El eco de los aplausos para la competidora anterior aún resonaba en el centro acuático de los Juegos Panamericanos Junior de Asunción 2025, cuando Valentina Suárez se paró en el borde de la plataforma de 10 m. La joven mexicana de 16 años ajustó nerviosamente la pequeña medalla de San Sebastián que colgaba de su cuello, un ritual que había repetido antes de cada salto, desde que tenía memoria.
Abajo, en las gradas repletas, Miguel Suárez observaba a su hija con una mezcla de orgullo y ansiedad que solo un padre, que también había sido atleta, podía entender. Sus manos, aquellas mismas manos que le habían valido tres medallas panamericanas y una plata olímpica en esta misma disciplina, ahora estaban apretadas con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos.
Vamos, vale, concéntrate, respira”, murmuró para sí mismo, sabiendo que ella no podía escucharlo desde esa altura, pero sintiendo la necesidad de decirlo de todos modos. La competencia de saltos ornamentales femeninos había comenzado hace 2 horas. Y hasta el momento, la favorita indiscutible Yali, de 18 años, representante de Canadá, pero de ascendencia china, lideraba la tabla con una ventaja considerable.
Sus ejecuciones habían sido prácticamente perfectas, con apenas salpicaduras al entrar al agua, como si su cuerpo estuviera hecho de algo más denso que la carne y los huesos humanos. Valentina ocupaba el tercer lugar. detrás de la estadounidense Ashley Cooper.
La brecha entre ella y el oro no era insalvable, pero requeriría nada menos que perfección en sus dos saltos restantes y un milagro que hiciera que las líderes cometieran algún error. El tablero digital mostraba la información del salto que Valentina estaba a punto de ejecutar. Salto 4 305C. Tirabusón y medio en posición agrupada. Dificultad 2.7.
No era el salto más difícil de su repertorio, pero sí uno en el que había estado teniendo problemas durante los entrenamientos las últimas semanas. Representando a México, Valentina Suárez anunció la voz por los altavoces, provocando una oleada de aplausos y vítores, especialmente de la nutrida delegación mexicana que había viajado para apoyar a sus atletas. Valentina cerró los ojos por un instante, repasando mentalmente cada movimiento del salto, como le había enseñado su psicóloga deportiva.
Al abrirlos, su mirada se encontró brevemente con la de su padre, un momento de conexión silenciosa que valía más que 1000 palabras de aliento. Con un paso decidido caminó hasta el extremo de la plataforma. Sus pies, cubiertos por una fina capa de agua para evitar resbalar, se posicionaron perfectamente en el borde.
Sus brazos se extendieron a los lados como alas listas para emprender el vuelo. El recinto quedó en completo silencio, ese silencio reverente que antecede a los momentos de belleza y peligro. 3 segundos después, Valentina se impulsó hacia el cielo. Su cuerpo se elevó con gracia, comenzando el tirabuzón mientras ascendía. Una técnica que aumentaba la dificultad, pero que cuando se ejecutaba correctamente garantizaba mayor puntuación.
Durante el descenso completó la rotación y media requerida, agrupándose perfectamente antes de extender su cuerpo justo a tiempo para la entrada al agua. La entrada fue limpia, casi perfecta, casi. Un pequeño ajuste de último momento, apenas perceptible para el ojo no entrenado, generó más salpicadura de la ideal. Emergió del agua con una expresión neutral.
Años de entrenamiento le habían enseñado a no mostrar emoción hasta recibir las calificaciones. Nadó rápidamente hacia la escalera y salió de la piscina donde Ramiro, su entrenador, la esperaba con una toalla. “Buena recuperación en el aire”, le dijo mientras la envolvía con la toalla. “Pero tensaste los hombros al final.” Valentina asintió consciente de su error. “Lo sentí”, admitió.
Creí que me iba a pasar de rotación. Ambos dirigieron su mirada hacia el tablero electrónico, donde los jueces estaban ingresando sus puntuaciones. Segundos después, los números aparecieron 7.5 8 0 7.5 8.0 7.5 7.0 8.0. Descartando la puntuación más alta y la más baja, como dictaba el reglamento, el promedio se multiplicó por el grado de dificultad.
El resultado final del salto, 56.70 puntos. No está mal, dijo Ramiro, aunque su tono sugería que esperaba más. Te mantiene en competencia. La puntuación la mantuvo en el tercer lugar, pero la brecha con las líderes se había ampliado ligeramente. Ahora necesitaría no solo un salto perfecto en su última ejecución, sino también que las competidoras que la precedían cometieran errores significativos.
Mientras Valentina se dirigía al área de descanso donde las atletas esperaban su turno, su mente viajó inevitablemente a los eventos que la habían llevado hasta aquí, a este momento crucial en su joven carrera. Había comenzado a saltar a los 5 años, casi por obligación genética. Ser hija de Miguel el Águila, Suárez, el saltador que había puesto a México en el mapa de los saltos ornamentales a principios del siglo XXI, significaba que los trampolines y las plataformas habían sido su patio de juegos antes incluso de que pudiera nadar adecuadamente.
Las comparaciones habían sido inevitables y constantes. Desde que ganó su primera competencia infantil a los 8 años, los medios la habían apodado la Aguilita, una referencia directa al legado de su padre, que si bien estaba cargada de cariño y orgullo, también venía con el peso invisible de expectativas imposibles.
Miguel nunca había presionado directamente a Valentina. Al contrario, después de retirarse de la competencia profesional, había intentado mantener cierta distancia de la carrera deportiva de su hija, contratando a Ramiro, un entrenador respetado internacionalmente, para que la guiara. Pero su mera presencia, su historia, su leyenda era una presión constante.
¿En qué piensas? La voz de Ashley Cooper, la saltadora estadounidense que ocupaba el segundo lugar, interrumpió sus reflexiones. A diferencia de muchas competidoras que preferían mantenerse aisladas durante las competencias, Ashley era conocida por su actitud amistosa. “En nada importante”, respondió Valentina con una sonrisa educada secándose el cabello con la toalla.
Tu tirabuzón fue impresionante”, continuó Ashley. “Si hubieras entrado un poco más limpia, habrías estado a punto de alcanzarme.” Valentina asintió, agradeciendo el cumplido, pero sin estar segura de cómo interpretar el comentario. Era un reconocimiento sincero o una forma sutil de recordarle la jerarquía actual.
Antes de que pudiera responder, la voz en los altavoces anunció el turno de Ji Ali. Ambas competidoras dirigieron su atención hacia la plataforma donde la canadiense se preparaba para su penúltimo salto. Si había una personificación de la perfección técnica en el salto ornamental, era Jali. Entrenada desde los 3 años en la rigurosa escuela china antes de emigrar a Canadá.
Cada uno de sus movimientos parecía estar matemáticamente calculado para extraer hasta la última décima de punto posible de los jueces. Su salto, un dificilísimo cuatro 7C triple y medio hacia adelante en posición agrupada se ejecutó con tal precisión que apenas generó ondas al entrar al agua.
El público estalló en aplausos espontáneos, incluso antes de que se anunciaran las puntuaciones. Cuando los números aparecieron, confirmaron lo que todos ya sabían. 9.0 9.5 9.0 9.5 9.0 9.0 9.5 multiplicado por el factor de dificultad de 3.2. El resultado fue un impresionante 86.40. Es inalcanzable”, murmuró alguien en el área de descanso, una voz anónima que expresó lo que muchas pensaban.
Valentina sintió que su corazón se hundía. Con esa puntuación, Ji se colocaba prácticamente fuera del alcance de cualquier competidora, a menos que cometiera un error catastrófico en su último salto, algo que parecía tan improbable como que nevara en medio del verano paraguayo. Cuando fue el turno de Ashley, la estadounidense ejecutó un salto sólido, aunque no espectacular, suficiente para mantener su segundo lugar con una ventaja cómoda sobre Valentina.
El tiempo pasaba inexorablemente, acercándola a su último salto. Mientras las competidoras restantes realizaban sus ejecuciones, Valentina se sentó en un banco alejado, cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente, implementando las técnicas de visualización que había practicado durante meses.
En su mente repasaba cada detalle de su último salto, el más difícil de su programa. un 5255B, doble tirabuzón y medio hacia atrás con medio giro en posición estirada, un salto con un grado de dificultad de 3.4, uno de los más altos de la competencia. Era un salto que había agregado a su repertorio apenas tres meses antes contra el consejo inicial de Ramiro, quien consideraba que era demasiado arriesgado para alguien de su edad y experiencia.
Era el mismo salto que le había causado una lesión en el hombro durante un entrenamiento dos meses atrás, obligándola a tomar tres semanas de descanso, justo cuando la preparación para los Panamericanos Junior entraba en su fase más intensiva. ¿Está segura de mantener el 505B? La voz de Ramiro la trajo de vuelta a la realidad.
Su entrenador se había acercado silenciosamente y ahora estaba de pie junto a ella, con los brazos cruzados y una expresión de preocupación apenas disimulada. “Sí”, respondió Valentina sin abrir los ojos, continuando con su visualización. “Podríamos cambiarlo por el 405C, es más seguro y solo perdemos dos décimas en dificultad.
