El cristal se estrelló contra la pared a escasos centímetros de donde Renata acababa de entrar. Fuera de aquí. No necesito otra enfermera. La voz masculina resonó por toda la habitación, pero Renata ni se inmutó. Simplemente cerró la puerta tras ella y avanzó con paso firme hacia el hombre que la miraba con ojos inyectados en rabia.
Emiliano Barragán, el magnate que alguna vez había aparecido en las portadas de todas las revistas de negocios de México, ahora no era más que una sombra amargada confinada a una silla de ruedas y a su propia miseria.
“Buenos días a usted también, señor Barragán”, dijo ella con una sonrisa burlona mientras dejaba su bolso sobre una mesa. “Veo que su puntería está mejorando.” La última enfermera dijo que le dio en el hombro. Emiliano la miró estupefacto. Habían pasado 8 meses desde el accidente y en ese tiempo había ahuyentado a siete enfermeras. Todas habían huido entre lágrimas o insultos. ¿Quién diablos te crees que eres? Gruñó girando su silla para encararla.
Renata Juárez, 29 años, enfermera especializada en rehabilitación de pacientes con trauma”, respondió ella, acercándose sin miedo. “¿Y la mujer que va a hacer que usted deje de comportarse como un niño malcriado? ¡Lárgate ahora! No lo creo. Renata sacó unos papeles de su bolso. Su hermana me contrató directamente y, por cierto, me pagó por adelantado tres meses, así que estamos condenados a soportarnos, señor Barragán.
La mansión de Valle de Bravo, que alguna vez había sido escenario de las fiestas más exclusivas de la élite mexicana, ahora era un mausoleo silencioso. Los sirvientes caminaban de puntillas, las cortinas permanecían cerradas. Y el amo de la casa se había convertido en un fantasma que aterrorizaba a cualquiera que intentara acercarse.
“Mi hermana no tiene autoridad para contratar a nadie sin mi consentimiento”, dijo él entre dientes. “Pues parece que sí la tiene.” Renata caminó hacia las cortinas y las abrió de par en par, dejando entrar la luz del mediodía. “Dios mío, esto parece una cripta.” La luz inundó la habitación revelando el desorden que la rodeaba. Emiliano entrecerró los ojos, molesto por el resplandor repentino.

Ciérralas, sea. No necesita vitamina D y un cambio de actitud. Renata se acercó a él y lo miró directamente a los ojos. Su expediente médico dice que podría tener avances significativos con la terapia adecuada, pero usted ha rechazado cualquier tipo de tratamiento. ¿Por qué? Mi expediente médico es privado, respondió él atónito ante su atrevimiento.
Y yo soy su enfermera, así que dejó de ser privado para mí. Renata lo rodeó estudiándolo. Físicamente no hay razón para que esté en este estado. Lo que lo mantiene en esa silla es pura obstinación. El timbre de la puerta sonó interrumpiendo la tensa conversación. Momentos después, una mujer elegante y hermosa entró en la habitación como si fuera la dueña del lugar.
Llevaba un vestido que parecía sacado de una pasarela y joyas que brillaban con cada movimiento. Emiliano, cariño, vine a ver cómo estabas. Se detuvo al ver a Renata. Y tú eres la nueva enfermera, respondió Renata, notando inmediatamente la tensión que apareció en los hombros de Emiliano.
Camila Ríos se presentó la mujer con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. La prometida de Emiliano. Exprometida corrigió él sec. Camila agitó la mano como si aquello fuera un detalle insignificante. Detalles, cariño. Sabes que sigo aquí para ti. Se volvió hacia Renata. Espero que dures más que las anteriores.
Emiliano puede ser desafiante. Me gustan los desafíos respondió Renata, sintiendo una antipatía instantánea hacia aquella mujer. Camila, si viniste a hablar del asunto de las acciones, la respuesta sigue siendo no. intervino Emiliano con voz cansada. Podemos discutirlo más tarde cuando estés más. Receptivo, Camila se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Y cuando estemos solos, la mirada que le lanzó a Renata era claramente una advertencia. Después de unos minutos más de conversación superficial, Camila se marchó dejando tras ella un perfume caro y una sensación de falsedad que impregnaba el aire. Vaya pieza”, comentó Renata cuando quedaron solos. “No es asunto tuyo,” respondió Emiliano, pero sin la hostilidad inicial.
“Todo lo que afecte a su estado de ánimo es asunto mío.” Renata se arrodilló frente a su silla para quedar a su altura. Ahora vamos a establecer algunas reglas. Primera, no más lanzamiento de objetos. Segunda, seguirá mis instrucciones de rehabilitación. Y tercera, intentará por lo menos no ser un completo imbécil cada minuto del día.
Emiliano la miró fijamente y por un instante algo pareció encenderse en sus ojos. No era furia, no era desprecio, era interés, un destello de vida que nadie había visto en meses. Y si me niego, entonces confirmaré lo que todos en esta casa piensan. que tiene miedo. Miedo. Emiliano soltó una risa amarga.
¿De qué podría tener miedo yo? De volver a vivir, respondió ella con simpleza, de descubrir que el mundo sigue girando, aunque usted haya decidido bajarse. El silencio que siguió fue denso, cargado de algo indefinible. Renata sostuvo su mirada sin parpadear, desafiándolo a contradecirla. Vete”, dijo finalmente él, pero su voz había perdido fuerza.
“Hoy me iré, pero volveré mañana.” Renata se levantó y recogió su bolso. Y pasado mañana y todos los días hasta que cumpla con mi trabajo o hasta que me demuestre que realmente no hay nada que salvar aquí. Renata se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir la voz de Emiliano la detuvo. “Cuares, la llamó.
¿Por qué insistes tanto?” Las otras se rendían al primer vaso roto. Ella se giró y le dedicó una sonrisa enigmática. Porque a diferencia de ellas, yo no creo que esté roto, señor Barragán. Solo está escondido. Las palabras quedaron flotando en el aire mucho después de que Renata abandonara la habitación. Por primera vez en meses, Emiliano no podía dejar de pensar en algo que no fuera su propia desgracia.
La noche cayó sobre Valle de Bravo, envolviendo la mansión en sombras. Renata estaba organizando los medicamentos en la habitación contigua cuando escuchó el timbre de la silla eléctrica de Emiliano acercándose. Se sorprendió. Él no había salido de su habitación en semanas, según le habían dicho.
Cuáes la voz de Emiliano sonaba diferente, casi dubitativa. Necesito tu ayuda. Renata se asomó al pasillo y lo encontró allí. con el pelo revuelto y una expresión indescifrable en el rostro. ¿Qué sucede? Quiero. Emiliano pareció luchar con las palabras. Quiero ir al terrazo ahora. Son casi las 10 de la noche. Por eso mismo, respondió él.
