¿Qué desató la furia de William Scull contra Canelo Álvarez en una cena en Arabia Saudita? ¿Cómo una provocación terminó encendiendo la pelea más esperada del año?

La noche en que el honor y la tensión casi desbordaron a Canelo Álvarez en Arabia Saudita.

Lo que comenzó como una cena tranquila en el exclusivo Albustan Palace terminó siendo un duelo silencioso que agitó no solo el restaurante más lujoso de la ciudad, sino también el mundo entero del boxeo.

La noche del 23 de abril de 2025, Saúl “Canelo” Álvarez, acompañado de su equipo más cercano, decidió salir de la monotonía del hotel y aceptar la invitación del jeque Turki Alalshikh para probar las delicias del restaurante ubicado en el piso 52 de la Kingdom Tower. Vestido con su sobria elegancia característica y un reloj Audemars Piguet en la muñeca, el campeón mexicano no sospechaba que su velada gastronómica se convertiría en el preludio de una confrontación pública con su próximo rival: William Scull.

El ambiente era sereno. Riad, iluminada como un mar de estrellas, se extendía bajo los ventanales, y la música tradicional árabe mezclada con beats modernos acariciaba el ambiente. Canelo, fiel a su disciplina, pidió un menú controlado para mantener su peso óptimo a diez días de la pelea de unificación más esperada del año.

Pero la calma se rompió brutalmente.

William Scull, el invicto campeón de la IBF, irrumpió en el restaurante como un huracán tropical, acompañado de su séquito bullicioso y una arrogancia que contrastaba groseramente con la sobriedad del lugar. El cubano, vestido informalmente y sin respeto por las normas de etiqueta del sitio, pronto detectó a Canelo y no tardó en lanzar provocaciones a viva voz.

“¡Miren quién está aquí! ¡El gran campeón mexicano!”, exclamó sarcásticamente, buscando encender el fuego de la confrontación. Pero Canelo, templado por años de guerras dentro y fuera del ring, ni siquiera alzó la vista de su plato.

El desprecio elegante del mexicano pareció irritar más a Scull, quien continuó provocando, insinuando que Canelo evitaba a verdaderos pegadores y que su récord era más marketing que mérito. Ante la insistencia, y tras una breve respuesta llena de veneno diplomático de Canelo, la situación escaló peligrosamente: Scull, en un acto de abierta provocación, lanzó el contenido de su copa de champán sobre la camisa impecable de Canelo.

El silencio cayó como un manto sobre el restaurante. Por un instante, pareció que la violencia estallaría ahí mismo. Pero el mexicano, dueño absoluto de su temple, simplemente atrapó la muñeca de Scull con una fuerza helada y una advertencia susurrada que sólo ellos dos escucharon: “La próxima vez que levantes la mano contra mí, no habrá nadie para detenernos.”

El ambiente se tensaba como las cuerdas de un ring antes del primer asalto. Fue entonces que el jeque Turki Alalshikh, artífice de la “Revolución Deportiva Saudí”, apareció en escena como un director que salva una obra del desastre. Con una mezcla de autoridad y diplomacia, no solo desactivó la situación, sino que transformó el bochornoso incidente en oro puro para la promoción de la pelea.

Con mano firme y palabras calculadas, el jeque propuso a ambos boxeadores una tregua temporal y, sobre todo, una estrategia: usar la rivalidad encendida esa noche para catapultar el combate a niveles de expectativa global nunca vistos. Aceptaron. E incluso accedieron a posar frente a las cámaras en un improvisado “face-off” que, horas después, sería la portada de cada medio deportivo del planeta.

“El verdadero arte no está en controlar los eventos”, dijo el jeque esa noche mientras Canelo y Scull se retiraban, “sino en controlar la narrativa que surge de ellos.”

Y vaya si cumplió su palabra.

Al amanecer del 24 de abril, las redes sociales ardían. Los números de preventa para el combate rompían récords históricos. Lo que pudo ser un escándalo se había convertido, gracias a la sangre fría de Canelo, el manejo magistral del jeque y la torpeza provocadora de Scull, en el mayor impulso publicitario que una pelea había recibido en años.

La cuenta regresiva hacia el 3 de mayo ya no era solo una expectativa deportiva: era una cuestión de honor. Una tormenta gestada bajo los candelabros de cristal, entre copas derramadas y miradas de acero.

Y cuando suene la campana en Arabia Saudita, el mundo sabrá que esta no será una simple pelea. Será el desenlace inevitable de una historia que ya se ha ganado su lugar en la leyenda.