Mi marido me echó y se quedó con todos mis bienes para dárselos a su amante. Solo tengo una tarjeta de cajero automático desgastada que me dejó mi padre. Pensé que el saldo era cero, pero terminó haciendo temblar de miedo al director del banco.
El aire seco y caluroso del verano en Madrid golpeó la piel de Valeria nada más salir del taxi. Había estado dos semanas en un pueblo de Soria, cuidando a su madre que estaba gravemente enferma.
Ahora que su madre estaba estable, Valeria regresaba a casa, anhelando la comodidad de su lujoso ático y, por supuesto, a su marido, Víctor. Arrastró su pequeña maleta por el vestíbulo de Torre Real, uno de los edificios de apartamentos más prestigiosos en el barrio de Salamanca, en el centro de Madrid. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando el ascensor sonó en la planta 30. Estaba agotada, pero feliz de estar en casa.
El pasillo estaba fresco y silencioso. Llegó frente a la puerta 30 amperio, su ático. Valeria rebuscó en su bolso y sacó la tarjeta llave del apartamento. Acercó la tarjeta al lector digital de la puerta. Bip, bip. Una luz roja parpadeó. Acceso denegado. Valeria frunció el ceño. Lo intentó de nuevo. Bip, bip. Qué raro.
Tal vez la tarjeta se ha desimantado”, murmuró. Tocó el timbre dos veces. Hubo un momento de silencio. Luego se escucharon pasos dentro, seguidos por el suave click de la cerradura abriéndose desde el interior. La gran puerta se abrió. Allí estaba Víctor, su marido, pero no era el Víctor que ella conocía. Los ojos del hombre eran fríos.
Llevaba una bata de seda y en su cuello había una marca de pintalabios rojo todavía fresca. “¡Ah! ¡Ya has vuelto!”, dijo Víctor. Y no fue un saludo de bienvenida. El corazón de Valeria pareció dejar de latir. Víctor, ¿por qué? ¿Por qué no funciona mi llave? Preguntó Valeria. Su voz temblaba. ¿Por qué he cambiado la cerradura? Respondió Víctor, bloqueando todavía la entrada.
Desde el interior del apartamento se escuchó la risa cristalina de una mujer. Cariño, ¿quién está fuera? Si es un vendedor, échalo. Una mujer joven y muy hermosa, mucho más joven que Valeria, apareció tras el hombro de Víctor. Valeria la reconoció al instante como Marina, una modelo local que estaba ganando fama y que revolvió el estómago de Valeria.

Marina llevaba puesta la bata de seda de Valeria, la misma bata que Valeria se había regalado a sí misma por su aniversario de bodas el año pasado. Los ojos de Marina recorrieron a Valeria de arriba a abajo, mirando su ropa sencilla por el viaje, su rostro cansado y su maleta desgastada.
“¡Oh”, dijo Marina con una sonrisa burlona. “No es una vendedora. Resulta que es la exmujer.” “Exmujer, Víctor, ¿qué es esto?”, susurró Valeria sintiendo ardor en los ojos. ¿Quién es ella? ¿Por qué está en nuestra casa? ¿Por qué lleva mi ropa? Víctor suspiró como si Valeria fuera una molestia trivial. Escucha, Valeria, esto se ha acabado. Mejor hablamos abajo.
No montes un escándalo aquí. Víctor ni siquiera le dio la oportunidad de entrar. salió al pasillo cerrando la puerta atrás de sí, dejando a Marina sonriendo satisfecha en el interior. Víctor no habló en absoluto mientras bajaban en el ascensor. Valeria estaba petrificada.
Su cerebro no era capaz de procesar lo que acababa de suceder. El olor del perfume de Marina, un perfume caro que no era en absoluto de su gusto, se olía débilmente en la bata de Víctor. El ascensor sonó abriéndose al concurrido vestíbulo. Era la hora punta de la tarde. Algunos otros residentes los miraron con curiosidad. Víctor caminó rápido hacia una esquina del vestíbulo, algo apartada, cerca de un gran ventanal que daba a la calle Serrano. Valeria lo siguió como un robot. Víctor, explícame, exigió Valeria. Su voz era apenas audible.
¿Qué hay que explicar?”, dijo Víctor con frialdad. “¿Está claro?” “No, tú y yo hemos terminado.” Finito. Así de simple. Después de 10 años, después de que cuidara a tu madre tras elus el año pasado. Después de acompañarte desde cero, Víctor soltó una risa cínica. Acompañarme desde cero. No seas ridícula, Valeria. Soy exitoso gracias a mi duro trabajo.
Tú Tú solo eres una carga, especialmente después de que te ocuparas tanto de tu madre en ese pueblo. Olvidaste tus deberes como esposa. Mis deberes? Sí. Mírate. Víctor señaló a Valeria con asco, desaliñada, descuidada. Soy un gran constructor. Necesito una compañera a mi altura, no una mujer de casa como tú. Valeria se quedó boquiabierta. El hombre frente a ella parecía un completo desconocido. Marina, así que ha sido todo este tiempo.
Sí, llevamos un año, dijo Víctor sin culpa alguna, y ella me entiende mucho mejor. De repente, un guardia de seguridad del edificio se acercó empujando una pequeña bolsa de viaje desgastada, la misma bolsa que Valeria usó cuando se mudaron a Madrid por primera vez. Víctor tomó la bolsa y la arrojó a los pies de Valeria.
El contenido se desparramó un poco, solo algunas prendas viejas y una cartera. “Esas son tus cosas.” El resto lo he tirado dijo Víctor. Luego lanzó un sobre marrón sobre la bolsa. Esos son los papeles del divorcio. Ya los he firmado. Dentro hay un acuerdo. Todos los activos, este apartamento, los coches, la empresa, todo está a mi nombre. Entraste a este matrimonio sin nada.
Sales también sin nada. Las lágrimas finalmente escaparon de los ojos de Valeria. Esto no era solo una humillación, era una aniquilación. Tú Tú no puedes hacer esto. Oh, puedo y ya lo he hecho. Víctor la miró con ojos tan fríos como el hielo. Firma esos papeles. Si te portas bien y no reclamas bienes gananciales, tal vez sea generoso y te dé dinero para el autobús de vuelta a tu pueblo. Algunas personas en el vestíbulo empezaron a susurrar. Viendo la escena, Valeria se sintió desnuda.
“Fuera”, sició Víctor. “Pero esta es mi casa también, ya no!”, gritó Víctor. Seguridad. Dos guardias de seguridad se acercaron. Parecían incómodos, pero claramente estaban del lado de Víctor, el propietario del ático. “Lo siento, señora. Por favor, no monte un escándalo”, dijo uno de ellos sujetando el brazo de Valeria.
Valeria fue arrastrada a la fuerza. Miró hacia atrás mirando a Víctor con desesperación. Víctor, por favor. Víctor solo la miró inexpresivo, luego se dio la vuelta caminando hacia el ascensor. Arriba, cerca de la barandilla de la entreplanta, Valeria pudo ver la silueta de Marina observando su victoria. La pesada puerta de cristal del vestíbulo se cerró siceando detrás de Valeria.
Separándola de su vida de los últimos 10 años, fue arrojada a la acera concurrida bajo el cielo de Madrid, que empezaba a oscurecerse, solo con una bolsa de viaje con ropa vieja y los papeles del divorcio que la insultaban. La noche cayó rápidamente en Madrid. Las farolas comenzaron a encenderse, pero para Valeria, el mundo entero parecía oscuro. Caminó sin rumbo.