” Esta vez Valentina abrió los ojos y miró directamente a su entrenador. No vine hasta aquí para ser segura, Ramiro. Vine a ganar. El entrenador suspiró reconociendo en esa determinación el mismo fuego que había hecho de Miguel Suárez una leyenda. Pese a todos los intentos de criar a Valentina lejos de las presiones del apellido, era evidente que la genética o el ambiente, probablemente ambos, habían transmitido esa misma tenacidad implacable.
Tu padre ejecutó ese salto por primera vez a los 22 años después de 8 años entrenándolo”, señaló Ramiro haciendo un último intento. “Y yo lo ejecutaré perfectamente a los 16”, respondió Valentina con una sonrisa que mezclaba confianza y desafío. “Además, él nunca ganó el oro en unos panamericanos. Yo tengo la oportunidad de hacerlo.
Ramiro negó con la cabeza, pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Eres imposible. ¿Lo sabías? Lo sé, por eso me aguantas. El intercambio fue interrumpido por el anuncio de que quedaban solo tres competidoras para finalizar la ronda. Valentina sería la penúltima en saltar justo antes de J, quien cerraría la competencia. La sala de espera se había vaciado considerablemente.
La mayoría de las atletas que ya habían completado sus saltos estaban ahora con sus entrenadores y equipos analizando sus actuaciones o simplemente esperando el final de la competencia. Valentina aprovechó este momento de relativa soledad para sacar de su bolso deportivo un pequeño estuche.
Dentro había un frasco de linimento mentolado, un ritual que había heredado de su padre. El olor intenso, casi agresivo, tenía un efecto curioso en ella. La centraba, le recordaba todos los entrenamientos, todos los dolores, todos los sacrificios que la habían llevado hasta aquí. aplicó una pequeña cantidad en sus hombros y muñecas, masajeando suavemente mientras sentía el calor característico extenderse por sus músculos.
El aroma penetrante despejó su mente, dejando solo claridad y propósito. “Último llamado para Valentina Suárez, representante de México.” Anunció la voz por los altavoces. Era el momento. Mientras caminaba hacia la plataforma, escuchó un grito distintivo entre la multitud. “Vuela alto, aguilita”, era la voz de su padre, inconfundible incluso entre el clamor de cientos de espectadores.
Valentina no volteó, manteniendo su enfoque, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. En ese momento, el apodo que tanto había resistido en privado por la presión que implicaba, sonó como el más dulce de los alientos. El ascenso por la larga escalera hasta la plataforma de 10 m siempre tenía algo de procesión ritual, un viaje vertical que separaba el mundo ordinario del extraordinario, la seguridad del riesgo.
Con cada escalón que subía, Valentina sentía como su mente se vaciaba de todo, excepto del salto que estaba a punto de ejecutar. Cuando finalmente llegó a la plataforma, ya no era la hija de Miguel Suárez, ni siquiera era Valentina. Era puro instinto, pura concentración, un instrumento afinado para convertir la física y la gravedad en arte. El tablero digital mostró la información.
Salto 5 52 y 55B, doble tirabuzón y medio hacia atrás con medio giro en posición estirada. Dificultad 3.4. Un murmullo recorrió el público. Incluso quienes no estaban familiarizados con los tecnicismos del salto ornamental podían reconocer por el alto grado de dificultad que estaban a punto de presenciar algo extraordinario.
Valentina se paró en el centro de la plataforma, respiró profundamente tres veces y luego caminó hacia el borde dándole la espalda a la piscina. Esta posición de espaldas al vacío era psicológicamente la más desafiante en los altos ornamentales. No ver el agua, confiar completamente en la memoria muscular y la percepción espacial requería un nivel de confianza que pocos podían comprender.
Sus pies se ajustaron al borde, sus talones sobresaliendo ligeramente en el vacío. extendió los brazos a los lados, encontrando el equilibrio. El silencio en el recinto era total, como si todos contuvieran la respiración colectivamente. Y entonces Valentina saltó, el impulso la elevó hacia atrás, sus piernas estiradas en una línea perfecta con su torso mientras iniciaba la rotación.
En el punto más alto de su trayectoria comenzó el primer tirabuzón. su cuerpo girando sobre su eje longitudinal como un taladro preciso. El tiempo pareció ralentizarse mientras ejecutaba el complejo conjunto de movimientos, rotar hacia atrás mientras simultáneamente giraba sobre sí misma, contando mentalmente cada fracción de giro para saber exactamente cuándo detenerse.
Para quienes observaban, era como ver un cálculo matemático resuelto en el aire. una ecuación de física traducida a movimiento humano. Y entonces, justo cuando completaba el último medio giro, sucedió una ligera desviación, apenas perceptible para el ojo no entrenado, pero que Valentina sintió inmediatamente.
Su hombro derecho, el mismo que había lesionado durante los entrenamientos, emitió una punzada de advertencia. En ese instante crítico, a metro sobre el agua y ejecutando uno de los saltos más difíciles del programa olímpico, Valentina tenía que tomar una decisión en una fracción de segundo, intentar corregir, arriesgándose a una corrección excesiva que podría resultar catastrófica o mantener el curso y confiar en su cuerpo. Eligió confiar.
Manteniendo la posición estirada a pesar del dolor, completó la rotación final y preparó su cuerpo para la entrada al agua. Sus manos se unieron por encima de su cabeza, formando la perfecta flecha que minimizaría la salpicadura. El contacto con el agua fue limpio, su cuerpo deslizándose a través de la superficie como un cuchillo caliente a través de mantequilla.
Solo después de estar completamente sumergida, permitió que su rostro reflejara el dolor del hombro. Cuando emergió, su expresión era nuevamente neutral, la máscara profesional firmemente en su lugar mientras nadaba hacia la escalera. Ramiro la esperaba. su expresión indescifrable. El hombro, preguntó en voz baja mientras la ayudaba a salir.
Valentina asintió ligeramente, pero no dijo nada. Ambos miraron hacia el tablero, esperando el veredicto de los jueces. Los segundos se estiraron como horas mientras los números se procesaban. Finalmente aparecieron 9.0 9.5 9.0 9.0 9.5 9.0 09.5.
Descontando la calificación más alta y la más baja, el promedio multiplicado por la dificultad resultó en un impresionante 91. 80. La puntuación más alta de toda la competencia hasta el momento. El público estalló en vítores. La delegación mexicana se puso de pie agitando banderas y gritando el nombre de Valentina. “¡Increíble ejecución de la mexicana”, exclamó el comentarista oficial.
Valentina Suárez se coloca momentáneamente en primer lugar, pero aún falta el último salto de Jali. En efecto, con esta puntuación, Valentina había superado la suma total de Ashley Cooper, asegurándose al menos la medalla de plata. Pero el oro aún pendía de un hilo, dependiendo enteramente de lo que hiciera la canadiense en su último salto.
Jiali necesitaba una puntuación de 82.7 puntos o más en su último salto para mantener el primer lugar. Considerando su consistencia a lo largo de toda la competencia, era un objetivo perfectamente alcanzable para ella. Mientras Valentina se sentaba junto a Ramiro para observar el último salto de la competencia, su padre se abrió paso entre la multitud hasta llegar a la zona reservada para entrenadores y atletas.
Normalmente esto no estaba permitido, pero los guardias hicieron la vista gorda al reconocer a la leyenda del salto ornamental. Estuviste espectacular, hija”, dijo Miguel, abrazando a Valentina con cuidado de no presionar su hombro derecho. “Pase lo que pase ahora, ya hiciste historia.” Valentina asintió agradeciendo el apoyo, pero sin poder evitar sentir una punzada de decepción anticipada. Había dado lo mejor de sí.
había ejecutado el salto más difícil de su repertorio casi a la perfección y aún así probablemente no sería suficiente. Representando a Canadá Yií, anunció la voz por los altavoces, la canadiense subió las escaleras con la misma calma metódica que había mostrado durante toda la competencia.
Su rostro, un estudio de concentración absoluta, no revelaba emoción alguna. El tablero mostró su último salto 407C, triple y medio hacia delante en posición agrupada. Dificultad 3.2. El mismo salto que había ejecutado casi perfectamente en la ronda anterior. J. Lee se posicionó en el borde de la plataforma, sus movimientos precisos como un mecanismo de relojería bien ajustado.
Respiró profundamente, alzó sus brazos y saltó. Su impulso fue poderoso, elevándola con más altura de lo habitual, algo que debería haberle dado ventaja para completar las múltiples rotaciones requeridas. Sin embargo, para el ojo experto de Valentina, algo parecía ligeramente diferente en la trayectoria y entonces lo impensable sucedió.
En medio de la tercera rotación, el cuerpo de J Ali pareció tensarse por un instante, una interrupción microscópica en el flujo de movimiento que desencadenó una reacción en cadena. Al intentar compensar, abrió su agrupación demasiado pronto, perdiendo velocidad de rotación. Cuando entró al agua, su cuerpo no estaba completamente extendido, generando una salpicadura mucho mayor de lo que todos esperaban de la impecable canadiense.
Un silencio atónito cayó sobre el recinto mientras Jiali emergía del agua, su rostro ahora claramente afectado, mostrando una mezcla de sorpresa y decepción. No puede ser”, murmuró Valentina, incapaz de creer lo que acababa de presenciar. “Acaba de abrir demasiado pronto”, confirmó Ramiro, su voz mezclando asombro profesional con creciente emoción. Es un error técnico significativo.
