El 18 de junio de 2013, dos mejores amigas de 19 años salieron de su casa en Rosario, Argentina, para celebrar el cumpleaños de una de ellas. Ninguna de las dos regresó jamás. Durante 11 años, sus familias buscaron respuestas en cada rincón del país. Distribuyeron miles de volantes. Aparecieron en programas de televisión y rezaron cada noche por un milagro.
La policía investigó secuestros. Trata de personas, accidentes, nada. Hasta que en marzo de 2024 la hermana menor de una de ellas estaba navegando por TikTok cuando vio algo que hizo que su corazón se detuviera. Una influencer de moda con más de 2 millones de seguidores que vivía en Barcelona y hablaba con acento español perfecto.
Tenía el rostro idéntico al de su hermana desaparecida. Pero había algo profundamente perturbador en esa cuenta. ¿Por qué una persona que desapareció misteriosamente hace 11 años estaría construyendo una nueva vida en otro continente sin jamás contactar a su familia? Y la pregunta que mantendría a todos despiertos por las noches.
¿Dónde estaba la otra chica?
Ahora vamos a descubrir cómo empezó todo. Rosario es la tercera ciudad más grande de Argentina, ubicada a orillas del río Paraná, en la provincia de Santa Fe. Con más de un millón de habitantes, es una ciudad vibrante conocida por su arquitectura, su vida nocturna y desafortunadamente también por sus altos índices de criminalidad relacionados con el narcotráfico.
Para 2013, Rosario enfrentaba una crisis de violencia que manchaba las páginas de los diarios cada día, pero que no tocaba a todas las familias por igual. En el barrio de Fisherton, una zona residencial de clase media en el noroeste de la ciudad, vivían las familias Torres y Ruiz. Ambas se habían mudado allí a principios de los años 2000, cuando el barrio todavía se estaba desarrollando y las casas eran más accesibles para familias trabajadoras con aspiraciones de progreso.
Las casas estaban separadas por apenas tres cuadras en calles tranquilas con árboles de jacarandá que en primavera pintaban las veredas de violeta. Catalina Torres y Abril Ruiz se conocieron el primer día de jardín de Infantes en 1999, cuando ambas tenían cinco años. Desde ese momento fueron inseparables. Compartían todo, secretos, ropa, sueños, decepciones.

Cuando una lloraba, la otra también. Cuando una reía, la otra no podía evitar contagiarse. Las madres de ambas, Laura Torres y Mercedes Ruiz, bromeaban diciendo que habían dado a luz a gemelas en familias diferentes. Catalina era la mayor de tres hermanos. Tenía un hermano de 17 años llamado Matías y una hermana menor, Valentina, que en 2013 tenía apenas 14 años.
Su padre, Roberto Torres, trabajaba como supervisor en una fábrica metalúrgica en la zona industrial de Rosario. Un trabajo duro que le había curvado la espalda, pero que le había permitido mantener a su familia con dignidad. Laura, su madre, era docente de primaria en una escuela pública del barrio. La familia Torres era de esas que se levanta temprano, trabaja duro y encuentra alegría en las pequeñas cosas.
Los asados del domingo, las vacaciones de dos semanas en la costa, las tardes de mate en el patio. Catalina había heredado la altura de su padre y los ojos verdes de su madre. Medía 1,73. Tenía el cabello castaño oscuro que le llegaba hasta la mitad de la espalda y una sonrisa que, según todos los que la conocían, podía iluminar cualquier habitación.
Era extrovertida, apasionada, a veces impulsiva. Le encantaba la moda. Pasaba horas viendo videos de YouTube sobre tendencias y maquillaje y soñaba con estudiar diseño de indumentaria. En su habitación tenía docenas de cuadernos llenos de bocetos de vestidos, faldas y accesorios que algún día esperaba crear. Abril, por su parte, era hija única.
Sus padres, Mercedes, y Claudio Ruiz, habían intentado tener más hijos durante años, pero después de varios embarazos que no llegaron a término, decidieron que Abril sería su único tesoro y volcaron en ella todo su amor y atención. Claudio era contador y tenía su propia pequeña oficina donde atendía a comerciantes y pequeños empresarios del barrio.
Mercedes trabajaba como administrativa en el hospital provincial. Abril era más baja que Catalina, apenas 1,62, delgada, con el cabello negro y lacio que siempre llevaba suelto y ojos marrones tan oscuros que a veces parecían negros. Era más reservada que su amiga, más analítica. Le gustaba la fotografía y siempre llevaba consigo su cámara digital canon, un regalo de sus padres por su cumpleaños número 15.
Soñaba con estudiar periodismo y algúndía trabajar para una revista de viajes. Tenía miles de fotos en su computadora, paisajes de rosario, retratos de Catalina, momentos cotidianos que ella capturaba con un ojo artístico que pocos adolescentes poseían. A pesar de sus diferencias, Catalina y Abril se complementaban perfectamente, donde una era fuego, la otra era agua.
Donde una saltaba sin mirar, la otra calculaba cada paso. Y, sin embargo, se entendían sin necesidad de palabras. Después de 14 años de amistad, podían comunicarse con una mirada, anticipar los pensamientos de la otra, terminar las frases que la otra comenzaba. En 2013, ambas habían terminado la escuela secundaria el año anterior y estaban en un momento de transición.
Catalina trabajaba medio tiempo en una boutique del centro de Rosario mientras ahorraba para inscribirse en un instituto de diseño. Abril había comenzado el primer año de la carrera de comunicación social en la Universidad Nacional de Rosario, pero sentía que todavía no había encontrado su camino. verano, antes de que todo cambiara, hablaban constantemente sobre viajar juntas, conocer el mundo, vivir aventuras.
Catalina bromeaba diciendo que algún día serían famosas. Ella como diseñadora, Abril como fotógrafa. Se tomarían fotos en París, Milán, Nueva York. El mundo les parecía infinito y lleno de posibilidades. Ninguna de las dos podía imaginar que en cuestión de semanas ese mundo se volvería oscuro e incomprensible para las personas que más las amaban.
El 18 de junio de 2013 amaneció con un cielo gris sobre Rosario. Era martes y el frío típico del invierno argentino se sentía en los huesos. La temperatura no superaba los 12 grados y una llovisna intermitente había empezado desde la madrugada. Pero nada de eso importaba para Catalina Torres, porque ese día cumplía 19 años. Laura Torres se había levantado temprano, como siempre, para preparar el desayuno.
Había hecho las facturas de dulce de leche que tanto le gustaban a su hija y había preparado mate cocido caliente. Cuando Catalina bajó las escaleras cerca de las 9 de la mañana, envuelta en su bata de toalla rosada, encontró la mesa decorada con globos y una pequeña torta casera. “Feliz cumpleaños, mi amor”, le dijo Laura abrazándola fuerte.
Roberto ya había salido temprano a la fábrica, pero había dejado un sobre con dinero y una nota que decía, “Para mi princesa, que cumplas muchos más. Te amo, papá.” Catalina desayunó con su madre y sus hermanos. Matías le regaló un collar que había comprado con su sueldo de cadete en una oficina y Valentina le dio un álbum de fotos que había armado ella misma con imágenes de las dos desde que eran pequeñas.
Catalina lloró al verlo, abrazó a su hermana menor y le prometió que siempre estarían juntas. Cerca del mediodía, Abril llegó a la casa de los Torres con un paquete envuelto en papel brillante. Adentro había una bufanda tejida a mano en color mostaza. El color favorito de Catalina ese año. La tejí yo misma.
dijo Abril con orgullo. Me llevó tres semanas, pero quería que tuvieras algo único. Las dos amigas pasaron la tarde en la habitación de Catalina escuchando música, probándose ropa, riendo. Catalina había recibido mensajes de WhatsApp de docenas de amigos y conocidos. Su teléfono, un Samsung Galaxy S3 que había comprado con su primer sueldo, no paraba de sonar.
Pero ella solo quería estar con Abril. su persona favorita en el mundo. Alrededor de las 6 de la tarde, Catalina anunció que quería salir a celebrar. Vamos al centro, caminamos por la peatonal, cenamos algo rico, nos tomamos unas fotos. Hace semanas que no tenemos una noche de chicas. Laura frunció el ceño. Con este frío y llovizata, además es martes.