El sonido de los claxones del tráfico denso en la castellana sonaba como rugidos en sus oídos. No tenía a dónde ir. Su madre en Soria aún estaba en recuperación. No podía añadirle a su madre el peso de esta noticia. Sus pies la llevaron a la plaza de España. Se sentó en uno de los bancos vacíos, mirando hacia los edificios antiguos. Su estómago rugió.
No había comido desde la mañana. Irónicamente, a su alrededor, la zona de terrazas comenzaba a cobrar vida. El aroma a calamares fritos, tortillas de patata y churros flotaba en el aire, haciendo que su estómago doliera aún más. La gente reía. Parejas jóvenes caminaban de la mano. Valeria se sentía como un fantasma, invisible, inexistente. Abrió la cartera que Víctor le había lanzado.
Dentro había unos 10 € en efectivo. No era suficiente ni para una noche en un hostal barato. Sacó su móvil. La batería estaba al 5%. Se apresuró a abrir la aplicación de banca móvil de su cuenta conjunta. saldo cero. Víctor la había limpiado, trenando cada euro que habían tenido juntos, lo que también incluía los ahorros que Valeria tenía antes de casarse. Una desesperación fría y pesada la envolvió. Se acabó.
Estaba realmente en el punto cero. Sería una vagabunda esta noche. Las lágrimas caían sin hacer ruido. Bajó la mirada hacia el contenido de su cartera de nuevo. Detrás de la ranura para tarjetas había una foto descolorida. Una foto de su padre. Su padre, Bernardo Hernández, un comerciante de tabaco sencillo que murió hace 10 años, justo antes de que Valeria se casara con Víctor, y detrás de esa foto había algo más. Los dedos temblorosos de Valeria lo sacaron, una tarjeta de cajero automático de color azul descolorido que
ya se estaba pelando. El logotipo era apenas legible. Banco Rural de Castilla, un banco regional pequeño y antiguo. Valeria se quedó atónita. Recordó ahora que su padre le dio esta tarjeta cuando tenía 17 años, cuando iba a mudarse por primera vez para ir a la universidad.
“Guarda esto, mi niña”, dijo su padre en aquel entonces usando un tono cariñoso. Su voz era suave pero firme. “Esta es una cuenta que papá ha creado para ti. Nunca la uses si no es absolutamente necesario. No la mezcles con el dinero para tus gastos. Imagina que no existe.” “¿Cuánto hay, papá?”, preguntó ella con curiosidad. Entonces su padre solo sonrió misteriosamente. Suficiente para hacer un ancla.
Si alguna vez sientes que tu barco se va a hundir, usa esto. Pero mientras puedas navegar, no toques esta ancla. Valeria nunca la usó. La olvidó. Estuvo ocupada con la universidad. Luego conoció a Víctor, ocupada construyendo el imperio de su marido.
Siempre pensó que la cuenta tendría como mucho, unos pocos cientos de euros, el resto de alguna paga que no se usó. Pero esta noche, esta noche su barco no solo se iba a hundir, su barco ya estaba hecho pedazos. Sostuvo la tarjeta con fuerza. Los 10 € en su cartera no eran suficientes para nada, pero quizás quizás el resto del dinero de su padre fuera suficiente para comprar un billete de autobús de vuelta a Soria. Una pequeña esperanza, tan fina como un hilo, comenzó a encenderse en su pecho oprimido.
Valeria no durmió en toda la noche. Se refugió en el soportal de una tienda cerrada, abrazando su bolsa de viaje con fuerza, esperando que llegara la mañana. Estaba sucia, hambrienta y asustada, pero la tarjeta descolorida se sentía cálida en su mano. A las 8 de la mañana, ya estaba de pie frente a la sucursal del Banco Rural de Castilla en una calle lateral de Madrid.
El lugar era exactamente como lo recordaba de su infancia. un edificio antiguo de piedra que parecía anclado en el pasado, lejos de la impresión de los bancos modernos de cristal y acero donde Víctor guardaba su dinero. Dentro el ambiente era tranquilo, solo había dos cajeros y una mesa de atención al cliente.
El olor a papel viejo y polvo dominaba la sala. Valeria cogió un número. Era la única cliente. La llamaron a la mesa de atención al cliente, atendida por un hombre joven con camisa blanca. Su placa decía a Tomás, “Buenos días, señora. ¿En qué puedo ayudarla?” Tomás fue amable, aunque sus ojos mostraban un poco de confusión al ver el aspecto algo desaliñado de Valeria. “Buenos días.
” La voz de Valeria era ronca. “Yo yo quiero consultar el saldo, pero la tarjeta es muy vieja. También he olvidado el pin.” Valeria entregó la tarjeta azul descolorida. Tomás la recibió. Le dio vueltas a la tarjeta, frunció el ceño. Vaya, señora, esta tarjeta es muy antigua. Este es nuestro logo viejo. ¿Todavía se puede usar?, preguntó Valeria ansiosa. Voy a comprobarlo, señora.
Tomás tomó el DNI de Valeria coincidiendo el nombre, Valeria Hernández. empezó a teclear en su ordenador. El sistema parecía lento. Tomás tecleaba, hacía clic y luego fruncía el seño de nuevo. “M, qué raro”, murmuró. “¿Qué pasa?” El corazón de Valeria latía con fuerza. Los datos no aparecen directamente. “Señora, nuestro sistema antiguo a veces es un poco lento. Parece que esta cuenta está en estado inactivo o durmiente.
¿Cuánto tiempo hace que no hay transacciones?” Quizás 10 años, respondió Valeria dudosa. Los ojos de Tomás se abrieron como platos. 20 años. Un momento, señora. Voy a intentar acceder al servidor manual. Sus dedos volvieron a bailar sobre el teclado. La pantalla de su ordenador parpadeó, mostrando filas de códigos verdes que Valeria no entendía. Silencio.
Solo se oía el sonido del teclado y el aire acondicionado ruidoso. Valeria se mordió el labio. Se acabó, pensó. Seguramente la cuenta ha sido cerrada, el dinero perdido. Tomás se rascó la cabeza. Qué extraño. El saldo no se lee, señora. Pero hay una especie de flag, una alerta en esta cuenta. Una alerta de alto nivel. Alerta.
Significa que tengo deudas. Valeria entró en pánico. No, no, no son deudas. Nunca había visto un código así. Un momento, señora. Tomás tecleó una serie de comandos más. El ordenador pareció pensar un momento. Luego, en la pantalla de Tomás apareció algo. La cara de Tomás, que antes estaba relajada, cambió de repente. Palideció.
Sus ojos se abrieron de par en par, clavados en el monitor. “Señor Tomás”, llamó Valeria. Tomás no respondió. Parecía congelado. Releyó lo que había en la pantalla. Su boca se abrió ligeramente. Tomás tragó saliva.
De repente se levantó de su silla tan rápido que la silla se fue hacia atrás produciendo un chirrido fuerte. Don Guillermo, señor director. La voz de Tomás fue aguda, rompiendo el silencio del pequeño banco. Ya no le importaba Valeria. Sus ojos seguían clavados con horror en la pantalla. Un hombre de mediana edad con aspecto severo, don Guillermo, el director de la sucursal, salió de su despacho. ¿Qué pasa, Tomás? No grites así. Hay clientes, regañó don Guillermo.
Su tono era plano. Lo siento, señor, pero pero tiene que ver esto. Tomás señaló la pantalla con mano temblorosa. Cuenta a nombre de Valeria Hernández. Herencia de su padre, Bernardo Hernández. Don Guillermo suspiró molesto por ser interrumpido, caminó hacia la mesa de Tomás, preparándose para cermoniar a su joven empleado. Echó un vistazo a la pantalla y entonces se congeló.
