bisturí, cortando la hipocresía con precisión quirúrgica.

“Su modelo no cumple con los estándares europeos”, recordó citando la Comisión de Venecia, al tiempo que reprochó al Ejecutivo haber manipulado informes jurídicos “para ganar el relato”.

Su tono fue tan firme como calculado, y su discurso, salpicado de ironías, resonó entre los pasillos del Congreso mucho después de que terminara la sesión.

Mientras tanto, Bolaños, fiel al manual sanchista, buscó refugio en la comparación histórica.

“¿Por qué no condena usted la dictadura franquista o la de Videla en Argentina?”, le espetó, intentando devolver el golpe y reactivar el viejo comodín de la memoria histórica. Sin embargo, su estrategia ya no genera el efecto de antes.

La oposición, más cohesionada en sus críticas, interpreta estas maniobras como síntomas de un Gobierno agotado, que ha perdido la iniciativa política y recurre a fantasmas del pasado para distraer del presente.

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El intercambio dejó una sensación de desequilibrio en el aire. De un lado, una diputada que desafía el discurso oficial con datos, ironía y valentía; del otro, un ministro atrapado en el guion de la propaganda.

El público lo percibió. Las redes sociales se inundaron de clips del momento, donde Cayetana se convirtió en tendencia bajo etiquetas como #CayetanaBrillante o #BolañosMiente.

Lo más inquietante para el Gobierno no fue solo el golpe dialéctico, sino el simbolismo detrás: mientras el PSOE evita pronunciar el nombre de María Corina Machado, una diputada española la eleva a símbolo de libertad y coraje.

En una España cada vez más polarizada, esa diferencia de tono y valores pesa.

El debate sobre Venezuela y el Nobel de la Paz sirvió, en realidad, como espejo de una política nacional donde las palabras se han convertido en campo de batalla.

Bolaños habló de crecimiento económico y estabilidad; Cayetana habló de verdad, dignidad y principios. Dos lenguajes distintos, dos visiones de país que apenas comparten ya un terreno común.

Al final de la sesión, con el eco de los aplausos aún rebotando en el techo del Congreso, una frase de Álvarez de Toledo quedó grabada en la memoria de los presentes: “España está con la libertad”.

Era más que una declaración: era una advertencia. Porque en un Parlamento acostumbrado al ruido y la evasión, su intervención recordó algo esencial —que todavía hay quien se atreve a decir las cosas por su nombre, incluso cuando eso significa desafiar al poder cara a cara.