¿Por qué no esperan al fin de semana y hacen algo más grande? Pero Catalina insistió. Mamá. Tengo 19. No vamos a hacer nada loco, solo a caminar y cenar. Volvemos temprano, te prometo. Después de algo de debate, Laura se dio. Les dio dinero extra para un taxi si lo necesitaban. Les pidió que no regresaran muy tarde y les hizo prometer que se cuidarían mutuamente.
Ustedes son responsables, lo sé, pero esta ciudad está cada vez más peligrosa. Manténganse en las zonas iluminadas. No hablen con extraños y si algo se siente raro, llamen a un taxi y vuelvan enseguida. Catalina y Abril salieron de la casa de los Torres cerca de las 7 de la noche. Catalina llevaba jeans oscuros, botas negras de caña media, un suéter gris de cuello alto y la bufanda amarilla que Abril le había regalado.
Abril vestía jeans azules, zapatillas blancas, una campera de jeans sobre una remera térmica negra. y llevaba su cámara canon colgando del cuello en su estuche. Ambas llevaban sus teléfonos celulares, billeteras con algo de efectivo y sus documentos de identidad. Tomaron el colectivo de la línea 133 desde una parada a dos cuadras de la casa de Catalina.
El recorrido hasta el centro de Rosario duraba aproximadamente 40minutos. Según los registros de llamadas telefónicas que la policía revisaría después, Catalina envió un mensaje de WhatsApp a su madre a las 7:47 pm diciendo, “Ya llegamos al centro, todo bien, te amo.” Ese fue el último mensaje que Laura Torres recibiría de su hija. Las cámaras de seguridad de una tienda de ropa deportiva en la peatonal Córdoba, la principal arteria comercial del centro de Rosario, captaron a las dos amigas caminando y riendo a las 8:03 p. Se las ve mirando vidrieras,
tomándose selfies con el teléfono de Catalina. En una de las imágenes, Abril está tomando una foto de Catalina posando frente a una vidriera iluminada. Se ven relajadas, felices, absolutamente ajenas a cualquier peligro. A las 8:34 pm entraron a una pizzería sobre la calle San Lorenzo, a dos cuadras de la peatonal.
El dueño del local, un hombre llamado Ángel Ferreira, recordaría después que las dos chicas pidieron una pizza de mozarela grande y dos Coca-Colas. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana. Hablaban mucho, se reían. Parecían muy unidas, diría Ferreira a la policía. Comieron tranquilas, pagaron en efectivo, dejaron propina, nada fuera de lo común.
Las cámaras de seguridad de la pizzería muestran que salieron del local a las 9 min1 pm. La temperatura había bajado a 9 grados y la llovisna se había convertido en una lluvia ligera pero constante. En la última imagen clara que existe de Catalina Torres y Abril Ruiz, se las ve saliendo de la pizzería. Abril ajustándose la capucha de su campera, Catalina envolviendo la bufanda amarilla alrededor de su cuello.
Caminaron hacia el este por la calle San Lorenzo. Una testigo, una mujer llamada Silvia Ochoa, que esperaba el colectivo en una parada cercana, les vio pasar y notó que la chica con la bufanda amarilla decía algo y señalaba hacia el río. Parecían estar decidiendo si ir hacia algún lado o no. Una señalaba, la otra negaba con la cabeza, pero de manera amistosa, como cuando amigas debaten sobre algo sin importancia.
Después de eso, Catalina Torres y Abril Ruiz simplemente desaparecieron. No tomaron ningún colectivo, ningún taxi registrado. No usaron sus tarjetas de débito. No enviaron más mensajes. No hicieron más llamadas. Sus teléfonos se apagaron o se quedaron sin batería entre las 9:30 y las 10 pm de esa noche y nunca volvieron a encenderse.
A las 11:30 pm, Laura Torres llamó al celular de su hija por quinta vez. Todas las llamadas anteriores habían ido directamente al buzón de voz. Llamó a Mercedes Ruiz. “Abril, ¿está contigo?” Mercedes sintió un escalofrío recorrer su espalda. No pensé que estaban juntas. No llegó Catalina. A la medianoche, ambas familias estaban desesperadas.
Roberto Torres salió con su auto a recorrer el centro de Rosario, buscando a las chicas en cada esquina, en cada bar que todavía estuviera abierto. Claudio Ruiz hizo lo mismo. A las 2 de la mañana se presentaron en la comisaría más cercana para reportar la desaparición. El oficial de turno, un policía con 20 años de experiencia llamado Gustavo Ponce, tomó la denuncia, pero no pareció alarmarse demasiado.
Miren, entiendo que están preocupados, pero son dos chicas de 19 años. A esa edad a veces deciden extender la noche, van a la casa de alguna amiga, se olvidan de avisar. Mañana aparecen con alguna historia. Pasa todo el tiempo. Pero Laura Torres sabía en lo profundo de su ser que algo estaba terriblemente mal. Mi hija no es así.
Ella siempre avisa, siempre y sus teléfonos están apagados. Por favor, tienen que buscarlas ahora. El protocolo policial en casos de personas mayores de edad desaparecidas era esperar 24 horas antes de iniciar una búsqueda activa, a menos que hubiera evidencia de un crimen o circunstancias que indicaran peligro inmediato.
Técnicamente, Catalina y Abril eran adultas legales. No había signos de violencia, no había testigos de un secuestro, no había demanda de rescate. Desde la perspectiva del oficial Ponce, era demasiado pronto para activar una búsqueda mayor, pero las familias no esperaron. En cuanto salió el sol del 19 de junio de 2013, Roberto, Claudio y varios familiares y amigos comenzaron a recorrer el centro de Rosario.
Hablaron con comerciantes, con personas en situación de calle, con taxistas. Pegaron fotos de las chicas en postes de luz, en paradas de colectivo, en vidrieras de negocios. Llamaron a todos los amigos y conocidos de Catalina y Abril, preguntando si habían visto o hablado con ellas. Nadie sabía nada. Era como si la tierra se las hubiera tragado.
Cuando pasaron las primeras 72 horas, sin ninguna noticia de Catalina y Abril, la realidad comenzó a asentarse como una losa de cemento sobre las familias Torres y Ruiz. La policía de Rosario finalmente activó una búsqueda formal el 21 de junio de 2013 y el caso fue asignado al detective inspector Ramiro Guzmán, un investigador con 15 años de experiencia en la división de personas desaparecidas.
Guzmán era un hombre meticuloso de 42 años con el cabello gris y una mirada que había visto demasiadas tragedias. cuando se reunió con las familias en la comisaría, fue honesto de una manera que resultó brutal. En casos como estos, las primeras 48 horas son cruciales. Ya pasamos de ese punto. Eso no significa que no las vamos a encontrar, pero debo ser realista con ustedes sobre las posibilidades.
La investigación comenzó con lo básico. Se revisaron todas las cámaras de seguridad disponibles en la zona del centro donde fueron vistas por última vez. Se entrevistó a decenas de testigos potenciales. Se rastreó la actividad de sus cuentas bancarias, sus perfiles de redes sociales, sus correos electrónicos. Se interrogó a todos sus conocidos, incluidos exnovios, compañeros de trabajo y estudio, amigos casuales.
La cuenta de Facebook de Catalina había estado activa hasta las 9:22 pm del 18 de junio, cuando había publicado una foto que Abril le había tomado frente a una vidriera con la leyenda Mejor cumple con mi persona favorita. Después de eso, nada. Su cuenta de Twitter, que usaba ocasionalmente no mostraba actividad.
Abril no era muy activa en redes sociales, pero su última conexión a Facebook Messenger había sido a las 9:19 pm. El detective Guzmán trabajó con la compañía telefónica para rastrear la última ubicación de los teléfonos de las chicas. Ambos celulares habían estado activos en una zona de aproximadamente seis cuadras en el centro de Rosario hasta las 9:3 pm, cuando ambos se desconectaron de la red simultáneamente.
Eso sugiere que los apagaron intencionalmente o que algo les pasó a ambos teléfonos al mismo tiempo, explicó Guzman a las familias. Si se hubieran quedado sin batería, lo habrían hecho en momentos diferentes. Se investigaron todas las teorías posibles. Habían conocido a alguien en el centro y decidido ir a algún lugar.
