UNA NIÑITA LLAMA A LA PUERTA DEL MILLONARIO—LO QUE ELLA DICE LO HACE PALIDECER.“MAMÁ ACABA DE MORIR”

Sofía apretó la mano de su mamá mientras caminaban por las calles mojadas de Monterrey. La lluvia había empezado otra vez y sus zapatos ya tenían hoyos que dejaban entrar el agua fría. Su estómago sonaba fuerte porque solo habían comido tortillas con sal en todo el día. “Mi hija, necesito que seas muy valiente”, le dijo Valeria parándose frente a un edificio alto que brillaba con luces doradas. Vamos a ver a una persona muy importante. ¿Es el señor que va a ayudarnos con la renta?

preguntó Sofía limpiándose la nariz con la manga de su suéter roto. Valeria no contestó, solo miró hacia arriba, contando los pisos hasta llegar al último. En el piso 32 vivía Alejandro Torres, el hombre más poderoso que había conocido, el hombre que no sabía que tenía una hija. Mientras tanto, 30 pisos más arriba, Alejandro terminaba de revisar los números de su empresa. Las ganancias del mes habían sido excelentes. Otra vez se sirvió un whisky caro y se paró frente al ventanal que daba toda la vista de la ciudad.

Desde ahí arriba, las luces de Monterrey parecían pequeños puntos brillantes. La gente se veía como hormigas caminando por las calles. Su teléfono sonó. Era Roberto, su socio. Ya viste los reportes. Somos imparables, hermano. El próximo año vamos a ser los más ricos de todo Nuevo León. Sí, lo sé, respondió Alejandro tomando un sorbo de whisky. El dinero llama al dinero. Alejandro colgó y regresó a su escritorio. Tenía 35 años y había construido un imperio de bienes raíces.

podía comprar lo que quisiera, ir a donde se le antojara, conocer a quién fuera, pero su penhouse se sentía vacío, siempre estaba solo. Abajo, en la recepción del edificio, Valeria le explicaba al guardia que necesitaba hablar con el señor Torres. Señora, ya son las 9 de la noche. El señor Torres no recibe visitas sin cita previa, le dijo el guardia viendo sus ropas mojadas con desprecio. Por favor, dígale que soy Valeria Morales. Él me conoce. Es muy importante.

Valeria Morales. El guardia revisó una lista. No está en los contactos autorizados. Sofía se acercó al escritorio del guardia y lo miró con sus grandes ojos tristes. Señor, mi mamá está muy enferma. Solo queremos hablar con el señor Torres 5 minutos. El guardia se ablandó un poco al ver a la niña, tomó el teléfono y marcó al penthouse. Señor Torres, disculpe la molestia. Hay una señora aquí que dice llamarse Valeria Morales. Viene con una niña pequeña y dice que es urgente.

Alejandro casi se atragantó con el whisky. Valeria no había escuchado ese nombre en 7 años. Los recuerdos llegaron de golpe, sus risas, sus caricias, la noche que se fueron juntos a su departamento después de conocerse en un bar. Había sido solo una aventura de una noche. Ella trabajaba en una tienda de ropa y él estaba empezando su negocio. Valeria Morales repitió Alejandro sintiendo que el corazón se le aceleraba. Sí, que suban. El guardia colgó y los miró con sorpresa.

Pueden subir. Piso 32. En elevador Sofía preguntó, “Mamá, ¿por qué tienes los ojos rojos? No es nada, mi amor, solo estoy cansada. Pero Valeria sabía que no era cansancio, era la enfermedad que la estaba matando por dentro. Los doctores le habían dicho que solo le quedaban unas semanas. No tenía dinero para el tratamiento y no tenía familia que pudiera cuidar a Sofía. Solo quedaba una opción, el padre de su hija. El elevador se detuvo con un sonido suave.

Las puertas se abrieron y Sofía vio el pasillo más elegante de toda su vida. Las paredes tenían cuadros bonitos y el piso brillaba como un espejo. Alejandro abrió la puerta antes de que tocaran. Cuando vio a Valeria, sintió como si hubieran pasado solo 5 minutos desde la última vez. Seguía siendo hermosa, pero se veía muy delgada y pálida. Luego miró a la niña que estaba junto a ella. Tenía el cabello castaño como Valeria, pero algo en su cara le resultaba familiar.

Sus ojos, su nariz, la forma de su boca. “Hola, Alejandro”, dijo Valeria con voz temblorosa. “Te presento a tu hija.” Alejandro se quedó inmóvil en la puerta. Las palabras de Valeria resonaron en su cabeza como un neco que no podía detener. Te presento a tu hija. La niña lo miraba con curiosidad, sin entender por qué el señor elegante se había puesto tan pálido. Mi qué, logró decir Alejandro agarrándose del marco de la puerta. Tu hija se llama Sofía.

Tiene 6 años. Alejandro hizo cuentas rápidas en su cabeza. 6 años atrás había estado con Valeria. Solo una noche habían bebido mucho vino, habían reído, habían terminado en su cama. Al día siguiente, ella se había ido temprano y nunca más la había vuelto a ver. Eso es imposible. Tú Tú nunca me dijiste nada porque no quería arruinar tu vida”, respondió Valeria cargando a Sofía en sus brazos. “Tú tenías grandes sueños. Estabas empezando tu empresa. Un bebé solo te habría estorbado, pero tenía derecho a saberlo.

Sofía se asustó con el grito y se escondió en el cuello de su mamá. Baja la voz, por favor, le pidió Valeria. No quiero que se asuste más de lo que ya está. Alejandro respiró profundo y se hizo a un lado para que entraran. Su penhouse nunca había recibido visitantes tan pequeños. Todo estaba diseñado para impresionar a clientes ricos. Muebles de piel italiana, obras de arte caras, una vista espectacular de la ciudad. Sofía caminó despacio, tocando todo con cuidado, como si fuera a romperse.

