Lucerito se derrumba en lágrimas al descubrir un secreto que Lucero guardó por 20 años.

Nadie imagina que detrás de los muros elegantes de una mansión en las lomas, donde reina la música y el brillo del espectáculo, se esconde un silencio que lleva 20 años esperando ser escuchado. Lucerito, hija de dos iconos de la música mexicana, creía conocer cada rincón del alma de su madre, hasta que una carta olvidada reescribió su historia familiar para siempre.

Quédate hasta el final y descubre cómo un secreto del pasado puede cambiar no solo una historia, sino una identidad entera. El sol se colaba por las amplias ventanas de la mansión en las lomas de Chapultepec, iluminando las paredes adornadas con discos de oro y fotografías que inmortalizaban momentos brillantes de una carrera extraordinaria.

El aroma del café recién hecho inundaba la cocina mientras Lucerito Mijares, con el cabello húmedo y envuelta en una bata de seda, revisaba distraídamente su teléfono. A sus 22 años, la joven había heredado no solo el talento vocal de sus famosos padres, Lucero Oasa y Manuel Mijares, sino también esa presencia magnética que atraía miradas por donde pasaba.

Señorita Lucerito, ¿desea que le sirva el desayuno en la terraza? Preguntó doña Marisol, la mujer que había trabajado para la familia desde que Lucerito tenía memoria. Sus manos ásperas, pero cálidas colocaban con cuidado unas flores frescas en el centro de la mesa. Aquí está bien, Marisol. Gracias, respondió Lucerito sin despegar la mirada de la pantalla. ¿Sabes si mamá ya se fue al estudio? Sí, niña. Salió temprano.

Dijo que tenía que grabar unas escenas para la serie y que no la esperaran para comer. Lucerito asintió mientras mordisqueaba distraídamente una rebanada de pan tostado. Su relación con Lucero siempre había sido cercana, casi de amigas, pero últimamente sentía a su madre distante, como si algo la preocupara.

Los ensayos para su próximo concierto, las reuniones con productores y las grabaciones para Netflix consumían el tiempo de la novia de América, dejando poco espacio para las charlas íntimas que solían compartir. La vida en aquella casa lujosa podía parecer perfecta para cualquier observador externo, pero Lucerito conocía los sacrificios detrás del éxito.

había crecido entre bambalinas, viéndose obligada a compartir a su madre con millones de fanáticos. Sin embargo, siempre tuvo la certeza de que, a pesar de la fama, Lucero le había mostrado su verdadero rostro sin máscaras ni secretos, o al menos eso creía hasta esa mañana. “Por cierto, niña”, interrumpió doña Marisol sus pensamientos, “mi hijo Rodrigo pasará más tarde a dejar unos documentos que pidió su mamá.

Es sobre la fundación, creo. Rodrigo, el hijo de Marisol, había estudiado administración gracias al apoyo de Lucero, quien le había ofrecido trabajo en la fundación que dirigía para ayudar a niños con enfermedades cardíacas. A sus 25 años, el joven se había convertido en el brazo derecho de la cantante en temas administrativos, aunque su verdadera pasión siempre había sido el fútbol.

Está bien, yo los recibo, respondió Lucerito levantándose de la mesa. Estaré practicando un rato en el piano. Mientras atravesaba el amplio pasillo hacia la sala de música, su teléfono vibró. Era un mensaje de su padre, Manuel Mijares, quien se encontraba de gira por Sudamérica.

Mi princesa, ¿cómo va todo? Tu mamá muy ocupada con la serie. Te extraño. Regreso en dos semanas. Te amo. Lucerito sonríó. La relación entre sus padres, a pesar del divorcio hacía más de una década, siempre había sido cordial, incluso cariñosa. Ambos habían logrado mantener una amistad genuina por el bien de su hija, algo poco común en el mundo del espectáculo. Al llegar a la sala de música, Lucerito se sentó frente al imponente piano de cola negro.

Sus dedos acariciaron las teclas con familiaridad, dejando escapar las primeras notas de electricidad, una de las canciones más emblemáticas de su madre. La música siempre había sido su refugio, su forma de conectar con sus emociones más profundas. Mientras tocaba, recordó la conversación que había escuchado accidentalmente la noche anterior.

Su madre hablaba por teléfono en el estudio con la voz entrecortada, algo inusual en ella. No puedo seguir ocultándolo. No, ahora que está saliendo a la luz. Tengo que hablar con ella antes de que se entere por otros. Lucerito había respetado la privacidad de su madre y se había alejado sin hacer ruido.

Pero aquellas palabras habían plantado una semilla de inquietud en su corazón. ¿Qué podría estar ocultando Lucero? ¿Y a quién se refería con ella? La duda la carcomía por dentro. El timbre de la puerta interrumpió sus pensamientos. Desde el ventanal vio a Rodrigo esperando en la entrada. Alto, de complexión atlética y con una sonrisa sincera, el joven transmitía una calidez que contrastaba con la frialdad de muchas personas que Lucerito conocía en el medio artístico.

“Buenos días, Lucerito,”, saludó Rodrigo cuando ella abrió la puerta. “Vengo a dejar estos documentos para tu mamá.” Pasa! Invitó ella haciéndose a un lado. ¿Quieres algo de tomar? Un agua está bien, gracias. Mientras caminaban hacia la cocina, Lucerito notó que Rodrigo llevaba bajo el brazo no solo una carpeta, sino también un periódico doblado. ¿Aún compras periódicos físicos?, preguntó con curiosidad.

Pensé que nuestra generación solo veía noticias en el celular. Rodrigo sonrió mostrando un hoyelo en su mejilla derecha. Mi mamá insiste en que le lleve uno cada mañana. Dice que no confía en esas pantallitas diabólicas, respondió imitando el tono de doña Marisol. Ambos rieron mientras Lucerito servía dos vasos de agua.

Había algo reconfortante en la presencia de Rodrigo, quizás porque no parecía deslumbrado por su apellido o su entorno. Para él y ella era simplemente lucerito, no la hija de dos leyendas de la música. ¿Cómo va la universidad?, preguntó ella. Recordando que Rodrigo estaba cursando una maestría en administración deportiva. Bien, aunque complicada.

Estoy haciendo malabares entre el trabajo en la fundación, los estudios y los entrenamientos con el equipo de fútbol de la universidad, pero no me quejo. Todo esto me acerca a mi sueño de trabajar en gestión deportiva algún día. Lucerito asintió admirando la determinación del joven.

A diferencia de ella, que había nacido con puertas abiertas gracias al legado de sus padres, Rodrigo construía su camino desde cero, con esfuerzo y perseverancia. “Tu mamá me contó que estás preparando un espectáculo propio,”, comentó él cambiando de tema. dice que tienes una voz impresionante. Las mejillas de lucerito se tiñieron ligeramente de rosa. A pesar de haber crecido bajo los reflectores, los cumplidos sinceros aún la hacían sonrojar.

“Es un proyecto pequeño, nada comparado con los shows de mis padres”, respondió con modestia. “Pero sí estoy emocionada. Es la primera vez que me presento sin ellos, completamente sola. Eso requiere valor”, reconoció Rodrigo. “Salir de la sombra de dos gigantes no debe ser fácil.

La conversación fluyó con naturalidad mientras terminaban sus bebidas. Había una comodidad entre ellos que Lucerito rara vez experimentaba con personas de su edad, especialmente con aquellas que conocían su origen. Cuando Rodrigo se despidió prometiendo volver al día siguiente con más documentos para Lucero, Lucerito se dirigió al estudio de su madre en el segundo piso.

Necesitaba encontrar una partitura para su próximo ensayo y sabía que su madre guardaba copias de todas sus canciones en los archiveros. El estudio era un espacio elegante, pero acogedor, con estanterías llenas de libros, premios cuidadosamente dispuestos y una amplia mesa de caoba donde Lucero solía trabajar. El aroma a vainilla, la fragancia característica de su madre impregnaba el ambiente.

Lucerito se acercó al archivero y comenzó a buscar entre las carpetas organizadas meticulosamente. Mientras revisaba los documentos, su mano tropezó con algo en el fondo del cajón. Era un sobre amarillento, visiblemente desgastado por el tiempo. No tenía ninguna etiqueta, solo un pequeño corazón dibujado en una esquina. La curiosidad pudo más que el respeto por la privacidad.