Su rostro profesional y rígido se desmoronó en un instante. Su expresión cambió de molestia a confusión y luego a una palidez mortal. Miró la pantalla, luego miró a Valeria y luego volvió a la pantalla. Señora, señora Valeria Hernández, preguntó don Guillermo. Su voz antes firme ahora temblaba. Sí, señor, susurró Valeria asustada.
¿Qué pasa? ¿Era mi padre un criminal? Tomás, ordenó don Guillermo. Cierra tu ventanilla rápido. Pon el cartel de cerrado. Lleva a la señora Valeria a mi despacho ahora mismo. Que nadie vea esta pantalla. La orden fue tan urgente y llena de pánico que Valeria se sobresaltó. Tomás, tartamudeando, puso inmediatamente el cartel decerrado y apagó su monitor. “Acompáñeme, señora”, dijo Tomás tratando ahora a Valeria con un respeto inmenso, casi con miedo.
En el estrecho despacho de don Guillermo, la puerta fue cerrada con llave al instante, don Guillermo caminó de un lado a otro, un momento antes de sentarse finalmente en su silla. Sus manos temblaban ligeramente mientras encendía el ordenador de su mesa. “Disculpe, señora.
nos ha pillado por sorpresa”, dijo don Guillermo. “¿En realidad, ¿qué sucede, señor? ¿Dejó mi padre una gran deuda?”, preguntó Valeria. Su voz estaba a punto de romperse en llanto. “Deuda.” Don Guillermo soltó una risita nerviosa. “No, señora, lejos de eso.” Giró el monitor de su ordenador hacia Valeria.
Tomás, que estaba de pie en la habitación, señaló la pantalla conteniendo la respiración. Señora, mire esto rápido. La pantalla no mostraba un saldo en euros. La pantalla mostraba un diagrama de estructura de propiedad. “Señora, dijo don Guillermo con voz baja por el asombro. Esta cuenta no es una cuenta de ahorros normal.
Esta es una cuenta matriz conectada a una sociedad limitada. Una empresa.” Valeria frunció el seño. Empresa SL. Correcto. Llamada Patrimonio Hernández SL. Esta empresa fue fundada por su padre Bernardo Hernández en 1998 y se dejó inactiva hace exactamente 20 años. Pero mi padre solo era un vendedor de tabaco.
Eso es lo que él quería que la gente supiera, señora interrumpió don Guillermo. Su padre parece que no era solo un vendedor, era un corredor de tierras muy muy genio. Don Guillermo hizo clic en una pestaña de la pantalla. El título era lista de activos de patrimonio Hernández. SL. Don Guillermo continuó leyendo el contenido.
Es propietaria legal de 800 hectáreas de olivares y viñedos en Andalucía, todo bajo esta escritura. La propiedad única se transfirió completamente a usted como heredera con una cláusula especial. ¿Qué cláusula? Susurró Valeria. Esta empresa se activará automáticamente y todos sus activos serán accesibles para la heredera. Solo sí.
si la heredera accede a esta cuenta matriz en una situación desesperada o si el saldo de su cuenta personal es cero. Valeria se quedó boqueabierta. Su padre había predicho esto. Miró la fila de números en la pantalla. No eran cifras de ahorros, sino cifras de extensión de tierra. No se desmayó, no gritó. Valeria simplemente se sentó erguida.
El hambre, el cansancio y la humillación que había sentido durante las últimas 24 horas se evaporaron. fueron reemplazados por otra cosa, algo frío, afilado y muy fuerte. Recordó la cara burlona de Víctor. Recordó la sonrisa de Victoria de Marina. “Don Guillermo”, dijo Valeria. Su voz era tranquila y fría, sorprendiéndose a sí misma. “Sí, señora. ¿Cómo activo esta empresa ahora mismo?” Don Guillermo miró a Valeria con preocupación.
La reacción de la mujer frente a él era totalmente inesperada. No lloraba, no gritaba de alegría. Sus ojos, hinchados por el llanto de la noche anterior, ahora se endurecieron. Mirando la pantalla del ordenador con un enfoque frío y aterrador. Don Guillermo, repitió Valeria. Su voz era estable. ¿Qué necesito para activar esto? Don Guillermo tartamudeó. Técnicamente ya está activo, señora.
En cuanto usted accedió a esta cuenta con saldo personal nulo, la cláusula se cumplió. nuestro equipo legal que gestiona el fide comomiso. Bueno, ya están esperando sus instrucciones, Tomás. El joven empleado sirvió con presteza un vaso de agua y lo puso frente a Valeria. Valeria no lo bebió. Mi padre, Bernardo Hernández, ¿qué más sabe usted de él? Don Guillermo abrió un cajón sacando una carpeta gruesa y polvorienta.
Su padre era un cliente prioritario, mucho antes de que existiera el término banca privada. Él dejó esto, una carta y documentos legales. Dijo, “Esto solo puede ser abierto por mi hija o por nosotros si ella ya accedido a la cuenta.” Don Guillermo entregó un sobre amarillento. Las manos de Valeria temblaban al abrirlo. Dentro había una hoja de papel escrita a mano con pulcritud.
“Para mi niña, Valeria, si estás leyendo esto, significa que hay dos posibilidades. Primera, papá ya no está y estás lista para comenzar tu propia vida. Segunda, la vida no ha ido según tus planes. Papá era vendedor de tabaco, es cierto, pero papá también sabía que este mundo no siempre es justo con las mujeres buenas como tú. Vi cómo trataron a tu madre.
Papá guardó un pequeño ancla para ti, no para malcriarte, sino para asegurar que tengas opciones cuando te sientas acorralada. Papá diseñó la cláusula desesperada a propósito. Sé que eres lista, pero tu corazón es demasiado blando. Tenía miedo. Si tenías riqueza, atraerías al hombre equivocado. Y si no tenías riqueza, serías oprimida por el hombre equivocado.
Papá falló en una cosa. Espero que nunca necesites leer esta carta. Pero si la lees, recuerda el mensaje de papá. No llores. No te vengues con lágrimas. Construye tu propio reino, mi niña. Haz que se arrepientan. El ancla ya se ha bajado. Ahora navega, cariño, papá. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente cayeron. No eran lágrimas de tristeza, sino de comprensión.
Su padre, el sencillo vendedor, había visto el futuro. Había visto a Víctor décadas antes de que Víctor existiera. Valeria se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Miró a don Guillermo. Necesito tres cosas, dijo. ¿Qué cosas, señora? Primero, dinero en efectivo. No tengo ni un céntimo.
Por supuesto, Tomás, prepara una retirada de efectivo de la cuenta operativa, dijo don Guillermo. Segundo, continuó Valeria. Necesito un lugar donde quedarme temporalmente. Un hotel seguro, lejos del apartamento Torre Real. Se puede arreglar. Tenemos convenios con hoteles corporativos. Tercero, y esto es lo más importante, Valeria se inclinó hacia delante.
Necesito todos los datos financieros de Patrimonio Hernández SL y necesito la recomendación del mejor consultor de reestructuración empresarial. No de aquí. Quiero a alguien de la zona financiera, alguien que no conozca a Víctor. Don Guillermo se quedó atónito un momento, impresionado por la serenidad de la mujer que hacía 30 minutos parecía una vagabunda. “Conozco un nombre”, dijo don Guillermo.
“Le apodan el limpiador, muy caro, muy frío. Se llama Gabriel.” “Bien”, dijo Valeria. “Deme el dinero, resérveme el hotel y organice mi reunión con Gabriel.” Valeria no se alojó en el hotel que reservó don Guillermo. Ese fue su primer paso, no ser predecible. Después de tomar una cantidad considerable de efectivo, suficiente para marearla si hubiera sido ayer, compró un teléfono nuevo, número nuevo y varios conjuntos de ropa sencilla, pero limpia en un centro comercial cercano.