Mientras J salía de la piscina, los jueces deliberaban. La puntuación tardaba más de lo normal en aparecer, señal de que estaban evaluando cuidadosamente lo que acababan de ver. Finalmente, los números aparecieron 7.0 7.5 7.0 7.5 7.0 6.5 7.5. Multiplicado por el factor de dificultad, el resultado final del salto fue de 72.
era cero puntos muy por debajo de lo que necesitaba para mantener el primer lugar. La pantalla principal mostró la clasificación final. En primer lugar, Valentina Suárez de México con 332.40. En segundo lugar Giali de Canadá con 328.20. Y en tercer lugar, Ashley Cooper de Estados Unidos con 321.75. Por un momento, Valentina se quedó inmóvil, incapaz de procesar lo que veía en sus ojos. Luego, la realidad la golpeó como una ola. Había ganado.
Había ganado el oro en los Juegos Panamericanos Junior. El estadio estalló en un rugido ensordecedor. La delegación mexicana saltaba. gritaba, ondeaba banderas. Miguel Suárez, el estoico águila, tenía lágrimas corriendo por sus mejillas mientras abrazaba a su hija, levantándola del suelo en un gesto de puro júbilo.
“¿Lo hiciste, Valentina, lo hiciste?”, gritaba, su voz quebrándose por la emoción. Ramiro, normalmente reservado, estaba riendo y llorando simultáneamente mientras se unía al abrazo. “Siempre supe que eras especial. dijo, “Desde el primer día que te vi saltar, Valentina, aturdida por la mezcla de adrenalina, dolor en el hombro y alegría pura, solo podía asentir y reír entre lágrimas.
Sus ojos se dirigieron hacia el podio, donde pronto estaría de pie, escuchando el himno nacional, mientras la bandera mexicana se elevaba en lo más alto. En ese momento, entre el caos de celebración, notó a Jialií parada a un lado, observando la escena con una mezcla de deportividad y evidente decepción. Sin pensarlo dos veces, Valentina se separó de su padre y entrenador y caminó hacia la canadiense.
“Fue una competencia increíble”, le dijo extendiendo su mano. “Eres la mejor saltadora que he visto.” J la miró sorprendida por un instante antes de aceptar el gesto con una pequeña inclinación de cabeza. “Hoy fuiste mejor”, respondió con sinceridad. Tu último salto fue perfecto.
Las dos competidoras se abrazaron brevemente, un momento de respeto mutuo que las cámaras capturaron y que pronto se convertiría en una de las imágenes más emblemáticas de estos Juegos Panamericanos Junior. Minutos después, Valentina Suárez subía al podio. La primera mexicana en ganar el oro en saltos ornamentales femeninos en unos Juegos Panamericanos Junior.
Mientras el himno nacional mexicano resonaba en el recinto y la bandera tricolor se elevaba lentamente, la joven de 16 años, la aguilita, como ya todos la llamaban, finalmente había volado con sus propias alas. Seis meses antes de su triunfo en Asunción, Valentina Suárez se encontraba en una situación completamente diferente.
El Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Acuáticos en Ciudad de México, normalmente lleno de actividad y ruido, estaba prácticamente vacío a las 5:30 de la mañana. Solo el ocasional chapoteo del agua perturbaba el silencio. En la plataforma de 10 m, Valentina ajustaba la venda elástica que protegía su muñeca derecha, recién recuperada de una torcedura leve.
Abajo, Ramiro González consultaba su cronómetro mientras anotaba algo en su libreta. Su rostro, una máscara de concentración profesional. Otra vez”, gritó, su voz resonando en el espacio vacío. “Y esta vez mantén los hombros alineados durante todo el giro.” Valentina asintió respirando profundamente. Era la dearta repetición del mismo salto esa mañana, un 305C que formaría parte de su programa para los panamericanos.
Cada músculo de su cuerpo protestaba, pero la determinación en sus ojos no flaqueaba. Se posicionó, respiró, saltó. La ejecución fue precisa, cada movimiento calculado al milímetro. La entrada al agua generó apenas una pequeña salpicadura, señal de una técnica impecable. Mejor, concedió Ramiro cuando Valentina emergió, pero necesitas más altura en el impulso inicial.
Mientras la joven nadaba hacia la escalera, la puerta principal del complejo se abrió. Miguel Suárez entró saludando brevemente al guardia de seguridad que ya lo conocía bien. A sus años, el águila mantenía la complexión atlética que lo había hecho famoso, aunque algunas canas prematuras salpicaban sus cienes. “Buenos días”, saludó acercándose a la piscina.
“¿Cómo va el entrenamiento? Progresando, respondió Ramiro sin apartar la vista de su libreta. La secuencia de tirabuzones está casi perfecta. Miguel asintió mirando a su hija que ahora se secaba con una toalla junto a la piscina. ¿Te importa si hablo con ella un momento? 5 minutos, concedió Ramiro. Estamos trabajando contra reloj.
Valentina notó la presencia de su padre con una mezcla de sorpresa y ligera tensión. No era habitual que apareciera durante sus entrenamientos un acuerdo tácito que habían establecido años atrás para evitar que la sombra de el águila se cerniera demasiado sobre ella. “Papá, ¿qué haces aquí tan temprano?”, preguntó secándose el cabello.
“Vine a traerte esto”, respondió Miguel, entregándole un pequeño paquete envuelto en papel sencillo. “Feliz cumpleaños.” Valentina parpadeó momentáneamente confundida. Con la intensidad de los entrenamientos había olvidado por completo que hoy cumplía 16 años. Gracias”, murmuró abriendo cuidadosamente el paquete.
Dentro encontró una pequeña medalla de San Sebastián en plata, similar a la que su padre había usado durante toda su carrera, pero con un diseño más delicado. “Era de tu abuela”, explicó Miguel. Me la dio cuando comencé a competir internacionalmente. Dijo que me protegería. Valentina sostuvo la medalla sintiendo su peso histórico más que el físico. Es preciosa dijo genuinamente conmovida. Tu abuela estaría muy orgullosa continuó Miguel.
Como yo lo estoy. Hubo un momento de silencio cargado de emociones no expresadas. La relación entre padre e hija siempre había sido compleja, navegando entre el amor incondicional y la inevitable presión del legado. “Gracias, papá”, dijo finalmente Valentina colgándose la medalla al cuello. “La llevaré a Asunción.
” Miguel sonríó, pero antes de que pudiera responder, Ramiro los interrumpió. “Tiempo, anunció. Necesitamos repasar el 525B. Miguel alzó las cejas sorprendido. El doble tirabuzón y medio hacia atrás no es demasiado avanzado para Competencia junior. Fue idea de Valentina, respondió Ramiro con un tono que sugería que no había estado completamente de acuerdo.
Miguel miró a su hija, una mezcla de preocupación y admiración en su rostro. Es un salto muy exigente. Yo lo incorporé a los 22 años y yo lo haré a los 16. respondió Valentina con una sonrisa desafiante. Tengo que ir más allá si quiero destacar. Vale, comenzó Miguel, pero se detuvo al ver la determinación en los ojos de su hija.
Era la misma mirada que él había tenido a su edad, la misma obstinación que lo había llevado a la cima. Solo ten cuidado siempre”, prometió ella, aunque ambos sabían que en su deporte la prudencia y la excelencia raramente iban de la mano. Mientras Miguel se retiraba, Valentina subió nuevamente a la plataforma, la medalla de San Sebastián colgando de su cuello como un nuevo talismán.
Las semanas siguientes fueron un torbellino de entrenamientos intensivos, visualizaciones, sesiones de fisioterapia y preparación mental. El 5ing 5B se convirtió en el centro de su programa y de sus preocupaciones. Es demasiado arriesgado”, insistía Ramiro después de otra sesión donde Valentina había fallado en la entrada.
Si lo ejecutas mal en competencia, no solo perderás puntos, podrías lesionarte seriamente. Lo necesito respondía ella invariablemente. Es mi ventaja competitiva. La terquedad de Valentina recordaba demasiado a la de Miguel en sus años de gloria. Algo que Ramiro, que había sido compañero de equipo de El Águila antes de convertirse en entrenador, reconocía con una mezcla de admiración y preocupación: “El apellido Suárez es tanto una bendición como una maldición”, le comentó una tarde a Valentina mientras revisaban videos de sus saltos. te abre puertas, pero también crea expectativas imposibles. No son imposibles si las
cumplo respondió ella con la sencilla lógica de la juventud. Ramiro la miró largamente antes de responder, “Tu padre era extraordinario, pero tú tienes algo que él nunca tuvo. Una técnica natural perfecta. Él compensaba con determinación y horas extra de práctica. Tú naciste con un don. Valentina no respondió, pero las palabras se quedaron con ella, añadiendo otra capa a la compleja relación con su herencia genética y cultural. El destino, sin embargo, tenía otros planes.
A solo dos meses de los Panamericanos Junior, durante una práctica del 51255B, Valentina sintió un dolor agudo en el hombro derecho al completar el segundo tirabuzón. La entrada al agua fue descontrolada. y cuando emergió, su rostro estaba contorsionado por el dolor. El diagnóstico fue claro. Distensión del manguito rotador.