Los amigos cercanos de ambas negaron rotundamente que estuvieran involucradas con drogas o actividades peligrosas. Catalina había tenido un novio hasta marzo de 2013, un chico llamado Franco Benítez, pero la relación había terminado en buenos términos. Franco tenía una coartada sólida para la noche del 18 de junio. Estaba trabajando en el turno nocturno de una estación de servicio en la zona sur de Rosario, algo confirmado por cámaras de seguridad y compañeros de trabajo.
Habían sido víctimas de trata de personas. Rosario, por su ubicación estratégica cerca del río Paraná y sus conexiones con otras provincias, era conocida como un punto de tránsito para redes de trata, pero los expertos consultados señalaron que las víctimas de trata generalmente eran captadas mediante engaño o coersión de manera más gradual.
El secuestro violento de dos chicas juntas en pleno centro de la ciudad era inusual para estas organizaciones. Habían huido voluntariamente. Esta era la teoría que más enfurecía a las familias, pero que la policía tenía que considerar. Sin embargo, ninguna de las dos había sacado dinero de sus cuentas antes de desaparecer. No habían mostrado signos de querer escapar de sus vidas. Catalina era feliz en su casa.
tenía planes concretos para su futuro. Abril estaba dedicada a sus estudios y adoraba a sus padres. Además, ¿por qué dos chicas que supuestamente planeaban huir saldrían sin equipaje, sin dinero adicional, sin dejar ningún rastro de preparación? ¿Habían sufrido un accident? Se dragó el río Paraná en las zonas cercanas al centro.
Se revisaron hospitales no solo de Rosario, sino de toda la provincia de Santa Fe y provincias vecinas. No había registros de dos jóvenes no identificadas que hubieran ingresado con trauma o amnesia. Mientras la policía investigaba, las familias se sumergieron en una pesadilla que no parecía tener fin. Laura Torres dejó de comer.
En dos semanas perdió 6 kg. Su cabello comenzó a llenarse de canas. dejó su trabajo como docente, incapaz de concentrarse en otra cosa que no fuera encontrar a su hija. Roberto continuó trabajando porque alguien tenía que mantener la casa, pero se volvió una sombra de sí mismo, un hombre que se movía por inercia con los ojos vacíos.
Valentina, la hermana menor de Catalina, desarrolló insomnio. A sus años enfrentaba una pérdida que no podía procesar. Pasaba horas cada noche mirando fotos de ella y su hermana, llorando en silencio para no preocupar más a sus padres. Comenzó a faltar a la escuela. Sus calificaciones cayeron. Una parte de ella se cerró esa noche de junio y no volvería a abrirse en mucho tiempo.
Mercedes Ruiz cayó en una depresión tan profunda que tuvo que ser medicada. Pasaba días enteros en la habitación de abril abrazando su almohada, oliendo su ropa. Claudio trató de ser fuerte por ambos, pero la culpa lo carcomía. Debía haberla acompañado esa noche. Debí insistir en que no saliera. Debí hacer algo diferente. Se repetía estas frases como un mantra detortura.
Las familias crearon un perfil en Facebook llamado Busquemos a Catalina y Abril, que rápidamente ganó miles de seguidores. Organizaron marchas en el centro de Rosario. Aparecieron en programas de televisión locales y nacionales. Roberto y Claudio gastaron sus ahorros en contratar a un investigador privado, un expolicía llamado Néstor Cabrera, quien revisó el caso desde otro ángulo, pero llegó a las mismas conclusiones frustrantes.
Las chicas habían desaparecido sin dejar rastro. Los primeros meses fueron los peores. Cada llamada telefónica, cada golpe a la puerta traía un segundo de esperanza salvaje, seguido de una decepción aplastante. Hubo falsas alarmas. Un cuerpo de mujer encontrado en un descampado que resultó ser de alguien más.
Un testimonio de una persona que juraba haber visto a Catalina en Buenos Aires, que resultó ser un caso de identidad equivocada. Una llamada anónima diciendo que las chicas estaban vivas en Paraguay, que resultó ser una broma cruel. La comunidad de Fisherton se movilizó. Vecinos que apenas conocían a las familias se unieron a las búsquedas, pegaron carteles, compartieron información en redes sociales.
Pero a medida que pasaban los meses sin resultados, el interés público comenzó a disminuir. Las noticias de desapariciones son como incendios. Arden intensamente al principio, capturan toda la atención, pero eventualmente se enfrían y son reemplazadas por otras tragedias, otros titulares. Para junio de 2014, un año después de la desaparición, el caso de Catalina y Abril ya no aparecía en los medios con regularidad.
La policía mantenía el caso abierto, pero sin nuevas pistas había poco que hacer. El detective Guzmán se reunía con las familias cada mes, siempre con la misma información. Seguimos buscando. No nos hemos dado por vencidos, pero no hay nada nuevo. Laura Torres nunca aceptó que su hija estuviera muerta, aunque muchos a su alrededor comenzaron a susurrarlo.
Se aferraba a una esperanza irracional, pero necesaria. Ella está viva en algún lugar. Lo siento en mi corazón de madre. Un día va a volver. Mercedes Ruiz. En cambio, comenzó un proceso doloroso de intentar aceptar que tal vez nunca sabría qué le pasó a Abril. Su terapeuta le había dicho que era una forma de duelo ambiguo, la agonía de amar a alguien que no está ni presente, ni claramente ausente, ni vivo, ni definitivamente muerto.
Los años pasaron con una lentitud cruel. Matías Torres terminó la escuela secundaria y comenzó a trabajar en la misma fábrica que su padre, Valentina. marcada permanentemente por la desaparición de su hermana, se volvió una adolescente seria y reservada, con problemas de confianza que la llevarían a terapia durante años.
Las familias Torres y Ruiz permanecieron unidas por el dolor compartido. Pasaban los cumpleaños de las chicas juntos en silencio con una torta que nadie comía y lágrimas que ya no sorprendían a nadie. En 2016, Roberto Torres tuvo un infarto leve. Los doctores dijeron que el estrés crónico había dañado su corazón. En 2018, Claudio y Mercedes Ruiz se separaron.
El dolor había erosionado su matrimonio hasta que no quedó nada más que decir. Mercedes se mudó a Buenos Aires para estar cerca de su hermana. Claudio permaneció en Rosario, en la misma casa donde Abril había crecido, incapaz de abandonar el lugar donde su hija podría buscarlo si alguna vez regresaba. Para 2020, habían pasado 7 años.
El mundo había seguido girando. Las personas que no eran las familias habían seguido con sus vidas. Pero para Laura Torres, para Valentina, para Mercedes y Claudio, el tiempo se había detenido el 18 de junio de 2013. Y entonces llegó la pandemia de COVID-19. Argentina entró en cuarentena estricta en marzo de 2020.
Las calles se vaciaron. La búsqueda activa, que ya era mínima, se detuvo por completo. El detective Guzmán se jubiló ese año y el caso fue reasignado a un detective más joven, que no tenía la misma conexión emocional ni el mismo conocimiento profundo de cada detalle. Parecía que Catalina Torres y Abril Ruiz se convertirían en dos nombres más, en la larga lista de personas desaparecidas en Argentina sin resolver.
Dos vidas que se habían evaporado sin explicación, dejando solo fotografías amarillentas y corazones rotos. Pero el destino tenía preparado un giro que nadie, absolutamente nadie, podría haber anticipado. Valentina Torres había cumplido 25 años en febrero de 2024. 11 años habían pasado desde que su hermana desapareció.
11 años que habían convertido a una niña alegre de 14 años en una mujer adulta marcada por la pérdida. Valentina había estudiado psicología en la universidad, una elección que su terapeuta había dicho que era común en personas que habían experimentado trauma, el deseo de entender, de darle sentido al sufrimiento.
Trabajaba medio tiempo en un centro comunitario en Rosario y vivía sola en un departamento pequeño en elbarrio de Pichincha. visitaba a sus padres cada domingo. Roberto había envejecido décadas en 11 años. A sus parecía de 70. Laura había encontrado una especie de paz frágil en su fe religiosa, pero la tristeza nunca se había ido de sus ojos.
Como la mayoría de personas de su generación, Valentina pasaba tiempo considerable en redes sociales, usaba Instagram, Twitter y particularmente TikTok. Le gustaba ver videos de recetas, de viajes, de moda. Era una forma de escape, una manera de apagar la mente después de días difíciles en el trabajo. La noche del 12 de marzo de 2024, era una de esas noches.