“¿Vives aquí solo?”, preguntó la niña. Es muy grande para una sola persona. Sí, vivo solo, respondió Alejandro sin saber cómo hablar con una niña. Valeria se sentó en el sillón más cercano. Se veía agotada, como si caminara hasta ahí le hubiera costado mucho esfuerzo. ¿Quieres algo de tomar? Agua, café, ofreció Alejandro todavía procesando la situación. Agua está bien y para Sofía también, por favor. Alejandro fue a la cocina con las manos temblorosas. Mientras servía los vasos, escuchó a Sofía preguntarle a su mamá, “¿Ese señor es mi papá de verdad?” “Sí, mi amor, es tu papá.

¿Por qué nunca vino a vernos? Porque no sabía que existías. ” Alejandro regresó con los vasos de agua, se sentó frente a ellas. estudiando el rostro de Sofía. Ahora que la veía de cerca, las similitudes eran innegables. Tenía su misma barbilla, sus mismas cejas gruesas, incluso la misma manera de fruncir el ceño cuando estaba pensando. “¿Cómo puedo estar seguro?”, preguntó Alejandro. Valeria sacó unos papeles doblados de su bolsa. “Aquí está el acta de nacimiento. Puse tu nombre como padre y si quieres podemos hacer una prueba de ADN.” Alejandro tomó los papeles con manos temblorosas.

Ahí estaba Sofía Morales Torres. Fecha de nacimiento, 15 de marzo de 2018. Padre Alejandro Torres Mendoza. ¿Por qué vienes ahora? Preguntó levantando la vista. Después de 6 años, Valeria bajó la mirada. Sofía estaba jugando con un adorno de cristal en la mesa de centro, ajena a la conversación de los adultos. Porque me estoy muriendo, Alejandro. Las palabras cayeron como un martillo en el silencio del penthouse. Qué cáncer de páncreas, muy avanzado. Los doctores dicen que me quedan pocas semanas, tal vez un mes si tengo suerte.

Alejandro sintió que el mundo se le venía encima. No solo había descubierto que tenía una hija, sino que estaba a punto de quedarse huérfana. ¿Y qué quieres que haga? Preguntó, aunque ya sabía la respuesta. Que la cuides, que seas su papá. No tengo a nadie más. Mi familia murió hace años y no tengo hermanos. Tú eres lo único que tiene. Sofía dejó de jugar y miró a los adultos. Algo en el ambiente había cambiado. Mamá, ¿por qué estás llorando?

No es nada, mi amor. Solo estoy hablando con tu papá sobre cosas importantes. Alejandro se levantó y caminó hacia la ventana. La ciudad seguía brillando allá abajo, indiferente al drama que se desarrollaba en el piso 32. Su vida perfectamente organizada acababa de explotar en mil pedazos. “No sé nada sobre niños”, dijo sin voltear. “No sé cómo ser papá. Nadie sabe cómo ser papá hasta que lo es. respondió Valeria. Pero eres inteligente, tienes recursos, puedes darle todo lo que yo nunca pude.

Y si digo que no, entonces tendré que buscar una familia adoptiva antes de que sea demasiado tarde. Alejandro se volteó y vio a Sofía, que lo observaba con esos ojos grandes y confiados. No sabía qué hacer, pero una cosa era segura. Su vida nunca volvería a ser la misma. “¿Puedo quedarme esta noche aquí?”, preguntó Sofía, interrumpiendo el silencio pesado que había caído sobre la sala. “Mamá dice que tu casa es muy segura.” Alejandro miró a Valeria buscando una explicación.

“No tenemos donde quedarnos esta noche”, admitió Valeria bajando la voz. Nos desalojaron del departamento ayer. No he podido pagar la renta en tres meses. ¿Dónde durmieron anoche? En el carro de mi amiga, pero ella no puede ayudarnos más tiempo. Alejandro se pasó las manos por el cabello. Su vida ordenada se estaba convirtiendo en un caos total. Pero al ver a la niña, sintió algo extraño en el pecho, una mezcla de responsabilidad y algo que no podía identificar.

Está bien, pueden quedarse esta noche, dijo finalmente. Tengo un cuarto de huéspedes. Sofía aplaudió y corrió hacia él. Gracias, papá. La palabra papá lo golpeó como un rayo. Era la primera vez que alguien lo llamaba así y no sabía si le gustaba o le daba pánico. Sofía, no molestes al señor Torres, la regañó Valeria. Pero dijiste que era mi papá. Sí, pero está bien”, interrumpió Alejandro. “¿Puede puede decirme papá si quiere?” Valeria le sonrió con gratitud. Era la primera sonrisa genuina que le había visto en toda la noche.

Alejandro las llevó al cuarto de huéspedes. Era un cuarto elegante, pero frío, con una cama kings y muebles modernos. Sofía se subió a la cama de un salto y empezó a rebotar. Es sers suave, como las camas de los hoteles de la televisión. Ten cuidado, mi hija”, le dijo Valeria, pero se notaba que también estaba impresionada con la habitación. “Tienen hambre”, preguntó Alejandro. “¿Puedo pedir algo de comer?” “¿Puedes pedir pizza?”, preguntó Sofía con los ojos brillantes. “Nunca he comido pizza de las caras.” Alejandro se rió a pesar de todo.

Era la primera vez que se reía desde que habían llegado. Claro, pizza. Entonces, mientras esperaban la comida, Sofía exploró el penthouse con curiosidad. Tocaba todo con cuidado, como si fuera un museo. Cuando llegó al piano que Alejandro nunca tocaba, presionó una tecla y el sonido resonó por toda la sala. ¿Sabes tocar piano?, le preguntó. un poco. Lo aprendí cuando era niño, pero ya no practico. ¿Me puedes enseñar? Yo no sé, tal vez. Valeria los observaba desde el sillón.