Nadie me verá intentarlo. ¿Vas a ayudarme o tengo que llamar a alguien más? Renata lo estudió por un momento, intrigada por este repentino cambio. Intentar qué exactamente ponerme de pie, respondió Emiliano. Y había algo en su mirada que no había estado allí antes.
Quiero sentir el viento en la cara mientras estoy de pie, no sentado como un inválido. Algo se agitó en el pecho de Renata. Un reconocimiento quizás. la primera chispa de voluntad en un hombre que todos daban por vencido. De acuerdo, dijo finalmente, pero con una condición. ¿Cuál? que cuando caiga, porque va a caer, me deje ayudarlo a levantarse y que mañana comencemos la terapia en serio. Emiliano la miró largo rato antes de asentiramente. Trato hecho.
Ahora vamos antes de que me arrepienta. Mientras avanzaban por el pasillo hacia el terrazo, Renata sintió que algo había cambiado fundamentalmente en la dinámica entre ellos. No sabía que la esperaba en este nuevo territorio, pero por primera vez desde que había llegado a la mansión sentía esperanza.
Otra vez”, exigió Renata, sosteniendo firmemente los brazos de Emiliano mientras él intentaba mantener el equilibrio. Llevaban dos horas en la sala de rehabilitación que había permanecido abandonada desde el accidente. El sudor empapaba la camiseta de Emiliano y sus músculos temblaban por el esfuerzo. “Ya basta por hoy”, jadeó él apretando los dientes. “Tres pasos más”, insistió ella.
Usted mismo dijo que quería avanzar más rápido que lo recomendado por sus médicos. Estos son los resultados. Una semana había transcurrido desde aquella noche en el terrazo, lo que comenzó como un simple intento de ponerse de pie. Se había transformado en sesiones diarias que desafiaban todos los pronósticos médicos.
Eres una tirana”, murmuró Emiliano dando otro paso tembloroso. “Y usted un niño rico mimado”, replicó ella con una sonrisa desafiante. “Uno, dos y tres. Perfecto.” Lo ayudó a regresar a la silla. Sus manos se demoraron un instante más de lo necesario sobre sus hombros. Una corriente eléctrica imperceptible cruzó entre ambos.
“¿Siempre eres así de mandona con todos tus pacientes?”, preguntó él recuperando el aliento. Solo con los que valen la pena respondió Renata mientras anotaba algo en su tableta. Sus avances son impresionantes, aunque jamás lo admitiría frente a usted. Eso fue casi un cumplido.
Juárez, cuidado, podrías dañar tu reputación de sargento. Renata levantó la mirada. Por primera vez detectó humor genuino en su voz. Guárdate la celebración. Mañana duplicaremos el esfuerzo. La mirada de Emiliano recorrió el rostro de su enfermera. Había algo magnético en la manera en que ella movía las manos al hablar, en como sus ojos brillaban cuando él lograba superar sus expectativas. ¿Por qué elegiste esta profesión? Preguntó repentinamente.
La pregunta la tomó por sorpresa. Porque me gusta arreglar lo que otros dan por perdido. Contestó tras un momento de reflexión. Mi padre sufrió un derrame cuando yo tenía 15 años. Los médicos dijeron que nunca volvería a caminar. ¿Y qué pasó? Bailó conmigo en mi graduación. Dijo con una sonrisa nostálgica. No perfectamente, pero lo suficiente para demostrar que los médicos a veces se equivocan.
Un silencio cómodo se instaló entre ellos. Emiliano la observaba como si la viera realmente por primera vez. Tu turno”, dijo ella guardando su tableta. “¿Por qué te niegas a mejorar cuando claramente podrías?” La expresión de Emiliano se endureció. Algunos daños no son físicos y eso justifica que te rindas. No entiendes nada. Entonces explícamelo.
Lo desafió cruzándose de brazos. Tengo toda la tarde. Antes de que Emiliano pudiera responder, la puerta se abrió. Camila entró con un vestido rojo ceñido que contrastaba dramáticamente con la austeridad de la sala de rehabilitación. Cariño, me informaron que estabas aquí. Su expresión mostraba sorpresa mal disimulada. No puedo creer que finalmente hayas accedido a la terapia. Renata puede ser persuasiva.
Respondió secamente. Camila dirigió una mirada calculadora hacia la enfermera. Cuánto me alegra. El abogado Mendoza está esperando en el estudio. Hay unos documentos que requieren tu atención urgente. Puedo atenderlo más tarde. Son sobre la junta directiva. Insiste en que es ahora o nunca. La voz de Camila adquirió un tono imperceptiblemente más duro. Emiliano suspiró con resignación.
Continuaremos mañana, le dijo a Renata. Mientras Camila empujaba su silla fuera de la habitación, Renata notó como los hombros de Emiliano volvían a tensarse, como si cada centímetro que avanzaba lejos de ella lo devolviera a su prisión mental.
Esa noche, Renata recorría los pasillos silenciosos cuando escuchó voces provenientes del estudio. Se detuvo reconociendo inmediatamente el tono cibilante de Camila. El proceso de interdicción debe acelerarse, Mendoza”, decía. Mientras él tenga control sobre las cuentas principales, estamos atados de manos. “Paciencia, señorita Ríos”, respondió una voz masculina. “Si apresuramos los trámites, podría levantar sospechas.
Además, su reciente interés en la rehabilitación complica las cosas. Esa enfermera está interfiriendo demasiado. Encárgate de ella.” Renata se alejó silenciamente, su corazón latiendo con fuerza. Sus sospechas se confirmaban. Camila tramaba algo contra Emiliano. La mañana siguiente, mientras preparaba la sala de rehabilitación, encontró una caja olvidada en un rincón.
Al abrirla, descubrió una colección de fotografías antiguas y un estuche de acuarelas sin usar. Una de las fotos mostraba a un Emiliano más joven, sonriente, pintando frente a un paisaje montañoso. Cuando él llegó a su sesión, Renata colocó el estuche sobre la mesa sin decir palabra. ¿De dónde sacaste esto?, preguntó él tocando las acuarelas con dedos temblorosos. Alguien las abandonó aquí y respondió, “Ese hombre de la foto parece feliz. Me pregunto qué le habrá pasado.
Murió en el accidente, contestó Emiliano con amargura. Lo dudo, Renata señaló sus manos. Esas manos pueden sostener un pincel perfectamente. Solo necesitan recordar cómo. Por un momento, algo vulnerable afloró en su mirada. Luego, como si recordara algo importante, su expresión cambió.
