A los 90 años, Lalo “el Mimo” FINALMENTE admite lo que todos sospechábamos
Lalo “el Mimo”, una de las figuras más enigmáticas del espectáculo latinoamericano, finalmente rompió el silencio sobre un tema que durante décadas alimentó rumores, teorías y susurros entre bastidores.
Con una voz pausada, la mirada fija en un punto indeterminado y rodeado de memorias que colgaban en las paredes de su modesta casa, el artista reveló aquello que todos, en el fondo, sospechábamos: su personaje no era solo un acto, sino una forma de vivir.
Durante más de seis décadas, Lalo fue sinónimo de misterio, de risa contenida y melancolía pintada en el rostro. Nunca habló en escena.
No concedía entrevistas extensas. Su vida privada era eso: privada. Pero ahora, con la serenidad que da la edad y la certeza de que el tiempo no espera, decidió hablar.
Y sus palabras, sencillas pero potentes, confirmaron lo que tantos intuían: “El mimo no era un personaje. Era yo. Siempre fui yo. Nunca dejé de serlo, ni siquiera cuando me quitaba el maquillaje”.
La confesión no se trataba de una gran revelación escandalosa, sino de una verdad profundamente humana.
Lalo explicó que desde joven se sintió más cómodo expresándose sin palabras. Que la escena le daba libertad, y el silencio, poder. Que cada gesto sobre el escenario era auténtico.
“Me sentía más verdadero sin hablar. El silencio decía más que mil discursos”, explicó con una sonrisa nostálgica.
En un mundo donde los artistas suelen construirse una imagen para el público, Lalo eligió una ruta inusual: la del silencio, la del gesto medido, la del alma expuesta sin palabras.
Su admisión no fue una renuncia, sino una afirmación. No se escondía tras una máscara; simplemente decidió que esa máscara era su verdadera cara.
Hoy, su legado se resignifica. Lo que antes era visto como un simple acto artístico, ahora se entiende como una declaración de identidad.
A los 90 años, Lalo “el Mimo” no necesita ya de escenarios ni aplausos. Con una sola frase, desmontó décadas de misterio y, al mismo tiempo, se reveló con más fuerza que nunca.
Porque a veces, la verdad más profunda no necesita gritar. Solo necesita tiempo. Y Lalo, fiel a su estilo, esperó el momento justo para hablar.