Luego reservó una habitación en el hotel Ritz, uno de los más lujosos de Madrid, con un nombre falso. Durante 24 horas se encerró en la habitación. pidió servicio de habitaciones, comió su primera comida decente, se dio un baño caliente y durmió.
Dejó que su cerebro procesara la destrucción y el renacimiento en un solo día. A la mañana siguiente, no llamó a Gabriel. Sabía que alguien como Gabriel no se impresionaría con una llamada telefónica. Valeria fue a la zona financiera de las cuatro torres. La oficina de Gabriel estaba en uno de los rascacielos, minimalista, fría, todo cristal y acero. Valeria, con su ropa nueva, sencilla, pero pulcra, contrastaba. Quiero ver al señor Gabriel.
No tengo cita, le dijo a la recepcionista. El señor Gabriel está ocupado, señora, su agenda está llena hasta dentro de dos meses. Dígale, dijo Valeria. Tranquila. Valeria Hernández, propietaria de Patrimonio Hernández S. L. activos de 800 haáreas. Esto es urgente. La recepcionista dudó, pero las palabras 800 haá la hicieron levantar el teléfono.
5 minutos después, Valeria fue conducida a una oficina en la esquina con vistas a todo Madrid. Gabriel era un hombre de unos 30 y tantos años. No sonreía. Llevaba camisa sin corbata, pero parecía más formal que Víctor con sus trajes. Sus ojos eran agudos analizando a Valeria. “Solo tengo 10 minutos, señora Hernández”, dijo Gabriel. Su voz era grave y plana.
Patrimonio Hernández, empresa inactiva, activos agrícolas. ¿Cuál es el problema? Valeria se sentó sin ser invitada. El problema, señor Gabriel, dijo Valeria, es que esta empresa acaba de despertar. Los activos son grandes, pero no sé nada de aceitunas, uvas o cómo dirigirla. Y tengo otro problema que debe ser resuelto.
¿Qué problema? Mi exmarido, un constructor en Madrid, se llama Víctor. Él exige una parte. Él no lo sabe. Gabriel levantó una ceja. Esto es interesante. ¿Qué quiere de mí? Quiero que reestructure esta empresa desde cero. Audítelo todo. Hágala una empresa activa, moderna y rentable. Y quiero que sea mi asesor personal, dijo Valeria. Quiero saber cómo usar este poder.
Gabriel la miró fijamente un largo rato. Soy caro, señora. Lo sé, respondió Valeria. No me ocupo de dramas personales. No le pido que se ocupe del drama. Le pido que me enseñe cómo ganar una guerra de negocios. El drama es el bonus. Gabriel sonrió levemente. Su primera sonrisa, ¿cuándo empezamos? Ayer respondió Valeria.
Dos semanas pasaron. Madrid no sabía lo que estaba ocurriendo en los despachos. Valeria y el pequeño equipo de Gabriel trabajaban 20 horas al día. Disecionaron patrimonio Hernández SL. Resultó que los activos eran mayores de lo estimado. El padre de Valeria no solo compró tierras, también compró pequeñas participaciones en varias empresas agroalimentarias cuyo valor ahora se había disparado.
Valeria aprendió rápido. Devoraba informes financieros, estudiaba leyes de propiedad y fundamentos de gestión agroindustrial. Gabriel la observaba. Esta clienta era diferente, no entraba en pánico, no era codiciosa, estaba concentrada. Era como una esponja seca, absorbiendo toda la información. Durante esas dos semanas, Valeria también se transformó a sí misma.
Se cortó su pelo largo y apagado en un corte bob corto, firme y elegante. Tiró toda su ropa vieja con la ayuda de un personal shopper contratado por Gabriel. Su armario ahora contenía trajes de chaqueta hechos a medida, blusas de seda y vestidos sencillos, pero con clase en colores fuertes, negro, azul marino y burdeos. Unas gafas de lectura reemplazaron las lentillas.
Tacones altos reemplazaron las sandalias, pero el mayor cambio estaba en sus ojos. Ya no había miedo, solo había cálculo. ¿Está lista para volver al ruedo, señora?, preguntó Gabriel una tarde. Estoy lista, dijo Valeria. No fviron al hotel. Bajo las órdenes de Valeria, el equipo de Gabriel había trabajado discretamente en Madrid.
Compraron un palacete antiguo en la zona del Viso. No una casa nueva y llamativa como le gustaba a Víctor, sino un edificio histórico, sólido, elegante, que emanaba un aura de poder antiguo. La casa se pagó al contado. Cuando Valeria entró en su nuevo palacete, ya no era la Valeria que fue expulsada del vestíbulo del apartamento, era doña Valeria Hernández, directora general de Patrimonio Hernández S. L.
Mientras tanto, en el ático de Torre Real, la vida de Víctor y Marina estaba en la cima. Este proyecto, cariño, exclamó Víctor una noche mientras servía champán para Marina. Esto cambiará el juego. Víctor, tras lograr echar a Valeria, se sentía invencible. Su negocio de construcción estaba buscando frenéticamente nuevos proyectos.
Tengo información privilegiada. Sus ojos brillaban de codicia. Hay terrenos prime de miles de hectáreas en Andalucía que van a salir al mercado. Dicen que se van a abrir para una urbanización de lujo. Tengo que conseguir el proyecto de construcción. Marina, que estaba ocupada haciéndose selfies con su copa de champane, solo escuchaba a medias.
Ah, sí, genial. Eso significa que nuestra boda podrá ser en Ibisa, ¿verdad? Y quiero el bolso Hermés nuevo, el de piel de cocodrilo. “Claro, lo que sea para ti”, dijo Víctor. Pero en el fondo estaba un poco ansioso. Para conseguir un proyecto tan grande, necesitaba una inyección de capital enorme. Necesitaba inversores.
Su empresa, sinceramente, tenía bastantes deudas aquí y allá para financiar su estilo de vida lujoso. “Organizaré reuniones con todos los posibles inversores”, murmuró Víctor. Unos días después, Víctor escuchó rumores en los círculos empresariales de Madrid. “¿Te has enterado?”, dijo un conocido.
“Hay un nuevo jugador en la ciudad invirtiendo a lo loco. Compró un palacete en el viso al contado. Trae un consultor de la zona financiera. Ese Gabriel, el limpiador. ¿Cómo se llama?”, preguntó Víctor. Interesante. Nadie lo sabe con exactitud. Muy reservados, pero el nombre de la empresa es antiguo. Patrimonio Hernández. SL.
¿Te suena? Víctor negó con la cabeza. Nombre anticuado. Seguro que es algún viejo rico que acaba de darse cuenta de sus activos. Esta es la oportunidad. Víctor ordenó inmediatamente a su secretaria buscar la manera de contactar con Patrimonio Hernández S. Tenía que presentar su propuesta de la urbanización en Andalucía. No sabía que los terrenos que ambicionaba eran los mismos que figuraban en la escritura de Valeria.
Llegó la invitación. Patrimonio Hernández S. Estaba interesado en escuchar la propuesta de la empresa de Víctor. La reunión se celebraría en la residencia de su directora general en el palacete del Viso. Víctor se sintió en la cima. Mira, Marina, ellos me invitan. Seguro que han oído hablar de mi reputación.
Esa mañana, Víctor se puso su traje más caro. Ensayó su presentación frente al espejo. Estaba decidido a deslumbrar a este inversor misterioso. Llegó al palacete. La alta verja de hierro forjado se abrió lentamente. Entró en un vestíbulo majestuoso pero frío. Las paredes eran de mármol, los muebles eran antiguos y pesados. Un asistente de aspecto formal lo recibió. Buenas tardes, señor Víctor.