Anoche escuché a Camila hablando por teléfono, dijo con voz tensa. Mencionó un viaje para acelerar el proceso. No confío en ella, pero tampoco tengo pruebas de lo que sospecho. Yo sí. Renata dudó un instante antes de revelar lo que había escuchado. Están planeando algún tipo de interdicción legal. ¿Quieren acceso a tus cuentas? Emiliano apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
Siempre supe que Camila era ambiciosa, pero esto, su voz se quebró ligeramente. Después del accidente, cuando perdí la movilidad, ella fue la única que permaneció. Creí que realmente le importaba. Las personas rara vez son lo que aparentan”, murmuró Renata recordando sus propias cicatrices invisibles.
Sus miradas se encontraron y por un instante todas las barreras entre ellos parecieron disolverse. “¿Por qué me adviertes sobre esto?”, preguntó él. “Apenas me conoces, porque veo algo en ti que merece ser salvado,” respondió con sencillez. ¿Y por qué detesto a las personas que se aprovechan de las debilidades ajenas? Algo indefinible pasó entre ellos.
Una conexión que trascendía la relación enfermera paciente, una chispa entre las ruinas de lo que ambos habían sido alguna vez. “Mañana”, dijo Emiliano rompiendo el silencio. “mañana comenzaremos a contraatacar.” La determinación en su voz era nueva. Por primera vez desde el accidente parecía estar tomando las riendas de su destino.
Si vuelves a acercarte a sus documentos médicos, me encargaré personalmente de que no encuentres trabajo ni limpiando baños en Chiapas. Renata se mantuvo impasible ante la amenaza de Camila. El pasillo desierto del ala este de la mansión se había convertido en campo de batalla entre las dos mujeres. Tanto miedo te da que se recupere. Contraatacó Renata sosteniéndole la mirada. Un hombre sano no necesitaría una cuidadora como tú.
Un destello de furia cruzó los ojos de Camila, quien se acercó hasta casi rozar su rostro. No tienes idea de con quién te estás metiendo, enfermera. Mi familia conoce a cada director de hospital en este país y la mía conoce a cada periodista que estaría fascinado con la historia de cómo la ex prometida de Emiliano Barragán intentó estafarlo durante su convalescencia.
La sorpresa momentánea en el rostro de Camila valió cada segundo del enfrentamiento. Sin embargo, pronto recuperó su máscara de elegancia. Disfruta tu momento de gloria. susurró con veneno. No durará. Cuando Camila desapareció por el pasillo, Renata liberó la tensión contenida en sus hombros. El juego se tornaba peligroso, pero cada día que pasaba sentía mayor responsabilidad hacia Emiliano, una conexión que superaba lo profesional.
“Interrumpo algo interesante.” La voz de Emiliano la sobresaltó. Su silla motorizada había avanzado silenciosamente hasta ella. Solo un intercambio de opiniones femeninas”, respondió con fingida ligereza. “La última vez que vi esa expresión en tu rostro, amenazabas con abandonarme si no completaba 20 repeticiones”, comentó él con una media sonrisa.
“¿Qué te dijo exactamente?” “Nada importante.” Renata cambió de tema. “¿Necesitas algo?” Emiliano la estudió un momento antes de hablar. “Quiero que me acompañes a Cancún. Disculpa, tengo una reunión privada con inversionistas este fin de semana. Necesito que vengas como asistente médica. Hizo énfasis irónico en las últimas palabras.
Es mi primera aparición pública desde el accidente. Y Camila, le dije que prefería mantener un perfil bajo respondió. Sorprendentemente no insistió. Renata entendió la implicación. Camila permitía este movimiento porque encajaba con sus planes. ¿Estás seguro? Completamente inseguro admitió él con una franqueza inusual.
Pero necesito saber quiénes siguen siendo leales. El jet privado aterrizó en Cancún al atardecer. La suite presidencial del hotel ofrecía vistas panorámicas al mar Caribe que arrancaban suspiros. Para Renata, acostumbrada a una vida modesta, aquel lujo resultaba casi abrumador. “Tu habitación comunica con la mía”, explicó Emiliano mientras el personal del hotel desaparecía tras dejar el equipaje.
“Por si necesito asistencia.” La forma en que pronunció la última palabra desató un cosquilleo en el estómago de Renata. Mantengamos la relación profesional, señor Barragán”, respondió intentando ignorar la tensión que crecía entre ellos. “Por supuesto, señorita Juárez”, asintió con falsa solemnidad.
“La cena de negocios comienza en dos horas. Te sugiero el vestido azul que mi asistente seleccionó para ti.” “Revisaste mi guardarropa.” “Garanicé que estuviera a la altura del evento, corrigió.” Lo que me recuerda buscó en su saco y extrajo una pequeña caja de tercio pelo. Esto complementará el conjunto.
Dentro descansaba una gargantilla de zafiros y diamantes que debía costar más que todo lo que Renata había poseído en su vida. No puedo aceptarlo. No es un regalo, aclaró Emiliano. Es un préstamo para la ocasión. Nadie creerá que eres mi asistente personal si te presento como una cenicienta.
La cena resultó ser un desfile de poder y ostentación. Ejecutivos con esposas trofeo, políticos con amantes discretas y un puñado de herederos aburridos componían el selecto grupo. Renata observaba fascinada como Emiliano se transformaba. El hombre amargado desaparecía, reemplazado por un estratega carismático que manejaba la conversación con maestría desde su silla.
A medianoche, cuando la reunión formal concluyó, la fiesta se trasladó a la piscina privada. Emiliano se ubicó estratégicamente en un área elevada desde donde podía observar sin sentirse excluido. “Impresionante actuación”, comentó Renata sentándose junto a él. Casi pareces disfrutarlo. Parte de mí lo extrañaba, confesó. El juego, la estrategia, sentir que controlo algo nuevamente.
Bajo la luz de la luna, sus facciones lucían más suaves, menos atormentadas. Por primera vez, Renata vislumbró al hombre que había sido antes de la tragedia. “Deberías refrescarte”, sugirió señalando la piscina casi vacía. “Te ayudaría con la terapia. No creo que si puedes enfrentar a esos tiburones corporativos, puedes manejar un poco de agua.
Lo interrumpió extendiendo su mano. Confía en mí. Algo en esas últimas palabras pareció desarmarlo. Asintió lentamente. Con delicadeza profesional pero electrizante para ambos. Renata lo ayudó a cambiarse y luego a introducirse en la zona menos profunda. El agua tibia envolvió sus cuerpos mientras ella lo sostenía firmemente.