Por primera vez en meses, Sofía se veía feliz, realmente feliz. Cuando llegó la pizza, comieron en el comedor elegante de mármol negro. Sofía intentó comer con cuidado, pero la salsa se le escurrió por la barbilla. Alejandro le pasó una servilleta y por un momento sus ojos se encontraron. Los ojos de Sofía eran exactamente como los suyos cuando era niño. ¿A qué te dedicas, papá?, preguntó Sofía entre bocados. Compro y vendo edificios, casas también, como las casas donde vive la gente pobre.

La pregunta lo tomó desprevenido. Alejandro nunca había pensado en sus inquilinos como gente pobre. Para él solo eran números en sus reportes. Todas las casas, Sofía, para todo tipo de personas. Después de cenar, Valeria ayudó a Sofía a bañarse en el baño gigante que tenía Tina y regaderas separadas. Sofía gritaba de emoción porque había jabón que olía a flores y toallas más suaves que cualquier cosa que hubiera tocado. Mientras tanto, Alejandro llamó a Roberto. Roberto, soy Alejandro.

Necesito que canceles todas mis juntas de mañana. ¿Estás loco? Tienes la presentación con los inversionistas japoneses. Tengo una emergencia familiar. Familia. Tú no tienes familia. Alejandro miró hacia el cuarto donde podía escuchar las risas de Sofía. Ahora sí, cuando Sofía salió del baño, llevaba puesta una de las camisas de Alejandro como pijama. Le quedaba enorme, pero se veía contenta. “¿Puedes leerme un cuento?”, le pidió Alejandro. “No tengo cuentos. No tengo libros para niños. ¿Puedes inventar uno?” Alejandro se sintió perdido.

No sabía inventar cuentos. Su vida había sido solo números, contratos y dinero. ¿De qué quieres que sea? De una niña que encuentra a su papá y viven en un castillo. Valeria estaba acostada en la cama, muy pálida, pero sonriendo mientras escuchaba. Alejandro se sentó en la orilla de la cama y empezó a inventar una historia sobre una princesa que vivía en una casa pequeña con su mamá, hasta que un día conoció a un rey que vivía en un castillo muy alto.

La princesa descubrió que el rey era su papá y juntos aprendieron a ser una familia. Cuando terminó, Sofía ya estaba dormida. Valeria tenía lágrimas en los ojos. “Gracias”, susurró. Por todo. Alejandro salió del cuarto y se sirvió otro whisky. Se paró frente a la ventana mirando la ciudad. Por primera vez en años su penause no se sentía vacío. Al día siguiente, Alejandro se despertó con el ruido de platos en la cocina. Por un momento, olvidó lo que había pasado la noche anterior.

Luego, escuchó la risa de una niña y todo volvió a su memoria como una avalancha. Se puso una bata y caminó hacia la cocina. Valeria estaba haciendo huevos revueltos mientras Sofía se sentaba en una de las sillas altas del desayunador columpiando las piernas. “Buenos días”, dijo Alejandro sintiéndose extraño en su propia casa. “Buenos días, papá”, gritó Sofía. “Mamá está haciendo huevos. ¿Tienes leche? No encontramos leche en tu refrigerador. Alejandro abrió el refrigerador y se dio cuenta de que casi no tenía comida, solo algunas botellas de agua cara, vino blanco y sobras de comida china.

“Normalmente no desayuno en casa,”, explicó, “Siempre como en restaurantes. ¿Todos los días?”, preguntó Sofía con los ojos muy abiertos. “¿No te aburres?” “No, nunca lo pensé.” Valeria sirvió los huevos en tres platos. Se veía mejor que la noche anterior, aunque seguía muy delgada. “Alejandro, necesitamos hablar sobre cosas importantes”, dijo sentándose junto a Sofía. Sobre el futuro. ¿Qué tipo de cosas? Valeria sacó una carpeta amarilla de su bolsa. Papeles legales para que pueda ser el tutor oficial de Sofía cuando yo cuando ya no esté.

Alejandro tragó saliva. Había estado tratando de no pensar en esa parte. ¿Qué necesito hacer? Primero, la prueba de ADN para que todo sea legal. Después, necesitas firmar documentos que te dan la custodia completa. ¿Y si yo no quiero?, preguntó, aunque ya sabía que sí quería, al menos un poco. Sofía dejó de comer y los miró a los dos con preocupación. No me quieres, papá. El corazón de Alejandro se partió al ver la cara triste de la niña.

No es eso, Sofía. Es que es muy complicado para los adultos. ¿Por qué? Porque tu papá tiene una vida muy ocupada, explicó Valeria. Tiene una empresa grande, viaja mucho, trabaja hasta muy tarde, pero los papás también pueden trabajar. El papá de mi amiga Camila trabaja y llega a cenar todas las noches. Alejandro no supo qué decir. Nunca había pensado en tener una vida normal, con horarios normales, con cenas familiares. Después del desayuno, fueron a un laboratorio privado para hacer la prueba de ADN.

Alejandro pagó extra para que los resultados estuvieran listos en 24 horas. Mientras esperaban, Sofía se entretuvo viendo peces en una pecera. ¿Duele?, preguntó cuando vio que tenían que tomarle sangre. Solo un piquetito le dijo la enfermera. Eres muy valiente. Sofía no lloró cuando le sacaron sangre. Solo apretó la mano de Alejandro con fuerza. Por la tarde, Alejandro tuvo que ir a su oficina para algunas juntas importantes. Dejó a Valeria y Sofía en su pentuse, pero no podía concentrarse.