Por favor, espere en la sala de reuniones. Nuestra directora general se unirá enseguida. Víctor fue conducido a una gran biblioteca transformada en sala de reuniones. En un lado había una mesa de madera de caoba muy larga. En el otro, ventanales altos quedaban a un jardín cuidado. Al final de la mesa estaba sentado un hombre mirando su portátil.
Gabriel. Víctor pensó que él era el jefe. Buenas tardes, señor. Gabriel levantó la vista. Sus ojos eran fríos. Soy Gabriel consultor. Siéntese, señor Víctor. Nuestra directora general está en camino. Víctor se sentó. Empezó a sentirse un poco nervioso. El ambiente de esta sala era demasiado pesado, demasiado silencioso.
5 minutos pasaron como una hora. De repente, la puerta doble detrás de Víctor se abrió. Víctor no se giró. Escuchó el sonido de pasos. Tacones altos. Clic. Clac. Clic, clac. Un sonido firme y rítmico sobre el suelo de mármol. Disculpe la espera. Se escuchó una voz, una voz familiar, pero imposible. Víctor se congeló.
Conocía esa voz, pero esta voz era fría, llena de autoridad. Giró lentamente su silla. Los pasos se detuvieron en el otro extremo de la mesa. Allí estaba de pie Valeria, con el pelo perfectamente peinado. Llevaba un vestido de trabajo azul marino que envolvía su cuerpo a la perfección. Unas gafas de lectura reposaban en su nariz. Su rostro estaba maquillado de forma sutil, pero profesional. Miró a Víctor.
No había odio en sus ojos, no había amor, no había nada, solo la mirada de un superior a un subordinado. La boca de Víctor se abrió, pero no salió ningún sonido. Valeria se sentó con calma en su silla principal. Gabriel se puso a su lado entregándole una tablet. Valeria miró a Víctor y luego sonrió. La sonrisa no llegó a sus ojos. Buenas tardes, señor Víctor”, dijo. Su voz clara llenó la habitación.
“Soy Valeria Hernández, directora general de Patrimonio Hernández SL.” Se inclinó un poco. “Por favor comience su presentación. He oído que está muy interesado en los terrenos en Andalucía”. Valeria hizo una pausa dejando que sus palabras calaran. Casualmente, continuó con tono relajado.
“Todos los terrenos que usted ambiciona para su ambicioso proyecto son de mi propiedad. Silencio. El silencio en la sala de reuniones era tan denso que Víctor podía escuchar los latidos de su propio corazón retumbando en sus oídos. Una broma. Esto tiene que ser una broma. Pero los ojos de Valeria, los ojos que antes siempre lo miraban con admiración, ahora eran tan fríos como el mármol bajo sus pies. Va, Valeria. Víctor logró emitir un sonido.
Su voz se rompió. Esto, esto es imposible. Terrenos de 800 haáreas. Patrimonio Hernández, tú de dónde has sacado el dinero. Valeria se recostó en su silla, no respondió a esa pregunta, se giró hacia Gabriel. Señor Gabriel, ¿qué opina de la propuesta inicial de construcciones Víctor SA? Gabriel, que había estado en silencio como una sombra, habló.
Su voz era plana y letal, conceptualmente ambiciosa, pero financieramente muy débil. Señor Víctor, su propuesta no incluye un análisis de riesgos adecuado y sus proyecciones de beneficios son demasiado optimistas. Víctor sintió como si le echaran agua helada. Vino a deslumbrar a un inversor tonto. En su lugar estaba siendo auditado. “Espera”, dijo Víctor tratando de controlarse.
Su arrogancia empezó a volver buscando explicaciones lógicas. “¡Ah, ya sé, Valeria debe ser solo una marioneta. Este hombre Gabriel es quien tiene el control. Valeria solo tuvo suerte. Val, dijo intentando un tono más suave. El tono que solía usar para engatuzar a Valeria. No sé qué te ha pasado, pero esto es un gran negocio. Quizás, quizás podamos colaborar.
Quiero decir, tú me conoces. Soy el mejor constructor de Madrid. Valeria sonrió levemente. Oh, te conozco muy bien, Víctor. Luego se levantó. No tengo más tiempo, pero le daré una oportunidad. La esperanza se encendió al instante en los ojos de Víctor. Mi equipo, Valeria miró a Gabriel. Hará una du diligence, diligencia de vida completa de su empresa.
Necesitamos ver su contabilidad, su lista de activos y su lista de deudas. No invertiremos ni un euro en una empresa que no sea transparente. Víctor dudó. Abrir su contabilidad era un desastre. Su empresa no estaba tan sana como presumía. ¿Por qué tiene que ser tan complicado? preguntó. Soy yo, “Val, se detuvo. Tu exmarido.” “Precisamente por eso, señr Víctor”, interrumpió Gabriel.
“Debemos ser profesionales. Tómelo o déjelo. Si rechaza la auditoría, consideraremos su propuesta nula y ofreceremos nuestros terrenos a otro constructor.” “He oído que su competencia de Barcelona está muy interesada.” Eso era una amenaza. Víctor estaba acorralado.
Si se retiraba, perdía el mayor proyecto de su vida. Si avanzaba, tenía que abrir sus heridas. Bien”, dijo Víctor, “Forzado. Bien, auditen. No oculto nada.” Valeria asintió. El equipo del señor Gabriel le contactará. Buenas tardes. Víctor fue escoltado fuera del palacete. Entró en su coche con las rodillas temblando. No sabía si acababa de escapar del peligro o si acababa de entrar en una trampa.
Lo que sabía era que la Valeria que acababa de conocer le daba miedo. Víctor volvió al apartamento en Torre Real hecho un lío. Cariño, saludó Marina saltando del sofá. Llevaba lencería de seda nueva. ¿Qué tal? Ya somos ricos.
¿Cuándo podemos empezar a planear la boda en Ibisa? ¡Cállate un momento, Marina!” “Estoy pensando”, gritó Víctor tirando su chaqueta al suelo. Marina se sorprendió. “Oye, ¿por qué me gritas?” Víctor caminaba de un lado a otro. “El inversor es complicado. sea.” “Realmente, sea.” “¿Qué quieres decir con complicado? ¿Han dicho que no?”, preguntó Marina. Su tono de voz empezaba a ser ansioso. “No, todavía no. Pero, Dios mío, no te vas a creer esto.
Víctor se tiró del pelo. El inversor, la directora general, es Valeria. Marina se congeló. ¿Qué? Valeria, la vagabunda. Ya no es una vagabunda, gruñó Víctor. Ella, Ella es diferente. Tiene un palacete en el viso. Tiene un consultor financiero. Ella ella es la dueña de los terrenos. El bello rostro de Marina palideció.
Este era el peor escenario posible, no porque amara a Víctor, sino porque su estatus, sus lujos y su futuro dependían de la cartera de Víctor. Y ahora esa cartera estaba amenazada por la mujer a la que más había despreciado. Seguro que es un farol, chilló Marina. Ella no puede ser tan lista.
Seguro que ella, seguro que se ha ligado a un viejo rico. Sí, eso es. Es una mantenida. Víctor no escuchaba. Quiere auditar mi empresa. ¿Qué voy a hacer? El pánico de Marina se transformó en ira. Esa mujer, ¿quién se cree que es? Volver y arruinarlo todo. Yo me encargaré de ella, siseó Marina. Encargarte de qué, no te metas.
Pero Marina ya tenía un plan. Sabía dónde se reunía la nueva alta sociedad de Madrid. Encontraría a Valeria. Humillaría a esa mujer en público, recordándole quién era en realidad. Unos días después, Marina, a través de una amiga, descubrió la ubicación de Valeria, un café boutique de lujo en la zona nueva de oficinas. Marina llegó con toda su fuerza.