“Tus ojos”, murmuró él estudiándola con intensidad. Brillan diferente bajo esta luz. Sus rostros estaban peligrosamente cerca. La corriente invisible que había fluido entre ellos desde el primer día ahora resultaba innegable. Emiliano acercó su mano al rostro de Renata. casi rozando su mejilla, pero súbitamente se detuvo.
“No quiero tu lástima”, dijo con voz ronca. “Lástima.” Renata se apartó como si la hubiera abofeteado. “¿Es eso lo que crees que siento por ti? ¿Qué más podría ser?” La amargura regresó a su semblante. Una mujer como tú, joven, hermosa, vital, ¿qué podría ver en un inválido? La furia encendió las mejillas de Renata.
Sin mediar palabra, sujetó el rostro de Emiliano entre sus manos y lo besó. No fue un beso tierno ni compasivo, sino feroz, casi furioso. Un beso que desmentía cualquier noción de lástima. Eso jadeó al separarse. No fue pena. Dejándolo atónito en la piscina, dio media vuelta y se dirigió hacia las habitaciones, temblando no por el frío, sino por la intensidad de sus propias emociones. El regreso a la mansión transcurrió en un silencio cargado de tensión.
Ninguno mencionó lo ocurrido en Cancún, pero el cambio entre ellos resultaba palpable. Al atravesar la puerta principal, el ama de llaves lo recibió con expresión preocupada. Señor, la señorita Ríos ha estado esperándolo todo el día. Se negó a marcharse. Efectivamente, Camila apareció en el vestíbulo con una sonrisa triunfal.
Emiliano, amor, qué bueno que regresaste. Su mirada se posó en Renata con desdén. Justo a tiempo para un desagradable descubrimiento. ¿De qué hablas? Camila extrajo un reloj de pulsera de una bolsa y lo sostuvo en alto. El patec Philip, que perteneció a tu padre, desaparecido hace tres días, su mirada se dirigió acusadoramente hacia Renata hasta que la seguridad revisó la habitación de tu enfermera.
Renata palideció al reconocer el reloj que nunca había visto antes. Eso es absurdo. Jamás. Las cámaras de seguridad no mienten, querida. La interrumpió Camila. Ya he llamado a la policía. La mirada de Emiliano oscilaba entre ambas mujeres, el horror y la confusión evidentes en su rostro.
La maleta de Renata golpeó el asfalto con un ruido seco. El taxi aguardaba con el motor en marcha mientras ella miraba por última vez la imponente fachada de la mansión. ¿A dónde la llevo, señorita?, preguntó el conductor. A la clínica Santa Teresa, respondió con voz apagada. Los acontecimientos de las últimas 24 horas se repetían en su mente como una película en bucle.
La acusación de Camila, la mirada de duda en los ojos de Emiliano, la humillación de ser registrada por seguridad y finalmente la policía que tras revisar pruebas fabricadas le dio la opción de marcharse sin cargos gracias a la generosidad de la familia Barragán.
Lo más doloroso no fue la acusación, sino el silencio de Emiliano, un silencio que pesaba más que 1000 palabras de condena. ¿Va o trabaja ahí? La voz del taxista interrumpió sus pensamientos. Trabajo o trabajaba se corrigió. Supongo que ahora vuelvo. El director de la clínica la recibió con una mezcla de sorpresa y alivio.
La escasez de personal cualificado garantizaba que su regreso fuera bienvenido, sin preguntas incómodas sobre su súbita disponibilidad. Tu antigua plaza está cubierta, pero tenemos vacante en rehabilitación intensiva”, explicó mientras firmaba los papeles de readmisión. Puedes empezar mañana mismo. Esa noche, en la soledad de su modesto apartamento, Renata permitió que las lágrimas fluyeran libremente.
No lloraba por la injusticia ni por la humillación, sino por haber bajado la guardia, por haberse permitido sentir algo por un hombre cuya vida transcurría en un universo paralelo al suyo. El teléfono sonó varias veces, mostrando siempre el mismo número desconocido. Lo ignoró sistemáticamente. A las 3 de la madrugada llamaron a su puerta. Renata, sé que estás ahí.
La voz de Emiliano atravesó la madera. Por favor, abre. Inmóvil en la oscuridad contuvo la respiración. Puedo quedarme toda la noche aquí, continuó él. No me importa si los vecinos llaman a la policía. De hecho, tal vez debería intentarlo. Ya sabes, para variar. Una risa amarga escapó de sus labios. Se acercó a la puerta.
¿Qué haces aquí? Preguntó sin abrir. Necesito hablar contigo ahora, después de permitir que me trataran como a una delincuente, estaba confundido. Su voz sonaba quebrada. Camila ha estado conmigo desde el accidente. Nunca pensé que llegaría tan lejos. Pues ahora lo sabes. Felicidades. Renata apoyó la frente contra la puerta. Vete, Emiliano.
Un golpe sordo contra la madera la sobresaltó. La revisé”, dijo él con urgencia. Después de que te fueras, revisé todas las grabaciones de seguridad. Las originales, no las que mostró Camila. Tú nunca entraste a mi despacho. Las cintas fueron alteradas. Un nudo se formó en la garganta de Renata. Debiste revisarlas antes. Lo sé.
La desesperación teñía su voz. Fui un cobarde. No sabía en quién confiar y tomé la salida fácil. Te fallé. Un silencio pesado se instaló entre ellos. Si no abres esa puerta, continuó, lo entenderé. Pero quiero que sepas que despedí a Camila, cancelé su acceso a mis cuentas y cambié todas las cerraduras de la mansión.
También alerté a mi abogado sobre sus intenciones. La puerta se abrió lentamente. Emiliano estaba allí en su silla con el rostro demacrado y ojeras profundas. A su lado, un joven con uniforme de chóer aguardaba discretamente. “Te ves terrible”, dijo ella. Una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.
“Tú, en cambio, te ves hermosa, como siempre.” Renata sacudió la cabeza luchando contra la oleada de emociones contradictorias. “¿Cómo me encontraste?” Contraté a alguien. “Probablemente ilegal, definitivamente caro,”, confesó. Estaba desesperado. ¿Y ahora qué? ¿Esperas que regrese como si nada? Emiliano la miró directamente con una vulnerabilidad que nunca había mostrado.
Espero que me des la oportunidad de demostrarte que puedo ser mejor, que puedo confiar en ti, hizo una pausa. Que puedo ser alguien en quien tú puedas confiar. Algo dentro de Renata se agitó. La sinceridad en su voz era innegable. No puedo volver a esa casa, no así. Lo entiendo asintió él.