Cada 5 minutos pensaba en qué estarían haciendo. ¿Estás bien?, le preguntó Roberto durante una junta. Te ves distraído bien, seguro. Porque los inversionistas japoneses notaron que no estabas prestando atención. Alejandro miró su teléfono. Valeria le había mandado una foto de Sofía dibujando en una hoja de papel. El dibujo era de dos figuras, una grande y una pequeña, tomadas de la mano. “Necesito irme”, dijo Alejandro levantándose de la mesa. “¿Qué, Alejandro? Tenemos tres juntas más. Cancélalas. ” Cuando llegó a su penhouse, encontró a Sofía dormida en el sillón grande con crayones esparcidos por toda la mesa.

Valeria estaba en la cocina preparando té. ¿Cómo estuvo su día?, preguntó Alejandro. Bien. Sofía dibujó mucho. Dice que quiere decorar tu casa con sus dibujos. Alejandro vio los dibujos. Había casas con jardines, familias sonriendo, un perro corriendo, todo lo que él nunca había tenido. Valeria, necesito preguntarte algo. Dime, ¿por qué no me buscaste antes? En serio, ¿por qué esperaste hasta ahora? Valeria se quedó callada por un momento, porque tenía miedo de que me dijeras que no. Y también también tenía orgullo.

Pensé que podía criarla sola. Y pudiste los primeros años, sí, trabajaba en dos empleos. Sofía iba a guardería, pero cuando me enfermé perdí los trabajos. Se acabaron los ahorros. Los últimos meses han sido muy difíciles. Alejandro sintió una punzada de culpa. Mientras él se había hecho millonario. Su hija había vivido en la pobreza. Lo siento, si hubieras sabido, no te disculpes. No sabías, pero ahora sí sabes y tienes la oportunidad de ser el papá que ella necesita.

Esa noche, mientras Sofía dormía, Alejandro se quedó despierto pensando. Su vida estaba a punto de cambiar para siempre. La pregunta era, ¿estaba listo para ese cambio? Al día siguiente, Alejandro recibió la llamada del laboratorio a las 10 de la mañana. Sus manos temblaron mientras marcaba el número para escuchar los resultados. Señor Torres, tenemos listos los resultados de la prueba de paternidad. La probabilidad de que usted sea el padre biológico es del 99.9%. [Música] Alejandro colgó el teléfono y se quedó sentado en su escritorio por varios minutos.

Ya no había dudas. Sofía era su hija. Valeria estaba en la cocina enseñándole a Sofía a hacer quesadillas cuando él llegó con los papeles en la mano. ¿Son los resultados? Preguntó Valeria. Sí, es oficial. Soy su papá. Sofía corrió hacia él y lo abrazó por las piernas. Ya sabía, tenemos los mismos ojos. Alejandro la cargó por primera vez. era más liviana de lo que esperaba y se abrazó a su cuello con confianza total. “¿Esto significa que ya puedo decirle a todos que tengo papá?”, preguntó Sofía.

“Sí, mi amor”, respondió Valeria limpiándose una lágrima. “Ya puedes decirle a todos.” Esa tarde fueron a ver a la abogada que Valeria había contactado. Se llamaba licenciada Ruiz y tenía una oficina pequeña, pero organizada en el centro de la ciudad. Señor Torres, necesito explicarle lo que significa ser tutor legal”, dijo la abogada abriendo una carpeta gruesa. No es solo darle casa y comida, es tomar todas las decisiones importantes, escuela, doctores, todo. Lo entiendo. ¿Está preparado para eso?

Para cambiar su estilo de vida. Alejandro miró a Sofía, que estaba jugando con unos juguetes en una esquina de la oficina. Estoy aprendiendo. También necesito preguntarle sobre su situación económica. ¿Puede mantener a una niña? Alejandro casi se ríó. Esa era la parte más fácil. Sí, no tengo problemas económicos. La abogada revisó sus papeles bancarios y silvó por lo bajo. Definitivamente no tiene problemas económicos. Muy bien, vamos a proceder. Mientras firmaban papeles, Sofía se acercó a Alejandro. ¿Qué estás haciendo, papá?

Estoy firmando papeles que dicen que voy a cuidarte siempre. Siempre, siempre, siempre, siempre. Sofía sonrió y regresó a jugar. Esa noche, después de acostar a Sofía, Valeria y Alejandro se sentaron en la terraza del Penhouse. La ciudad brillaba abajo de ellos como un mar de luces. ¿Te arrepientes?, preguntó Valeria. ¿De qué? De todo esto, de que hayamos aparecido en tu vida. Alejandro pensó en su respuesta tres días atrás. Su mayor preocupación era si iba a ganar más dinero ese mes.

Ahora se preguntaba qué escuela sería mejor para Sofía y si sabía cocinar algo más que huevos. No, dijo finalmente, no me arrepiento, pero tu vida va a cambiar mucho. Ya está cambiando. Ayer cancelé tres juntas para llegar temprano a casa. Nunca había hecho eso. Valeria se rió. Espérate a que empiece la escuela. Vas a tener que ir a juntas de padres de familia, festivales, obras de teatro. Obras de teatro. Sofía ama actuar. el año pasado hizo de árbol en una obra sobre el medio ambiente.

De árbol. Sí. Se paró inmóvil por 20 minutos. Fue la mejor actuación de árbol que he visto en mi vida. Los dos se rieron. Era la primera vez que se reían juntos desde que ella había llegado. Alejandro, necesito pedirte algo más. ¿Qué? Cuando yo, cuando ya no esté, no quiero que le digas que fui mala madre por no buscarte antes. Hice lo que pensé que era mejor en ese momento. Nunca le diría eso. Al contrario, creo que fuiste muy valiente criándola sola todo este tiempo.