Valentina estaba acostada en su cama escrolleando por TikTok sin prestar demasiada atención, dejando que los videos pasaran uno tras otro en un flujo interminable de contenido. un video de maquillaje, otro de un perro haciendo trucos, otro de alguien cocinando pasta y entonces apareció un video que hizo que su corazón se detuviera.
Era una influencer de moda que mostraba un outfit of the day. La mujer estaba en lo que parecía ser un apartamento elegante y moderno, con ventanas grandes que dejaban ver una ciudad europea. Vestía una falda midi de cuero, un suéter de cuello alto color crema, botas altas. Su cabello castaño estaba recogido en un moño desprolijo pero elegante.
Hablaba en español pero con acento español de España, el sonido distintivo de la Z y la C, que se pronunciaban como th en inglés. Hola, chicas, buenos días. Hoy les muestro este look que me tiene enamorada. Esta falda la compré en una boutique aquí en el Gothic y puedo decir que es una de mis mejores inversiones de este invierno.
Valentina no escuchaba las palabras. Su mente había entrado en un estado de shock que hacía que todo lo demás desapareciera, porque la mujer en el video, la influencer de moda que hablaba con acento español y vivía claramente en Barcelona, tenía el rostro de su hermana. Era un rostro que Valentina había memorizado en miles de fotografías, que había visto en sus sueños durante 11 años, que había envejecido en su imaginación tratando de anticipar cómo se vería Catalina a los 30.
Los mismos ojos verdes, la misma estructura facial, la misma pequeña cicatriz casi invisible cerca de la ceja izquierda que Catalina se había hecho cuando tenía 7 años al caerse de una bicicleta. Con manos temblorosas, Valentina pausó el video, lo reprodujo de nuevo y otra vez y otra vez. No era un parecido vago, no era una de esas similitudes casuales donde dos personas comparten algunas características.
Era su hermana o alguien que era idéntica a su hermana de una manera que desafiaba cualquier explicación racional. Fue al perfil de la cuenta. El nombre de usuario era y Laura in Barcelona. La biografía decía: “Laura 28, Barcelona, moda en estilo de vida, amante del vino y los atardeceres, collab, email. La cuenta tenía 2.
3 millones de seguidores. Había cientos de videos subidos, algunos con millones de vistas. Valentina comenzó a revisar los videos con una intensidad febril. En cada uno la mujer mostraba outfits, hablaba sobre moda, compartía momentos de su vida en Barcelona. En algunos videos se la veía en cafés, en otros caminando por las ramblas, en otros en lo que parecía ser su apartamento, siempre sola, o ocasionalmente con otras influencers que parecían ser amigas o colaboradoras.
Nunca mencionaba Argentina, nunca mencionaba nada sobre su pasado. En un video subido dos semanas antes, la mujer celebraba haber llegado a los 2 millones de seguidores. Gracias, gracias, gracias. Cuando empecé este canal hace 4 años, nunca imaginé que llegaríamos hasta aquí. Ustedes han sido mi familia, mi apoyo, mi inspiración. Los quiero muchísimo.
4 años. Eso significaba que había comenzado la cuenta en 2020, donde había estado entre 2013 y 2020, ¿cómo había llegado a Barcelona? ¿Por qué se hacía llamar Laura? Valentina sintió náuseas, se levantó de la cama y comenzó a caminar en círculos por su pequeño departamento tratando de procesar lo que acababa de ver.
Parte de ella pensaba que se estaba volviendo loca, que el trauma de años había finalmente quebrado algo en su mente. Pero otra parte, una parte que no podía ignorar, sabía que lo que había visto era real. A las 11 de la noche llamó a su madre. Laura Torres contestó con voz adormilada. Vale. ¿Qué pasa, mi amor? Mamá, necesito que vengas a mi departamento ahora, por favor.
Es sobre cata. Hubo un silencio del otro lado de la línea que duró exactamente 3 segundos, pero que se sintió como una eternidad. Entonces Laura dijo con una voz que intentaba sonar calmada, pero que temblaba. Vamos para allá. 40 minutos después, Laura y Roberto Torres estaban sentados en el pequeño living de Valentina, mirando el teléfono de su hija.
Valentina reproducía video tras video de Laura in Barcelona. Roberto tenía las manos apretadas en puños, los nudillos blancos. Laura lloraba en silencio, con las lágrimas corriendo porsus mejillas, sin que hiciera ningún esfuerzo por secarlas. “Esla”, susurró Laura después del quinto video. “Dios mío, es mi hija, es mi Catalina.” Roberto no podía hablar, solo miraba la pantalla con una mezcla de incredulidad, alivio y una rabia que estaba comenzando a construirse en su pecho.
Su hija había estado viva todo este tiempo. Había estado en Barcelona siendo una influencer de moda mientras ellos se destrozaban de dolor durante 11 años. Valentina había pensado lo mismo y había llegado a una conclusión aterradora. Papá, mamá, piensen. Kata nunca nos haría esto voluntariamente. Nunca nos dejaría sufrir así durante 11 años.
Algo pasó. Algo le pasó que la hizo, no sé, olvidarnos. O tal vez fue obligada. O tiene amnesia. O tal vez, dijo Roberto con voz dura. Decidió que no quería esta vida y se fue. Tal vez nos abandonó. Laura negó con la cabeza violentamente. No, eso no. Conozco a mi hija. Algo más está pasando aquí.
Llamaron a la policía a primera hora de la mañana del 13 de marzo. El caso fue asignado a la detective Carla Montes, una mujer de 35 años que se especializaba en personas desaparecidas y que conocía el caso de Catalina y Abril de los archivos. Cuando Montes vio los videos, su reacción fue inmediata. Esto es ella. Sin duda.
Voy a contactar con la Interpol y con las autoridades españolas. Si esta mujer está en Barcelona, la vamos a encontrar. Pero había un problema legalmente. Catalina Torres era una adulta. Si estaba viva y había decidido vivir bajo una identidad diferente en otro país, no estaba cometiendo ningún crimen. No había orden de arresto en su contra, no podían simplemente arrestarla y traerla de vuelta.
Lo que necesitamos, explicó la detective Montes, es determinar si ella está allí voluntariamente o si hay elementos de coersión, tráfico de personas o algún crimen involucrado. También necesitamos saber qué le pasó a Abril Ruiz, porque si Catalina está viva, ¿dónde está su amiga? La detective contactó con la policía española, específicamente con los mozos de escuadra, la policía de Cataluña.
Les envió la información del caso, los videos de TikTok, las fotografías de Catalina de 2013. Mientras tanto, la noticia comenzó a filtrarse. Un periodista que seguía casos de personas desaparecidas en Argentina captó la historia y la publicó en un medio digital local. Joven desaparecida en 2013, podría haber sido encontrada viviendo como influencer en Barcelona.
El artículo se volvió viral en cuestión de horas. La cuenta de Laura in Barcelona no mostraba ninguna actividad en los días siguientes. No subió nuevos videos, no respondió a los comentarios que empezaron a inundar sus publicaciones, preguntando si era Catalina Torres de Argentina. El perfil simplemente quedó congelado.
Laura Torres no podía comer ni dormir. Su hija estaba viva. Después de 11 años creyendo que podría estar muerta, su hija estaba viva, pero ¿por qué no había tratado de contactarlos? ¿Qué tipo de vida había llevado durante estos 11 años? Y había otra pregunta que nadie quería hacer en voz alta, pero que todos pensaban.
Si Catalina había logrado llegar a Barcelona y construir una nueva vida, ¿dónde estaba abril? La respuesta de las autoridades españolas llegó el 18 de marzo de 2024, 6 días después de que Valentina descubriera el perfil de TikTok. Un inspector de los mozos de escuadra llamado Pérez Soler contactó con la detective Montes por videollamada. Su expresión era seria.
Localizamos a la mujer del perfil Laura in Barcelona. Se llama Laura Vidal Martínez, según su documentación española. Tiene DNI español emitido en 2019, pasaporte español. Está registrada fiscalmente, paga impuestos legalmente para todos los efectos. Es ciudadana española. ¿Hablaron con ella? Preguntó Montes. Lo intentamos.