Pero necesito que sepas que voy a luchar por mi recuperación, por mi empresa y por ti, si me lo permites. Renata sintió que las defensas cuidadosamente construidas comenzaban a resquebrajarse. Aún dolía, pero la determinación en sus ojos era la misma que había vislumbrado durante sus sesiones cuando superaba sus propios límites. “Necesito tiempo. Te daré todo el que necesites”, prometió.
Pero por favor no desaparezcas. Los días siguientes transcurrieron en un limbo. Renata se sumergió en el trabajo, encontrando consuelo en la rutina y en ayudar a otros pacientes. Emiliano respetó su espacio, limitándose a mensajes cortos preguntando por su día. Una semana después, mientras desayunaba frente al televisor, la imagen de Emiliano apareció en pantalla.
El presentador anunció una conferencia de prensa sorpresa del magnate Barragán. Con el corazón acelerado subió el volumen. Emiliano apareció ante una multitud de periodistas. Por primera vez en público, no utilizaba su silla motorizada, sino un bastón elegante, con el cual se mantenía de pie con esfuerzo, pero con dignidad.
He convocado esta conferencia para aclarar varios puntos. comenzó con voz firme. Primero anuncio mi regreso como SEO activo de Grupo Barragán, poniendo fin a los rumores sobre mi incapacidad. Los flashes de las cámaras iluminaban su rostro determinado. Segundo, quiero denunciar públicamente los intentos de fraude orquestados por Camila Ríos y el abogado Fernando Mendoza, quienes intentaron manipular mi condición médica para controlar mis activos.
Un murmullo recorrió la sala de prensa y tercero hizo una pausa mirando directamente a la cámara como si supiera que ella lo observaba. Quiero disculparme públicamente con Renata Juárez, una profesional extraordinaria a quien traté injustamente. Mi recuperación física y moral se debe en gran parte a ella. El teléfono de Renata vibró con un mensaje. ¿Estás viendo esto? Espero que sí.
Hay más que quiero decirte, pero algunas cosas deben hacerse en persona. Esa tarde, cuando salía de la clínica, un auto la esperaba. El chóer le entregó un sobre. Dentro había una llave y una nota manuscrita. Esta es la llave de mi corazón. Metafóricamente claro, literalmente es la llave de mi casa de la playa en Tulum.
Estaré allí este fin de semana solo, sin expectativas, solo para hablar. Solo si tú quieres. Renata sostuvo la llave entre sus dedos sintiendo su peso simbólico. La decisión que tomara ahora definiría mucho más que un simple reencuentro. El sonido de las olas rompiendo contra la costa acompañaba los pasos de Renata por la playa Virgen.
La casa, llamarla así, era un eufemismo para la espectacular villa minimalista construida sobre un acantilado, brillaba a lo lejos como un faro en la oscuridad creciente del atardecer. había considerado mil veces no acudir. Su orgullo herido le gritaba que diera media vuelta, que retomara su vida lejos de la montaña rusa emocional que significaba Emiliano Barragán.
Pero algo más fuerte la empujaba hacia adelante, la necesidad de cerrar ciclos, de enfrentar verdades. O quizás, aunque no quisiera admitirlo, la esperanza. Se detuvo frente a la puerta de cristal. podía verlo a través del ventanal. Emiliano contemplaba el horizonte desde la terraza, reclinado en un sillón con la mirada perdida en el mar.
Sin la presencia de enfermeras, asistentes o personal, parecía más humano, más vulnerable. La llave pesaba en su mano. Usarla significaba mucho más que simplemente abrir una puerta. El click del cerrojo alertó a Emiliano, se giró lentamente y sus miradas se encontraron a través del espacio que lo separaba. “Viniste”, dijo simplemente con una mezcla de sorpresa y alivio.
“Aún no estoy segura de por qué”, respondió ella con honestidad. Avanzó hasta la terraza, manteniendo una distancia prudente. La brisa marina jugaba con su cabello mientras el sol comenzaba su descenso hacia el horizonte. ¿Quieres algo de beber? ofreció él. Respuestas, replicó. Eso quiero. Emiliano asintió lentamente. Pregunta lo que desees.
¿Por qué no confiaste en mí? La pregunta flotó entre ellos, cargada de dolor y expectativas. Porque confiar significa arriesgarse a perder”, respondió tras un momento y ya había perdido demasiado. Se apoyó en su bastón para levantarse. El esfuerzo era visible, pero se movía con más soltura que antes.
“Has estado practicando”, observó ella. “Todos los días”, confirmó. Tenía una excelente maestra, estricta, pero efectiva. Una sonrisa fugaz cruzó el rostro de Renata. La conferencia de prensa fue impactante”, comentó cambiando de tema. “Imagino que Camila no estará muy contenta. Probablemente esté consultando abogados en este momento,” concedió él.
“Pero tengo pruebas de todo. Las grabaciones alteradas, transferencias sospechosas, incluso testimonios del personal médico que fue presionado para modificar mis informes y tu empresa. El consejo está dividido como era de esperar. Su expresión se tornó seria. Algunos piensan que mi condición sigue siendo un impedimento. Otros están asustados por el escándalo, pero la mayoría está de mi lado, al menos por ahora.
Un silencio contemplativo se instaló entre ellos. El sol descendía lentamente, tiñiendo el cielo de naranjas y violetas. “Te veías diferente en la televisión”, dijo ella finalmente. “Más fuerte. Me sentía diferente”, admitió. Por primera vez el accidente dejé de esconderme. Dejé de tener vergüenza de quién soy ahora.
Renata lo observó detenidamente. El hombre amargado que había conocido se transformaba gradualmente ante sus ojos. ¿Sabes qué fue lo que realmente me dolió?, preguntó ella. No fue la acusación, ni siquiera la humillación. Fue darme cuenta de lo fácil que fue para ti creer lo peor de mí. No fue fácil”, corrigió él acercándose un paso.
Fue aterrador porque si resultaba cierto significaba que me había equivocado completamente contigo. Y si me equivocaba contigo, ¿qué? Significaba que no podía confiar en lo que sentía. completó con voz baja y lo que sentía era demasiado importante para arriesgarme a perderlo. El corazón de Renata dio un vuelco.
La intensidad en su mirada la desarmaba, derretía sus defensas como hielo al sol. “No sé si puedo olvidar lo que pasó”, confesó. “No te pido que olvides”, respondió él. “Te pido que me permitas demostrarte día a día que aprendí la lección.” dio otro paso hacia ella, apoyándose en el bastón con determinación. Quiero que vuelvas, Renata.
No como mi enfermera, sino como qué lo desafió, aunque su voz temblaba ligeramente. Como la mujer que me devolvió las ganas de vivir, respondió con sencillez. Como quien quiera ser. La distancia entre ellos se había reducido a centímetros. Renata podía sentir el calor de su cuerpo, percibir su aroma mezclado con la brisa marina. “Pones condiciones muy difíciles, Barragán”, murmuró.