En serio, en serio. Yo no habría sabido qué hacer con un bebé cuando tenía 28 años. Estaba obsesionado con hacer dinero. Y ahora Alejandro miró hacia la sala donde Sofía había dejado sus crayones y dibujos esparcidos por todas partes. Su penouse perfecto ya no era perfecto y extrañamente eso no lo molestaba. Ahora creo que hay cosas más importantes que el dinero. Al día siguiente, Alejandro hizo algo que nunca había hecho. Llamó a su asistente y le dijo que no iría a la oficina.

¿Está enfermo, señr Torres? No, voy a llevar a mi hija a conocer la ciudad. Su hija no sabía que tenía una hija. Yo tampoco lo sabía hasta hace tres días. Alejandro, Valeria y Sofía pasaron el día visitando parques, museos y hasta fueron al zoológico. Sofía se emocionó tanto con los monos que Alejandro le compró un peluche de mono que costaba más que muchas personas ganaban en una semana. Esa noche, mientras Sofía le enseñaba a su mono de peluche todos sus dibujos, Alejandro se dio cuenta de que había sonreído más en un día que en todo el año anterior.

Su vida estaba cambiando y por primera vez el cambio no le daba miedo. Una semana después, Valeria tuvo que ir al hospital para sus tratamientos. Alejandro se quedó solo con Sofía por primera vez y el pánico lo invadió cuando ella empezó a llorar en la puerta. No quiero que mamá se vaya, gritaba Sofía agarrándose del vestido de Valeria. Solo van a ser unas horas, mi amor”, le decía Valeria, pero se notaba que a ella también le costaba trabajo irse.

“Y si no regresas, voy a regresar, te lo prometo.” Alejandro no sabía qué hacer. Nunca había consolado a una niña que lloraba. “Sofía,” dijo arrodillándose a su altura. “¿Qué te parece si mientras mamá está en el doctor, tú y yo hacemos algo divertido?” ¿Como qué? preguntó entre soyosos. No sé qué te gusta hacer. Me gusta pintar y ver películas y comer helado. Perfecto. Vamos a hacer las tres cosas. Después de que Valeria se fue, Alejandro llevó a Sofía a comprar materiales de arte.

Nunca había estado en una tienda de juguetes y se sorprendió de cuántas cosas existían. Sofía quería tocarlo todo. Puedo llevar estos crayones y esta pintura. Y estos pinceles puedes llevar todo lo que quieras. La cajera sonrió cuando vio a Alejandro cargando tres bolsas llenas de materiales de arte. Primera vez comprando para su hija. Se nota tanto, un poquito, pero se ve que se divierte. De regreso en el penhouse, Alejandro extendió papel periódico en el piso de la sala para que Sofía pudiera pintar sin preocupaciones.

Ella se puso una de sus camisas como delantal y empezó a crear. “¿Qué estás pintando?”, preguntó Alejandro sentándose a su lado. Una casa, pero no una casa normal, una casa mágica donde viven papás, mamás e hijos y nunca se enferman. Alejandro sintió un nudo en la garganta. ¿Quieres que te ayude? Sí. Tú pinta el cielo, yo pinto la casa. Alejandro tomó un pincel por primera vez desde la primaria. Al principio sus trazos eran torpes, pero poco a poco se fue relajando.

Cuando terminaron tenían pintura en las manos, en la ropa y hasta en las mejillas. Estamos sers sucios se ríó Sofía. ¿No te va a regañar la señora que limpia tu casa? No viene hasta mañana. Además, ¿puedo limpiar yo, tú sabes limpiar? Alejandro se dio cuenta de que nunca había limpiado su propia casa. siempre tenía empleadas para eso. Voy a aprender. Después de limpiar o intentar limpiar, pidieron pizza y se sentaron a ver una película de princesas. Alejandro nunca había visto una película animada y se sorprendió de que en realidad fuera entretenida.

¿Por qué la princesa no puede estar con el príncipe?, preguntó. Porque sus papás no la dejan, pero al final van a estar juntos. Siempre pasa lo mismo en las películas de princesas. ¿Cómo lo sabes? Porque he visto muchas. Mamá dice que todas las princesas encuentran su final feliz. Cuando Valeria regresó del hospital, encontró a Alejandro y Sofía dormidos en el sillón con la televisión todavía prendida. Sofía estaba acurrucada contra el pecho de Alejandro y él tenía un brazo protector alrededor de ella.

Por primera vez en meses, Valeria sintió paz. Sofía iba a estar bien. Los siguientes días, Alejandro empezó a cambiar su rutina. Se levantaba más temprano para desayunar con Sofía, regresaba a casa para comer con ellas y por las noches leía cuentos inventados. Sus empleados notaron el cambio. Jefe, los inversionistas de Estados Unidos quieren una junta por videoconferencia a las 8 de la noche, le dijo Roberto. No puedo. A las 8 leo Cuentos. Cuentos. Es hora de dormir de Sofía.

Pueden esperar hasta mañana. Roberto se quedó con la boca abierta. Alejandro Torres nunca había puesto algo por encima de los negocios. Una noche, mientras Alejandro inventaba un cuento sobre un dragón bueno que ayudaba a los niños perdidos, Sofía lo interrumpió. Papá, sí, vas a seguir siendo mi papá cuando mamá se vaya al cielo. Alejandro sintió que se le cerró la garganta. Sofía sabía. De alguna manera sabía lo que iba a pasar. Sí, Sofía, siempre voy a ser tu papá.