Con manos temblorosas, Lucerito sacó el sobre y lo abrió. Dentro encontró varias fotografías antiguas y una carta escrita a mano. La primera imagen mostró a una joven lucero, probablemente de no más de 20 años, abrazada a un hombre que Lucerito no reconoció. Ambos sonreían frente a lo que parecía ser una cabaña rústica en medio de un bosque. Al reverso, una fecha.

Agosto 2000, Valle de Bravo. Con el corazón acelerado, Lucerito desdobló la carta. La caligrafía era indudablemente la de su madre, pero había algo diferente en ella, algo más juvenil y apasionado. Mi querido Alejandro, han pasado tres meses desde que tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida.

A veces me despierto pensando que todo fue un sueño, que sigo contigo en esa cabaña, lejos del ruido y las expectativas, pero luego la realidad me golpea. El contrato está firmado. La gira comienza en dos semanas y mi vida ya no me pertenece. Nadie entiende lo que sentí durante esos días contigo. Por primera vez no era Lucero, la estrella, sino simplemente Lucero, la mujer que podía caminar descalsa bajo la lluvia sin preocuparse por los titulares del día siguiente.

Me diste algo que creí perdido para siempre, libertad. Pero tenías razón cuando dijiste que este mundo me llamaría de vuelta. La música es mi vida, mi pasión, mi destino. No puedo abandonarla, aunque eso signifique perderte a ti.

Lo que vivimos quedará guardado en lo más profundo de mi corazón, como un tesoro que nadie podrá arrebatarme. Nuestro secreto, nuestro refugio, nuestro valle de paz en medio de la tormenta. Te amaré siempre, aunque nuestros caminos nunca vuelvan a cruzarse. lucero. Lucerito, dejó caer la carta, sintiendo que el aire escapaba de sus pulmones.

Las piernas le temblaban tanto que tuvo que sentarse en la silla más cercana. Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. ¿Quién era Alejandro? ¿Qué había ocurrido realmente en ese verano del 2000? ¿Por qué su madre nunca había mencionado a este hombre que aparentemente había significado tanto para ella? Mientras intentaba procesar lo que acababa de descubrir, sus ojos se posaron en otra fotografía que había caído del sobre.

Esta mostraba a lucero de perfil, mirando hacia el horizonte desde lo que parecía ser un muelle. Su expresión era serena pero melancólica y su mano reposaba suavemente sobre su vientre. Fue entonces cuando Lucerito notó algo que le heló la sangre. Según la fecha al reverso de la foto, había sido tomada apenas meses antes de su nacimiento.

Con manos temblorosas, Lucerito recogió las fotografías y la carta, devolviéndolas apresuradamente al sobre. Su mente calculaba fechas frenéticamente. Si su madre había estado con este hombre, Alejandro, en agosto del 2000 y ella había nacido en febrero del 2001, un ruido en la planta baja la sobresaltó.

escuchó la voz de su madre saludando a doña Marisol. Rápidamente, Lucerito guardó el sobre en el mismo lugar donde lo había encontrado y cerró el cajón. Se limpió una lágrima que no sabía que había derramado y respiró profundamente intentando recuperar la compostura. Lucerito llamó lucero desde las escaleras.

¿Estás en casa, mi amor? Sí, mamá”, respondió esforzándose por mantener la voz firme. “Estoy en tu estudio buscando unas partituras.” Los pasos de lucero se acercaron por el pasillo. Cuando apareció en la puerta, Lucerito pudo notar el cansancio en su rostro, a pesar del maquillaje perfecto. A sus cinquent y tantos años, Lucero seguía siendo una mujer hermosa con ese brillo especial que la había convertido en ídolo de millones.

Todo bien, mi cielo”, preguntó Lucero frunciendo ligeramente el ceño. “Te noto pálida, solo estoy un poco cansada”, mintió Lucerito, evitando mirar directamente a los ojos de su madre. “No dormí bien anoche.” Lucero se acercó y le acarició el cabello con ternura, como solía hacer cuando era niña. “Deberías descansar.

Tienes ensayo mañana.” “No, necesitas estar al 100%.” Lucerito asintió sintiendo un nudo en la garganta. ¿Cómo podía su madre actuar con tanta normalidad cuando guardaba un secreto tan grande? Era posible que el hombre de las fotografías, ese tal Alejandro, fuera realmente su No, no podía permitirse completar ese pensamiento.

Manuel Mijares era su padre, siempre lo había sido. Las fotografías y la carta debían tener otra explicación. Mamá”, dijo repentinamente sin poder contenerse. “¿Alguna vez has guardado un secreto por mucho tiempo?” “Algo importante, quiero decir.” La pregunta pareció tomar a Lucero por sorpresa.

Por un instante, muy breve, Lucerito vio algo parecido al miedo cruzar por los ojos de su madre. “Todos tenemos secretos, mi amor”, respondió finalmente Lucero, recuperando la compostura. A veces callamos cosas no por maldad, sino para proteger a quienes amamos. Antes de que Lucerito pudiera insistir, el teléfono de Lucero comenzó a sonar.

Era su representante, recordándole una entrevista que tenía programada para esa tarde. “Tengo que irme, cielo”, se disculpó besando la frente de su hija. “Cenamos juntas esta noche. Prometo que llegaré temprano y podremos hablar todo lo que quieras.” Claro, mamá”, respondió Lucerito forzando una sonrisa.

“Aquí te espero.” Cuando se quedó sola nuevamente, Lucerito sintió que las paredes del estudio se cerraban a su alrededor. Necesitaba aire, espacio para pensar. Tomó su bolso y salió apresuradamente de la casa, ignorando las preguntas preocupadas de doña Marisol. Sin rumbo fijo, comenzó a caminar por las calles elegantes del vecindario.

El cielo de la Ciudad de México, sorprendentemente despejado ese día, contrastaba con la tormenta que se desataba en su interior. 20 años de certezas se desmoronaban con cada paso. ¿Quién era ella realmente? ¿Cuánto de su vida había sido una elaborada mentira? Y lo más importante, ¿tendría el valor de confrontar a su madre con lo que había descubierto? El teléfono vibró en su bolso. Era un mensaje de Rodrigo.

Olvidé decirte que mañana hay reunión en la fundación a las 10. Tu mamá pidió que estuvieras presente. Todo bien. Te noté algo distraída hoy. Lucerito guardó el teléfono sin responder. Por primera vez en su vida se sentía completamente sola, atrapada en un laberinto de dudas donde cada camino parecía conducir a una nueva mentira.

Mientras el sol comenzaba a ocultarse tras los edificios de la ciudad, una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. Ya no era la hija privilegiada de dos ídolos musicales protegida en su burbuja de cristal. Era simplemente una joven enfrentando la posibilidad de que todo lo que creía saber sobre sí misma fuera una elaborada fantasía. Y en algún lugar, quizás no muy lejos, existía un hombre llamado Alejandro, que podría tener las respuestas que ahora desesperadamente necesitaba encontrar.

El teléfono volvió a vibrar. Esta vez era un mensaje de su madre. Te amo más que a nada en este mundo, mi niña. Nunca lo olvides. Nos vemos en la cena. Lucerito cerró los ojos, dejando que más lágrimas escaparan. El amor de Lucero nunca había estado en duda. Era la verdad lo que ahora anhelaba más que cualquier otra cosa.

Con pasos lentos comenzó el camino de regreso a casa, donde la esperaba una cena que prometía ser mucho más que un simple encuentro entre madre e hija. Sería quizás el momento en que 20 años de silencio finalmente encontrarían su voz. Mientras tanto, en un modesto departamento al otro lado de la ciudad, doña Marisol preparaba la cena para su hijo Rodrigo, ajena al drama que se gestaba en la familia para la que había trabajado durante tantos años, o al menos eso parecía.

¿Sigues pensando en ella, verdad?, preguntó la mujer a su hijo, quien miraba distraídamente por la ventana. ¿En quién? Respondió Rodrigo fingiendo desinterés. En lucerito, dijo Marisol con una sonrisa comprensiva. Te conozco, hijo.