Fuimos a su domicilio en el barrio del Born de Barcelona. Es un apartamento de dos ambientes bastante lujoso, alquiler de aproximadamente 100 € mensuales. Tocamos el timbre repetidas veces, no hubo respuesta. Hablamos con vecinos, dicen que la conocen como Laura, que vive sola, que es tranquila, educada. Una vecina nos dijo que hace unos días vio que Laura salía con una maleta grande como si se fuera de viaje.
La detective Montes sintió un escalofrío. ¿Creen que huyó? Es una posibilidad. Pero aquí viene la parte interesante. Soler hizo una pausa. Investigamos cómo obtuvo su documentación española. Según los registros, Laura Vidal Martínez nació en Barcelona el 12 de abril de 1995. Sus padres eran Antonio Vidal y Rosa Martínez, ambos fallecidos en un accidente de tráfico en 2001.
Fue criada por su abuela, Monserrat Vidal, quien falleció en 2018. No tiene otros familiares vivos. Una historia perfecta, murmuró Montes. Nadie a quien verificar con Exactamente. Y aquí está el problema. Pedimos los registros de nacimiento originales. La verdadera Laura Vidal Martínez murió en 2001 a los6 años de edad en el mismo accidente que mató a sus padres.
La niña murió en el hospital dos días después del accidente. Fue enterrada en el cementerio de Monik. Entonces alguien robó la identidad de una niña muerta. Dijo Montes. ¿Cómo es posible que los sistemas no detectaran esto cuando emitieron el DNI en 2019? Ahí viene la parte complicada. En 2018 hubo un incendio en el archivo provincial donde se guardaban registros antiguos en papel.
Se perdieron miles de documentos. La documentación de Laura Vidal estaba en ese archivo cuando alguien presentó una solicitud de duplicado de documentos en 2019, alegando que los originales se habían perdido en el incendio y tenía algunos documentos secundarios que parecían legítimos, el sistema los procesó sin poder verificar contra los originales que se habían quemado.
“Alguien planeó esto muy cuidadosamente”, dijo Montes. ¿Quién tiene el conocimiento y los recursos para ejecutar algo así? Esa es la pregunta que nosotros también nos hacemos. Lo que sí les puedo decir es que quien sea que esté detrás de esto conoce bien cómo funcionan los sistemas burocráticos españoles y aprovechó una ventana de oportunidad específica.
El incendio del archivo fue en febrero de 2018. La solicitud de documentos de Laura Vidal fue en agosto de 2019, 18 meses después. El tiempo suficiente para que el caos del incendio se calmara, pero no tanto como para que implementaran nuevos protocolos de verificación más estrictos.
La detective Montes compartió esta información con la familia Torres. La reacción fue compleja. Por un lado, quedaba confirmado que la mujer en los vídeos era efectivamente catalina viviendo bajo una identidad falsa. Por otro lado, surgían preguntas terribles. ¿Quién le había conseguido esa identidad? ¿Por qué había permanecido en silencio durante 11 años? ¿Estaba siendo amenazada? ¿Estaba involucrada en algo criminal? Necesito ir a Barcelona, dijo Laura Torres con determinación.
Necesito encontrar a mi hija y hablar con ella cara a cara. La detective Montes trató de ser delicada. Señora Torres, entiendo su impulso, pero si Catalina huyó cuando supo que la habían identificado, es posible que no quiera ser encontrada. Ilegalmente tenemos opciones muy limitadas. Ella es una adulta.
Si está viviendo bajo una identidad falsa, eso es un delito. Pero es un delito que se tiene que procesar en España. Nosotros no podemos obligarla a volver a Argentina. No me importa, dijo Laura. No me importa si está cometiendo un delito. No me importa si no quiere verme. Es mi hija. He esperado 11 años. Voy a ir a Barcelona.
Roberto decidió acompañarla. Compraron boletos de avión para el 25 de marzo. Mientras tanto, la historia había explotado en los medios argentinos y estaba comenzando a circular internacionalmente. Influencer en Barcelona resulta ser joven argentina desaparecida hace 11 años. Era el titular en docenas de sitios de noticias.
Los comentarios en las redes sociales eran una mezcla de empatía, especulación y juicio. Algunos decían que Catalina debía ser víctima de alguna red criminal. Otros sugerían que había huído de algún tipo de abuso en su familia. Otros acusaban directamente, “Esta chica abandonó a su familia y ahora quiere seguir huyendo.
” Mercedes Ruiz, la madre de Abril, había estado siguiendo todos estos desarrollos desde Buenos Aires. Cuando se enteró de que Catalina estaba viva y en Barcelona, sintió una mezcla de emociones que era casi imposible de describir. de que al menos una de las chicas estaba viva. Pero terror absoluto sobre qué significaba esto para abril.
Llamó a la detective Montes. Si Catalina está viva, necesito saber qué le pasó a mi hija. Por favor, necesito saber. Señora Ruiz, eso es exactamente lo que estamos tratando de averiguar. En cuanto localicemos a Catalina y podamos hablar con ella, esa será nuestra primera pregunta. Pero localizar a Catalina no fue fácil.
La policía española puso su apartamento bajo vigilancia, pero pasaron días sin que ella apareciera. Sus cuentas de redes sociales permanecían inactivas. No usaba sus tarjetas de crédito. Era como si hubiera desaparecido de nuevo, solo que esta vez a propósito. El inspector Soler y su equipo revisaron minuciosamente la vida de Laura Vidal en Barcelona.
Entrevistaron a sus vecinos, quienes la describían como una mujer agradable, pero reservada. “Nunca hablaba mucho de su vida personal”, dijo una vecina. “Sabíamos que era influencer, pero no sabíamos nada más sobre ella. Nunca la vi con familia, con pareja. A veces venían otras chicas que parecían ser colegas para grabaciones, pero nada más.
” Revisaron sus registros bancarios. Laura Vidal tenía ingresos considerables de publicidad en redes sociales, colaboraciones con marcas y afiliaciones. Ganaba aproximadamente 4000 € mensuales. Pagaba su alquiler religiosamente. Tenía facturas de servicios a su nombre. compraba en supermercados locales.
Paratodos los efectos, era una ciudadana española común con un trabajo exitoso en redes sociales, pero había algo extraño en sus registros. Antes de agosto de 2019, cuando obtuvo su documentación española, no había ningún registro de ella, ninguna cuenta bancaria anterior, ningún historial laboral, ninguna presencia digital más allá de sus redes sociales que habían comenzado en 2020.
Era como si Laura Vidal hubiera sido creada de la nada en 2019, hubiera estado en un limbo por unos meses y luego hubiera comenzado su vida de influencer en 2020. “Hay un año que falta”, le dijo Solera Montes en otra videollamada. entre junio de 2013 cuando desapareció en Argentina y agosto de 2019 cuando obtuvo documentos españoles, 6 años completos de los que no sabemos nada.
Y luego desde agosto de 2019 hasta marzo de 2020 cuando comenzó su actividad en redes sociales, otros 8 meses, donde estuvo durante todo ese tiempo. Mientras tanto, Laura y Roberto Torres habían llegado a Barcelona. La ciudad les pareció hermosa, pero ajena. Un lugar donde no conocían a nadie y donde cada esquina podría esconder a su hija.
Se reunieron con el inspector Soler, quien les explicó la situación. Hemos puesto una alerta en aeropuertos y estaciones de tren. Si intenta salir de España usando su documentación como Laura Vidal, la vamos a detectar. Pero si tiene otra identidad o si está usando documentación de otra persona, podría haber salido.
Ya no entiendo, dijo Roberto con frustración. ¿Cómo es posible que una chica de 19 años que desapareció en Argentina termine en España con documentos falsos? ¿Quién la ayudó? ¿Cómo llegó aquí? ¿Por qué España específicamente? Estas eran las mismas preguntas que los investigadores se hacían y había otra pregunta crucial.
Si Catalina había estado planeando esto de alguna manera, ¿por qué esperar hasta 2013 para hacerlo? ¿Y por qué llevar a abril con ellas solo para luego? Nadie quería terminar esa frase en voz alta, pero el pensamiento estaba en la mente de todos. ¿Le había pasado algo a abril para que Catalina pudiera escapar? El 29 de marzo hubo un avance.