¿Y no me vas a dejar en un orfanato? Nunca. Esto es tu casa. Ahora, para siempre. Sofía sonrió y cerró los ojos. Entonces, está bien. No tengo miedo. Alejandro se quedó sentado junto a su cama hasta que estuvo seguro de que dormía profundamente. Luego fue a la sala donde Valeria estaba tejiendo una bufanda pequeña. ¿Escuchaste?, preguntó. Sí. Gracias por decirle eso, por hacerle sentir segura. Es la verdad. No la voy a dejar. Valeria levantó la vista de su tejido.

¿Sabes? Creo que va a ser una niña muy afortunada. Yo soy el afortunado, respondió Alejandro y por primera vez realmente lo sentía así. Dos semanas después Valeria ya no podía levantarse de la cama. Alejandro había contratado a una enfermera privada, pero Valeria insistía en que quería pasar sus últimos días en el pentouse cerca de Sofía. No quiero que me recuerde en un hospital”, le había dicho a Alejandro. “Quiero que me recuerde aquí donde fuimos felices.” Alejandro había convertido la sala en una habitación improvisada.

Compró una cama de hospital y la puso frente a la ventana grande para que Valeria pudiera ver la ciudad. Sofía pasaba las tardes acostada junto a su mamá, viendo películas y comiendo paletas. Mi hija, necesito que me hagas una promesa”, le dijo Valeria una tarde mientras Sofía dibujaba en su cuaderno nuevo. “¿Cuál promesa, mamá? Que siempre vas a ser una niña buena, que vas a estudiar mucho y vas a hacer caso a tu papá. Sí, te prometo.

Pero, ¿por qué me dices eso?” Valeria miró a Alejandro, que estaba parado en la puerta de la cocina escuchando, porque las mamás siempre queremos que nuestros hijos sean felices, aunque no estemos cerca, pero tú siempre vas a estar cerca. Papá dice que esta es nuestra casa ahora. Sí, mi amor, esta es tu casa. Esa noche, después de que Sofía se durmiera, Valeria le pidió a Alejandro que se sentara junto a ella. Hay cosas que necesito decirte antes de que sea demasiado tarde.

No tienes que decir nada, solo descansa. Sí, tengo que decirlas. Escúchame. Valeria tomó su mano con las pocas fuerzas que le quedaban. Sofía es una niña muy inteligente, pero también es muy sensible. Cuando esté triste, le gusta que le hagan cosquillas en los pies. Se calma rápido. Alejandro anotó todo en su mente. Odia las verduras, pero si las mezclas con queso se las come. Le encantan los cuentos de princesas, pero también le gustan los de aventuras. Y por favor, por favor, no la dejes ver películas de terror hasta que tenga al menos 12 años.

No lo haré. Una cosa más. En mi bolsa hay una carta que escribí para ella. Dásela cuando cumpla 18 años, no antes. ¿Qué dice la carta? Cosas que una mamá le dice a su hija cuando se convierte en mujer. Cosas que yo no voy a poder decirle. Alejandro sintió que se le llenaron los ojos de lágrimas. Valeria, yo no sé si voy a ser un buen papá. Ya eres un buen papá. Mira cómo cambió Sofía en estas semanas.

Está feliz, se siente segura. Eso es lo único que importa. Pero, ¿qué pasa si hago algo mal? Si no sé qué hacer cuando esté triste o enferma, vas a aprender. Todos los papás aprenden sobre la marcha. Además, Valeria sonrió débilmente. Tú tienes algo que muchos papás no tienen. ¿Qué? Dinero suficiente para pagar a la mejor niñera del mundo. Los dos se rieron suavemente. Hablo en serio, continuó Valeria. Busca a alguien que la cuide cuando tengas que trabajar, alguien cariñoso que le guste estar con niños.

Ya tengo a alguien en mente. Mi asistente me dio el número de una señora que cuidó a sus hijos. Se llama doña Carmen. Perfecto. Y Alejandro, gracias. ¿Por qué? Por abrirle las puertas a una niña que no conocías, por cambiar tu vida por ella, por ser mejor hombre de lo que esperaba. Alejandro le apretó la mano. Gracias por traérmela, por darme la oportunidad de conocerla. Al día siguiente, Valeria durmió casi todo el día. Solo despertaba cuando Sofía le hablaba.

Mamá, dibujé una flor para ti. Está hermosa, mi amor. ¿Puedes ponerla ahí en la mesa para que la vea? Por la noche, Alejandro estaba revisando emails en su computadora cuando escuchó a Sofía hablando con su mamá. Mamá, ¿dele? A veces sí, mi hija, pero cuando estoy contigo no duele nada. ¿Te vas a poner mejor? Valeria se quedó callada por un momento largo. No, mi amor, no me voy a poner mejor, pero eso no significa que no vamos a estar juntas.

¿Cómo? Porque siempre que pienses en mí, yo voy a estar aquí. Valeria puso la mano de Sofía en su propio corazón. En tu corazón. Y cuando extrañes mucho, le dices a tu papá y él te va a dar abrazos de mi parte. Papá sabe dar abrazos de tu parte. Le voy a enseñar. Esa noche Valeria murió. mientras dormía. Alejandro despertó a las 5 de la mañana cuando escuchó que Sofía la estaba llamando. “Mamá, no despierta”, dijo Sofía con voz asustada.

Alejandro se acercó a la cama y supo inmediatamente que Valeria se había ido. Tomó a Sofía en brazos y la abrazó fuerte. “Mamá, se fue al cielo, ¿verdad?”, preguntó Sofía. Sí, mi amor. Se fue al cielo. Sofía lloró por primera vez desde que llegó al penouse. Alejandro también lloró por una mujer valiente que le había dado el regalo más grande de su vida. Tres días después del funeral, Alejandro se encontró completamente perdido. No sabía cómo explicarle a una niña de 6 años que su mamá no iba a volver nunca.