Desde que eras niño y la veías en la televisión, siempre ha habido algo especial en tu mirada cuando se trata de ella. Rodrigo suspiró rindiéndose ante la perspicacia de su madre. Es diferente a como la imaginaba, confesó. Pensé que sería caprichosa, superficial, como muchas hijas de famosos, pero hay algo auténtico en ella, algo vulnerable que me hace querer protegerla. Ten cuidado, mi hijo”, advirtió Marisol.

Esa familia tiene más secretos de los que imaginas y los secretos cuando salen a la luz pueden lastimar a todos los que están cerca. En la mansión de las lomas, Lucerito Mijares se preparaba para una cena que cambiaría su vida para siempre. Lo que no sabía era que el sobre amarillento que había encontrado era apenas la punta del iceberg de un secreto mucho más profundo.

Un secreto que Lucero Oasa había guardado celosamente durante 20 años y que ahora amenazaba con salir a la luz. La mansión brillaba bajo la suave iluminación nocturna cuando Lucerito regresó. Con cada paso hacia la entrada principal, sentía que avanzaba hacia un punto sin retorno. El nudo en su estómago se apretaba más mientras las preguntas seguían multiplicándose en su mente. ¿Eres tú, niña? La voz de doña Marisol la recibió desde la cocina.

Tu mamá llamó hace rato. Dijo que se retrasará un poco más, pero que la esperes para cenar. Lucerito respiró hondo, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. Por un lado, necesitaba tiempo para ordenar sus pensamientos. Por otro, cada minuto de espera era una tortura. Gracias, Marisol, respondió con voz apagada. Estaré en mi habitación.

Avísame cuando llegue, por favor. La mujer la observó con ojos entrecerrados, percibiendo que algo no estaba bien. Pasó algo, mi niña te noto diferente. Lucerito negó con la cabeza, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. Solo estoy cansada. Es todo. Mientras subía las escaleras hacia su habitación, Lucerito sentía el peso de las miradas de los retratos familiares que adornaban la pared. Fotografías de momentos felices.

Ella de pequeña en brazos de Lucero, los tres, Lucero, Mijares y ella, en Disney. Su primera presentación musical junto a sus padres. Imágenes que ahora parecían contaminadas por la duda. Al llegar a su cuarto, cerró la puerta y se dejó caer en la cama. Su mente no dejaba de reproducir la carta que había encontrado. Pu, mi querido Alejandro.

Las palabras resonaban como un eco distante, pero perturbador. ¿Quién era este hombre que había significado tanto para su madre? ¿Y por qué sentía que este descubrimiento estaba conectado con ella de una manera que temía nombrar? Su teléfono vibró. Era un mensaje de Rodrigo que había dejado sin responder. Todo bien. Me quedé preocupado por ti.

Si necesitas hablar, aquí estoy. Dudó unos segundos antes de responder. Necesitaba desahogarse con alguien, pero podía confiar en él. Gracias por preocuparte. La verdad es que no, no estoy bien. Descubrí algo sobre mi mamá que me tiene muy confundida. No puedo hablar por mensaje.

¿Podrías venir mañana temprano antes de la reunión en la fundación? La respuesta llegó casi de inmediato. Claro. Estaré ahí a las 8. Descansa, lucerito. Aquella simple muestra de apoyo, sin preguntas ni presiones, la reconfortó momentáneamente. Dejó el teléfono en la mesita de noche y se dirigió al baño para lavarse la cara.

El reflejo que le devolvió el espejo mostraba a una joven con los ojos enrojecidos y una expresión de desconcierto que nunca antes había visto en sí misma. Mientras se secaba el rostro, escuchó el inconfundible sonido del auto de su madre entrando al garaje. El momento había llegado. Respiró profundamente varias veces, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón. No tenía un plan claro.

No sabía si confrontaría directamente a su madre o esperaría a que ella hablara primero. Lo único que sabía con certeza era que no podría fingir normalidad por mucho tiempo. Bajó las escaleras lentamente, como si cada peldaño la acercara más a una verdad que quizás no estaba preparada para escuchar. Encontró a Lucero en la cocina con el cabello recogido en una coleta informal y vestida con ropa más cómoda que la que usaba para sus compromisos profesionales. Parecía cansada, pero feliz de estar en casa. “¡Mi amor!”,

exclamó Lucero al verla abriendo los brazos para un abrazo que Lucerito correspondió con cierta rigidez. “Perdón por la tardanza.” La entrevista se alargó más de lo previsto y luego el tráfico estaba imposible. No te preocupes”, respondió Lucerito, esforzándose por mantener un tono casual.

“¿Qué tal tu día?” Agotador, pero productivo, contestó Lucero mientras sacaba algunos ingredientes del refrigerador. “¿Te parece bien si preparamos pasta? Muero de hambre y es rápido.” “Claro.” Asintió Lucerito, comenzando a picar verduras mecánicamente mientras observaba a su madre de reojo. La normalidad de la escena resultaba casi surrealista.

Ahí estaban madre e hija cocinando juntas como habían hecho cientos de veces mientras un abismo de secreto se abría entre ellas. ¿Y tú qué hiciste hoy? Preguntó Lucero, poniendo agua a hervir. Avanzaste con las canciones para tu espectáculo. No mucho, admitió Lucerito. Estuve pensando en otras cosas. En qué mi cielo.

Era el momento perfecto para abordar el tema, pero las palabras se atascaron en su garganta. En lugar de preguntar directamente sobre Alejandro, optó por un camino indirecto. “Mamá, ¿alguna vez has sentido que toda tu vida está construida sobre una mentira? La pregunta quedó flotando en el aire como una nube de tormenta.

Lucero detuvo lo que estaba haciendo y miró fijamente a su hija con una expresión que mezclaba sorpresa y algo parecido al miedo. ¿Por qué me preguntas eso, lucerito? Solo curiosidad, mintió bajando la mirada hacia las verduras que picaba.

A veces me pregunto cuánto de lo que vivimos es real y cuánto es solo lo que elegimos mostrar al mundo. Lucero se acercó y le tomó suavemente el mentón, obligándola a mirarla a los ojos. ¿Qué está pasando realmente, hija? Te conozco mejor que nadie y sé que algo te está molestando. La sinceridad en los ojos de su madre casi quebró su determinación.

Por un instante, Lucerito quiso retroceder, olvidar lo que había visto y seguir viviendo en la cómoda burbuja de lo conocido. Pero ya era demasiado tarde. Encontré algo”, dijo finalmente con voz apenas audible. Un sobre con fotografías y una carta. Estaba buscando partituras en tu estudio y el rostro de lucero palideció visiblemente.

Sus manos, siempre firmes, comenzaron a temblar ligeramente. ¿Qué sobre?, preguntó, aunque por su expresión era evidente que ya conocía la respuesta. Uno amarillo con un pequeño corazón dibujado en la esquina. Había fotos tuyas con un hombre llamado Alejandro y una carta que le escribiste. Un silencio pesado cayó sobre la cocina.

Interrumpido solo por el burbujeo del agua hirviendo en la estufa. Lucero se movió automáticamente para apagar el fuego, como si aquel simple acto pudiera detener también la avalancha de verdades que se avecinaba. No debiste leer eso dijo finalmente con voz tensa. Eran cosas privadas. Privadas. La voz de Lucerito se elevó ligeramente.

Mamá, esa carta es de unos meses antes de mi nacimiento y en una de las fotos estabas Su quebró. Estabas embarazada. Lucero cerró los ojos un momento como si intentara reunir fuerzas. Cuando los abrió de nuevo, Lucerito vio lágrimas contenidas en ellos. “Siéntate, mi amor”, dijo suavemente. “Creo que ha llegado el momento de hablar de ciertas cosas.” Con el corazón martilleando en su pecho, Lucerito siguió a su madre hasta la sala de estar.

Se sentaron en el amplio sofá, manteniendo cierta distancia entre ellas. Por primera vez en su vida, Lucerito vio verdadero miedo en los ojos de Lucero, la mujer que siempre había parecido invencible. Primero, quiero que sepas algo con absoluta certeza, comenzó Lucero, tomando las manos de su hija entre las suyas. Manuel Mijares es tu padre.