“Tú nunca elegiste el camino fácil, Juárez”, replicó con una media sonrisa. Cuando sus labios se encontraron, todas las dudas se disiparon. No era un beso desesperado como el de la piscina, sino uno de reconocimiento, de promesa, de posibilidades. La primera noche juntos transcurrió entre confesiones susurradas y caricias tentativas.
No hubo prisa, solo descubrimiento. El cuerpo de Emiliano, marcado por cicatrices que contaban la historia de su accidente, se entregaba sin reservas bajo las manos expertas de Renata. No había lástima en sus ojos, solo admiración y deseo. ¿En qué piensas?, preguntó ella recostada sobre su pecho, mientras la luz del amanecer comenzaba a filtrarse por las ventanas.
En lo mucho que cambió mi vida desde que apareciste, respondió acariciando su cabello. En lo cerca que estuve de rendirme, Renata se incorporó para mirarlo directamente. “Ya no tienes que luchar solo”, dijo con firmeza. Pero tienes que prometerme algo, lo que sea.
Nunca más permitirás que alguien, ni siquiera yo, decida por ti lo que puedes o no puedes lograr. La intensidad de sus palabras quedó sellada con otro beso. Una promesa silenciosa de compañerismo, no de dependencia. La mañana trajo consigo el sol radiante del Caribe y una sensación de renovación. desayunaron en la terraza discutiendo planes para el futuro inmediato cuando el teléfono de Emiliano sonó insistentemente. “Es Diana, mi asistente”, comentó frunciendo el seño.
Al leer el mensaje. Dice que encontró algo extraño entre las pertenencias de Camila, algo que dejó en la mansión. ¿Qué puede ser? No lo especifica, pero quiere que lo vea personalmente, respondió visiblemente intrigado. Parece importante. De regreso en Valle de Bravo, Diana lo recibió con expresión preocupada.
La encontré limpiando su antigua oficina, explicó mientras los guiaba. Estaba oculta en un compartimento del escritorio. Sobre la mesa de Caoba descansaba un sobre amarillento. Emiliano lo abrió con cautela y extrajo varias hojas, algunas fotografías y lo que parecía ser una carta manuscrita. A medida que leía, su rostro palidecía visiblemente.
¿Qué sucede?, preguntó Renata alarmada por su reacción. Emiliano le tendió la carta con mano temblorosa. Es de mi exesposa murmuró. La carta que supuestamente envió antes de marcharse definitivamente a Europa. Renata comenzó a leer sintiendo como un escalofrío recorría su columna vertebral. Las palabras saltaban de la página como flechas envenenadas.
Emiliano. El Dr. Montero confirmó lo que sospechábamos. Tu lesión no es permanente como te han hecho creer. Con la terapia correcta podrías recuperarte completamente en un año. Alguien está saboteando deliberadamente tu tratamiento. Ten cuidado. No sé a quién puedes confiar, pero definitivamente no a Camila. Ella.
La carta terminaba abruptamente, como si hubiera sido interrumpida. El nombre del doctor Montero resonaba en la mente de Renata mientras recorría los pasillos del centro médico San Ángel. La revelación contenida en aquella carta había desatado una investigación frenética durante las últimas 72 horas. Disculpe.
El consultorio del doctor Alberto Montero preguntó a una enfermera que pasaba al fondo, a la derecha, pero él ya no trabaja aquí”, respondió sin detenerse. Se trasladó a Estados Unidos hace meses, otra pista que se esfumaba. Frustrada, Renata sacó su teléfono y marcó el número de Emiliano. ¿Alguna novedad? La voz de él sonaba ansiosa. Montero se fue del país.
Nadie sabe o nadie quiere decir dónde localizarlo exactamente. Mi abogado está buscando en los registros migratorios, informó Emiliano. ¿Y los expedientes? Imposible acceder sin autorización judicial. Suspiró. La administradora me miró como si fuera una delincuente cuando pregunté por tu historial completo. Probablemente Camila dejó instrucciones específicas.
La mención de aquel nombre provocaba ahora un efecto viceral en ambos. Desde el descubrimiento de la carta, las piezas comenzaban a encajar. La insistencia de Camila en contratar médicos específicos, su empeño en mantener a Emiliano Sedado durante los primeros meses críticos posta accidente, la misteriosa desaparición de ciertos especialistas.
Hay algo que no encaja, reflexionó Renata. Si tu exentaba advertirte, ¿por qué la carta estaba entre las cosas de Camila? Porque nunca llegó a mis manos, respondió él. Victoria debió enviarla, pero Camila la interceptó. Un pensamiento perturbador cruzó la mente de Renata. Y si tu exentó contactarte de otra forma y si, dejó la frase en el aire, pero la implicación quedó flotando entre ellos como una nube tóxica. Vuelve a la mansión.
La urgencia en su voz era palpable. No quiero que sigas investigando sola. Necesito hacer una última parada, colgó antes de que pudiera protestar. La dirección que había obtenido del antiguo portero del centro médico la llevó a un edificio deteriorado en las afueras de la ciudad. Miguel Suárez, ex fisioterapeuta de Emiliano, vivía ahora en un apartamento minúsculo, muy lejos del lujo que alguna vez lo rodeó. La puerta se abrió tras tres golpes insistentes.
Un hombre de aspecto demacrado la observó con recelo. ¿Quién es usted? Alguien que sabe que te pagaron para sabotear la recuperación de Emiliano Barragán, atacó directamente, apostando todo a la sorpresa. La palidez repentina en su rostro confirmó sus sospechas. No sé de qué habla, balbuceó intentando cerrar la puerta.
Renata lo impidió con firmeza. Puedes hablar conmigo ahora o con la policía después. 20 minutos más tarde salió del edificio con una grabación en su teléfono y náuseas por lo que había escuchado. Miguel había confesado todo, los ejercicios incorrectos, los informes falsificados, los medicamentos que atrofiaban en lugar de fortalecer. “Te estaba buscando.
” La voz de Camila la sobresaltó cuando llegaba a su auto. Estaba irreconocible. El maquillaje perfecto había desaparecido, reemplazado por ojeras profundas y una expresión desquiciada. “Aléjate de mí”, advirtió Renata buscando las llaves en su bolso. “Eres muy astuta, enfermera”, escupió con desprecio.
“Engatusaste a Emiliano hasta que cayó rendido a tus pies. ¿Cuánto tiempo llevas planeando quedarte con su fortuna?” La ironía de la acusación casi le arrancó una carcajada. Camila, ¿necesitas ayuda profesional?”, respondió con calma estudiada. “Y un buen abogado. No me trates como a una loca”, estalló acercándose peligrosamente. “¿Crees que no sé lo que encontraron?” La carta.