Ropa de diseñador de última temporada, bolso llamativo, maquillaje denso. Vio a Valeria sentada sola en un rincón leyendo documentos en una tablet mientras tomaba té. Marina golpeó directamente la mesa haciendo ruido a propósito. “Vaya, vaya, vaya. Mirad quién está aquí”, dijo Marina. Su voz era impostada para que todos la oyeran.
La señora Valeria Hernández, ¿verdad? Qué rápido, ¿eh? Subiendo de clase, de ser tirada en el vestíbulo a estar en un café caro, Valeria levantó la vista lentamente, miró a Marina y luego volvió a mirar su tablet. No dijo nada. Esa indiferencia hizo que Marina se enfadara aún más. Oye, te estoy hablando, zorra. No te hagas la sorda. ¿Quién te crees que eres, eh? Estás molestando a Víctor.
Aléjate de él. Él es mío ahora. Valeria suspiró. Dejó su tablet. Tuyo, preguntó Valeria. Su voz era tranquila. Las cosas que se poseen suelen ser objetos. La señorita Marina no es humana. No me des lecciones. Conozco tu juego. Has vuelto para robarme a Víctor otra vez, ¿verdad? Porque tiene éxito.
Valeria soltó una risita. Una risa fría. Robar a Víctor, señorita Marina. ¿Por qué iba a molestarme en recoger la basura que ya he tirado? La cara de Marina se puso roja. Valeria se levantó. Ahora estaba a la altura de Marina. Escuche bien, susurró Valeria, pero la intensidad hizo que Marina retrocediera un paso. No me interesa Víctor, me interesa su empresa. Y si quieres saberlo, Valeria miró el papel llamativo que llevaba Marina.
Víctor vino a mí suplicando que financiara su proyecto. Ni siquiera es capaz de pagar tu estilo de vida sin mendigarme. Mentira. Ah, sí. Valeria sacó una tarjeta de crédito negra, la Black Card de su cartera. Una tarjeta hecha de metal. Hoy me siento generosa. Llamó al camarero. La cuenta, por favor, y también la de esta señora. Pago yo. Valeria miró a Marina.
Considérelo caridad. Usted lo necesita más que yo. Cogió su tablet y salió caminando, dejando a Marina congelada de vergüenza, convertida en el espectáculo de todo el café. El juego del Cebo había funcionado. Víctor estaba humillado por la necesidad urgente de entregar todos sus documentos financieros al equipo de Gabriel.
Mientras tanto, Valeria humillaba a Marina en el café. El equipo de Gabriel se reunió en la sala de guerra del palacete del Viso. “Esta no es una empresa, doña Valeria”, dijo Gabriel señalando la pantalla grande que mostraba el flujo de caja de construcciones. Víctor sa. “Esto es un castillo de naipes construido sobre aire.” “Explíquese”, dijo Valeria.
Primero, dijo Gabriel, materiales. Cobra a sus clientes por cemento de calidad A, pero los informes muestran que compra calidad C. Se lleva un beneficio del 40% solo en la malversación de materiales. Esto es ilegal y peligroso. Valeria recordó el proyecto de un pequeño puente del que Víctor presumía. Se le revolvió el estómago. Segundo. Deudas.
Continuó Gabriel. No tiene deudas bancarias. Es demasiado listo. Para eso se endeuda con pequeños proveedores, areneros, ferreterías locales, pequeñas empresas de alquiler de maquinaria. Retrasa sus pagos meses, incluso años, sabiendo que no tienen fuerza legal para luchar contra él. La lista de nombres de proveedores apareció en la pantalla. Valeria reconoció algunos nombres. Y tercero, “Ipuestos, dijo Gabriel.
Tiene dos libros, uno para él, otro para Hacienda. Su evasión fiscal es enorme. Valeria se quedó sentada en silencio. El hombre con el que se casó durante 10 años, el hombre al que cuidó cuando estaba enfermo, resultó ser un estafador, un extorsionador y un ladrón. Bien, dijo Valeria. Su voz era firme. Gabriel la miró. Bien.
Sí. Esto nos da un arma. ¿Cuál es el siguiente paso? Víctor solo se centra en nosotros, en esas 800 haáreas, explicó Gabriel. No se da cuenta de que su deuda con los pequeños proveedores es su punto más débil. Quiero que usted Valeria se detuvo pensando en la estrategia. Quiero que usted compre toda esa deuda. Gabriel sonrió. Lo suponía.
He preparado tres empresas pantalla en Gibraltar. Compraremos cada factura pendiente de esos proveedores. Pagaremos al contado. Los proveedores estarán contentos dijo Valeria. Estarán muy contentos. Y Víctor, añadió Gabriel, no sabrá nada. Solo se sentirá aliviado porque los cobradores dejarán de llamarle. Pensará que vamos a darle capital.
¿Cuánto tiempo?, preguntó Valeria. Deme una semana. En una semana, construcciones Víctor SA. Ya no deberá nada a los pequeños comerciantes, dijo Gabriel. Me deberá a mí. Exactamente como predijo Gabriel, Víctor de repente sintió que su vida era más fácil. Las llamadas de los proveedores enfadados cesaron. Consideró esto una buena señal.
Pensó que la noticia de que iba a colaborar con Patrimonio Hernández SL había asustado a los proveedores. Estaba muy equivocado. Sintiendo que la presión disminuía, Víctor decidió que era el momento de dar el último paso. Tenía que asegurar a Valeria, no a nivel de negocios, sino personal. Sabía que la Valeria de antes era débil, perdonaba y todavía lo amaba.
envió un ramo de rosas blancas, las favoritas de Valeria antes, al palacete de Eliso, con una nota. Sé que me equivoqué. Hablemos como en los viejos tiempos. Cena en nuestro sitio de siempre. Valeria casi tira las flores, pero Gabriel la detuvo. Vaya, dijo Gabriel. Deje que cabe su propia tumba más profundo. Esa noche Valeria fue al restaurante de lujo donde Víctor le propuso matrimonio. Víctor ya estaba esperando. Iba impecable.
pidió el vino más caro. “Val”, dijo tomando la mano de Valeria sobre la mesa. Valeria se lo permitió. Su piel se sentía fría. “Yo te pido perdón.” Valeria solo lo miraba esperando. “Sé que me equivoqué mucho,”, continuó Víctor. Sus ojos se humedecieron. Su actuación era perfecta. Marina, ella es solo un juguete.
Estaba presionado. Val, el negocio es duro. Y tú, tú estabas ocupada con tu madre. Me sentía solo, así que fue culpa mía. Preguntó Valeria. Su voz era tranquila. No, no fue culpa mía. Víctor se apresuró a corregir. Estaba ciego. No vi el diamante que tenía al verte en la sala de reuniones el otro día. Me di cuenta.
¿Te diste cuenta de qué? De lo fantástica que eres, nosotros podemos ser el mejor equipo. Val. Víctor se inclinó. Ya he dejado a Marina. Ya ha salido del apartamento. Era mentira. Marina estaba comprando con su tarjeta de crédito en ese momento. Podemos empezar de nuevo susurró Víctor. Dominaremos Madrid. Tú con tus terrenos, yo con mi experiencia. Olvida a Gabriel.
No lo necesitas. Solo me necesitas a mí. Valeria retiró su mano lentamente. Tu seducción es buena, Víctor. Mejor que tu presentación de negocios dijo fríamente. Víctor se sorprendió. Quizás tengas razón, continuó Valeria. Como si pensara, Víctor volvió a tener esperanza. Realmente tenemos que arreglar esto, pero no puedo mezclar lo personal y los negocios. Claro, claro.