Eso es un hecho indiscutible y nada de lo que voy a contarte cambia eso. Lucerito sintió un alivio momentáneo, pero la expresión de su madre indicaba que la historia estaba lejos de terminar. Entonces, ¿quién es Alejandro?, preguntó. ¿Y por qué nunca lo mencionaste? Lucero respiró profundamente antes de responder.

Alejandro Basteri fue alguien muy importante para mí en un momento muy complicado de mi vida. El apellido resonó con fuerza en la mente de Lucerito Bastery. Como Luis Miguel Bastery, la conexión era evidente. El hermano de Luis Miguel preguntó incrédula. Lucero asintió lentamente. Lo conocí durante una gira en 1999.

Tu padre y yo estábamos pasando por una crisis muy fuerte, aunque no era de conocimiento público. Habíamos decidido darnos un tiempo, intentar aclarar nuestros sentimientos. se levantó y caminó hacia la ventana, mirando hacia el jardín iluminado por la luna. Durante esos meses, separada de mi jares, me refugié en la música y el trabajo. Fue en un evento benéfico en Acapulco, donde coincidí con Alejandro.

Él era tan diferente a todas las personas que había conocido en el medio, reservado, inteligente, sin interés alguno en los reflectores ni la fama. Una sonrisa nostálgica se dibujó en sus labios. Comenzamos una amistad que rápidamente se convirtió en algo más. Con él podía ser simplemente yo, sin el peso de ser lucero, la estrella.

Durante unos meses vivimos un romance intenso pero discreto. Nadie lo supo, excepto unos pocos amigos muy cercanos. Y papá, interrumpió Lucerito. Él lo sabía. No, entonces, admitió Lucero, como te dije estábamos separados, pero no era algo que habíamos hecho público.

La disquera, los productores, todos insistían en mantener la imagen de la pareja perfecta. Lucerito intentaba procesar cada palabra conectando los puntos de una historia que nunca había imaginado. En el verano del 2000, Alejandro me propuso dejarlo todo. Continuó Lucero. Tenía una cabaña en Valle de Bravo alejada de todo. Me pidió que huyéramos juntos, que construyéramos una vida lejos de las cámaras y la presión y por un momento lo consideré seriamente.

¿Qué pasó? La realidad pasó, respondió Lucero con una mezcla de resignación y tristeza. Tenía contratos firmados, compromisos, una carrera en su mejor momento y además, a pesar de nuestros problemas, seguía amando a tu padre. Volvió a sentarse junto a Lucerito, sus ojos brillantes por las lágrimas contenidas. Tomé la decisión de terminar con Alejandro y resolver las cosas con Mijares. Fue la decisión correcta.

Lo sé en mi corazón. Semanas después de reconciliarnos, descubrí que estaba embarazada de ti. Lucerito sintió que el aire abandonaba sus pulmones. A pesar de la confirmación inicial de su madre, la duda volvió a instalarse en su mente. Pero entonces, la foto donde estás embarazada fue tomada unos meses después, explicó Lucero. Alejandro me buscó cuando supo del embarazo.

Necesitaba verme una última vez, despedirnos adecuadamente. Nunca dudé que tú eras hija de mi jares. Los tiempos coincidían perfectamente y además hizo una pausa como si considerara si debía continuar. Además, ¿qué? Presionó Lucerito. Alejandro no podía tener hijos, reveló finalmente Lucero.

Un accidente en su juventud lo había dejado estéril. Él lo sabía, yo lo sabía. No había posibilidad alguna de que él fuera tu padre biológico. Un silencio denso cayó entre ellas mientras Lucerito asimilaba toda esta información. Una parte de ella se sentía aliviada, pero otra parte seguía inquieta, como si pudiera sentir que aún había piezas faltantes en la historia.

¿Por qué guardaste todo esto en secreto? Preguntó finalmente. ¿Por qué nunca me contaste sobre él? Lucero tomó las manos de su hija entre las suyas. su mirada intensa y sincera, porque algunos secretos no nos pertenecen solo a nosotros, mi amor. La vida de Alejandro, su privacidad, no era algo que yo tuviera derecho a exponer.

Además, ¿qué sentido tenía hablar de un amor pasado que, aunque importante había quedado atrás? Lucerito retiró suavemente sus manos, aún procesando toda la información. No sé qué pensar, mamá. Siento como si toda mi vida hubiera estado rodeada de secretos y verdades a medias. Tu vida ha estado rodeada de amor, Lucerito, respondió Lucero con firmeza.

Un amor tan grande que a veces nos llevó a cometer errores, pero siempre con la intención de protegerte. ¿Y qué hay de la llamada que escuché anoche? Preguntó Lucerito, recordando las palabras que habían desencadenado toda esta situación. Te oí decir que no podías seguir ocultando algo, que tenías que hablar conmigo antes de que me enterara por otros.

El rostro de Lucero cambió como si acabara de recordar algo importante. Eso dudó por un momento. Eso es otro asunto, algo que también tenemos que hablar, pero que no tiene relación con Alejandro. Antes de que Lucerito pudiera preguntar más, el timbre del teléfono de Lucero interrumpió la conversación. era su representante nuevamente.

Lucero miró la pantalla con evidente fastidio. “Tengo que atender. Es sobre la serie”, se disculpó. “Dame unos minutos, por favor. Hay mucho más que necesito explicarte.” Mientras su madre se alejaba para tomar la llamada, Lucerito se quedó inmóvil en el sofá con la mente dando vueltas. Otro asunto. Más secretos.

Cuántas verdades ocultas había en la vida de su madre, en su propia vida. El sonido de su propio teléfono la sacó de sus pensamientos. Era un número desconocido. Dudó un momento antes de contestar. Diga, Lucerito Mijares, preguntó una voz masculina que no reconoció. Sí. ¿Quién habla? Mi nombre es Gabriel Soto. Soy periodista de El Universal. Estoy trabajando en un artículo sobre tu madre y me gustaría hacerte algunas preguntas.

Lucerito se tensó inmediatamente. No era raro que periodistas intentaran contactarla, pero había algo en el tono de este hombre que la puso en alerta. “Lo siento, no doy entrevistas sin coordinarlo antes con mi representante”, respondió secamente, preparándose para colgar. “Es sobre Alejandro Basteri”, dijo el hombre rápidamente antes de que ella pudiera terminar la llamada.

Y sobre los documentos que tu madre ha estado ocultando durante 20 años, el corazón de Lucerito dio un vuelco. ¿Cómo era posible que este periodista supiera sobre Alejandro? ¿Qué documentos mencionaba? No sé de qué me está hablando intentó mantener la calma. Y le agradecería que no vuelva a llamarme. Tengo pruebas, señorita Mijares, insistió el periodista.

fotos, cartas, incluso un certificado médico que su madre ha mantenido oculto todos estos años. Si no habla conmigo, me veré obligado a publicar el artículo con la información que tengo. Sale este domingo en la edición impresa y digital. ¿Me está amenazando? Lucerito sintió que la rabia reemplazaba momentáneamente al miedo.

Lo veo más como una oportunidad, respondió el hombre con falsa cordialidad. Una oportunidad para que usted cuente su versión antes de que la historia salga a la luz, a menos, claro, que prefiera enterarse de ciertos detalles junto con el resto del país. ¿Qué detalles?, preguntó Lucerito, sabiendo que no debería seguir esta conversación, pero incapaz de detenerse.

Sobre su verdadero origen, señorita Mijares, esas palabras cayeron como un rayo. A pesar de lo que su madre acababa de explicarle, la duda volvió a instalarse en su mente. No sé quién le dio esa información, pero está equivocado. Dijo con toda la firmeza que pudo reunir. Y si publica cualquier falsedad sobre mi familia, nos veremos en tribunales.

Colgó sin esperar respuesta, con las manos temblorosas y el corazón latiendo desbocado. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué de repente este periodista aparecía con información sobre Alejandro Basteri justo cuando ella acababa de descubrir su existencia? Lucero regresó a la sala todavía hablando por teléfono, pero se detuvo al ver la expresión de su hija. Te llamo después. dijo rápidamente a su interlocutor antes de colgar.