Sofía había dejado de hablar casi por completo y apenas comía. “¿No quieres cereal?”, le preguntó Alejandro en el desayuno, pero Sofía solo movió la cabeza. “¿Qué tal si hacemos panqueques como hacía mamá?” Sofía lo miró con los ojos llenos de lágrimas. “Tú no sabes hacer panqueques como mamá.” Tenía razón. Alejandro no sabía hacer panqueques, ni sabía cómo peinarla, ni sabía qué ropa ponerle. Los últimos tres días habían sido un desastre. Esa tarde llamó a doña Carmen. Señor Torres, soy Carmen Vázquez.

Su asistente me dijo que necesitaba ayuda con su niña. Sí, necesito ayuda urgente. ¿Podría venir hoy? Claro, llego en una hora. Doña Carmen era una mujer de 55 años con cabello canoso recogido en un chongo y sonrisa amable. Cuando llegó, Sofía estaba sentada en el suelo de la sala viendo televisión sin realmente prestar atención. “Hola, bonita”, le dijo doña Carmen sentándose en el suelo junto a ella. “Me dijeron que te gustan mucho los dibujos.” Sofía la miró con curiosidad, pero no dijo nada.

“¿Sabes qué? A mí también me gustan. ¿Me enseñas algunos de los tuyos? Sofía se levantó lentamente y trajo una pila de dibujos. Doña Carmen los revisó uno por uno haciendo comentarios genuinos sobre cada uno. Este perro está muy bonito. ¿Es de alguna película? No. Dijo Sofía en voz bajita. Es el perro que quiero tener algún día. ¿Y cómo se va a llamar? Chocolate porque es café. Alejandro observaba desde la cocina impresionado. En 5 minutos doña Carmen había logrado que Sofía hablara más que en tres días.

“Señor Torres”, le dijo doña Carmen después. La niña está triste, pero es normal. Necesita tiempo y mucho cariño. No sé cómo darle cariño. No sé cómo ser papá. Nadie nace sabiendo. Se aprende día a día. ¿Aceptaría el trabajo? Puedo pagarle muy bien. No se trata del dinero, señor. Se trata de que esa niña necesita estabilidad. ¿Usted está seguro de que quiere cambiar su vida por ella? Alejandro miró hacia la sala donde Sofía estaba coloreando un dibujo nuevo.

Nunca he estado más seguro de algo en mi vida. Entonces acepto. Doña Carmen empezó a trabajar al día siguiente. Llegaba a las 7 de la mañana y se quedaba hasta que Alejandro regresara de la oficina. Pero lo más importante es que empezó a enseñarle a Alejandro cómo cuidar a Sofía. “Los niños necesitan rutina”, le explicó. Desayuno a la misma hora, baño antes de dormir, cuentos todas las noches. Y si no tengo tiempo para cuentos, entonces haga tiempo.

Los cuentos son más importantes que cualquier junta de trabajo. Alejandro empezó a cambiar sus horarios, canceló viajes, delegó más responsabilidades a Roberto y por primera vez en su vida salía de la oficina antes de las 6 de la tarde. ¿Estás loco?”, le dijo Roberto. “Tenemos la presentación más importante del año la próxima semana tú puedes manejarla. Confío en ti. Y si algo sale mal, entonces saldrá mal. Hay cosas más importantes que el dinero.” Roberto lo miró como si hubiera perdido la razón.

Una noche, mientras Alejandro leía un cuento sobre una ratoncita aventurera, Sofía lo interrumpió. Papá, sí, tú también te vas a morir. La pregunta lo golpeó como un martillo. Alejandro cerró el libro y miró a su hija a los ojos. Algún día, pero no por muchos, muchos años. Y cuando eso pase, tú ya vas a ser una señora grande con tus propios hijos. ¿Me lo prometes? Te lo prometo. Sofía se acurrucó contra él. Y nunca me vas a dejar sola.

Nunca. Siempre voy a estar aquí para cuidarte, aunque haga travesuras, aunque hagas travesuras, aunque saque malas calificaciones, aunque saques malas calificaciones, aunque rompa algo muy caro, aunque rompas algo muy caro, Alejandro se ríó. Aunque espero que no rompas nada muy caro. Sofía se rió también. Era la primera vez que se reía desde que murió su mamá. Te amo, papá. Yo también te amo, princesa. Alejandro se quedó despierto esa noche pensando. Su vida había cambiado completamente en un mes.

Ya no se levantaba pensando en cuánto dinero iba a ganar ese día. se levantaba pensando en si Sofía había dormido bien, si estaba feliz, si necesitaba algo. Y por primera vez en su vida se sentía realmente rico, no por el dinero en el banco, sino por la niña que dormía en el cuarto de al lado, que lo había elegido como su papá y que confiaba en él completamente. Doña Carmen tenía razón. Se estaba convirtiendo en papá día a día y cada día era mejor que el anterior.

Alejandro se despertó el sábado por la mañana con el ruido de platos en la cocina y risas. Se puso una bata y bajó las escaleras de su nueva casa, una casa con jardín que había comprado 3 años atrás. Buenos días, papá”, gritó Sofía, que ahora tenía 11 años y había crecido mucho. Estoy haciendo panqueques para todos. Para todos. Sí, para ti, para mí, para Lucía y para Isabela. Se van a quedar a desayunar. Alejandro sonríó. Lucía había pasado de ser la mamá de la amiga de Sofía a convertirse en su novia hace dos años.

Isabela y Sofía se habían vuelto prácticamente hermanas. ¿Dónde está Lucía? Preguntó Alejandro dándole un beso en la cabeza a Sofía. En el jardín regando las flores que plantamos ayer, Alejandro salió al patio trasero. Era un jardín grande con césped verde, flores de colores y un árbol de manzano que habían plantado en honor a Valeria. Lucía estaba regando las rosas nuevas. vestida con jeans y una camiseta sencilla. “Buenos días, hermosa”, le dijo abrazándola por la espalda. “Buenos días, ¿dormiste bien?” Perfectamente.