Una empleada de un pequeño hóstel en el barrio de Gracia contactó con la policía. Había visto las noticias y reconoció a la mujer de las fotos. Una mujer con ese aspecto se registró aquí hace 5co días usando un pasaporte argentino a nombre de Abril Ruiz. Cuando la detective Montes escuchó que alguien se había registrado con el pasaporte de Abril Ruiz, sintió que cada pieza del rompecabezas comenzaba a moverse de una manera que aún no podía comprender completamente.
El inspector Soler y su equipo se movieron rápidamente hacia el hostel en Gracia, un establecimiento pequeño y económico muy diferente del apartamento lujoso en el Born. Laura y Roberto Torres insistieron en acompañar a la policía, aunque Soler les advirtió que sería mejor esperar. No sabemos qué situación vamos a encontrar.
Podría ser peligroso, podría ser emocionalmente difícil, pero Laura no iba a esperar ni un minuto más. He esperado 11 años. Voy a ver a mi hija ahora. El hostel era un edificio de tres plantas con fachada de piedra desgastada, típico del barrio de Gracia. La dueña, una mujer catalana de unos 60 años llamada Nuria, los esperaba en la recepción con manos nerviosas.
Está en la habitación 207. No ha salido desde que llegó. Pidió que le subieran comida un par de veces. Pagó en efectivo por una semana. Subieron las escaleras en silencio. El corazón de Laura latía tan fuerte que pensó que podría desmayarse. Roberto la sostenía del brazo, él mismo luchando por mantener la compostura.
El inspector Soler tocó la puerta de la habitación 207. Señorita Ruiz, soy el inspector Soler de los Mozos de Escuadra. Necesitamos hablar con usted. Silencio. Soler tocó de nuevo. Más fuerte. Esta vez sabemos que está ahí. Tenemos una orden para entrar si es necesario. Por favor, abra la puerta. Solo queremos hablar.
Hubo un sonido de movimiento dentro de la habitación, pasos lentos y luego la voz de una mujer amortiguada por la puerta. Están mis padres ahí. Laura comenzó a llorar. Era la voz de Catalina, más madura, con un acento que ya no era completamente argentino, pero era su voz. Cata, soy mamá. Por favor, abrí la puerta. Por favor, un largo silencio.
Entonces, el sonido de la cerradura girando. La puerta se abrió lentamente. La mujer que estaba parada en el umbral era y no era Catalina Torres. Tenía el mismo rostro, pero había una dureza en sus ojos que no había estado allí 11 años atrás. Su cabello estaba recogido en una cola de caballo desprolija. Vestía jeans y una sudadera gris simple.
No llevaba maquillaje. Se veía cansada, demacrada, años más vieja que los 30 que debería tener. Laura dio un paso hacia adelante y abrazó a su hija. Catalina no correspondió el abrazo de inmediato. Se quedó rígida con los brazos a los costados, como si hubiera olvidado cómorecibir afecto.
Pero luego algo en ella se rompió y sus brazos se levantaron lentamente aferrándose a su madre y comenzó a llorar con un sonido gutural que venía de un lugar profundo de dolor acumulado. Roberto se unió al abrazo y los tres se quedaron allí en la puerta de una habitación de hostel en Barcelona llorando por 11 años perdidos. El inspector Soler les dio un momento.
Luego, con delicadeza pero firmeza, dijo, “Necesitamos hablar todos ahora.” Se sentaron en la pequeña habitación, Catalina en la cama, Laura y Roberto en las dos únicas sillas, el inspector Soler y un colega de pie de la puerta. A través de una videollamada en una tablet, la detective Montes observaba desde Argentina.
Soler comenzó, “Señorita Torres, entiendo que esto es difícil, pero necesitamos que nos cuente qué pasó todo. Desde el 18 de junio de 2013 hasta ahora.” Catalina miró a sus padres, luego al inspector, luego al piso. Cuando habló, su voz era apenas un susurro. No sé ni por dónde empezar. Han sido 11 años.
11 años de una vida que no era mía. Empecemos por esa noche”, dijo Soler. “¿Qué pasó después de que salieron de la pizzería?” Catalina cerró los ojos. Estábamos caminando, decidiendo si ir a casa o caminar un poco más a pesar del frío. Abril quería sacar fotos del río de noche. Tenía esta obsesión con fotografiar agua. Yo estaba cansada, pero era mi cumpleaños y ella estaba siendo tan linda conmigo que dije que sí.
Caminamos hacia la zona de la costanera. Hacía frío, había poca gente. Llegamos a un sector cerca de la bajada al río, donde hay ese parque con bancos. Abril estaba ajustando su cámara cuando un auto se detuvo cerca de nosotras. Era un auto común, oscuro, no recuerdo exactamente qué marca. La voz de Catalina comenzó a quebrarse.
Bajaron dos hombres. Uno tenía una pistola. Todo pasó tan rápido. Nos dijeron que nos subiéramos al auto o nos mataban allí mismo. Estábamos aterrorizadas. Abril trataba de entender qué estaba pasando. Yo solo pensaba en que no quería morir. Nos subieron al auto, nos vendaron los ojos, nos pusieron algo en las manos para que no pudiéramos quitarnos las vendas.
Laura sollozaba silenciosamente. Roberto tenía la mandíbula apretada, la rabia y el dolor peleando en su rostro. condujeron por mucho tiempo, horas, no podíamos ver nada. Abril me apretaba la mano. Los hombres no hablaban mucho entre ellos y cuando lo hacían era en voz baja. En algún momento me di cuenta de que ya no estábamos en la ciudad por los sonidos o la falta de sonidos.
Llegamos a un lugar, nos hicieron bajar, era un edificio, una casa, no sé. Nos quitaron las vendas cuando estábamos adentro. Era una habitación sin ventanas, con dos colchones en el piso, un baño pequeño. Había una cámara de seguridad en una esquina del techo. El inspector Soler interrumpió. ¿Puedes describir a los hombres? Uno era alto, tal vez 1,85 m, corpulento, con el cabello muy corto, casi rapado.
Tenía un tatuaje en el antebrazo izquierdo, pero nunca pude ver qué era exactamente. El otro era más bajo, más delgado, con el cabello negro más largo. Hablaban español argentino, pero no eran de Rosario. Tenían un acento del norte, tal vez de Salta o Jujuy, no estoy segura. ¿Qué querían de ustedes? Catalina miró al inspector con una expresión que era mitad dolor, mitad ira.
Eso es lo que nos preguntábamos constantemente. No nos tocaron, no sexualmente, no pidieron rescate que nosotras supiéramos. Solo nos mantenían allí. Nos daban comida una vez al día, agua, nada más. Cada vez que les preguntábamos qué querían, solo decían, “Cállense, ya van a saber.” Estuvimos allí por no sé exactamente cuánto tiempo.
No teníamos forma de saber si era día o noche. Tal vez fueron dos semanas, tal vez tres. Abril y yo hablábamos en susurros. Tratábamos de consolarnos. Ella decía que nuestras familias nos estaban buscando, que la policía nos encontraría. Yo quería creerle. Catalina se detuvo respirando profundamente. La parte más difícil venía ahora.
Un día solo uno de los hombres vino el alto, abrió la puerta y dijo, “Tú, la de los ojos verdes, vas a venir conmigo. Tu amiga se queda.” Abril me agarró de la mano, dijo que no me dejaba ir sola. El hombre sacó la pistola, la apuntó a Abril y dijo, “O vienes ahora o la mato frente a ti.
¿Qué iba a hacer?” Fui con él. Me llevó a otra habitación. Había una mujer allí, una mujer de unos 40 y tantos años bien vestida, con el cabello rubio. Hablaba español con un acento extranjero europeo. Me dijo que se llamaba Elena, aunque después me di cuenta de que probablemente no era su nombre real. Elena me explicó la situación de una manera muy fría, muy calculada.
Dijo que yo había sido seleccionada para un programa porque cumplía ciertos criterios físicos y de edad. dijo que iba a ser llevada a Europa, que se me daría una nueva identidad, que viviría en España. Dijoque si cooperaba todo sería más fácil, que tendría una buena vida. Le pregunté por Abril. Elena dijo que Abril no había sido seleccionada.