¿Qué pasó, Lucerito? ¿Estás pálida? Un periodista acaba de llamarme, respondió con voz entrecortada. ¿Sabe sobre Alejandro Basteri y mamá? Y mencionó unos documentos, un certificado médico que según él has estado ocultando. Dijo que va a publicar un artículo este domingo. El rostro de Lucero perdió todo color.

Por un instante pareció que iba a desmayarse, pero se recuperó rápidamente, adoptando una expresión que Lucerito conocía bien, la máscara profesional que usaba cuando enfrentaba situaciones difíciles ante las cámaras. ¿Qué periodista te dio su nombre? Gabriel Soto de El Universal. Dijo que tiene pruebas, fotos, cartas.

Lucerito hizo una pausa reuniendo valor para la siguiente pregunta. Mamá, ¿qué certificado médico? ¿De qué estaba hablando? Lucero se dejó caer en el sofá como si sus piernas ya no pudieran sostenerla. Por primera vez en su vida, Lucerito vio a su madre completamente vulnerable, sin rastro de la estrella segura de sí misma que el mundo conocía. “Que esto es lo que temía”, murmuró Lucero. “Más para sí misma que para su hija.

Por eso necesitaba hablar contigo antes, antes de que todo esto saliera a la luz.” Se cubrió el rostro con las manos por un momento, respirando profundamente. Cuando volvió a mirar a Lucerito, había una resolución en sus ojos que contrastaba con las lágrimas que comenzaban a formarse. Mi amor, hay algo más que necesitas saber.

Algo que he guardado no por vergüenza o por miedo al que dirán, sino por amor a ti y a tu padre. ¿Tiene que ver con mi origen? Preguntó Lucerito directamente, recordando las palabras del periodista. ¿Con quién soy realmente? Lucero asintió lentamente. En parte sí, pero no es lo que ese periodista insinúa. Manuel Mijares es tu padre biológico. De eso no hay duda alguna.

Entonces, ¿qué es? ¿Qué puede ser tan grave que has tenido que ocultarlo durante toda mi vida? El timbre de la puerta interrumpió su conversación. Ambas se miraron tensas. “No abras”, dijo Lucero. “Debe ser algún periodista. Doña Marisol apareció desde la cocina. ¿Quieren que vaya a ver quién es?, preguntó notando la atención.

No, Marisol, yo iré, respondió Lucero levantándose. Tú quédate con Lucerito. Con pasos firmes, Lucero se dirigió hacia la puerta principal, mientras Lucerito la seguía a distancia. Al abrir no había periodistas, sino un hombre de mediana edad con cabello entreco. “Alejandro”, susurró Lucero tan bajo que Lucerito apenas pudo escucharla.

El hombre miró directamente hacia Lucerito, sus ojos azules intensos, similares a los de Luis Miguel, clavándose en ella con emoción y tristeza. “Lo siento, Lucero”, dijo con voz ronca. “No tenía otra opción. vienen por la historia y es mejor que la niña escuche la verdad de nosotros antes que de un periódico sensacionalista.

Lucero se hizo a un lado, permitiéndole entrar. Lucerito permaneció inmóvil, observando al hombre que acababa de irrumpir en su vida como un personaje de una vieja fotografía. “Lucerito”, dijo Lucero con voz temblorosa, “te presento a Alejandro Basteri.” El hombre se acercó con cautela.

He esperado este momento durante mucho tiempo”, dijo extendiendo una mano que Lucerito no tomó, aunque hubiera deseado que fuera en circunstancias diferentes. “¿Qué hace aquí?”, preguntó Lucerito. “¿Y qué tiene que ver con el periodista que me llamó? Alguien filtró información”, explicó Alejandro. “Documentos privados, correspondencia, cosas que deberían haber permanecido entre tu madre y yo.

¿De qué se trata todo esto realmente? insistió Lucerito. Lucero y Alejandro intercambiaron una mirada significativa. “Creo que deberíamos sentarnos”, sugirió Lucero. “Es una historia complicada. Estoy cansada de secretos, mamá, estalló Lucerito. Solo quiero la verdad ahora.” Alejandro dio un paso adelante. La verdad es que estuve presente el día que naciste dijo con voz suave pero firme.

No como tu padre, porque no lo soy, sino como alguien que hizo una promesa a tu madre en el momento más vulnerable de su vida. ¿Qué promesa?, preguntó Lucerito. Que nunca revelaría lo que realmente sucedió durante tu nacimiento, respondió mirando a Lucero. Lucero asintió levemente con lágrimas rodando por sus mejillas.

Mi amor”, dijo tomando las manos de su hija, “Durante años has creído conocer toda la historia de tu nacimiento, cómo fue un parto complicado, cómo los médicos tuvieron que luchar para salvarnos. Pero hay una parte que nunca te conté, algo que solo sabemos, Alejandro, tu padre y yo.” “¿Qué pasó?”, preguntó Lucerito, casi en un susurro.

En ese parto perdí la capacidad de tener más hijos explicó Lucero. Fue una complicación grave. Casi me cuesta la vida. Los médicos tuvieron que realizar una hiserectomía de emergencia. Eso no explica todo este misterio dijo Lucerito confundida. No estoy terminando respondió Lucero respirando profundamente. La verdad es que ese día no solo naciste tú. El silencio que siguió fue absoluto.

Lucerito sentía que el aire se había vuelto denso, irrespirable. “¿Qué quieres decir?”, preguntó, aunque una parte de ella intuía la respuesta. “Tuviste un hermano gemelo,”, reveló Lucero, las palabras saliendo con el peso de dos décadas de silencio. “Un niño hermoso como tú, con los mismos ojos brillantes y la misma sonrisa perfecta. El mundo pareció detenerse alrededor de Lucerito.

Todo parecía irreal de repente. Un hermano repitió incrédula, ¿dónde está? ¿Por qué nunca lo conocí? La expresión de dolor en el rostro de su madre fue respuesta suficiente incluso antes de que hablara. No sobrevivió mi cielo dijo Lucero en un susurro desgarrador. Solo vivió unos minutos. una malformación cardíaca que los médicos no detectaron durante el embarazo.

Lucito sintió que sus piernas flaqueaban. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras intentaba asimilar esta revelación que cambiaba para siempre su historia familiar. Un hermano gemelo que nunca conoció, un secreto guardado durante 20 años y ahora la amenaza de que todo se hiciera público de la peor manera posible.

Mientras las tres figuras permanecían en un silencio cargado de emociones en la sala de la mansión, el teléfono de Alejandro sonó rompiendo la tensión. Al mirar la pantalla, su expresión se tornó grave. “Es mi contacto en el periódico”, dijo con voz sombría. “Parece que alguien ha vendido toda la historia. Tenemos que prepararnos para lo que viene.

” La mansión, que siempre había sido un refugio para Lucerito, ahora parecía un campo de batalla emocional. Sentada en el sofá, con los ojos enrojecidos y las manos temblorosas, intentaba procesar la revelación que acababa de recibir. Un hermano gemelo, un pequeño ser que había compartido con ella el vientre materno, pero que nunca tuvo la oportunidad de conocer el mundo más allá de unos pocos minutos.

¿Cómo se llamaba?, preguntó finalmente, rompiendo el denso silencio que se había instalado en la sala. Lucero y Alejandro intercambiaron una mirada sorprendida, como si no esperaran esa pregunta. Eduardo respondió Lucero con voz quebrada, Eduardo Mijares o Gasa, tu padre eligió el nombre antes de partir a la gira. Lucerito cerró los ojos intentando visualizar a ese hermano que nunca conoció, imaginando cómo habría sido crecer junto a él, compartir juegos, música, confidencias. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.

“¿Por qué nunca me lo dijiste?”, murmuró abriendo los ojos para mirar directamente a su madre. “¿Por qué mantener algo así en secreto durante tantos años?” Lucero se acercó a su hija, sentándose junto a ella en el sofá. Sus ojos reflejaban un dolor antiguo, pero aún vivo. “Los médicos nos aconsejaron no decírtelo”, explicó con suavidad.

pensaron que podría causarte un trauma, algo llamado síndrome del gemelo sobreviviente. Eras pequeña, tan frágil. Tu padre y yo acordamos protegerte de ese dolor hasta que fueras mayor. Y cuando se suponía que era el momento adecuado, la voz de Lucerito se elevó ligeramente, mezclando dolor con indignación. A los 10 años, a los 15 o nunca. Lo intenté varias veces”, confesó Lucero.