Victoria siempre fue una entrometida, por eso tuvo que Se detuvo abruptamente, consciente de su desliz. Un escalofrío recorrió la espalda de Renata. Por eso tuvo que Camila preguntó activando discretamente la grabadora del teléfono en su bolsillo. Nada, retrocedió recomponiéndose. Ella eligió marcharse y abandonarlo cuando más la necesitaba.
Yo estuve ahí cuidándolo, amándolo, manteniéndolo inválido, completó Renata. Tengo la confesión de Miguel Suárez. Sé que lo pagaste para sabotear su recuperación. La máscara de Camila se desintegró por completo. ¿Y qué vas a hacer? Entregársela a Emiliano. Su risa sonaba hueca.
¿Crees que le importará cuando sepa que su adorada victoria nunca lo abandonó? ¿Qué quieres decir? Que algunas personas deberían quedarse en Europa y no intentar regresar a reclamar lo que ya no les pertenece. El brillo maniático en sus ojos alarmó a Renata. Pero eso ya no es problema. Pronto tú tampoco lo serás. El movimiento fue tan rápido que apenas pudo reaccionar. Cami la extrajo algo de su chaqueta, un arma.
Pero antes de que pudiera utilizarlo, el chirrido de unos neumáticos interrumpió el momento. Un auto negro se detuvo bruscamente junto a ellas y dos hombres con aspecto oficial descendieron. “Renata Juárez”, preguntó uno mostrando una identificación. seguridad privada contratada por el señor Barragán, nos pidió escoltarla de vuelta. La distracción fue suficiente para que Camila desapareciera entre los vehículos estacionados.
En la mansión, Emiliano la esperaba con expresión grave. La localizaron, anunció sin preámbulos. A Victoria, mi exesposa. El corazón de Renata dio un vuelco. ¿Dónde está? En ninguna parte. Su voz se quebró. Nunca salió del país. Su pasaporte nunca fue utilizado. Emiliano, creo que Camila, lo sé. La interrumpió. El detective encontró transferencias sospechosas, comunicaciones cifradas.
Todo apunta a que Victoria descubrió el plan para mantenerme incapacitado y no pudo completar la frase. Renata se acercó y tomó sus manos entre las suyas. Necesitamos pruebas concretas, dijo con determinación. y las tendremos, le mostró la grabación de Miguel y su inquietante encuentro con Camila. Es suficiente para involucrar a la policía, concluyó Emiliano marcando un número en su teléfono.
Los días siguientes fueron caóticos, declaraciones, investigaciones, excavaciones en una propiedad a nombre de un primo de Camila. La prensa acampaba permanentemente frente a la mansión, hambriente de detalle sobre el escándalo que sacudía a la alta sociedad mexicana.
Mientras las autoridades cerraban el cerco sobre Camila, ahora prófuga, Renata intensificó su labor con Emiliano. Si la carta decía la verdad, una recuperación completa era posible. Más fuerte lo animaba durante las sesiones renovadas. Ese cuerpo oculta más capacidad de la que te han hecho creer. El progreso era notable, casi milagroso. Los músculos atrofiados respondían al estímulo correcto.
Las conexiones nerviosas aparentemente dañadas comenzaban a reactivarse. Una tarde, mientras ajustaba los nuevos aparatos ortopédicos en sus piernas, Emiliano la sorprendió con una pregunta. ¿Por qué sigues aquí? Después de todo lo que ha pasado, cualquiera hubiera oído. Renata continuó con su labor, reflexionando sobre la respuesta.
Porque algunas batallas merecen ser luchadas hasta el final, dijo finalmente, mirándolo a los ojos. Y porque nunca he dejado a un paciente a mitad del camino. Solo soy un paciente para ti, había vulnerabilidad en su pregunta. Como respuesta, Renata se incorporó y lo besó profundamente. “Sabes que eres mucho más”, susurró contra sus labios. “Ahora vamos a intentarlo una vez más.” se colocó frente a él extendiendo sus manos como apoyo.
Emiliano se aferró a ellas y con un esfuerzo titánico comenzó a incorporarse. Las piernas temblaban visiblemente bajo su peso, pero permanecieron firmes. Por primera vez en más de un año, Emiliano Barragán estaba completamente de pie, sin apoyo externo más que las manos de Renata entre las suyas. La sonrisa que iluminó su rostro contenía todas las promesas del mundo.
“Baila conmigo”, pidió atrayéndola hacia sí. Bajo la luz del atardecer que se filtraba por los ventanales, se balancearon suavemente al ritmo de una melodía invisible, celebrando no solo una victoria física, sino algo mucho más profundo. La recuperación de la esperanza. El timbre del teléfono rompió el encanto del momento. Emiliano contestó escuchando con atención creciente.
Al colgar, su expresión era indescifrable. Era la junta directiva, anunció. Han convocado una asamblea extraordinaria para la próxima semana. Están considerando mi destitución permanente. No pueden hacer eso, protestó Renata. Eres el accionista mayoritario. No por mucho tiempo, explicó con amargura. Existe una cláusula especial.
Si no me presento físicamente a la asamblea caminando por mi propio pie sin ayudas mecánicas, mis acciones quedarán bajo control del consejo. ¿Y quién propuso semejante cláusula? Yo mismo, respondió con ironía. Para proteger la empresa de directivos incapacitados. Nunca imaginé que algún día se utilizaría contra mí. Renata procesó la información comprendiendo la magnitud del desafío.
¿Cuánto tiempo tenemos? 10 días. Entonces, no hay tiempo que perder, determinó ajustando los soportes en sus piernas. Desde ahora caminarás 5 horas diarias. No hay alternativa. La mirada que intercambiaron contenía una promesa silenciosa. Juntos desafiarían todos los pronósticos.
Emiliano cayó al suelo por tercera vez consecutiva. El sudor empapaba su camiseta y la frustración nublaba su mirada. “Levántate”, ordenó Renata, manteniéndose firme a pesar del impulso de ayudarlo. “Otra vez necesito un descanso”, jadeó apoyándose en sus antebrazos. “La junta es en tres días, no hay tiempo para descansos.
” La semana había transcurrido en una boráine de esfuerzo sobrehumano. Cada músculo, cada nervio de su cuerpo protestaba contra el régimen implacable que Renata había diseñado. Para complicar la situación, la policía finalmente había encontrado evidencia definitiva contra Camila, pero ella seguía prófuga.