No era una lesión catastrófica, pero requería al menos tres semanas de descanso, seguidas de rehabilitación gradual. Se acabó el 525B”, declaró Ramiro, sosteniendo el reporte médico. “Modificaremos tu programa para incluir saltos menos exigentes para el hombro. No. La respuesta de Valentina fue inmediata y firme. Seguiré con el plan original. Vale, esto no es negociable.
Intervino Miguel, que había acudido al hospital apenas supo de la lesión. Tu salud es más importante que cualquier medalla. ¿Lo fue para ti? Preguntó Valentina, sus ojos brillantes de determinación y frustración. Hubieras renunciado a tu mejor salto a dos meses de una competencia importante? Miguel guardó silencio atrapado en su propia historia. Todos sabían la respuesta.
Él habría hecho exactamente lo que Valentina proponía. “Haremos un trato”, dijo finalmente Ramiro, mediando en el tenso silencio. “Descansarás las tres semanas completas, sin excepciones. Después evaluaremos día a día. Si el hombro responde bien, mantendremos el 525B como último salto. Cualquier señal de dolor y lo sustituimos sin discusiones.
Valentina miró a su entrenador, luego a su padre calibrando cuánto podía presionar. De acuerdo, aceptó finalmente, pero el 5259 sigue en el programa hasta que se demuestre que es imposible. Las tres semanas de descanso forzado fueron una tortura para Valentina. Acostumbrada a la rutina rigurosa de entrenamientos, la inactividad la volvía irritable y ansiosa.
Pasaba horas visualizando sus saltos, estudiando videos de competidoras internacionales y asistiendo a terapia física, pero nada compensaba la falta de contacto real con el agua. A una semana del fin de su descanso, la frustración alcanzó un punto crítico. Durante una acalorada discusión con su padre sobre estrategias de competencia, Valentina finalmente exteriorizó lo que llevaba años acumulando.
“Nunca seré suficiente para ti”, exclamó lágrimas de rabia formándose en sus ojos. No importa lo que logre, siempre seré comparada contigo. Miguel la miró sorprendido, genuinamente confundido. ¿De qué estás hablando? Estoy increíblemente orgulloso de ti, en serio, porque cada vez que logro algo, alguien menciona como tú lo hiciste mejor o más joven o con más estilo.
La aguilita me llaman, como si fuera solo una versión disminuida de ti. El silencio que siguió fue pesado, cargado de verdades incómodas. Miguel se sentó lentamente procesando las palabras de su hija. “Nunca quise que sintieras esa presión”, dijo finalmente. Cuando dejé de competir, intenté mantenerme al margen precisamente para evitar esto.
“De no puedes mantener al margen tu leyenda, papá”, respondió Valentina. Su voz más calmada, pero aún tensa, está en cada artículo sobre mí, en cada comentario de los jueces, en cada mirada de mis competidoras. Miguel suspiró profundamente. Lo sé y lo siento, pero hay algo que debes saber.
Nunca gané el oro en unos panamericanos, bronce en mi primer ciclo, plata en el segundo. El oro se me escapó siempre. Valentina lo miró sorprendida. Era un detalle que desconocía a pesar de haber crecido escuchando las historias de las hazañas de su padre. “La plata olímpica fue mi mayor logro”, continuó Miguel. “Pero los panamericanos fueron mi espina clavada. Tú tienes la oportunidad de lograr algo que yo nunca pude.
” Esta revelación cambió algo fundamental en Valentina. La competencia que se avecinaba ya no era solo una prueba personal o una batalla contra las expectativas externas. Era una oportunidad de completar el legado familiar, de añadir su propio capítulo a la historia de los Suárez.
Cuando finalmente regresó al agua, lo hizo con renovada determinación. El hombro respondía bien, aunque Ramiro insistía en mantener sesiones más cortas y con mayor tiempo de recuperación, a dos semanas de los Panamericanos Junior tomaron la decisión final. El 52155B se mantendría como último salto. Era un riesgo calculado, pero tanto Valentina como su equipo sentían que el potencial beneficio superaba el peligro.
Si todo sale bien, nadie podrá alcanzarte con ese grado de dificultad, explicó Ramiro durante su última sesión estratégica. Pero recuerda, si sientes cualquier molestia en el hombro durante los primeros saltos, cambiaremos al plan B. Valentina asintió tocando inconscientemente la medalla de San Sebastián que no se había quitado desde su cumpleaños.
No será necesario, afirmó con la inquebrantable confianza de la juventud. Estaré perfecta. La noche antes de partir hacia Asunción, Valentina encontró a su padre en el pequeño estudio de su casa revisando viejos álbumes de fotos. se sentó silenciosamente junto a él, observando imágenes de un joven Miguel Suárez en diversas competencias internacionales.
“Nervioso”, preguntó notando la tensión en el rostro de su padre. Miguel sonríó débilmente. Más que cuando competía yo mismo, admitió. Al menos entonces tenía algún control sobre lo que sucedía. “Estaré bien”, aseguró Valentina. “Confía en mí. Siempre lo he hecho”, respondió él cerrando el álbum. “Desde tu primer salto, desde el trampolín de un metro, cuando tenías 5 años y ni siquiera podías nadar correctamente.
” Valentina sonrió ante el recuerdo. “Mamá, casi te mata ese día.” Y con razón, Río Miguel. Pero incluso entonces vi algo especial en ti. No era solo genética o ambiente, era algo tuyo único. Hubo un momento de silencio cómodo, raro entre ellos en los últimos tiempos. Papá, dijo finalmente Valentina, no voy a Asunción a ganar por ti o por el apellido Suárez.
Lo sé, respondió él con una sonrisa de entendimiento. Vas a ganar por Valentina, el centro acuático de los Juegos Panamericanos Junior de Asunción 2025 resplandecía bajo el sol matinal. Inaugurado específicamente para estos juegos, el complejo representaba la cumbre de la arquitectura deportiva moderna, líneas limpias, acústica perfecta y un sistema de iluminación que eliminaba cualquier reflejo sobre el agua, proporcionando condiciones ideales para los saltadores.
Valentina contemplaba el recinto desde las gradas, habiendo llegado dos horas antes del inicio oficial de los entrenamientos para familiarizarse con el entorno. Era una técnica que su psicóloga deportiva le había recomendado. Conocer el espacio, respirarlo, hacer lo suyo antes de la competencia.
Impresionante, ¿verdad? La voz de Ashley Cooper, la saltadora estadounidense, interrumpió sus pensamientos. Dicen que la piscina tiene el sistema de amortiguación de ondas más avanzado del continente. Valentina asintió, sorprendida por la inesperada compañía. Es hermoso, respondió extendiendo su mano. Soy Valentina Suárez. Ma, sé quién eres. Sonrió Ashley estrechando su mano.
La hija de el águila. He estudiado los videos de tu padre durante años. Ahí estaba otra vez el inevitable recordatorio del legado que cargaba. Valentina mantuvo su sonrisa educada, aunque algo en su expresión debió cambiar, porque Ashley añadió rápidamente, “Aunque tus tirabuzones son técnicamente superiores a los suyos, ese cinquin 65B que ejecutaste en el nacional mexicano fue extraordinario.
El cumplido genuino rompió ligeramente la barrera inicial. Gracias”, respondió Valentina. “tu entrada al agua es legendaria, casi no crea salpicadura.” Ashley rió. Años de mi madre gritándome que estaba empapando el piso del gimnasio. Nada motiva más que una madre enfadada con un trapeador en la mano.
La conversación continuó con la naturalidad de dos personas unidas por la misma pasión hasta que el resto de las competidoras comenzó a llegar para el entrenamiento oficial. Entre ellas destacaba J Lee, la favorita canadiense, cuya presencia alteró sutilmente la atmósfera del recinto. Su concentración era casi palpable, rodeándola como un campo de fuerza que mantenía a todos a cierta distancia.
Es como una máquina, murmuró Ashley cuando Ji pasó cerca sin mirarlas. Nunca la he visto socializar con nadie durante las competencias. Concentración total, asintió Valentina. Probablemente sea por eso que tiene tres títulos mundiales junior consecutivos. El entrenamiento oficial era principalmente una oportunidad para que las atletas se adaptaran a las instalaciones más que una sesión de práctica real.
Nadie mostraba sus mejores saltos ni revelaba estrategias. Era un baile cuidadosamente coreografiado donde cada competidora intentaba parecer confiada sin exponer vulnerabilidades. Valentina ejecutó versiones simplificadas de sus saltos, manteniendo el 52 en 255B como un secreto guardado hasta la competencia real.
Su hombro respondía bien, aunque una ligera rigidez persistía como un susurro de advertencia que intentaba ignorar. Ramiro observaba cada movimiento con ojo crítico, tomando notas y ocasionalmente susurrando instrucciones cuando Valentina se acercaba al borde de la piscina. “Mantén la reserva”, le recordó.
Solo lo suficiente para clasificar cómodamente a la final. Las preliminares se desarrollaron sin sorpresas. Y Ali dominó con una serie de ejecuciones técnicamente impecables, asegurando el primer lugar para la final. Ashley Cooper y Valentina completaron los tres primeros puestos, mientras que otras 12 competidoras se clasificaron para la ronda decisiva que se celebraría al día siguiente.
Esa noche, en la habitación que compartía con otra atleta mexicana en la Villa Panamericana, Valentina repasaba mentalmente cada detalle de sus saltos mientras aplicaba hielo en su hombro derecho. No era dolor exactamente, sino una tensión que prefería no mencionar a Ramiro para evitar discusiones sobre cambiar su último salto.