Y tú también, aunque Isabela se levantó muy temprano. Está emocionada por la fiesta de esta tarde. Era el cumpleaños 11 de Sofía y habían organizado una fiesta en el jardín con todos sus amigos de la escuela. ¿Ya llamaste a doña Carmen?”, preguntó Alejandro. “Sí, llega a las 2 con el pastel. Dice que es una sorpresa, pero Sofía ya sabe que va a tener forma de libro porque le dijo que quería ser escritora cuando crezca.” Alejandro se rió.

Su hija cambiaba de carrera cada mes. El mes pasado quería ser veterinaria. Antes quería ser maestra y antes de eso quería ser astronauta. Papá. Sofía salió al jardín con chocolate, el perro Golden Retriever que le habían regalado el año anterior. Ya podemos abrir los regalos. Hasta después del desayuno, princesa. Pero estoy muy emocionada, lo sé, pero primero desayunamos todos juntos. Es tradición. Sofía suspiró dramáticamente, pero se rió. A los 11 años ya había aprendido que su papá tenía reglas claras, pero también era muy cariñoso.

Durante el desayuno, Isabela les contó sobre la obra de teatro que estaban preparando en la escuela. Sofía va a ser la narradora, explicó Isabela. Y yo voy a hacer un árbol como tu mamá”, le dijo Alejandro a Sofía, acordándose de lo que Valeria le había contado sobre las obras de teatro. “¿Mi mamá también fue árbol en una obra?” “Sí, cuando tenía tu edad me contó que fue la mejor actuación de árbol de toda la historia.” Sofía se ríó.

Alejandro le hablaba de Valeria con frecuencia, siempre con cariño y alegría. No quería que Sofía olvidara a su mamá, pero tampoco quería que creciera triste por su ausencia. Después del desayuno, abrieron los regalos. Alejandro le había comprado una computadora nueva para que escribiera sus cuentos. Lucía le regaló una caja llena de libros de aventuras. Isabella le dio una pulsera de la amistad que había hecho ella misma. ¿Te gusta tu día especial hasta ahora?, Le preguntó Alejandro a Sofía mientras preparaban decoraciones para la fiesta.

Me encanta. Pero, papá, ¿puedo pedirte algo? Lo que quieras. ¿Podemos ir un ratito al cementerio antes de que lleguen mis amigos? Quiero llevarle flores a mamá y contarle sobre mi cumpleaños. Alejandro sintió una punzada de emoción. Sofía visitaba la tumba de Valeria cada mes y siempre le contaba las cosas importantes que pasaban en su vida. Por supuesto. Vamos ahora. En el cementerio, Sofía puso flores frescas en la tumba de su mamá y se sentó en el pasto.

Hola, mamá. Hoy cumplo 11 años. Ya soy muy grande, ¿verdad? Papá me compró una computadora para escribir cuentos como tú querías y Lucía me está enseñando a cocinar tus recetas favoritas. Sofía hizo una pausa. Papá es el mejor papá del mundo. Me cuida mucho y nunca me ha dejado sola, como me prometió. Y creo que tú estarías feliz de saber que ahora somos una familia más grande. Lucía e Isabela son parte de nuestra familia también. Alejandro se limpió una lágrima.

Después de 5 años, todavía se emocionaba cuando Sofía hablaba con su mamá. “Está bien, ya nos vamos”, dijo Sofía levantándose, “pero regreso el próximo mes a contarte cómo me fue en la obra de teatro. ” En el carro de regreso, Sofía se quedó pensativa. “Papá, sí. ¿Crees que mamá está orgullosa de nosotros?” Alejandro miró a su hija por el espejo retrovisor. Era hermosa, inteligente, bondadosa y feliz. Había crecido rodeada de amor y con todas las oportunidades del mundo.

Estoy completamente seguro de que está muy orgullosa de ti por ser una niña increíble y de mí por haber aprendido a ser tu papá. Y de Lucía también. Y de Lucía también. por haberte querido como si fueras su propia hija. Esa noche, después de que todos los invitados se fueran y de que Isabela y Lucía regresaran a su casa, Alejandro arropó a Sofía en su cama. “Fue el mejor cumpleaños de tu vida”, le preguntó. “Sí, pero sabes qué es lo mejor de todo?” “Qué que todos los días contigo son como cumpleaños, porque todos los días me haces sentir especial.

” Alejandro le dio un beso en la frente. Tú eres lo más especial de mi vida, princesa. Mientras apagaba la luz, Alejandro pensó en todo lo que había cambiado desde aquella noche lluviosa, cuando Sofía y Valeria habían tocado su puerta. Había cambiado su penhouse por una casa con jardín, sus juntas nocturnas por cenas familiares, sus viajes de negocios por obras de teatro escolares y había sido el mejor intercambio de su vida. Su teléfono sonó con un mensaje de Lucía.

Gracias por un día perfecto. Te amo. Alejandro sonrió y respondió, “Gracias por hacer nuestra familia completa. Los amo a las dos.” se quedó parado en la puerta del cuarto de Sofía, viendo cómo dormía. Mañana sería otro día lleno de aventuras, risas y la felicidad simple de ser papá. El amor, con cuidado y paciencia solo había crecido más fuerte con el tiempo. Te gustó conocer la historia de Alejandro y Sofía. Esta hermosa historia nos enseña que el amor verdadero puede cambiar completamente nuestras vidas y que ser padre no se trata de la sangre, sino del corazón que decides abrir.