“Cuando cumpliste 18, incluso preparé todo para decírtelo.” Pero siempre surgía algo. Tu primer concierto importante, tus exámenes finales, el divorcio, siempre encontraba una razón para postergarlo. Alejandro, que había permanecido en silencio cerca de la ventana, se acercó con cautela. “La culpa también fue mía”, dijo con voz grave.

Yo fui quien insistió en mantener todo en absoluto secreto, incluso de ti, por miedo a los medios, a los escándalos, a cómo podría afectar a la familia de mi hermano. Luis Miguel lo sabe, preguntó Lucerito, conectando de pronto todas las piezas. ¿Sabe sobre Eduardo? Alejandro negó con la cabeza. Nadie en mi familia lo sabe. Fue una decisión que tomé para protegerlos.

En ese entonces, la prensa perseguía a mi hermano con una intensidad enfermiza. Si hubieran descubierto mi conexión con Lucero, con el nacimiento de sus gemelos, hizo una pausa visiblemente afectado. Habría sido un circo mediático insoportable. Lucerito intentaba asimilar toda esta información, este entramado de secretos y protecciones que habían tejido los adultos a su alrededor durante toda su vida.

¿Y ahora qué? preguntó finalmente ese periodista dijo que va a publicar todo el domingo. Lucero se levantó y comenzó a caminar por la sala, su mente trabajando a toda velocidad. “Tenemos que adelantarnos”, dijo con determinación. Convocar una rueda de prensa, contar nuestra versión antes de que ellos distorsionen todo. Nuestra versión.

Lucerito la miró incrédula. Hay más de una versión de la muerte de mi hermano. Un silencio incómodo se instaló en la habitación. Alejandro y Lucero intercambiaron otra mirada, esta vez cargada de algo que Lucerito no supo interpretar. No, mi amor, no me refería a eso se apresuró a aclarar Lucero.

Me refiero a contar la verdad a nuestra manera, con dignidad, no como un escándalo sensacionalista. El teléfono de Alejandro volvió a sonar. Al ver la pantalla, su expresión se endureció. Es Soto el periodista, dijo mostrando el teléfono. Contesto. Lucero asintió con firmeza. Ponlo en altavoz. Alejandro activó el altavoz justo cuando respondía la llamada. Basteri al habla.

Señor Basteri. Qué conveniente encontrarlo. La voz del periodista sonaba irritantemente segura. Acabo de tener una interesante conversación con la señorita Mijares. Parece que hay asuntos familiares que requieren aclaración. No sé de qué habla, respondió Alejandro con frialdad. Y le agradecería que dejara de acosar a la familia. Tengo el certificado de defunción, señor Basteri.

El tono del periodista cambió volviéndose más directo. Y las fotografías de ustedes en Valle de Bravo. Y lo más interesante, tengo el informe médico donde consta que la señorita Lucero Hogasa dio a luz gemelos, uno de los cuales falleció por una malformación cardíaca. Lucerito observó como su madre palidecía aún más.

Si eso era posible, eso es información médica confidencial. intervino Lucero acercándose al teléfono. Si la publica, estaría cometiendo un delito. Señora Ogaza, qué sorpresa. El periodista no ocultó su satisfacción. Me preguntaba cuándo se uniría a la conversación y respecto a la confidencialidad, mis abogados ya revisaron el material.

Todo está en regla para su publicación si cuenta con el consentimiento de la fuente original. Fuente original. Lucero frunció el ceño. ¿De quién demonios está hablando? Eso lo descubrirán el domingo cuando salga el reportaje, respondió el hombre con tono burlón. A menos, claro, que prefieran darme su versión antes, exclusiva por exclusiva.

Váyase al  espetó Alejandro antes de colgar. Los tres se quedaron en silencio procesando lo que acababa de ocurrir. Fue Lucerito quien habló primero. ¿Quién podría ser esa fuente? original, preguntó mirando alternativamente a su madre y a Alejandro. ¿Quién más sabía sobre esto? Muy pocas personas, respondió Lucero mordiéndose el labio.

El doctor que atendió el parto, dos enfermeras, mi representante de entonces, tu padre, y se detuvo abruptamente como si acabara de recordar algo. ¿Y quién más, mamá?, insistió Lucerito. Lucero cerró los ojos un momento y Carmela Suárez, mi asistente en esa época. Alejandro se pasó una mano por el cabello visiblemente alterado.

Carmela repitió con amargura. Siempre supe que esa mujer sería un problema. ¿Quién es Carmela Suárez? Preguntó Lucerito, confundida. Trabajó conmigo durante 3 años”, explicó Lucero. “Estaba presente cuando naciste. Se encargó de todos los arreglos para el funeral privado de Eduardo.

La despedí unos meses después por filtrar información a la prensa sobre mi relación con tu padre. ¿Y crees que ella podría ser la fuente?” Lucerito intentaba encajar todas las piezas. Es una posibilidad, admitió Lucero. Nunca superó el despido. Me amenazó con vengarse algún día. Pero han pasado más de 20 años. El sonido del timbre los sobresaltó a todos. Doña Marisol apareció nuevamente con expresión preocupada.

“Señora, es Rodrigo”, anunció. Dice que es urgente. Lucero y Lucerito intercambiaron una mirada de confusión. Déjalo pasar”, indicó Lucero. Momentos después, Rodrigo entró apresuradamente en la sala. Al ver a Alejandro, se detuvo visiblemente sorprendido por la presencia del desconocido.

“Perdón por venir sin avisar”, se disculpó dirigiéndose a Lucerito. “Vi las redes sociales. Están empezando a circular rumores sobre un gran escándalo que involucra a tu mamá.” Y luego mi madre me dijo que algo extraño estaba pasando aquí. ¿Y qué tipo de rumores? Interrumpió Lucero con tono urgente. Rodrigo sacó su teléfono y se lo mostró. En la pantalla se veía un tweet de una cuenta de chismes del espectáculo Bomba.

Este domingo El Universal revelará el secreto mejor guardado del Lucero Mexico. Dos décadas de mentiras, una muerte encubierta y la verdad sobre su hija. Lucerito sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Todo estaba sucediendo demasiado rápido. La muerte de un hermano que nunca conoció, ahora convertida en carnada para el morbo público. “Tenemos que hacer algo”, dijo finalmente mirando a su madre.

“No podemos dejar que ellos controlen la narrativa.” Lucero asintió, recuperando parte de su compostura habitual. Tienes razón. Voy a llamar a Joaquín, mi publicista actual. Necesitamos organizar una conferencia de prensa para mañana antes de que esto explote por completo. Mientras Lucero se alejaba para hacer la llamada, Alejandro se acercó a Lucerito con expresión solemne.

“¡Hay algo que deberías ver”, dijo sacando una pequeña caja de cuero del bolsillo interior de su chaqueta. He llevado esto conmigo durante 20 años, esperando el momento adecuado para entregártelo. Con manos temblorosas le extendió la caja a Lucerito. Ella la tomó con cautela, sintiendo su peso, preguntándose qué secreto más podría contener ese día interminable.

Al abrirla, encontró un pequeño medallón de plata, lo sacó con cuidado y vio que podía abrirse. En su interior había una diminuta fotografía en blanco y negro. Dos bebés recién nacidos, tan idénticos que era imposible distinguir uno del otro. Eduardo y tú, explicó Alejandro con voz quebrada.

La única fotografía que existe de ustedes juntos la tomó una enfermera con mi cámara apenas unos minutos después del parto, antes de que no pudo terminar la frase. Lucerito miraba hipnotizada la imagen, tocando con la punta de los dedos el rostro de ese hermano que nunca conoció. sintiendo una conexión inexplicable, un dolor que no sabía que existía dentro de ella.