Su teléfono vibró con un mensaje de su padre. Descansa bien. Mañana solo concéntrate en tu técnica, no en los resultados. Estoy orgulloso de ti, pase lo que pase. Las palabras sencillas le proporcionaron un inesperado consuelo. Por primera vez en mucho tiempo sintió que Miguel estaba realmente apoyándola como padre, no evaluándola como exatleta.
La mañana de la final amaneció perfecta, cielo despejado, temperatura ideal, sin viento que pudiera afectar los saltos desde la plataforma de 10 m. El centro acuático estaba lleno hasta la última localidad, con una ruidosa sección mexicana ondeando banderas tricolores y gritando el nombre de Valentina cada vez que aparecía en la zona de calentamiento. En el vestuario la tensión era palpable.
15 jóvenes atletas, cada una representando años de sacrificio y dedicación, preparándose para los cinco saltos que podrían definir el curso de sus carreras deportivas. Valentina, sentada en un banco apartado, ajustaba la medalla de San Sebastián mientras respiraba rítmicamente, implementando las técnicas de control de ansiedad que había practicado durante meses.
A diferencia de muchas competidoras que preferían aislarse completamente, ella observaba discretamente a sus rivales evaluando su estado mental. J Ali mantenía su habitual burbuja de concentración, realizando estiramientos con movimientos precisos y mecánicos. Ashley parecía sorprendentemente relajada escuchando música con los ojos cerrados.
Otras competidoras mostraban diversos grados de nerviosismo, algunas hablaban excesivamente, otras permanecían en silencio casi catatónico. “Dos minutos”, anunció una oficial indicando que debían dirigirse a la zona de competencia. Valentina se levantó sintiendo una repentina rigidez en el hombro que ignoró deliberadamente.
Al salir del vestuario, Ramiro la esperaba en el pasillo. “¿Lista?”, preguntó simplemente. “Lista”, confirmó ella con una seguridad que no sentía completamente. El protocolo de presentación fue rápido y eficiente. Las 15 finalistas fueron introducidas al público que respondió con aplausos entusiastas para cada una, con especial fervor para las representantes de Chile, Estados Unidos, Canadá y México.
El formato de la final era simple, pero implacable. Cinco saltos para cada competidora en orden ascendente según su clasificación en las preliminares. Esto significaba que Valentina saltaría en la antepenúltima posición en cada ronda justo antes de Ashley y J. Ali. Su primer salto, un relativamente sencillo 101B, salto hacia adelante en posición estirada, era principalmente para establecer ritmo y confianza.
lo ejecutó con precisión técnica, aunque sin el espectáculo que otras competidoras intentaron añadir. Los jueces lo valoraron con puntuaciones sólidas, pero no extraordinarias. 7.5 8.0 7.5 8.0 7.5 7.0 8.0. Buen comienzo”, comentó Ramiro cuando Valentina regresó a su lado después de revisar las puntuaciones.
“Estás exactamente donde queremos estar.” En efecto, después de la primera ronda, Valentina ocupaba el tercer lugar detrás de Jali y Ashley, pero con una diferencia mínima que mantenía intactas sus posibilidades. El segundo salto fue un 200 no C. Salto hacia atrás en posición agrupada, ejecutado con mayor confianza.
y generando mejor respuesta de los jueces. Para el tercero, un 403B, salto inverso y medio en posición estirada, Valentina alcanzó su mejor puntuación hasta ese momento, recibiendo incluso un 9.0 de uno de los jueces. Sin embargo, Jiali parecía inalcanzable. Cada uno de sus saltos rayaba en la perfección técnica, generando apenas ondulaciones al entrar al agua.
Ashley Cooper mantenía firmemente el segundo lugar, aunque la ventaja sobre Valentina se había reducido ligeramente. Fue durante el cuarto salto, el 305C, tirabuzón y medio, en posición agrupada, cuando Valentina sintió la primera advertencia seria de su hombro. No fue un dolor agudo, sino una resistencia, como si los músculos se negaran momentáneamente a seguir las órdenes de su cerebro.
La pequeña vacilación fue imperceptible para el público, pero los jueces la detectaron. Sus puntuaciones reflejaron la ligera imperfección. 7.5 8.0 7.5 8.0 7.5 7.0 8.0. El hombro, preguntó Ramiro en voz baja cuando Valentina regresó junto a él. Ella asintió ligeramente, sin querer elaborar. Ambos miraron hacia el tablero donde las posiciones seguían sin cambios.
Ji primera, Ashley segunda, Valentina tercera, pero la diferencia se había ampliado ligeramente. Podemos cambiar el último salto, sugirió Ramiro. El 4 5C tiene suficiente dificultad para mantener el bronce si lo ejecutas perfectamente. Valentina negó con la cabeza su determinación inquebrantable. Voy por el oro”, afirmó el 525B se queda.
Ramiro suspiró reconociendo esa terquedad tan característica de los Suárez. Al menos deja que el ficio revise tu hombro antes del último salto. Durante la breve pausa entre el cuarto y quinto salto, el fisioterapeuta del equipo mexicano trabajó rápidamente en el hombro de Valentina, aplicando un aerosol analgésico y realizando una manipulación mínima para liberar tensión.
No hay daño estructural”, concluyó, “solo rigidez por tensión, pero no puedo garantizar que aguante un salto de máxima exigencia. Tendrá que aguantar”, respondió Valentina, agradeciendo con un gesto antes de regresar junto a Ramiro. El quinto y último salto de cada competidora representaba el momento de mayor dramatismo en cualquier competencia de saltos ornamentales.
Era la última oportunidad, el todo o nada, donde muchas optaban por su salto más espectacular y difícil. Valentina observó como las primeras finalistas ejecutaban sus saltos, algunas con éxito, otras sucumbiendo a la presión. La diferencia de puntos entre ella y las líderes significaba que necesitaba una ejecución extraordinaria y posiblemente algún error de sus rivales.
Cuando finalmente llegó su turno, un silencio expectante cayó sobre el recinto. El tablero digital mostró la información. Salto 5 255B, doble tirabuzón y medio hacia atrás con medio giro en posición estirada. Dificultad 3.4. Un murmullo recorrió el público al ver el alto grado de dificultad. Incluso algunos entrenadores intercambiaron miradas sorprendidas.
Era un salto raramente visto en competiciones junior femeninas. En la plataforma, Valentina cerró los ojos brevemente tocando la medalla de San Sebastián. “Conmigo, abuela”, susurró. Luego miró hacia las gradas, encontrando inmediatamente a su padre entre el público.
Miguel asintió una vez, un gesto mínimo, pero cargado de confianza. Valentina se posicionó en el borde dando la espalda a la piscina. Sus pies se ajustaron perfectamente, sus brazos se extendieron para equilibrarse. En ese momento, todos los ruidos desaparecieron, todas las dudas se disiparon.
Solo existía en ella, la plataforma y el espacio vacío que pronto atravesaría. El impulso fue potente y preciso, elevándola hacia atrás con la altura ideal para las múltiples rotaciones que seguirían. Mientras su cuerpo comenzaba el complejo conjunto de giros, sintió que su hombro respondía perfectamente, como si la adrenalina hubiera desvanecido cualquier limitación física.
Para los espectadores, los aproximadamente 1.7 segundos que Valentina permaneció en el aire parecieron extenderse. Su cuerpo, perfectamente alineado durante los tirabuzones, desafiaba las expectativas de lo que una atleta de 16 años debería ser capaz de ejecutar. La entrada al agua fue casi perfecta, con mínima salpicadura.
Cuando emergió, incluso antes de ver las puntuaciones, Valentina supo que había ejecutado el mejor salto de su vida. El público, claramente impresionado, estalló en aplausos. La delegación mexicana saltaba y gritaba, ondeando banderas con renovado entusiasmo. Las puntuaciones aparecieron. 9.0 9.5 9.0 9.0 9.5 9.0 9.5 Multiplicado por el factor de dificultad de 3.
4, el resultado fue un espectacular 91. 80. La puntuación más alta de toda la competencia hasta ese momento. Con este puntaje, Valentina superaba a Ashley Cooper en la suma total, asegurándose al menos la medalla de plata, pero el oro dependía enteramente del último salto de Jiali. La canadiense necesitaba una puntuación de 8627 o superior para mantener el primer lugar, considerando sus ejecuciones previas, era un objetivo perfectamente alcanzable para ella. Mientras Jiali subía a la plataforma para su salto final, el mismo que había ejecutado casi
perfectamente en la ronda anterior, 407C, triple y medio hacia adelante en posición agrupada, Valentina observaba desde abajo su corazón latiendo fuertemente contra sus costillas. El impulso de Ji Lee fue poderoso, elevándola con impresionante altura. Sin embargo, algo cambió sutilmente durante la tercera rotación.
Una mínima tensión en su cuerpo desencadenó una reacción en cadena, obligándola a abrir su agrupación demasiado pronto para evitar una entrada descontrolada. Cuando la canadiense entró al agua, la salpicadura fue visiblemente mayor de lo habitual para ella. Un error técnico que en este nivel de competencia podría resultar costoso. Las puntuaciones tardaron más de lo normal en aparecer, indicando deliberación entre los jueces. 7.0 7.