Terminemos primero el asunto del negocio, dijo Valeria. Ya he visto el resultado de tu auditoría. Y, preguntó Víctor ansioso. Y necesitamos hablar en serio, dijo Valeria. Mañana en mi oficina a las 10 de la mañana. Trae a tu abogado si es necesario. Una vez que eso termine, entonces podremos hablar de nosotros.
Valeria se levantó dejando a Víctor con una botella de vino caro y una sonrisa astuta, pensando que acababa de ganar. A las 10 de la mañana, sala de reuniones del palacete. Víctor llegó solo, sin abogado. Traía otro ramo de rosas. Estaba muy confiado. Pensaba que esta reunión era solo una formalidad antes de que él y Valeria se reconciliaran. Entró en la sala.
El ambiente estaba lejos de ser romántico. Valeria ya estaba sentada en la silla principal. Gabriel estaba de pie a su lado. Sobre la larga mesa de Caoba no había tazas de café, sino montones de documentos legales gruesos. Va al cariño, saludó Víctor intentando romper el hielo con las flores. Siéntate, Víctor, dijo Valeria.
Su voz cortante. Víctor se sentó. Su sonrisa vaciló. Vayamos al grano. Dijo Valeria. Señor Gabriel. Gabriel dio un paso adelante, puso un legajo de documentos frente a Víctor. Señor Víctor, esta es la lista de deudas de construcciones. Víctor SA, dijo Gabriel. A Áridos García un total de 100.
000 € a Ferretería La Tuerca 50.000 1,000 € a maquinaria ibérica 200,000 € y así sucesivamente. La deuda total verificada con 12 proveedores es de 500,000 € El rostro de Víctor palideció. ¿Qué significa esto? Estoy negociando con ellos. Ya no necesitan negociación, interrumpió Valeria, porque todos han sido pagados íntegramente. Víctor miró a Valeria confundido.
¿Pagados por quién? Valeria se señaló a sí misma. Por mí, Gabriel empujó el segundo legajo de documentos. A través de tres empresas de inversión afiliadas a Patrimonio Hernández SL. Hemos adquirido o comprado todas esas facturas pendientes. Las copias de las escrituras de sesión de deuda están frente a usted. Víctor abrió la primera hoja. Su corazón pareció detenerse.
En otras palabras, Víctor Valeria se inclinó mirando directamente a los ojos del hombre que la había destruido. Tu empresa ya no debe nada a esos pequeños comerciantes. Valeria hizo una pausa, dejando que el silencio llenara la habitación. Tu empresa ahora me debe a mí. Yo, Víctor, no podía respirar. Puedo pagar. Puedo pagar a plazos.
Oh, por supuesto, dijo Valeria. Pero no me interesa hacer negocios contigo y no me interesa volver contigo. Quiero mi dinero de vuelta. Golpeó los documentos frente a Víctor. Según la cláusula de sesión, esta deuda vence. Ahora tienes 24 horas para liquidar esos 500,000 € en efectivo. 24 horas. Eso es imposible.
Nadie tiene tanto dinero en efectivo”, gritó Víctor finalmente entrando en pánico. “Yo sí”, respondió Valeria fríamente. “Tú, tú me has tendido una trampa.” “¿Una trampa?” Valeria se levantó. Solo estoy reclamando lo que es mi derecho, igual que tú te quedaste con todos mis derechos antes.
Si en 24 horas no puedes pagar. Valeria puso el tercer legajo de documentos sobre la pila. Nuestro equipo legal registrará inmediatamente el embargo preventivo sobre ese ático en Torre Real, sobre tu oficina y sobre toda tu maquinaria pesada. Buenos días, señor Víctor. 24 horas. Víctor nunca supo lo cortas que eran 24 horas. Tras salir del palacete de Valeria, no volvió al apartamento.
Entró en pánico. Pasó la primera hora conduciendo sin rumbo, maldiciendo a Valeria, a Gabriel y al mundo entero. La segunda hora empezó a llamar. Llamó al director de su banco. Necesito un préstamo de 500,000 € La garantía es mi proyecto en Andalucía. El director del banco se rió al otro lado del teléfono. Víctor, no bromees. Ese proyecto aún no lo tienes asegurado.
Además, tu límite de crédito ya se ha agotado para financiar. Bueno, tú ya sabes. Víctor colgó el teléfono con brusquedad. De la tercera a la décima hora las pasó llamando a todos sus contactos de negocios. Cada amigo al que había invitado a Vino Caro, cada pequeño funcionario al que había dado propinas. La respuesta era la misma. ¡Uf! Difícil, Víctor. O lo siento, estoy fuera de la ciudad o no cogían el teléfono.
La noticia de su caída, que de alguna manera empezó en la reunión del palacete, se extendió más rápido que el fuego. Hora 11. En su desesperación, volvió al ático. Marina se estaba probando un vestido nuevo que acababa de comprar esa tarde. ¿Qué tal, cariño? Bonito, ¿verdad? Véndelo, gritó Víctor. ¿Qué? Véndelo todo, gritó Víctor con los ojos rojos.
Vende tus bolsos. Vende tus joyas. Estamos en bancarrota. El rostro de Marina palideció. Esto, estos son regalos, no inversiones. ¿Estás loco? Valeria me ha atendido una trampa deliraba Víctor. Esa mujer serpiente compró mis deudas. Nos ha dado 24 horas para pagar medio millón de euros. Marina no le importaba la deuda. Ella solo oyó una cosa. El dinero se acabó.
A las 10 de la mañana en punto del día siguiente, 24 horas exactas, el timbre de su ático sonó. Víctor, que no había dormido en toda la noche, abrió. Esperaba que fuera Valeria, que venía a cancelar su amenaza tras ablandarse. No. Frente a la puerta estaba Gabriel, tranquilo como una estatua.
Detrás de él, dos abogados bien vestidos y un hombre con uniforme oficial del juzgado llevando una carpeta gruesa. “La comisión judicial. Su tiempo se ha acabado, señor Víctor”, dijo Gabriel plano. “Espera, necesito tiempo. El tiempo es un lujo que usted no le dio a Valeria”, interrumpió Gabriel. dio un paso adelante.
Según la orden del juzgado número 134 de Madrid, estamos aquí para ejecutar el embargo preventivo sobre este activo. El agente judicial comenzó a poner pegatinas de embargado en la pared del vestíbulo del apartamento. No, esta es mi casa! Gritó Víctor. Técnicamente es la garantía de su deuda con mi clienta”, corrigió el abogado. “A usted y a esta señorita”, miró a Marina con desprecio.
“¿Se les requiere desalojar este lugar en una hora? lleven sus efectos personales imprescindibles. Una hora después, la escena en el vestíbulo de Torre Real se convirtió en un espectáculo. Víctor, el mismo hombre que hace 10 años se sentía el rey del lugar, fue sacado por los guardias de seguridad, los mismos guardias que antes echaron a Valeria. Marina lo seguía llorando histéricamente, arrastrando dos maletas llenas de sus bolsos de diseñador.
Víctor no solo estaba en bancarrota sobre el papel, ahora estaba literalmente en la calle de vuelta al punto cero que él creó para Valeria. En la acera caliente frente al vestíbulo, el verdadero drama acababa de empezar. Todo esto es culpa tuya chilló Marina golpeando el pecho de Víctor. Dijiste que eras rico, dijiste que eras genial.
Resulta que solo eres un estafador. Víctor, que ya había perdido todo, descargó su ira restante sobre el único objetivo que quedaba. ¿Culpa mía? ¿Culpa tuya? ¿Quién pedía bolsos herm cada semana? ¿Quién pedía vacaciones en Ibiza? Tú me hiciste gastar. Parásito. Parásito. Marina se quedó boquia abierta. Su pelea era tan fuerte que se convirtió en espectáculo público.