“Gracias”, susurró cerrando el medallón y apretándolo contra su pecho. “Gracias por guardarlo para mí.” Lucero regresó a la sala guardando su teléfono. “Está todo arreglado, anunció. Mañana a las 11 en el salón del hotel Presidente, Joaquín está enviando la convocatoria a la prensa en este momento. Su mirada se posó en el medallón que Lucerito sostenía. Una expresión de reconocimiento cruzó su rostro.

Alejandro comenzó, pero él la interrumpió. Era el momento. Lucero, ha esperado demasiado tiempo. Lucero asintió lentamente, aceptando la decisión. ¿Y ahora qué?, preguntó Lucerito guardando el medallón en el bolsillo de su pantalón. ¿Qué vamos a decir mañana? La verdad, respondió Lucero con firmeza, toda la verdad, sin adornos, sin justificaciones.

Ya es hora de que el mundo sepa sobre Eduardo, sobre lo que vivimos, sobre las decisiones que tomamos para protegerte. “Quiero estar ahí”, declaró Lucerito. “Quiero hablar yo también.” Lucero la miró sorprendida. Cariño, no es necesario que te expongas así. Puedo manejarlo yo sola. No, mamá. Lucerito se mantuvo firme. Si vamos a contar esta historia, quiero ser parte de ella. Es mi historia también.

Es la historia de mi hermano. Algo en la determinación de su hija pareció conmover profundamente a Lucero. Asintió lentamente, con una mezcla de orgullo y preocupación en la mirada. De acuerdo, concedió. Estaremos juntas en esto. Rodrigo, que había permanecido en silencio observando la escena, dio un paso adelante.

Si me permiten, intervino con timidez. Creo que deberían prepararse para lo peor. Los medios pueden ser despiadados, especialmente con figuras tan públicas como ustedes. La tarde transcurrió en un frencí de preparativos. Joaquín, el publicista de Lucero, llegó a la mansión con su equipo para ayudar a preparar los detalles de la conferencia de prensa.

Se redactaron declaraciones, se ensayaron respuestas a posibles preguntas, se discutió la mejor manera de abordar cada aspecto de la historia. A última hora de la tarde, cuando ya comenzaba a oscurecer, Alejandro recibió una llamada que lo dejó visiblemente alterado. “Era mi contacto en el Universal”, anunció con expresión sombría mientras guardaba su teléfono.

“Han decidido adelantar la publicación del reportaje. Saldrá esta noche en la edición digital a las 10.” Lucero palideció. “Pero nuestra conferencia es mañana. Alguien debe haberles filtrado nuestros planes.” Intervino Joaquín. El publicista con evidente frustración. Están intentando tomar la delantera. ¿Qué hacemos?, preguntó Lucerito, sintiendo que el control de la situación se les escapaba de las manos.

Lucero intercambió una mirada con Alejandro antes de tomar una decisión. Adelantamos nuestra respuesta, dijo con determinación. Joaquín, ¿puedes convocar a la prensa para esta misma noche? A las 9, el publicista asintió ya marcando números en su teléfono. Puedo intentarlo, pero será complicado reunir a todos con tan poca antelación.

No importa quién venga, respondió Lucero, lo importante es que nuestra versión salga antes que la suya, que la gente escuche la verdad de nuestros labios antes de leer sus especulaciones. Mientras todos entraban en acción reorganizando planes y haciendo llamadas, Lucerito se acercó a Rodrigo, que había permanecido discretamente en un rincón de la sala. Gracias por estar aquí”, dijo en voz baja.

“No tenías por qué quedarte en medio de todo este caos.” Rodrigo la miró con sinceridad en los ojos. No podría estar en ningún otro lugar, respondió simplemente, “No, cuando tú estás pasando por algo así.” Hubo un momento de silencio entre ellos, una conexión que parecía fortalecerse en medio de la crisis. “¿Puedo hacerte una pregunta?”, dijo finalmente Rodrigo.

“¿Cómo te sientes realmente con todo esto? No lo que vas a decir en la conferencia, sino lo que sientes en tu corazón. Lucerito consideró la pregunta agradecida por tener a alguien que se preocupaba por sus sentimientos genuinos, no por cómo estos afectarían a la opinión pública. Siento rabia, confesó. Rabia porque me ocultaron algo tan importante durante toda mi vida.

raia porque ahora todo se ha convertido en un espectáculo mediático, pero también siento, hizo una pausa buscando las palabras adecuadas. Siento una extraña paz, como si finalmente hubiera encontrado una pieza que faltaba en mi vida, aunque sea de esta manera tan dolorosa. Sus ojos se llenaron de lágrimas que luchaba por contener.

Y lo más extraño es que siento una conexión con él, con Eduardo, como si de alguna manera siempre hubiera sabido que estaba ahí en alguna parte de mí. Rodrigo tomó su mano con gentileza, un gesto simple, pero lleno de comprensión. Eso es porque siempre estuvo contigo, dijo suavemente. Los gemelos comparten algo que va más allá de lo físico. Y aunque nunca llegaste a conocerlo, de alguna manera Eduardo siempre ha sido parte de ti.

Lucerito lo miró agradecida, conmovida por sus palabras. Es hora. La voz de Lucero interrumpió el momento. El auto nos espera. Con un último apretón de manos, Rodrigo la soltó y Lucerito siguió a su madre hacia la entrada de la mansión. Afuera, la noche ya había caído sobre la Ciudad de México, una noche que prometía cambiar sus vidas para siempre.

Mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas, Lucerito sacó el medallón de su bolsillo y lo abrió una vez más, mirando la pequeña fotografía en blanco y negro. Por primera vez en su vida, iba a hablar públicamente de su hermano gemelo, a reconocer su existencia, a darle el lugar que merecía en la historia familiar.

Y aunque el miedo y la incertidumbre seguían presentes, también había una extraña sensación de libertad, como si el peso de un secreto que ni siquiera sabía que cargaba finalmente hubiera sido levantado de sus hombros. El auto se detuvo frente al Hotel Presidente. A través de las ventanas tintadas, Lucerito pudo ver el destello de las cámaras, las siluetas de los periodistas que ya esperaban en la entrada.

El circo mediático que tanto habían temido durante 20 años estaba a punto de comenzar. “¿Estás lista?”, preguntó Lucero tomando su mano. Lucerito apretó el medallón una última vez antes de guardarlo nuevamente. Luego miró a su madre y asintió con determinación. “Estoy lista”, respondió. Por Eduardo.

Los flashes de las cámaras estallaron como pequeños relámpagos cuando Lucero y Lucerito entraron al salón del hotel presidente. Alejandro Basteri la seguía a una distancia prudente, manteniéndose discretamente en segundo plano. El murmullo de los periodistas se intensificó al verlas avanzar hacia la mesa preparada para la conferencia. Joaquín, el publicista, ya estaba allí organizando los últimos detalles.

Les hizo un gesto para que se acercaran mientras los reporteros tomaban asiento. Hay más gente de la que esperaba, susurró a Lucero. La noticia se difundió rápido. Todos los grandes medios están aquí. Lucero asintió. Su rostro una máscara de profesionalismo que solo flaqueaba cuando miraba a su hija. Lucerito, por su parte, sentía que su corazón latía con tanta fuerza que temía que los micrófonos pudieran captarlo.

Desde la última fila, Rodrigo le sonrió dándole ánimos en silencio. Ese pequeño gesto le infundió una valentía que no sabía que necesitaba. “Buenas noches a todos”, comenzó Joaquín acercándose al micrófono central. Agradecemos su presencia en esta conferencia convocada con carácter de urgencia.

La señora Lucero Hoga y su hija Lucerito Mijares tienen un comunicado importante que hacer. Les pedimos respeto y profesionalismo durante sus declaraciones. Habrá un breve turno de preguntas al final. Se apartó dejando el espacio a Lucero, quien respiró profundamente antes de hablar. Gracias por venir esta noche. Su voz, habituada a los escenarios sonaba firme, pero con un ligero temblor de emoción.

Hemos convocado esta conferencia porque ha llegado a nuestro conocimiento que ciertos medios planean publicar información sobre un capítulo doloroso y privado de nuestra vida familiar. Antes de que esa información sea distorsionada o sensacionalizada, queremos compartir con ustedes la verdad directamente y con nuestras propias palabras. Hizo una pausa mirando brevemente a Lucerito, quien asintió levemente dándole fuerzas para continuar.