5 7.0 7.5 7.0 6.5 7.5 multiplicado por el factor de dificultad de 3.2. El resultado fue 72.0 cero puntos insuficientes para mantener el liderato. El tablero mostró la clasificación final. En primer lugar, Valentina Suárez de México con 332.40. En segundo lugar Giali de Canadá con 328.20. Y en tercer lugar Ashley Cooper de Estados Unidos con 321.75.
Por un instante, Valentina se quedó inmóvil, procesando lo imposible. Había ganado el oro. Había derrotado a la invencible Y lee. Había hecho historia como la primera mexicana en ganar esta prueba en unos Juegos Panamericanos Junior. La realidad la golpeó cuando Ramiro la abrazó, levantándola del suelo en un gesto impropio de su habitual compostura.
Lo lograste, lo lograste”, gritaba su voz quebrándose por la emoción. Miguel Suárez, que había logrado acceder a la zona de competidores gracias a su reputación, se unió al abrazo. Las lágrimas corrían libremente por su rostro mientras sostenía a su hija como si fuera el tesoro más preciado del mundo. Estoy tan orgulloso, repetía, tan orgulloso.
En medio de la celebración, Valentina vio a J parada a un lado observando la escena con una mezcla de deportividad. y evidente decepción. Sin dudar se separó de su padre y entrenador para acercarse a ella. “Fue una competencia increíble”, le dijo extendiendo su mano. “Eres la mejor saltadora que he visto.
” Yali, sorprendida por el gesto, aceptó el saludo con una pequeña inclinación de cabeza. “Hoy fuiste mejor”, respondió con sinceridad. Tu último salto fue perfecto. Este momento de respeto mutuo capturado por las cámaras se convertiría en una de las imágenes emblemáticas de estos Juegos Panamericanos Junior.
Minutos después, Valentina Suárez subía al podio más alto, la medalla de oro brillando contra su pecho junto a la pequeña medalla de San Sebastián. Mientras el himno nacional mexicano resonaba en el recinto, la aguilita había finalmente completado el legado familiar, añadiendo su propio capítulo dorado a la historia de los Suárez.
Las 48 horas posteriores a la victoria de Valentina transcurrieron en un torbellino de emociones, ceremonias y atención mediática. La imagen de la joven mexicana en lo más alto del podio, con lágrimas de alegría mientras sonaba el himno nacional, se había convertido en uno de los momentos definitorios de los Juegos Panamericanos Junior 2025.
¿Cómo se siente haber derrotado a la gran favorita? Preguntó una periodista durante la conferencia de prensa oficial. La décima entrevista que Valentina concedía ese día. Yali sigue siendo la mejor saltadora de nuestra generación”, respondió con una diplomacia impropia de sus 16 años. Hoy fue mi día, pero su trayectoria habla por sí sola.
Esta humildad, combinada con su espectacular remontada en el último salto, había cautivado al público internacional. Los medios la apodaban la princesa de la plataforma, un título que por primera vez no hacía referencia directa al legado de su padre. En el hotel donde se hospedaba la delegación mexicana, Miguel Suárez observaba con una mezcla de orgullo y preocupación cómo su hija manejaba la repentina fama.
Él conocía mejor que nadie el peso de la atención pública, cómo podía elevar y aplastar con igual facilidad. “Necesitas descansar”, le dijo cuando finalmente pudieron tener un momento a solas. “Tu hombro requiere atención.” Valentina, aún vibrando con la energía residual de su triunfo, apenas podía mantenerse quieta. “Estoy bien, papá.” El médico dijo que solo es fatiga muscular.
“El médico no conoce tu tendencia a minimizar el dolor”, respondió Miguel, reconociendo en ella la misma obstinación que él había mostrado durante su carrera. Créeme, los problemas ignorados tienen forma de convertirse en lesiones crónicas. Algo en su tono hizo que Valentina se detuviera.
No era la voz del entrenador o la figura pública, sino la del padre preocupado. Asintió, aceptando finalmente sentarse mientras él aplicaba compresas frías en su hombro. “¿Fue así para ti?”, preguntó después de un momento de silencio. “Después de tu primera medalla internacional, ¿también sentiste que flotabas?” Miguel sonríó recordando, como si la gravedad hubiera dejado de aplicarse, confirmó, pero el verdadero desafío viene después. ¿Qué quieres decir? Ganar por primera vez es emocionante.
Defender el título es aterrador. Esta simple verdad quedó suspendida entre ellos mientras Valentina procesaba sus implicaciones. Hasta ahora siempre había sido la perseguidora, la joven promesa intentando alcanzar a las campeonas establecidas. De repente era ella quien tenía el objetivo en la espalda. La conversación fue interrumpida por una llamada de Ramiro.
El entrenador, que había estado gestionando solicitudes de entrevistas y compromisos, sonaba inusualmente animado. “Acabo de hablar con el Comité Olímpico Mexicano”, anunció sin preámbulos. “Quieren incluirte en el programa olímpico para Los Ángeles 2028”. La noticia era extraordinaria. Aunque los clasificatorios olímpicos aún estaban a distancia.
La invitación para participar en el programa de desarrollo olímpico representaba un voto de confianza sin precedentes para una atleta tan joven. Es increíble, respondió Valentina momentáneamente sin palabras. Hay más”, continuó Ramiro. “Nicki quiere discutir un contrato de patrocinio y el Centro Nacional de Alto Rendimiento ofrece una beca completa con todos los gastos cubiertos hasta los próximos Juegos Olímpicos.
” Miguel observó como el rostro de su hija se transformaba, la realización de lo que significaba su victoria desplegándose en tiempo real. Este era el momento en que el sueño de una niña se convertía en la carrera profesional de una atleta. “Tenemos mucho que considerar”, dijo cautelosamente. “Pero por ahora deberías disfrutar de tu logro. Ya habrá tiempo para decisiones.
La ceremonia de clausura de los Juegos Panamericanos Junior fue un espectáculo de color, música y celebración. Como una de las atletas más destacadas de la competición, Valentina recibió el honor de portar la bandera mexicana durante el desfile final, una responsabilidad que asumió con evidente orgullo.
Mientras caminaba al frente de la delegación, su medalla de oro brillando bajo las luces del estadio no pudo evitar reflexionar sobre el camino que la había llevado hasta allí. Cada madrugada de entrenamiento, cada fin de semana sacrificado, cada momento de duda y dolor, ahora adquiría un nuevo significado.
¿En qué piensas?, preguntó Jorge, un nadador mexicano que caminaba junto a ella, también condecorado con oro en su disciplina. en que esto es solo el comienzo, respondió. Sus ojos fijos en el horizonte que se extendía más allá del estadio. El regreso a México superó todas las expectativas. Lo que debía ser una recepción modesta en el aeropuerto se convirtió en un evento multitudinario.
Cientos de aficionados, muchos de ellos jóvenes aspirantes aclavadistas, se congregaron agitando banderas y carteles con frases como Valentina, orgullo nacional y la reina de la plataforma. Ramiro, acostumbrado a la atención mediática después de años trabajando con atletas de élite, orquestaba eficientemente el caos, asegurándose de que Valentina pudiera atravesar la terminal sin ser abrumada.
Miguel, por su parte, se mantenía un paso atrás, permitiendo que su hija ocupara el centro de atención que legítimamente había ganado. Valentina, ¿cómo se siente regresar como campeona? Gritó un periodista desde detrás de la valla de seguridad. Como un sueño respondió ella, genuinamente abrumada por la recepción. Gracias a todos por este recibimiento increíble.
Entre la multitud, Valentina distinguió rostros familiares, compañeras de su club de clavados, antiguas entrenadoras, incluso profesores de su escuela, pero fue una figura en particular la que captó su atención. Una niña de unos 8 años sostenida en hombros por su padre con un cartel casero que decía: “Quiero saltar como Valentina”. Algo en esa imagen resonó profundamente en ella.
Sin pensarlo dos veces, se desvió hacia la pequeña ante la sorpresa de los guardias de seguridad y Ramiro. Hola saludó acercándose a la barrera. ¿Cómo te llamas? Sofía respondió la niña, sus ojos enormes de asombro al tener a su ídolo frente a ella. ¿Te gusta saltar, Sofía? La pequeña asintió vigorosamente. Empecé clases el mes pasado.
Mi papá me mostró tus videos. Valentina sonrió recordándose a sí misma a esa edad, deslumbrada por las hazañas de los clavadistas que veía en la televisión, incluido su padre. Sigue trabajando duro”, le dijo, quitándose del cuello la medalla de oro para colocarla brevemente sobre la niña. Quizás algún día ganes una para ti.
El momento, capturado por decenas de cámaras se volvería viral en cuestión de horas. La imagen de la campeona, compartiendo su gloria con una pequeña aspirante, encapsulaba perfectamente la transmisión del legado deportivo, un ciclo eterno de inspiración y superación. Los días siguientes fueron un torbellino de apariciones públicas, entrevistas en programas matutinos nacionales y reuniones con potenciales patrocinadores.
Para una joven que había pasado la mayor parte de su vida en la relativa soledad de los entrenamientos, este nivel de atención resultaba tan exhaustivo como una competencia internacional. “¿Cómo manejas la presión de ser la guilita?”, preguntó un presentador durante una entrevista televisiva particularmente vista.
