Inés Lizardo fue una mujer admirada por su temple, dulzura y capacidad para mantener su hogar en pie, incluso en medio de las pruebas más duras.
No era una figura pública, pero quienes la conocieron o escucharon hablar de ella, la describen como una mujer ejemplar.
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Su serenidad, humildad y compromiso con su familia la convirtieron en el alma silenciosa detrás del éxito de Rubby Pérez.
El propio Rubby, en más de una ocasión, reconoció públicamente el valor de su esposa.
Admitía sin reservas que ella soportó situaciones que pocas mujeres habrían aceptado, siempre con paciencia y amor.
En palabras del merenguero, Inés fue quien lo sostuvo cuando su mundo personal se tambaleaba, sin juzgarlo, sin abandonarlo, y con una comprensión que parecía inagotable.
Durante los años de mayor fama del artista, cuando las giras, la presión mediática y los errores personales marcaron su vida, Inés fue su refugio.
Nunca buscó protagonismo ni escándalos; prefería el silencio y la oración. Su fidelidad no era pasiva, era activa y consciente..
Además de ser esposa, Inés fue una madre dedicada. Sus hijos crecieron bajo su ejemplo de fortaleza emocional, empatía y valores firmes.
Ella inculcó en ellos la importancia del respeto, la unidad familiar y la fe, dejando una huella profunda en cada uno de sus corazones, sin necesidad de discursos ni lecciones públicas.
El fallecimiento de Inés marcó un antes y un después en la vida de Rubby. La noticia le llegó justo después de salir de un concierto, un momento que lo dejó devastado.
Desde entonces, cada vez que el cantante hablaba de ella, lo hacía con una mezcla de amor, culpa y gratitud. Para él, Inés fue su mejor decisión y también su mayor bendición.