Hace poco más de 20 años, Di a Luz Gemelos, continuó Lucero, provocando un murmullo sorprendido entre los periodistas. Lucerito y su hermano Eduardo. Debido a una malformación cardíaca congénita que no fue detectada durante el embarazo, Eduardo solo vivió unos minutos. Fue una pérdida devastadora para toda nuestra familia.

Su voz se quebró ligeramente, pero se recompuso con rapidez. Por recomendación médica y para proteger a Lucerito del trauma que podría significar crecer, sabiendo que había perdido a su gemelo, decidimos mantener esto en privado. Fue una decisión tomada desde el amor, no desde el engaño. Una decisión que, mirando atrás, quizás no fue la correcta, pero que en ese momento parecía la única forma de proteger a nuestra hija.

Lucerito observaba a su madre con una mezcla de admiración y dolor. Nunca la había visto tan vulnerable frente a las cámaras, tan auténticamente humana. “Quiero que quede claro,”, continuó Lucero con voz firme, “que mi exesposo, Manuel Mijares es el padre biológico de ambos niños. Cualquier insinuación contraria es completamente falsa y difamatoria.

” Miró entonces a Lucerito indicándole que era su turno. Con el corazón latiendo, desbocado, Lucerito se acercó al micrófono. Hace apenas dos días comenzó sorprendiéndose de la firmeza de su propia voz. Descubrí la existencia de mi hermano Eduardo. Fue un shock, como pueden imaginar.

Todavía estoy procesando esta información, intentando entender cómo algo tan importante pudo mantenerse en secreto durante tanto tiempo. Hizo una pausa buscando las palabras adecuadas, pero también entiendo por qué mis padres tomaron esa decisión. El amor a veces nos lleva a cometer errores, a creer que el silencio puede proteger cuando en realidad solo posterga el dolor.

Sacó entonces el medallón de su bolsillo, abriéndolo para mostrar la pequeña fotografía. Esta es la única imagen que existe de Eduardo y yo juntos. Su voz tembló ligeramente. Un recuerdo que ahora atesoraré toda mi vida. Un silencio respetuoso cayó sobre la sala.

Incluso los fotógrafos parecieron contener el aliento por un momento, como si entendieran la gravedad del momento. “Les pedimos respeto”, concluyó Lucerito. “No solo por nuestra familia, sino por la memoria de Eduardo. No permitiremos que su breve existencia se convierta encarnada para el sensacionalismo. Era un bebé inocente, mi hermano, y merece ser recordado con dignidad.

” Cuando terminó de hablar, Lucero tomó su mano apretándola con fuerza. En sus ojos había orgullo, dolor y algo más. Alivio. El peso de dos décadas de silencio finalmente se había levantado. Joaquín se acercó nuevamente al micrófono. Ahora la señora Jogaza y su hija responderán algunas preguntas. Por favor, mantengamos el respeto que este tema merece.

Los brazos de los periodistas se alzaron inmediatamente. Joaquín señaló a una reportera de la primera fila. “¿Por qué decidieron hablar ahora después de tanto tiempo?”, preguntó la mujer. “Porque la verdad siempre encuentra su camino,”, respondió Lucero. “Y preferimos que esa verdad venga de nosotras, no de especulaciones o distorsiones mediáticas.” Otra reportera tomó la palabra.

“Lucerito, ¿cómo ha afectado esto tu relación con tu madre?” Lucerito miró a Lucero antes de responder. El shock inicial fue difícil, no lo negaré, pero el amor que nos une es más fuerte que cualquier secreto. Estamos aprendiendo a reconstruir nuestra relación desde la honestidad y creo que eso solo nos hará más fuertes. Las preguntas continuaron durante unos minutos más, algunas respetuosas, otras rozando la impertinencia.

Finalmente, Joaquín anunció que la conferencia había terminado. Mientras se levantaban para marcharse, un último periodista lanzó una pregunta. Señora Hogasa, ¿qué papel jugó Alejandro Basteri en todo esto? Hay fotografías de ustedes juntos durante su embarazo. La sala se sumió en un silencio tenso. Lucero miró brevemente hacia donde estaba Alejandro, casi invisible en un rincón del salón antes de responder.

El señor Basteri fue un amigo leal en momentos difíciles dijo con voz firme. Estuvo a mi lado cuando mi exesposo no pudo llegar a tiempo para el parto debido a compromisos profesionales. Su apoyo fue invaluable y por eso siempre le estaré agradecida. Cualquier otra insinuación es falsa y maliciosa. Con esas palabras, la conferencia concluyó definitivamente. Lucero, Lucerito y Alejandro salieron por una puerta lateral, evitando a la mayoría de los periodistas que aún intentaban conseguir declaraciones adicionales.

Ya en el auto, Lucerito respiró por primera vez con tranquilidad. Sentía como si hubiera corrido un maratón emocional. “Lo hiciste muy bien, mi amor”, dijo Lucero abrazándola. “Estoy tan orgullosa de ti. Ambas estuvieron perfectas”, añadió Alejandro. Dignas, honestas, emotivas, sin caer en el melodrama. han desarmado completamente cualquier intento de sensacionalismo.

Lucerito miró por la ventana mientras el auto avanzaba por las calles nocturnas de la Ciudad de México. La ciudad brillaba con millones de luces, ajena al drama que acababa de desarrollarse. Sintió una extraña paz, como si finalmente todas las piezas de su vida encajaran en su lugar. Tres meses después, en un pequeño cementerio a las afueras de la ciudad, Lucerito depositaba un ramo de flores blancas frente a una lápida recién instalada.

Eduardo Mijares Gaza rezaba la inscripción junto a la fecha de su nacimiento y muerte y una simple frase, amado hijo y hermano, siempre en nuestros corazones. Lucero y Manuel Mijares estaban a su lado, unidos en este momento solemne a pesar de su separación. Alejandro Basteri se mantenía a una distancia respetuosa, acompañándolos en silencio.

¿Crees que le gustaría?, preguntó Lucerito mirando la lápida. Nunca tuvo un lugar donde pudiera visitarlo. Le encantaría, respondió Mijares, poniendo una mano sobre el hombro de su hija, especialmente porque fue idea tuya. El escándalo mediático había durado apenas unos días. La honestidad de la conferencia de prensa había desarmado a los medios más sensacionalistas y pronto la noticia fue reemplazada por otros chismes del mundo del espectáculo.

El público había mostrado un respeto sorprendente y las redes sociales se habían llenado de mensajes de apoyo. La verdadera sorpresa había sido Carmela Suárez, la exasistente de Lucero. contra todo pronóstico. No había sido ella quien filtró la información. Al contrario, había contactado a Lucero después de la conferencia para expresar su indignación por lo sucedido.

La fuente resultó ser un antiguo empleado del hospital que había guardado copias de los registros médicos durante años, esperando el momento de sacar provecho económico. “¿Estás lista?”, preguntó Lucero acercándose a su hija. “El concierto es en 3 horas y aún tenemos que prepararnos. Lucerito asintió acariciando una última vez la lápida. Sí, estoy lista. Aquella noche, en un teatro lleno a reventar, Lucerito Mijares debutaría con su primer espectáculo en solitario, pero había una sorpresa que el público desconocía.

estrenaría una canción titulada Mi otra mitad, dedicada a su hermano. Mientras el auto los llevaba de regreso a la ciudad, Lucerito miró el medallón que ahora llevaba siempre consigo colgado de una cadena alrededor de su cuello. La fotografía de los dos bebés, tan iguales, tan perfectos en su inocencia, le recordaba que nunca había estado realmente sola.

Eduardo siempre había sido parte de ella, incluso cuando no sabía de su existencia, y ahora, finalmente podía honrar su memoria, cantar para él, vivir también por él. El secreto de lucero había salido a la luz, pero en lugar de destruirlos, los había hecho más fuertes, porque algunas verdades, aunque dolorosas, necesitan ser contadas para que las heridas puedan sanar.

Y mientras la ciudad de México se extendía ante ellos en toda su inmensidad, Lucerito sonrió. por primera vez en su vida se sentía completa.