Valentina, que normalmente habría sentido incomodidad ante la inevitable comparación con su padre, respondió con una nueva perspectiva. El legado de mi padre me ha dado alas, no cadenas, dijo, sorprendiendo incluso a Miguel que observaba desde bambalinas. Estoy orgullosa de continuar la tradición familiar, pero ahora también estoy construyendo mi propio camino.
Esa noche, en la tranquilidad de su hogar por primera vez en semanas, Valentina finalmente tuvo tiempo para reflexionar sobre todo lo ocurrido. Sentada en el pequeño jardín trasero, observaba las estrellas mientras su mente repasaba los momentos cruciales, la lesión, la rehabilitación, el desafío de mantener el 525B en su programa, la expresión de Ji cuando los resultados finales aparecieron en el tablero.
Miguel se unió silenciosamente a ella, ofreciéndole una taza de té de hierbas que siempre había sido parte de su ritual postcpetencia. “¿Sabes qué es lo más extraño?”, dijo Valentina después de un momento. No es la atención mediática ni los contratos potenciales, es darme cuenta de que ahora soy esa persona para alguien más.
¿A qué te refieres? Como esa niña en el aeropuerto, Sofía. Para ella soy lo que tú eras para mí cuando tenía su edad, una especie de superhéroe que hace cosas imposibles desde 10 m de altura. Miguel sonríó entendiendo perfectamente. Es la verdadera medalla de oro, dijo. Inspirar a la siguiente generación.
permanecieron en silencio contemplando el cielo nocturno, un momento de paz perfecta antes de que comenzara el próximo capítulo. Los compromisos con patrocinadores, el nuevo régimen de entrenamiento intensificado, las competencias internacionales de mayor nivel que ahora la esperaban. “Papá”, dijo finalmente Valentina, “gracias.
” ¿Por qué? por dejarme encontrar mi propio camino, incluso cuando te asustaba, por confiar en que podía ejecutar ese último salto cuando todos, incluso Ramiro, tenían dudas. Miguel tomó la mano de su hija, notando por primera vez los callos y pequeñas cicatrices que reflejaban años de sacrificio. Ya no era la manita de la niña que había guiado en sus primeros pasos sobre un trampolín.
Era la mano de una campeona. forjada por su propio esfuerzo. No fue confianza ciega, admitió. Fue reconocer que tienes algo que yo nunca tuve, un equilibrio perfecto entre pasión y técnica. Yo saltaba impulsado por la necesidad de demostrar algo. Tú saltas porque es quien eres. Tres semanas después, mientras los ecos de su triunfo comenzaban a ser parte de la narrativa establecida del deporte mexicano, Valentina regresó a la rutina que mejor conocía, los entrenamientos al amanecer, el olor a cloro, el ritual diario de
vendarse las muñecas antes de subir a la plataforma. Su fisonomía había cambiado sutilmente, siempre había sido delgada y musculosa, pero ahora había una nueva definición en sus hombros, una madurez física que reflejaba la mental. La adolescente, que había partido hacia Asunción regresó como una atleta consolidada.
Ramiro, calibrando este cambio, ajustó su enfoque como entrenador. Ya no era necesario motivarla o contenerla. Ahora se trataba de perfeccionar lo extraordinario, de encontrar esos márgenes microscópicos donde aún había espacio para mejorar. Estaba pensando en modificar la entrada del 5 en 255B”, comentó Valentina durante una revisión de videos de su actuación en los Panamericanos.
Si ajusto el ángulo de las manos, podría reducir aún más la salpicadura. Ramiro asintió impresionado por su análisis técnico. También podríamos trabajar en aumentar la altura del impulso inicial. Con más tiempo en el aire, las rotaciones serían menos comprimidas. Este intercambio técnico, que habría sido imposible meses atrás, cuando Valentina aún luchaba por dominar los aspectos básicos del salto, simbolizaba su evolución de estudiante a artista.
En la piscina, otras jóvenes nadadoras y clavadistas ahora la observaban con una mezcla de admiración y asombro. La misma mirada que ella había dirigido a las campeonas cuando comenzaba. La responsabilidad de ser ejemplo pesaba, pero también motivaba. ¿Algún consejo para mi entrada al agua?, le preguntó una tía Daniela, una prometedora clavadista de 13 años que entrenaba en el mismo centro.
Mantén la mirada fija en un punto durante toda la rotación”, respondió Valentina, recordando como su padre le había dado ese mismo consejo años atrás. “Y nunca dejes que nadie te diga qué saltos puedes o no puedes intentar”. Una tarde, mientras revisaba el correo que se había acumulado durante su ausencia, Valentina encontró una carta que destacaba entre las felicitaciones oficiales y ofertas comerciales.
El sobre, simple y sin remitente formal, contenía una breve nota manuscrita y una fotografía. Querida Valentina”, decía la nota, “tu actuación en Asunción fue la más impresionante exhibición de determinación que he presenciado en competencia junior. El 5 en 255B fue técnicamente perfecto. Te espero en el circuito senior. Hasta pronto, Jali.
” La fotografía mostraba a ambas en el podio, Valentina en lo más alto y J un escalón más abajo, pero ambas sonriendo con genuino respeto mutuo. Valentina colocó la foto en su tablero de visualización junto a sus metas para los próximos años, no como un recordatorio de victoria, sino como símbolo de una rivalidad deportiva que apenas comenzaba y que prometía elevar a ambas atletas a nuevas alturas.
El camino hacia Los Ángeles 2028 sería largo y exigente, lleno de desafíos que ni siquiera podía imaginar. Pero mientras se preparaba para su próximo entrenamiento, ajustando la medalla de San Sebastián, que ahora era parte inseparable de su ritual, Valentina Suárez sabía una cosa con certeza, ya no saltaba bajo la sombra de el águila. Ahora volaba con sus propias alas.
Un año después de su triunfo en Asunción, Valentina Suárez se encontraba en una posición radicalmente diferente. La joven que había sorprendido al mundo deportivo como una relativa desconocida, ahora encabezaba los rankings mundiales en su categoría con contratos de patrocinio que incluían a Nike y Coca-Cola y una agenda tan ocupada que requería de una asistente personal para gestionarla.
30 segundos”, indicó el coordinador de la sesión fotográfica mientras Valentina ajustaba la posición de sus brazos, simulando la fase inicial de un salto mientras posaba contra un fondo azul que después sería reemplazado digitalmente por un cielo dramático. La campaña publicitaria de la nueva línea de trajes de baño deportivos había seleccionado a Valentina como su imagen principal, un reconocimiento tanto a su éxito atlético como a su creciente influencia entre las jóvenes deportistas latinoamericanas.
“Perfecto”, declaró el fotógrafo después de una ráfaga final de disparos. “Eres natural frente a la cámara, Valentina.” Ella sonrió educadamente, aunque la verdad era que estas sesiones seguían resultándole extrañas. Su elemento natural era la plataforma de 10 m, no los flashes y reflectores. “¿Podemos revisar el cronograma de la próxima semana?”, preguntó a Lucía, la joven asistente que el Comité Olímpico Mexicano había asignado para ayudarla con la creciente carga de compromisos.
Tienes entrenamiento doble el lunes y martes”, recitó Lucía consultando su tablet. Miércoles por la mañana es la visita a la escuela primaria en Shochimilco, parte del programa de inspiración deportiva. Jueves y viernes son exclusivamente entrenamiento y el sábado es la entrevista con deportes sin límites, pero se trasladará al centro acuático para no interrumpir tu preparación.
Valentina asintió mentalmente calculando cuántas horas de práctica real conseguiría entre todos estos compromisos. Desde su victoria en los Panamericanos Junior, mantener el equilibrio entre las obligaciones de una figura pública y las necesidades de una atleta de élite se había convertido en su mayor desafío. “¿Has hablado con Ramiro sobre la propuesta del campamento en China?”, preguntó mientras se cambiaba tras la sesión fotográfica.
Aún está evaluando los pros y contras, respondió Lucía. Le preocupa que el estilo de entrenamiento sea demasiado rígido para tu enfoque actual. El campamento en cuestión era una invitación exclusiva para entrenar durante tres meses en las instalaciones de élite en Beijing, donde se formaban los mejores saltadores del mundo. Era una oportunidad extraordinaria.
Pero también representaba una inmersión en una filosofía de entrenamiento radicalmente distinta a la que Valentina había desarrollado con Ramiro. “Mi padre opina que debería ir”, comentó mientras salían del estudio. “Dice que ampliaría mi perspectiva técnica.” “¿Y tú qué piensas?”, preguntó Lucía, quien a pesar de su rol profesional se había convertido en una especie de confidente para la joven atleta.
Valentina guardó silencio por un momento considerando la pregunta. Pienso que me da miedo alejarme de lo que funciona, pero también me asusta estancarme en mi zona de confort. Este era el nuevo territorio inexplorado para Valentina. Las decisiones estratégicas que definirían su carrera a largo plazo. A los 17 años ya no era simplemente una promesa, era una atleta profesional cuyas elecciones tendrían consecuencias tangibles.
Al día siguiente, durante su sesión de entrenamiento matutino, Valentina ejecutaba repeticiones del 5 deun 55, el salto que le había dado el oro en Asunción y que ahora formaba parte indiscutible. de su arsenal regular. Lo que antes había sido su límite técnico, ahora era su zona de confort. “Estás anticipando la rotación”, observó Ramiro desde el borde de la piscina.