No se dieron cuenta de que al otro lado de la calle alguien grababa la pelea con el móvil. Yo no firmé para esto, chilló Marina. He terminado arrastró su maleta intentando parar un taxi. ¿A dónde vas? No sobrevivirás sin mí, se burló Víctor. Ya lo verás. Marina fue a un hotel de lujo intentando reservar una habitación con la tarjeta de crédito ilimitada que le dio Víctor.
Lo siento, señora denegada. Dijo la recepcionista con frialdad. Probó otra tarjeta. Denegada. Todas denegadas. Víctor lo había bloqueado todo. O fue el banco Marina entró en pánico. Llamó a sus amigas de la alta sociedad. Cariño, tengo un problema. ¿Me puedes prestar? El teléfono se cortó. llamó a otra. Hola, tengo mala señal. Teléfono apagado. Ella no lo sabía.
Valeria, a través de su nueva reditó hacer nada. Gabriel solo tuvo que filtrar el informe de auditoría de Víctor a algunas personas importantes. La noticia de que Víctor era un estafador y Marina, la otra ligada a un estafador en quiebra, se había extendido por todos los grupos de WhatsApp de la Jetset Madrileña.
Ella era tóxica, nadie quería relacionarse con ella. Esa noche, la grabación de su pelea con Víctor frente al edificio se hizo viral en las cuentas de cotilleo locales. Su bello rostro ahora se asociaba con la bancarrota y el drama barato. Su carrera de modelo estaba acabada. Las puertas del mundo de la clase alta se cerraron.
Marina, que una vez se sintió en la cima del mundo, ahora tenía que vender sus bolsos auténticos y algunos falsos que acaba de descubrir que Víctor le dio uno a uno solo para sobrevivir, de vuelta a la oscuridad que tanto odiaba.
Dos semanas después del embargo, Valeria se sentó con Gabriel en la sala de reuniones de su palacete. La mesa de Caoba ahora estaba llena de planos. Todos los activos de construcciones Víctor SA han sido liquidados informó Gabriel. Su oficina, su equipamiento y el ático. Todo es suficiente para cubrir la deuda de 500 € más intereses y costas legales. Bien, dijo Valeria. ¿Qué haremos con el ático? Podemos venderlo.
Valeria negó con la cabeza. No, vende todos los muebles de lujo de dentro. Vacíalo. Luego dale las llaves a don Guillermo en el banco rural. Diles que se lo den como un bono de regalo a Tomás. Gabriel levantó una ceja, un poco sorprendido por el toque de humor cínico. Tomás, el empleado del banco. Sí, se lo merece.
Él fue el primero en ayudarme. Bien, señora. ¿Y los terrenos de 800 hectáreas? Seguiremos con el plan de la urbanización de lujo. Valeria se levantó caminando hacia el ventanal mirando el jardín. Recordó la carta de su padre. Construye tu propio reino. Víctor quería construir un palacio para ricos que gente como yo solo podía ver desde fuera de la verja. Dijo Valeria.
Yo haré lo contrario. Volvió a la mesa y señaló los planos nuevos. Voy a construir hogares. Dijo que Patrimonio Hernández SL usaría las primeras 100 haáreas para construir viviendas subvencionadas dignas, completas con escuela y un pequeño centro médico. ¿Para quién?, preguntó Gabriel.
Ahora realmente interesado, para los trabajadores de nuestros viñedos y para los dueños de los pequeños proveedores que casi fueron destruidos por Víctor, ellos tendrán prioridad y descuentos especiales. Y la maquinaria embargada a Víctor la usaremos para construir esas casas”, dijo Valeria con una leve sonrisa. Es justicia poética.
Gabriel la miró con una admiración no disimulada. “No solo eso,” añadió Valeria. “En otras 10 haáreas quiero construir el centro de formación.” Hernández, un centro de capacitación para la agroindustria moderna y gestión de pymes. Quiero que gente como mi padre tenga la oportunidad de tener éxito sin tener que esconderse.
Valeria no estaba solo vengándose, estaba construyendo un legado. Valeria había terminado con Víctor, pero la ley no. Víctor, que ahora malvivía en un piso compartido en las afueras, pensaba que lo peor ya había pasado. Pensaba que después de perderlo todo ante Valeria era libre. Una tarde, mientras comía fideos instantáneos, golpearon la puerta. Policía Nacional.
Señor Víctor, queda detenido. ¿Qué es esto ahora? Mi deuda con Valeria está pagada. No se trata de deudas, dijo el agente. Se trata del uso de materiales por debajo del estándar en el puente del pueblo de Valdemoro y de fraude fiscal. Víctor se congeló. ¿Cómo lo sabían? No sabía que Gabriel, en nombre de un cliente preocupado por la seguridad pública, había enviado anónimamente copias del libro de contabilidad doble de Víctor y los resultados de laboratorio del cemento de mala calidad a la fiscalía y a la agencia tributaria. “Construyó un puente que podría derrumbarse, Gabriel”, dijo Valeria en
ese momento. “Podría matar gente. Esto ya no es sobre él y yo, es sobre justicia.” La noticia de la detención de Víctor fue titular local, constructor de élite cae, presunta corrupción y fraude. En su palacete, Valeria vio la noticia en la gran televisión. Miró la cara de Víctor, demacrada y enfadada, siendo escoltado.
No sintió nada, ni ira ni satisfacción. Ese capítulo finalmente se cerró. Apagó la televisión. Un año después, Patrimonio Hernández SL ya no era una empresa inactiva y misteriosa. La empresa era ahora uno de los nuevos pilares económicos en el sur de España. Valeria había revolucionado sus viñedos con prácticas sostenibles, subiendo el sueldo a los trabajadores y construyendo instalaciones modernas.
El centro de formación Bernardo Hernández ya se había inaugurado y la primera promoción se había graduado. La primera fase de viviendas subvencionadas estaba llena. A Valeria ya no la llamaban señora directora con tono de miedo. Los trabajadores antiguos la llamaban doña Valeria o la hija de Bernardo con respeto y cariño.
Estaba de pie en una colina en su finca, mirando la extensión verde bajo el sol de la tarde. Ya no era la mujer desaliñada en el vestíbulo de Torre Real, ni la mujer fría en la sala de reuniones. Era Valeria completa. Se escucharon pasos detrás de ella. Gabriel, la vista es hermosa dijo Gabriel. Ya no llevaba traje formal, solo una camisa de lino informal. Ahora pasaba más tiempo en el campo que en Madrid.
Sí, dijo Valeria sonriendo. Una sonrisa sincera. Mi padre llamó a esto ancla. Resulta que esta ancla se puede usar para construir muchas cosas. Usted ha construido su reino, Valeria, dijo Gabriel. Nosotros, corrigió Valeria. Nosotros lo construimos. Gabriel sonró. Mi equipo en Madrid sigue preguntando cuándo volveré. Parece que necesito darles una respuesta.
¿Y cuál es tu respuesta? preguntó Valeria mirándolo. Gabriel no respondió con palabras, dio un paso adelante, miró a Valeria y luego le tendió la mano. “Ya no soy necesario como consultor.” “Tu limpiador”, decían, “No, respondió Valeria aceptando la mano. El apretón fue firme. Ahora te necesito como socio.
” se quedaron allí mirando la puesta de sol sobre su reino, un reino que no se construyó sobre la codicia o las mentiras, sino sobre los escombros de la traición y levantado de nuevo con los cimientos de la justicia y un nuevo legado. No.