Con un gruñido de determinación, Emiliano se arrastró hasta las barras paralelas y comenzó a incorporarse nuevamente. Sus piernas temblaban violentamente bajo su peso. Un paso más, lo animó Renata. Solo uno más que ayer. Observaba atentamente cada movimiento, cada gesto de dolor. La culpa la carcomía por dentro. estaba exigiendo demasiado.
¿Podría su cuerpo, apenas recuperándose de años de negligencia inducida, soportar semejante presión? No te atrevas a mirarme así, gruñó él como leyendo sus pensamientos. Con lástima. No es lástima, respondió. Es preocupación. Guárdala. La necesitaré si fracaso ante el consejo. Avanzó otro paso tan valeante antes de desplomarse nuevamente.
Esta vez Renata no pudo contenerse. Se arrodilló junto a él y acunó su rostro entre sus manos. No vas a fracasar, afirmó con vehemencia. Pero tampoco voy a permitir que te destruyas en el proceso. Sus ojos se encontraron en un momento de vulnerabilidad compartida. Y si no estoy listo, susurró él. Entonces buscaremos otra solución.
Tu empresa es importante, pero no a costa de tu salud. Emiliano negó con la cabeza. No entiendes. No se trata solo de la empresa. Se trata de demostrarles a todos, incluyéndome a mí mismo, que puedo recuperar lo que me robaron. Se incorporó con renovada determinación. Otra ronda exigió. Y esta vez llegaré hasta el final.
La tarde anterior a la asamblea, Renata llegó a la mansión y encontró el gimnasio vacío. El pánico la invadió momentáneamente hasta que una de las empleadas le informó que Emiliano había salido al jardín. Lo encontró en el rincón más alejado de la propiedad, practicando solo, concentrado en cada paso.
A su lado, únicamente un bastón sencillo, no los soportes especiales ni las barras paralelas. Le proporcionaba apoyo. Se mantuvo a distancia. observándolo sin interrumpir. Sus movimientos eran lentos, pero decididos. La determinación en su rostro revelaba el hombre en que se había convertido.
Ya no el magnate arrogante del pasado, ni el inválido amargado que había conocido, sino alguien nuevo, forjado en el fuego de la adversidad y la traición. “Te vi llegar”, dijo él sin volverse. “Quería sorprenderte. Lo lograste”, admitió acercándose. “Has avanzado mucho, aún no es suficiente”, respondió girándose lentamente para encararla.
“Pero lo será mañana.” Por primera vez desde que lo conocía, Renata vio en sus ojos algo que superaba la mera determinación. Era fe. No solo en su capacidad física, sino en sí mismo, en su futuro, en las posibilidades que se abrían ante él. Pase lo que pase mañana”, dijo ella tomando sus manos. “Ya has ganado la batalla más importante.
” La mañana de la Asamblea amaneció con una noticia inesperada. Camila había sido capturada intentando cruzar la frontera. La confirmación oficial sobre el destino de Victoria tendría que esperar, pero las pruebas preliminares apuntaban a lo que todos sospechaban.
El edificio corporativo del grupo Barragán, un rascacielos de cristal y acero en el centro financiero, bullía de actividad. Periodistas, accionistas y curiosos se agolpaban en la entrada, ansiosos por presenciar el desenlace del drama empresarial que había acaparado titulares durante semanas. Renata aguardaba en la limusina junto a Emiliano, quien vestía un impecable traje gris.
Su rostro no revelaba la tormenta interior que seguramente lo consumía. “Es la hora”, anunció el chóer. “Estaré esperándote aquí mismo”, dijo ella, apretando su mano. “Pase lo que pase, no”, respondió él con firmeza. “Quiero que estés ahí. Necesito que veas esto.” El vestíbulo principal quedó en silencio cuando las puertas del ascensor se abrieron.
Emiliano apareció apoyado en su bastón con Renata un paso atrás. El murmullo se extendió como fuego entre los presentes mientras avanzaban lentamente hacia la sala de juntas. Los miembros del consejo lo esperaban, algunos con expresiones de genuina preocupación, otros con evidente decepción al verlo de pie.
Señor Barragán, lo saludó el presidente interino. No esperábamos verme caminar, completó Emiliano. Imagino que para algunos resulta decepcionante. Recorrió la sala con la mirada, identificando aliados y enemigos. Como establece la cláusula 47 de nuestros estatutos, debo presentarme por mi propio pie para mantener mis derechos plenos como accionista mayoritario, anunció con voz clara.
Y eso es exactamente lo que estoy haciendo. Apoyó el bastón contra la mesa de juntas y ante la mirada atónita de todos dio varios pasos completamente solo hasta alcanzar la cabecera. Señores, señoras, retomo oficialmente mi posición como presidente y CEO de este grupo declaró mientras tomaba asiento.
Nuestro primer orden del día será revisar las decisiones tomadas durante mi ausencia. La sala estalló en aplausos. Incluso aquellos que habían conspirado para apartarlo reconocían la extraordinaria demostración de voluntad que acababan de presenciar. Tres horas después, cuando la reunión concluyó, Emiliano encontró a Renata esperándolo en su antiguo despacho.
La ciudad se extendía a sus pies a través de los ventanales. “¿Lo conseguiste?”, sonrió ella. “Lo conseguimos”, corrigió, acercándose con pasos cuidadosos, pero seguros. Sin ti seguiría pudriéndome en esa mansión. ¿Qué sigue ahora, presidente Barragán? Preguntó con tono juguetón. Emiliano contempló el horizonte urbano antes de responder. Rehabilitación completa.
Justicia para victoria. Reconstruir lo que Camila intentó destruir. Enumeró. Y quizás si cierta enfermera testaruda está de acuerdo, construir algo nuevo juntos. extrajo una pequeña caja de su bolsillo. ¿Es lo que creo?, preguntó ella, súbitamente seria. Depende, respondió él, abriéndola para revelar un hermoso anillo. Si crees que es una propuesta de matrimonio, entonces sí.
Renata observó el anillo, luego a Emiliano y finalmente negó con la cabeza. No necesito anillos”, dijo, repitiendo inconscientemente las palabras del esquema que habían trazado sus vidas. “Solo promesas reales.” Cerró la caja suavemente y la devolvió a sus manos. “Prométeme que seguiremos luchando cada día por lo que realmente importa”, pidió, acercándose hasta que sus frentes se tocaron.
Prométeme que nunca nos rendiremos, ni ante los demás ni ante nosotros mismos. Te lo prometo”, respondió él comprendiendo la profundidad de lo que pedía. Se besaron mientras el sol comenzaba su descenso, bañando la ciudad en tonos dorados. “No era un final, comprendieron ambos, sino apenas el comienzo de su verdadera historia.”
