¿Fue Canelo cómplice o víctima de una farsa millonaria? ¿Merece Scull su fortuna por no pelear? ¿Está Arabia Saudita comprando el alma del boxeo? La noche dorada que terminó traicionando la gloria del ring

“Millones, aburrimiento y una traición al boxeo”: la pelea de Canelo en Arabia que dejó oro… pero ni un gramo de gloria

Riad, Arabia Saudita – 3 de mayo de 2025. Saúl “Canelo” Álvarez recuperó el título de campeón mundial indiscutido del peso supermediano. Pero lo que debería haber sido una celebración histórica terminó convertido en un espectáculo sin alma, opacado por un rival que no quiso pelear, una audiencia mundial que terminó bostezando… y una montaña de petrodólares que parecen haber comprado todo, menos emoción.

William Scull, el cubano que pocos conocían antes del combate, salió con el rostro intacto, 9 millones de dólares en la bolsa y una estrategia que indignó a fanáticos y leyendas por igual: correr, esquivar y sobrevivir. Y lo logró. Ni un solo momento de fuego real. Ni una ráfaga de golpes. Ni una chispa de gloria. Apenas 445 golpes lanzados en 12 asaltos. Un récord de vergüenza en las estadísticas del boxeo moderno.

El combate pasará a la historia no por lo que ocurrió… sino por lo que faltó.

Sin embargo, lo que sí fluyó en abundancia fue el dinero. Canelo recibió una bolsa de 50 millones de dólares, la más grande de su carrera, incluso por encima de lo que alguna vez ganó en Las Vegas o en su natal Guadalajara. Scull, por su parte, ganó más en 36 minutos de trote defensivo que la mayoría de los campeones en toda su vida. ¿Qué hizo para merecerlo? Nada. Literalmente, nada.

Y detrás del telón, un nuevo protagonista: Arabia Saudita.

Turki Alalshikh, el todopoderoso jefe de la Autoridad General de Entretenimiento saudí, fue la figura omnipresente en la velada. Desde el cinturón de oro puro que entregó a Canelo, hasta sus gestos de disgusto en medio de la transmisión, su mensaje fue claro: “Pagamos por un espectáculo global, y esto fue un simulacro técnico sin alma.”

El problema, sin embargo, va más allá de un mal combate.

El modelo saudí está colonizando el boxeo con su poder económico, desplazando a las promotoras tradicionales, seduciendo a las estrellas con cheques de nueve cifras y sacrificando la esencia guerrera del deporte. Lo que antes se ganaba con sangre y sudor, hoy se pacta en salas de juntas. Lo que antes inspiraba epopeyas nacionales, hoy genera memes de desilusión.

Y mientras los organizadores contaban billetes, el boxeo contaba pérdidas: de credibilidad, de emoción, de alma.

La noche cerró con un anuncio que intentó limpiar la mancha: Canelo vs. Terence Crawford, el 12 de septiembre en Las Vegas. Una revancha emocional, un intento desesperado por recuperar la confianza del público tras la “pelea fantasma” de Riad. Pero la pregunta incómoda ya está sobre la mesa: ¿aún le interesa a Canelo construir legado… o ya solo está cobrando cheques?

En México, la afición sigue dividida. Algunos lo defienden: “Canelo no puede golpear a quien no quiere pelear.” Otros lo acusan: “Él eligió al rival. Él aprobó el circo.”

Porque esa es la verdad más incómoda: Canelo se ha convertido en espectáculo premium… sin contenido premium.

Y aunque gane por decisión, por millones o por marketing, en el corazón de millones de fans, la derrota fue clara: el boxeo no necesita más reyes de petrodólares, necesita guerreros. Y el 3 de mayo, bajo las luces de Riad, no vimos ninguno.