Le pregunté qué significaba eso. Elena no respondió directamente, pero la forma en que evadió la pregunta. Supe que algo terrible iba a pasar. Le supliqué que dejara ir a abril. que si me llevaban a mí, al menos liberaran a mi amiga. Elena dijo que eso no dependía de ella. Roberto no pudo contenerse más. ¿Quién era esta gente? Era trata de personas.
Catalina negó con la cabeza. No de la forma tradicional. No era para prostitución ni trabajo forzado, era algo diferente, más específico. Elena mencionó algo sobre clientes europeos que pagaban por mujeres jóvenes latinoamericanas con ciertas características para ser integradas en la sociedad española con identidades nuevas.
No entendí completamente el propósito hasta mucho después. Me drogaron para el viaje. Me desperté en un barco, creo, por el movimiento. Estuve consciente y no consciente durante días. Cuando finalmente me desperté completamente, estaba en un apartamento en algún lugar de España. Elena estaba allí. Me dijo las reglas. Nunca contactar con mi familia o amigos de Argentina, nunca hablar de mi pasado, aceptar mi nueva identidad como Laura Vidal.
Si rompía las reglas, dijo que mi familia en Argentina sufriría consecuencias. ¿Te amenazaron directamente?, preguntó Soler. Sí, Elena tenía fotos de mis padres, de mis hermanos, de mi casa. Sabía dónde trabajaba mi padre, dónde estudiaba Valentina. Dijo que si yo intentaba contactar con alguien o contar mi historia, alguien los visitaría.
No especificó qué harían, pero la implicación era clara. Durante el primer año estuve básicamente cautiva. Vivía en un apartamento en Madrid donde Elena me visitaba regularmente. Me enseñaba a hablar español de España, me obligaba a estudiar la cultura española, me entrenaba para ser Laura Vidal. Era un lavado de cerebro sistemático.
Me mostraba noticias de Argentina, de Rosario, de mi familia buscándome. Decía que si yo rompía el silencio, ellos serían los que pagarían el precio. En 2018 me mudaron a Barcelona. Elena dijo que había demostrado ser confiable. Me consiguieron los documentos usando la identidad de la niña que había muerto en 2001.
Me dieron dinero inicial y me dijeron que tenía que construir una vida pública, una presencia en redes sociales, que cuanto más visible fuera mi nueva vida, más protegidos estarían mis seres queridos en Argentina, porque cualquier revelación de la verdad arruinaría la operación y provocaría represalias. Así que hice lo que me dijeron.
Creé la cuenta de TikTok en 2020. Me volví Laura, la influencer de moda. Cada video que subía, cada sonrisa falsa frente a la cámara era una forma de mantener a mi familia a salvo. Vivía constantemente con miedo, pero también con una extraña resignación. Había perdido mi vida anterior. Esta era mi realidad. Ahora, el inspector Soler procesaba toda esta información.
Esta Elena todavía está en contacto contigo, menos frecuentemente con el tiempo. Al principio era cada semana, luego cada mes, en el último año solo tres o cuatro veces. La última vez que la vi fue en diciembre de 2023. Dijo que el contrato estaba casi cumplido, sea lo que sea que eso signifique, que pronto sería realmente libre.
Pero entonces, Valentina me encontró en TikTok. Catalina miró a sus padres. Cuando empezaron a llegar los comentarios preguntando si yo era Catalina Torres, entré en pánico. Sabía que Elena lo descubriría. Me contactó ese mismo día furiosa. Dijo que había arruinado años de trabajo, que había consecuencias.
Esa noche desarmé mi vida de Laura en Barcelona, empaqué lo esencial, saqué todo el efectivo que pude y me escondí. ¿Por qué usaste el pasaporte de abril para registrarte aquí? preguntó la detective Montes a través de la videollamada. Catalina levantó la vista hacia la cámara de la tablet con lágrimas corriendo por sus mejillas, porque es lo único que tengo de ella, lo único que me queda de mi mejor amiga.
El silencio en la habitación era pesado como el plomo. Finalmente, Mercedes Ruiz, quien se había unido a la videollamada al escuchar que estaban hablando con Catalina, preguntó con voz quebrada, “¿Dónde está mi hija? Por favor, Catalina. Necesito saber qué le pasó a Abril. Catalina enterró su rostro en sus manos. Cuando habló, las palabras salieron rotas entre soyozos. No lo sé.
Esa es la verdad. Juro por Dios que no lo sé. Cuando me llevaron de esa habitación, Abril estaba viva. Estaba asustada, pero estaba viva. Nunca la volví a ver. Le pregunté a Elena docenas de veces qué le había pasado. Nunca me dio una respuesta clara. dijo que Abril no era parte del programa y que era mejor que no hiciera más preguntas.
El pasaporte de abril estaba en el apartamento donde me tuvieron en Madrid durante el primeraño. Estaba en un cajón con mis cosas de Argentina, mi teléfono viejo, mi billetera, algunas fotos, nada de abril, solo su pasaporte. Creo que me lo dejaron a propósito, como una forma de recordarme lo que había perdido o tal vez como una amenaza velada.
Mercedes lloraba inconsolablemente. Claudio, quien también se había unido a la videollamada, preguntó, “¿Crees que está muerta?” Catalina levantó la vista. Su voz era apenas audible. No quiero creerlo, pero en lo profundo de mi corazón temo que sí, porque si la hubieran liberado, ella habría vuelto con su familia.
Abril nunca habría elegido desaparecer. Ella los amaba demasiado. Los días que siguieron fueron un torbellino de declaraciones oficiales, investigaciones intensificadas y cobertura mediática internacional. La historia de Catalina Torres captó la atención del mundo. Una joven secuestrada en Argentina, traficada a Europa, obligada a vivir bajo una identidad falsa durante 11 años mientras su familia la lloraba.
La policía española, en coordinación con la Interpol y autoridades argentinas lanzó una operación conjunta para desmantelar la red que había orquestado todo esto. Basándose en las descripciones de Catalina, los investigadores comenzaron a buscar a Elena y a los dos hombres que las habían secuestrado en Rosario.
El inspector Soler explicó a la familia Torres lo que sus investigadores habían descubierto sobre este tipo de operaciones. Lo que sufrió Catalina parece ser parte de una red de tráfico muy específica y sofisticada. No es trata tradicional para explotación sexual o laboral. Es algo mucho más elaborado.
Mujeres jóvenes de Latinoamérica son traídas a Europa, se les dan identidades robadas de personas fallecidas y son integradas en la sociedad europea. ¿Con qué propósito? preguntó Roberto. Lavado de activos humanos, podríamos llamarlo. Estas mujeres eventualmente son casadas con hombres europeos, generalmente ciudadanos de países con economías fuertes, que pagan enormes sumas de dinero por esposas jóvenes con documentación aparentemente legítima.
Es una forma de eludir las estrictas leyes migratorias europeas mientras se mantiene una apariencia de legalidad total. La mujer obtiene ciudadanía europea real a través del matrimonio y el hombre obtiene una pareja joven que está esencialmente atrapada en la situación debido a las amenazas contra su familia.
La operación era más grande de lo que habían imaginado inicialmente. En las semanas siguientes, las autoridades identificaron al menos a otras 17 mujeres latinoamericanas viviendo en España, Italia y Francia bajo identidades robadas de personas fallecidas. Todas habían sido secuestradas entre 2010 y 2015. Todas habían sido amenazadas de la misma manera que Catalina.
La mujer conocida como Elena resultó ser una ciudadana búlgara llamada Jordánka Dimitro, de 49 años, quien había operado esta red durante más de una década. Fue arrestada en un apartamento de lujo en Marbella en abril de 2024. Durante su interrogatorio se negó a dar información sobre qué había pasado con las mujeres que no fueron seleccionadas para el programa.
Los dos hombres que habían secuestrado a Catalina y Abril fueron identificados a través del reconocimiento facial y bases de datos criminales. Ambos eran argentinos con antecedentes penales por diversos delitos. Uno fue arrestado en Tucumán en mayo de 2024. El otro había muerto en 2019 en un incidente de violencia relacionada con drogas en Salta.
El hombre arrestado, confrontado con evidencia abrumadora y la posibilidad de cadena perpetua, finalmente habló sobre Abril Ruiz. Su testimonio fue devastador. Abril no había sido seleccionada porque no cumplía los criterios físicos específicos que los clientes europeos habían solicitado. Después de que Catalina fue separada de ella, Abril fue mantenida en el mismo lugar por dos días más.