“Confía en la física. Deja que la altura haga el trabajo.” Valentina asintió, subiendo nuevamente las escaleras hacia la plataforma. En el camino notó a un grupo de niñas que la observaban con admiración desde el área de enseñanza de la piscina. Eran nuevas reclutas del programa de desarrollo, ninguna mayor de 10 años, todas inspiradas en parte por su éxito. Les sonrió brevemente antes de concentrarse nuevamente en su práctica.
Estas pequeñas interacciones, aunque aparentemente insignificantes, le recordaban constantemente el ciclo de inspiración que ahora integraba. Ella había sido motivada por la generación anterior y ahora motivaba a la siguiente. ¿Has tomado alguna decisión sobre Beijing? Preguntó Ramiro cuando Valentina finalmente completó su serie de saltos. Aún estoy evaluando”, respondió ella secándose con una toalla.
“¿Cuál es tu opinión sincera?” Ramiro consideró cuidadosamente su respuesta. Su relación había evolucionado en el último año. Ya no era simplemente la dinámica entrenador atleta, sino una colaboración entre profesionales. “Técnicamente te beneficiaría,”, admitió finalmente. Nadie entiende la mecánica del salto como los chinos.
Pero, pero tu fuerza siempre ha sido la expresividad, la capacidad de añadir ese elemento artístico que te distingue. El sistema chino es brillante para la precisión, pero puede ser restrictivo para alguien con tu estilo. De esta observación cristalizaba perfectamente lo que Valentina había estado sintiendo intuitivamente.
Su éxito no provenía solo de la ejecución técnica, sino de una interpretación personal. de los saltos que los jueces habían aprendido a valorar. “Quizás podríamos encontrar un término medio,” sugirió, “uncambio más corto, seis semanas en lugar de tr meses.” Ramiro asintió apreciando el enfoque pragmático. “Hablaré con los organizadores y mientras tanto, necesitamos prepararnos para la Copa Mundial.
La Copa Mundial de Saltos programada para tres meses después en París, representaría el debut de Valentina en competencia senior de primer nivel. Sería la primera vez que enfrentaría no solo a Jal, quien también había ascendido a la categoría absoluta, sino a todas las campeonas consagradas del circuito internacional.
¿Crees que estoy lista?, preguntó Valentina, una rara muestra de vulnerabilidad por parte de alguien que normalmente proyectaba absoluta confianza. No estarías en el equipo si no lo estuvieras, respondió Ramiro. Pero será diferente a todo lo que has experimentado. Las competidoras senior tienen años acumulados de experiencia en alta presión. Esta realidad se materializó vividamente dos semanas después durante una sesión de entrenamiento conjunta con el equipo nacional completo.
Valentina, la estrella indiscutible de la categoría junior, ahora compartía piscina con atletas que habían representado a México en múltiples Juegos Olímpicos. Alejandra Orozco, medallista olímpica y veterana de tres ciclos olímpicos, observaba con interés profesional mientras Valentina ejecutaba su serie de saltos. Impresionante altura en el impulso”, comentó cuando la joven saltadora tomó un descanso.
“Y tu línea corporal durante los tirabuzones prácticamente perfecta.” “Gracias”, respondió Valentina, genuinamente halagada por el reconocimiento de alguien. a quien había admirado desde niña. Tu sincronización en plataforma siempre ha sido mi referencia. Puedo darte un consejo no solicitado, preguntó Alejandra con una sonrisa que suavizaba la pregunta.
Por supuesto. Disfruta cada competencia. Suena a cliché, pero es real. Pasé mis primeros años tan obsesionada con los resultados que olvidé por qué amaba este deporte en primer lugar. Boom. Esta simple conversación resonó profundamente con Valentina. En el torbellino del último año, entre entrenamientos intensificados, compromisos comerciales y expectativas crecientes, había momentos en que los saltos se sentían más como obligación que como pasión.
Esa noche, mientras cenaba con su padre en la tranquilidad de su hogar, Valentina compartió estas reflexiones. ¿Alguna vez sentiste que perdías la conexión con el deporte?, preguntó, revolviendo distraídamente su ensalada. Miguel la miró con comprensión inmediata. constantemente, admitió, especialmente después de los Olímpicos de Beijing, la presión de mantener el nivel, las expectativas externas.
A veces subía a la plataforma y solo pensaba en no fallar, no en el salto mismo. ¿Cómo loaste? Volviendo a los básicos, recordando la sensación de volar, esos microsegundos de libertad absoluta entre el salto y la entrada al agua, eso nunca cambió. Incluso cuando todo lo demás se complicaba, Valentina asintió, reconociendo la verdad en sus palabras.
A pesar de todo lo que había cambiado en su vida, esa sensación permanecía constante, el momento de suspensión en el aire, cuando el tiempo parecía detenerse y solo existían ella y las leyes de la física en perfecta armonía. Las siguientes semanas transcurrieron en un equilibrio cuidadosamente orquestado entre entrenamientos, compromisos mediáticos y, por insistencia de su padre, momentos de descanso genuino.
La decisión sobre el campamento en China quedó temporalmente en suspenso mientras el equipo se concentraba en la preparación para la Copa Mundial. Durante este periodo, Valentina implementó un ritual que resultó transformador. Cada viernes, después del último entrenamiento de la semana, se quedaba sola en la piscina y ejecutaba saltos por pura diversión, sin evaluación técnica, sin expectativas.
Solo ella y el agua, reconectando con la alegría fundamental de su deporte. A dos semanas de partir hacia París, recibió un paquete inesperado. El remitente desde Canadá era J. Dentro encontró un pequeño libro tradicional chino sobre la filosofía del agua y una breve nota. El agua no conoce obstáculos permanentes, se adapta, fluye, encuentra su camino.
Nos vemos en París, que gane la mejor, pero sobre todo que ambas demos un espectáculo digno del arte que practicamos. Este gesto de camaradería deportiva cristalizó algo importante para Valentina. Más allá de medallas y podios, estaba participando en una tradición que trascendía nacionalidades y rivalidades temporales.
Era parte de una hermandad de atletas que entendían el sacrificio, la disciplina y la belleza inherente a lanzarse desde grandes alturas con precisión matemática y gracia artística. La noche antes de partir hacia París, Valentina visitó el pequeño altar que mantenía en su habitación.
donde la medalla de San Sebastián que le había regalado su padre reposaba junto a su medalla de oro de Los Panamericanos Junior y una fotografía de su abuela. “Voy a competir con las mejores del mundo”, murmuró en una especie de conversación silenciosa con su herencia familiar. Ya no soy la aspirante. Soy parte del círculo al que siempre quise pertenecer.
En el aeropuerto, mientras el equipo mexicano de clavados se preparaba para abordar, Valentina notó que muchos pasajeros la reconocían, algunos discretamente tomando fotos, otros acercándose tímidamente para pedir autógrafos. La fama, ese extraño compañero de viaje que nunca había buscado activamente, ahora era parte inseparable de su realidad. Nerviosa?”, preguntó Ramiro mientras esperaban en la sala VIP. “Extrañamente, no,”, respondió ella con sinceridad.
“Es como si todo el año pasado hubiera sido preparación para este momento. Me siento lista.” En el avión, mientras la Ciudad de México se empequeñecía bajo las alas de la aeronave, Valentina repasaba mentalmente su rutina de competencia. El programa incluía ahora un nuevo salto aún más complejo que el 5B, un 109C, salto hacia delante con cuatro rotaciones y media en posición agrupada con un grado de dificultad de tres.
Ocho, el más alto jamás intentado por una mujer mexicana en competencia internacional. Era un salto que incluso su padre nunca había ejecutado en competencia. un territorio genuinamente inexplorado para el linaje Suárez. Valentina lo había incorporado no por presión externa o expectativas, sino por el puro desafío técnico y artístico que representaba.
Esta decisión, más que cualquier medalla o reconocimiento, simbolizaba su verdadera independencia como atleta. Ya no era la Aguilita, la heredera del legado de Miguel Suárez, era Valentina Suárez. pionera trazando su propio camino en las alturas. La Copa Mundial de París con su nivel de competencia estratosférico, sería el escenario donde esta nueva identidad atlética se presentaría ante el mundo.
Independientemente del resultado final, el simple hecho de estar allí compitiendo como igual entre las mejores representaba la culminación de un viaje que había comenzado con una niña mirando admirada los trofeos de su padre. soñando con algún día tenerlos propios.
Pero más importante aún, París marcaría el comienzo de un nuevo capítulo, uno escrito exclusivamente por ella con sus propias victorias, derrotas y momentos definitorios. Uno donde el apellido Suárez seguiría siendo importante, pero como cimiento sobre el cual Valentina construiría su propia leyenda, no como sombra de la cual escapar.
Mientras el avión atravesaba el Atlántico, Valentina finalmente se permitió dormir, su mano inconscientemente tocando la medalla de San Sebastián, que nunca abandonaba su cuello. En sus sueños no había jueces ni puntuaciones, solo la sensación pura y perfecta de volar, suspendida entre el cielo y el agua, libre como solo se puede estar en esos breves segundos de caída controlada que había convertido en el centro de su existencia. Mañana enfrentaría a las mejores del mundo.