Anabel Gutiérrez, una de las grandes estrellas del cine mexicano durante la época dorada, vivió una carrera marcada tanto por su brillante talento como por las profundas tensiones que atravesó en su vida profesional. A lo largo de su trayectoria, enfrentó desafíos personales y laborales que dejaron huella en su vida y en la industria del entretenimiento.
Nacida en 1935 en la Ciudad de México, Anabel Gutiérrez creció en un entorno familiar profundamente vinculado al arte. Su padre, actor; su madre, bailarina; su abuelo, cómico; y su abuela, cantante de cuplés, le transmitieron desde temprana edad una pasión por las artes escénicas. Este entorno influyó decisivamente en su decisión de seguir una carrera en la actuación, lo que la llevó a incursionar en la industria cinematográfica a fines de los años 40. Su debut como extra en la película El No es tan de Reojo en 1949 fue solo el comienzo de una carrera que la llevaría a convertirse en una de las figuras más queridas del cine mexicano.
En los años 50, Gutiérrez comenzó a consolidar su carrera, consiguiendo papeles más relevantes y trabajando al lado de figuras icónicas como Dolores del Río y Jorge Mistral en Deseada. Su presencia en la pantalla grande fue constante durante esa época, y su versatilidad como actriz le permitió participar en diversos géneros cinematográficos, desde dramas hasta comedias. No obstante, fue a mediados de la década de 1950, cuando su carrera alcanzó su pico, destacando en películas como Escuela de Vagabundos.
Su contribución al cine mexicano no solo se limitó a su participación en películas; también dejó una marca indeleble en la televisión. En 1989, se unió al elenco del programa Chespirito, donde interpretó a Doña María, la madre de La Chimoltrufia, un personaje interpretado por Florinda Mesa. Sin embargo, a pesar de la química que aparentaban tener en pantalla, fuera de los reflectores las cosas eran muy distintas. La relación entre Anabel Gutiérrez y Florinda Mesa estuvo marcada por tensiones, especialmente debido al comportamiento autoritario y controladora de Mesa, quien tenía una estrecha relación con Roberto Gómez Bolaños, el creador del programa. En varias entrevistas, Gutiérrez reveló que se sentía emocionalmente afectada por el trato que recibía de Mesa, quien, según la actriz, le dijo en tono condescendiente que debía aprender a actuar.
Este episodio de humillación no fue aislado y reflejó una atmósfera tensa en el set de Chespirito. Anabel Gutiérrez pasó por momentos difíciles, enfrentando no solo la presión del ambiente laboral sino también la intervención de Emilio Azcárraga, quien, al enterarse de las tensiones, advirtió al elenco que no toleraría comportamientos que afectaran la armonía del equipo. A pesar de estos desafíos, Gutiérrez siguió adelante con su trabajo profesional, manteniendo su compromiso con la calidad y el respeto por su oficio.
A lo largo de su vida, Anabel Gutiérrez sufrió varias pérdidas personales y profesionales, pero su legado como actriz perdura. Su trabajo fue reconocido por generaciones de cineastas, periodistas y seguidores del cine mexicano. Durante su carrera, no solo destacó en el cine, sino que también cultivó una vida familiar plena, marcada por su dedicación a sus hijos y nietos.
Anabel Gutiérrez falleció el 21 de agosto de 2024 a los 89 años, dejando un vacío en la industria del entretenimiento mexicano. Su muerte fue un golpe para la comunidad, que recordaba con cariño su participación en la época dorada del cine mexicano, donde brilló en películas como Deseada, Rostros Olvidados y Angelitos del Trapecio. La noticia de su partida provocó una avalancha de mensajes de condolencias, incluyendo un homenaje público de Florinda Mesa, quien, sin embargo, fue criticada por algunos por la falta de sinceridad en su mensaje, dado el historial de fricciones entre ambas actrices.
La hija de Anabel, Amairani Romero, compartió que su madre falleció en paz, rodeada de sus seres queridos. A pesar de los conflictos que marcaron su vida profesional, la familia de Gutiérrez expresó su gratitud por haberla podido cuidar durante sus últimos días, lo que permitió que su partida fuera tranquila y sin sufrimiento.
El legado de Anabel Gutiérrez no solo se mantiene vivo en sus películas y programas de televisión, sino también en el amor y el respeto que siempre cosechó entre sus seguidores. Hoy, su nombre sigue siendo sinónimo de la época dorada del cine mexicano, una era que ya no existe pero que sigue viva gracias a la memoria colectiva de quienes la admiraron y apreciaron.