Luego fue trasladada a otro sitio. El hombre afirmó no saber qué había pasado con ella después de eso, que él solo había sido responsable del secuestro y traslado inicial, no de las operaciones posteriores. Pero en junio de 2024 hubo un hallazgo que puso fin a años de incertidumbre dolorosa para la familia Ruiz.
Durante excavaciones en una zona rural cerca de Rosario, a unos 80 km de la ciudad. Relacionadas con otra investigación criminal, se encontraron restos humanos. El análisis de ADN confirmó que pertenecían a Abril Ruiz. La datación forense sugirió que había muerto aproximadamente en julio de 2013, menos de un mes después de su desaparición. Abril había sido asesinada porque no había sido considerada útil para la operación de tráfico.
Era un testigo innecesario que había sido eliminado. Mercedes Ruiz finalmente tuvo un lugar donde llorar a su hija. El funeral se realizó en Rosario en julio de 2024, 11 años después de que abril desapareciera, Catalina asistió devastada por la culpa. Aunque racionalmente sabía que no eraresponsable de la muerte de su mejor amiga, emocionalmente cargaba con el peso de haber sobrevivido cuando Abril no.
“Debería haber sido yo”, le susurró a Mercedes durante el funeral. “Debería haber luchado más. Debería haber encontrado una forma de salvarla.” Mercedes, con los ojos rojos de tanto llorar, tomó las manos de Catalina. “No digas eso, tú eras una víctima también.” Abril no querría que cargaras con esta culpa. Ella te amaba. Si hubiera podido elegir entre que una de ustedes sobreviviera, habría elegido que fueras tú.
Catalina se quedó en Argentina después de ser oficialmente liberada de cualquier responsabilidad legal en España. Los cargos de usar documentación falsa fueron retirados dada las circunstancias extremas de coersión y amenazas. Volvió a vivir con sus padres en la misma casa en Fisherton, durmiendo en su antigua habitación, que Laura había mantenido exactamente como estaba 11 años atrás.
La reintegración no fue fácil. Catalina tenía 30 años, pero había perdido toda su década de los 20. Necesitaba terapia intensiva para procesar el trauma. Luchaba con depresión, ansiedad, pesadillas. Había días en que no podía levantarse de la cama. Valentina, ahora de 25 años, se convirtió en un apoyo crucial para su hermana.
Las dos formaron un vínculo nuevo, diferente del que habían tenido cuando Catalina desapareció. Valentina acompañaba a Catalina a terapia, la ayudaba a navegar un mundo que había cambiado enormemente en 11 años. le enseñaba sobre nuevas tecnologías y tendencias culturales que se había perdido. Catalina eventualmente comenzó a hablar públicamente sobre su experiencia, dio entrevistas, participó en documentales, trabajó con organizaciones que combaten el tráfico de personas.
Su historia ayudó a identificar a otras víctimas de la misma red y a desmantelar conexiones adicionales de la organización criminal. Si puedo evitar que esto le pase a otra chica, a otra familia, entonces tal vez todo este horror tenga algún significado”, dijo en una entrevista en 2025. La cuenta de TikTok Urmara Laura en Barcelona fue cerrada.
Catalina no quería nada que ver con esa vida falsa, pero ocasionalmente, en momentos de soledad, miraba algunos de los videos que había subido como Laura. veía a esa mujer sonriendo frente a la cámara hablando sobre moda y tendencias, y apenas podía reconocerse. Era como ver a una extraña que llevaba su rostro. Mercedes Ruiz se mudó de vuelta a Rosario después del funeral de abril.
encontró consuelo en estar cerca de la familia Torres, las únicas personas que realmente entendían lo que había vivido. Laura y Mercedes se veían semanalmente, compartían mate, hablaban de sus hijas, una que había regresado de entre los muertos, otra que había sido perdida para siempre.
Claudio visitaba la tumba de abril cada domingo. Le llevaba flores, le contaba sobre su semana, le pedía perdón por no haberla protegido. La culpa era algo con lo que todos en la historia tenían que aprender a vivir. En septiembre de 2025, más de 2 años después de ser encontrada, Catalina tomó una decisión importante.
se inscribió en un programa de diseño de indumentaria en la Universidad Nacional de Rosario, retomando el sueño que había tenido cuando tenía 19 años. Era tarde, tenía que empezar desde cero, pero sentía que necesitaba recuperar algo de la persona que había sido antes de que todo se destruyera. El primer día de clases estaba aterrorizada.
Todos sus compañeros eran mucho más jóvenes. Algunos la reconocieron de las noticias, pero nadie fue cruel. La mayoría fue amable, algunos curiosos, otros respetuosamente distantes. Una tarde, mientras trabajaba en un diseño de una falda en el taller de la universidad, Catalina se dio cuenta de que por primera vez en más de una década estaba pensando en el futuro en lugar del pasado.
Era un momento pequeño, frágil, pero era algo. No había final feliz en esta historia. El daño era demasiado profundo, las pérdidas demasiado grandes. Abril nunca volvería. 11 años no podían ser recuperados. El trauma no desaparecería nunca completamente. Pero había supervivencia, había pequeños momentos de paz, había familias rotas que trataban de reconstruirse de formas nuevas e imperfectas.
Había una mujer joven que había sido arrebatada de su vida y que ahora luchaba cada día por construir una nueva, una que fuera realmente suya. Y había justicia, aunque imperfecta. Jordanca Dimitro fue sentenciada a 30 años de prisión. Los miembros identificados de la red fueron arrestados y juzgados. Las autoridades de múltiples países implementaron mejores protocolos para detectar identidades robadas de personas fallecidas.
El caso Torres Ruiz se convirtió en un estudio de referencia sobre una forma de tráfico humano que muchos no sabían que existía. En las noches tranquilas, cuando Rosario dormía y Catalina se quedaba despierta en su habitación de lainfancia, a veces miraba fotos viejas de ella y Abril.
Dos chicas de 19 años llenas de sueños y risas, sin idea de que esa noche de cumpleaños en junio de 2013 dividiría sus vidas de una manera tan brutal. “Te extraño cada día”, le susurraba Catalina a la foto de su mejor amiga. “Desearía que hubieras sido tú la que llegó a Barcelona. Desearía que hubieras sido tú la que sobrevivió.
Desearía poder cambiar lugares contigo, pero los deseos no cambian la realidad. Y la realidad era esta. Catalina Torres había sido encontrada después de 11 años de desaparecer, viva, pero transformada irreversiblemente por el horror. Abril Ruiz había sido encontrada también, pero solo sus restos, su vida arrebatada antes de que realmente comenzara.
Era una historia de supervivencia y pérdida, de maldad humana y resiliencia humana, de preguntas respondidas y otras que permanecerían para siempre sin respuesta. Y en algún lugar de las calles de Barcelona, en los videos archivados de Laura in Barcelona, que algunos usuarios todavía compartían y comentaban sin saber la verdad completa, existía el fantasma de una vida que nunca fue real.
Una sonrisa que ocultaba años de terror silencioso. Una mujer que durante 11 años vivió muriendo y que ahora tendría que aprender a vivir de nuevo. Este caso nos muestra algo profundamente perturbador sobre el mundo en el que vivimos, que existen formas de desaparición y tráfico humano mucho más sofisticadas de lo que imaginamos.
que alguien puede estar viviendo una vida completamente fabricada, sonriendo en redes sociales mientras está atrapada en una pesadilla silenciosa, que las redes criminales pueden operar durante años con niveles de organización que desafían nuestra comprensión. La historia de Catalina y Abril nos recuerda que detrás de cada persona desaparecida hay familias enteras destrozadas, vidas detenidas en el tiempo, preguntas que corro en el alma día tras día.
nos muestra también la increíble resiliencia del espíritu humano, la capacidad de Catalina para sobrevivir, 11 años de cautiverio psicológico, la determinación de Valentina que llevó al descubrimiento, la fortaleza de las familias que nunca se rindieron, consiguieron persever los detalles a lo largo de la narrativa que señalaban hacia esta terrible verdad.
Notaron las pistas sobre la sofisticación de la operación, los vacíos temporales que no tenían sentido, la forma en que Catalina vivía una vida pública, pero sin conexiones reales.
